Era el final de la guerra fría y yo estaba a punto de terminar mi secundaria en Managua. Mi decisión estaba tomada: quería estudiar periodismo en la Uca de Nicaragua por su prestigio académico y por su trayectoria como centro de pensamiento y de formación de conciencia. La certeza de estudiar esa carrera me llegó mientras ojeaba los archivos fotográficos de la guerra civil salvadoreña. Eran fotografías que no solo me mostraban un país desconocido, violento y doloroso, sino que también me pusieron a reflexionar en la nobleza y el compromiso de la profesión periodística. Esa habilidad adquirida en el alma mater la ha convertido ahora en uno de los enemigos del régimen de los Ortega-Murillo que hace una semana decidió desmantalarla.
Cuando apliqué a la carrera había un sistema de selección que dependía del promedio global con el que uno se graduaba del bachillerato. Los mejores promedios tenían la oportunidad de elegir su primera opción, los demás debían esperar un cupo disponible o elegir otra carrera. Yo logré mi primera opción y me sentí privilegiada, porque no tenía que pagar nada y soñaba con darle el orgullo a mis padres de recibir un título universitario con ese búho sabio, capaz de ver en la oscuridad de la noche.
La educación jesuita me enseñó a pensar, a ordenar mis ideas, a comprender que todos los hechos tienen un contexto y sacarlos de contexto no es legítimo cuando queremos aportar soluciones pacíficas y construir alternativas cívicas a los problemas de nuestros países. Estudiaba en un recinto humilde, pero allí tuve el honor de escuchar charlas magistrales de filosofía, sociología, comunicación de masas, semiótica, gramática y periodismo. En esa época hubiera sido imposible imaginar que el legado de la Uca en Nicaragua alguna vez se convertiría en una amenaza.
Con la firma de la paz, regresé para continuar mis estudios en la Uca de El Salvador. De ambas universidades salí profundamente agradecida por darme la opción de estudiar la carrera elegida, por provocarme preguntas, por educarme para escuchar y para creer en el diálogo. Con esa educación pude construir mis propias conclusiones sin perder de vista el valor del conocimiento y la incansable labor que hicieron mis docentes, quienes todos los días llegaron al aula para compartirme lo mejor de sus años de formación.
Por estas razones, recibí con profunda tristeza y desesperanza, la noticia de que el régimen Ortega-Murillo ordenó la inmovilización de las propiedades de la universidad jesuita y el congelamiento de sus cuentas bancarias. Para entonces, ya habían suspendido el monto que le correspondía como parte del 6 % del presupuesto de la República destinado a la educación superior. Nicaragua a merced de la locura.
Desde el estallido de la crisis política de abril de 2018, los movimientos estudiantiles encontraron en la Uca símbolo de resistencia y de defensa por los derechos humanos, y el régimen reconoció en las universidades una amenaza. El líder estudiantil, Lesther Alemán, el joven que en plena crisis interpeló a Daniel Ortega en público, es miembro de la Alianza Universitaria Nicaragüense y como graduado de la Uca dijo que se trata de una venganza contra el pensamiento, el criterio, la conciencia y contra la Compañía de Jesús.
Me uno a la protesta de los movimientos estudiantiles universitarios en su lucha contra la oscuridad y la ignorancia del régimen Ortega-Murillo, y a favor de la excelencia y el conocimiento. Pero al margen de esta dictadura creo que el pueblo nicaragüense solo nos ha dado lecciones de solidaridad, sencillez y nobleza. Además de mucha literatura, poesía, música, identidad y alegría.
Por toda esa riqueza humana y cultural reitero lo que aprendí en la Uca de Managua y lo que ese pueblo generoso me enseñó y es a expresar nuestras ideas, como dijo mi amiga Amparo Marroquín, “mientras podamos”.
Mi solidaridad con todos los académicos de esa universidad que el único delito que han cometido es educar y formar en valores a muchas generaciones con dedicación y disciplina. Gracias Uca de Managua y El Salvador por guiarnos y por inspirarnos a ser mejores ciudadanos. Gracias por la valentía con la que han hecho su trabajo, aun cuando eso haya representado el asesinato de los padres jesuitas y la confiscación de los bienes. Gracias por darnos las herramientas intelectuales para distinguir la sensatez de la locura.