El Salvador / Política

Diáspora, ese país en el que Nayib Bukele tiene el 97.9 % de los votos

La votación del domingo en Estados Unidos probó la popularidad de Nayib Bukele entre los salvadoreños migrantes, pero puso también en evidencia la desaparición de las fronteras entre gobierno, partido oficial y Tribunal Supremo Electoral. La embajadora hizo llamadas y dio órdenes a personal de un centro para que el TSE solucionara la no aparición de pasaportes específicos en el sistema informático; empleados del gobierno ayudaron a votar online con equipo informático del Tribunal, y vigilantes de Nuevas Ideas daban órdenes o cumplían funciones que corresponden a la autoridad electoral.

José Luis Sanz
José Luis Sanz

Jueves, 8 de febrero de 2024
José Luis Sanz / Washington

La tarde del domingo 4 de febrero, la aglomeración de vehículos de salvadoreños queriendo llegar al centro de votación de Bethesda tenía bloqueado casi un kilómetro de la autopista 355 en Maryland. Al llegar sonaba cumbia. Un Tesla X con las puertas de mariposa abiertas y tres chicos y chicas dentro tenía el equipo de sonido al máximo. Sobre el capó, una camiseta cyan con el lema “Nayib 2024”.

El deportivo era de un abogado de poco más de 30 años especializado en temas migratorios que pagó para que su nombre aparezca en la placa del vehículo: Diego. Es de los que no planea ir a vivir a El Salvador. Su tarjeta de visita incluye una foto suya flanqueado por la bandera estadounidense, frente a un escritorio y en saco y corbata, pero el domingo vestía más cercano al espíritu reguetonero del presidente. Ya había votado por su reelección.

En la puerta del centro de votación, el que decidía quién y cuándo podía entrar era un voluntario del partido Nuevas Ideas con una gorra de Bukele. Dentro, dos largas filas de hora y media de espera para llegar a los salones con las urnas electrónicas. Mientras la jefa de centro, máxima autoridad del TSE en el lugar, se limitaba a la intrascendente tarea de decir a qué mesa libre debían dirigirse quienes guardaban cola, después de votar la persona que te manchaba el dedo con tinta indeleble era otro voluntario de Nuevas Ideas, también con gorra del candidato-presidente.

***

La semana previa a la elección del 4 de febrero, el gobierno de Nayib Bukele ya había pulverizado los récords de votación de los salvadoreños en el exterior. En 2019, en la anterior elección presidencial, votaron 3,808 personas. Esta vez, tres días antes de la jornada electoral, el polémico sistema que el TSE diseñó a la medida de los deseos del presidente —voto por internet desde cualquier celular o computadora, voto anticipado durante un mes entero— ya había conseguido que más de 150,000, casi todas en Estados Unidos, emitieran sufragio.

“Hay que reconocer el esfuerzo, porque el voto no es central para la mayoría de nuestra gente acá”, opinaba el jueves pasado Abel Núñez, activista en temas migratorios desde hace décadas y actual director de CARECEN en Washington. “No es que no sea importante, pero no es una prioridad para quienes viven en Estados Unidos y tienen muchas otras preocupaciones”. Núñez, que llegó siendo un adolescente, en 1979, conoce el antes del efecto Bukele y se preguntaba por el después:

“El esfuerzo ha venido del Gobierno y del partido Nuevas Ideas, que han invertido recursos para asegurar ese voto, no del Tribunal. La publicidad ha sido solo la de un partido”, dice. “Y será interesante ver si esto va a seguir, si estos buenos números se pueden replicar en futuras elecciones o si es solo es por el candidato, porque hay que reconocer que esto no es por algún tipo de compromiso democrático o responsabilidad ciudadana; Bukele es el que atrae a las personas”.

Ya el domingo, impactado al caminar junto a las larguísimas colas de salvadoreños que esperaban hasta cinco horas para votar en College Park, Maryland, Núñez iba todavía más allá: “Si esto lo pudiéramos hacer para unas elecciones de Estados Unidos, cambiaríamos la manera en que este país ve a la comunidad salvadoreña. Es más, yo creo que Estados Unidos vería muy diferente a Bukele”.

Se refería a la histórica falta de articulación de la comunidad salvadoreña, que en zonas como el área metropolitana de Washington incluye a cientos de miles de personas pero no ejerce peso o tiene voz propia, y no encuentra más representación que la de algunos individuos aislados, a menudo migrantes de segunda generación nacidos ya en Estados Unidos, incapaces de movilizar el voto de la diáspora en las elecciones locales.

