La Iniciativa de la Franja y la Ruta de China (BRI, en inglés) está a punto de cumplir su primera década. Aunque el primer registro que se cita como el inicio del histórico proyecto de Xi Jinping es de septiembre de 2013, los préstamos e inversiones chinos en todo el mundo son muy anteriores a esa fecha y su nombre ni siquiera se utilizaba en 2013. El proyecto nunca ha estado bien definido y casi todas sus iniciativas internacionales se han cobijado bajo la bandera de la Franja y la Ruta. Tal vez la mejor descripción del conjunto de inversiones e infraestructuras sea, simplemente, globalización con características chinas. A la luz de que el Estado chino ya no tiene la misma capacidad o voluntad de comprometerse en actividades tan grandes en el extranjero cuando tiene una gama tan amplia de problemas económicos internos, vale la pena preguntarse, ¿está este gran proyecto tambaleándose?
Lo que ha quedado claro en el último año es que la BRI no es un simple acuerdo entre China y sus participantes en el que todos salen ganando, como a la parte china le gusta afirmar. De hecho, la tan habitual formulación china del 'todos ganan' se ha visto a menudo como que China gana dos veces. Los motores del proyecto BRI eran exportar el exceso de capacidad de producción chino, así como vincular políticamente a los países con Pekín bajo la creencia de que la economía y el comercio superarían las fricciones políticas. Gran parte de los préstamos y las inversiones se realizaron a través de empresas estatales chinas que utilizaron suministros chinos –e incluso mano de obra china– para construir infraestructuras en el país receptor.
Los efectos de los préstamos por valor de casi un billón de dólares pueden verse en todo el mundo: en los nuevos y relucientes aeropuertos, puentes y autopistas de varios carriles. Este modelo de 'constrúyelo y vendrán' funcionó a medida que China se convertía en la fábrica del mundo, pero no ha funcionado en la misma medida en otros destinos de inversión menos interesantes en el extranjero. Muchos países receptores se están dando cuenta ahora de que una autopista de seis carriles al aeropuerto no está justificada dado su número de visitantes y que sus proyectos escaparate son en realidad 'elefantes blancos' con pocas posibilidades de devolver las deudas que financiaron semejante arrogancia.
Sería erróneo calificar los préstamos de la BRI como trampas de deuda, pero hay una serie de factores que llamaron la atención cuando se cerraron los acuerdos. Hubo una falta general de transparencia en las condiciones. A China siempre le ha gustado ocultar las condiciones al escrutinio público y operar bilateralmente, creyendo, con razón, que eso le da más influencia sobre el país receptor. Esta opacidad ha hecho que no esté claro cuál es la carga de la deuda de un país determinado, ya que la deuda china está oculta, o que la parte china insista en cláusulas que garanticen que se les pagará primero en caso de reestructuración de la deuda. En el contexto latinoamericano, Venezuela y Ecuador son buenos ejemplos de ello.
Gran parte de la deuda relacionada con la BRI se contrajo a menudo con una empresa estatal china y no directamente con el Estado chino. Para quienes no están familiarizados con China, una empresa estatal suena muy parecido al Estado chino, pero la realidad es mucho más confusa. Las empresas estatales chinas funcionan como feudos independientes y el Estado central a menudo tiene dificultades para influir en los negocios o ejercer control sobre las propias empresas.
La BRI nunca fue caridad ni ayuda, sino préstamos comerciales a menudo en condiciones relativamente elevadas. Pero a menudo se restó importancia al coste del préstamo, ya que los chinos estaban muy dispuestos a prestar dinero y construir proyectos aparentemente sin condiciones. Los préstamos garantizaban la penetración de China en mercados ricos en recursos naturales, como América Latina.
A medida que los tipos de interés y la inflación han ido subiendo en los últimos años, muchos países del BRI se han visto en apuros financieros y necesitados de reestructuraciones de deuda o rescates. A diferencia de crisis anteriores, China es el acreedor más importante. La envergadura de los préstamos significa que el compromiso chino debe ser parte de la solución, pero la opacidad de los acuerdos y el mosaico de los mismos significa que China también es en gran medida parte del problema.
Pekín nunca había pasado por un ciclo de reestructuración de deuda semejante. Los bancos y países de los mercados desarrollados han trabajado en los marcos establecidos del Club de París y con el FMI o el Banco Mundial para abordar los rescates, pero a China le molesta trabajar en un enfoque multilateral de este tipo y prefiere el enfoque bilateral.
A Pekín no le gusta tratar estas deudas en foros multilaterales porque les exigiría ser totalmente honestos y francos sobre las condiciones de los acuerdos y la cuantía de los préstamos. También creen que podrían verse presionados a aceptar un recorte que no desean.
Debido al riesgo de no ser reembolsados en su totalidad, hasta la fecha China ha tenido que reestructurar más de 200 000 millones de dólares en operaciones en los últimos años. Han optado por seguir el modelo preferido en la propia China y limitarse a ampliar los plazos del préstamo, dando así largas al asunto y sin abordar realmente el problema. Pero a nivel interno, el problema se está poniendo a prueba como nunca antes, con un colapso del crecimiento económico provocado por años de mala inversión en infraestructuras y un desplome del gasto de los consumidores.
El BRI no va a desaparecer, es demasiado importante políticamente como para que Xi Jinping lo deje de lado, pero el Estado chino simplemente no tiene la misma capacidad o voluntad de comprometerse en actividades tan grandes en el extranjero cuando tiene una gama tan amplia de problemas económicos internos. Esto es algo en lo que deben pensar los gobiernos latinoamericanos.
China seguirá siendo un prestamista en los próximos años, pero los gobiernos deben ser más asertivos a la hora de relacionarse con ella. Exijan transparencia y apertura en sus relaciones, asegúrense de que los proveedores y la mano de obra locales no queden excluidos del proceso de licitación y construcción, y formulen preguntas difíciles sobre la viabilidad del proyecto. Los días de la milagrosa economía china han pasado, y la BRI no es una varita mágica que pueda resolver los problemas de infraestructura de un país. Los países receptores deben ser más audaces a la hora de garantizar que obtienen parte de los beneficios.
*Fraser Howie es Analista independiente, coautor de 'Red Capitalism, The Fragile Financial Foundations of China's Extraordinary Rise', y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org