Cientos de votantes, acompañados de sus familias, hicieron colas de hasta cinco horas para votar en el College Park Marriott Hotel, en Silver Spring, Maryland, el 4 de febrero de 2024. Foto El Faro: José Luis Sanz.
Cientos de votantes, acompañados de sus familias, hicieron colas de hasta cinco horas para votar en el College Park Marriott Hotel, en Silver Spring, Maryland, el 4 de febrero de 2024. Foto El Faro: José Luis Sanz.

Jessy Mejía nació en El Salvador pero es una de esas líderes que han hecho camino en solitario. Es parte del equipo más cercano del ejecutivo del condado de Montgomery, Marc Elrich, como su enlace con la comunidad latina. Antes trabajó por siete años para el gobernador de Maryland. El domingo se encontró con Núñez mientras éste soñaba despierto entre las colas de votantes:

—¿Imaginas esto en una elección a nivel local, a nivel federal? —le pregunta él, sin ocultar cierta euforia.

—Eso es lo que yo le estaba diciendo aquí a la gente: que okay, estamos aquí todos salvadoreños, pero ¡por favor, también me salen a votar para las elecciones de aquí! —coincide Mejía.

—Imaginate esto en unas county elections...

Oh my God, ¡nos las tomamos! Si hubiera esta clase de commitment, de compromiso a nivel local, estatal... ¡Olvídate! Cambiaríamos el esquema aquí en Estados Unidos.

Nuñez asegura que Estados Unidos sigue viendo a los salvadoreños como trabajadores, como mano de obra barata con una buena reputación, pero que políticamente no los toma en cuenta. “En este país nos han dado acceso, pero nada de incidencia... Pero si los políticos vieran esto nos tendrían miedo”, decía el domingo. “El trabajo de las organizaciones se nos haría tan, tan fácil, podríamos decir a la alcaldesa de Washington: ‘mira alcaldesa, si no hacés esto te sacamos’. La imagen de estas colas puede ser muy poderosa... Aunque lo triste es que tampoco sé cuánta incidencia real nos da esto en el gobierno de El Salvador”.

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Bukele vio, desde el inicio de su carrera política, una oportunidad en el desprecio con el que Arena y el FMLN trataron siempre al voto de la diáspora. Su partido, Nuevas Ideas, nació en Washington financiado por un puñado de migrantes de éxito que llevaban años queriendo ser escuchados en San Salvador. Ahora el gobernante ya no necesita su dinero y ha roto con muchos de ellos, pero arrebató al FMLN parte de su estructura en Estados Unidos y lleva años cuidando con mimo este caladero político. Aunque no hay un censo preciso se estima que hay en este país más de tres millones de salvadoreños y para apoyar la reelección inconstitucional del presidente el músculo del Ejecutivo logró que se registraran para votar alrededor de 900 mil.

Fue el resultado de un enorme esfuerzo logístico en el que se involucró todo el servicio exterior del país y al que se destinaron millones de inversión pública. A Bukele, el vengador que presume de estar limpiando a fuego la política y las calles de El Salvador, le lava el rostro tener la bendición de los salvadoreños más puros: los que huyeron del hambre y la violencia y no arrastran la mancha de haber participado en la denostada política nacional de postguerra. Los que, además, con la generosidad de sus remesas sostienen a quienes se quedaron en el país.

Desde muy temprano, unos cinco mil salvadoreños se concentraron para emitir su voto en el hotel Crowne Plaza de Houston. Texas es uno de los Estados con mayor concentración de migrantes salvadoreños en Estados Unidos, y lugar de residencia del candidato a la presidencia por Arena, Joel Sánchez. Foto de El Faro: Élmer Romero. 
Desde muy temprano, unos cinco mil salvadoreños se concentraron para emitir su voto en el hotel Crowne Plaza de Houston. Texas es uno de los Estados con mayor concentración de migrantes salvadoreños en Estados Unidos, y lugar de residencia del candidato a la presidencia por Arena, Joel Sánchez. Foto de El Faro: Élmer Romero. 

También otros partidos buscaron en esta elección renovarse en la diáspora, con menos suerte y sobre todo menos recursos que Bukele. Dos de los candidatos de oposición a la presidencia han forjado su vida en Estados Unidos: Joel Sánchez, de Arena, es un empresario basado en Dallas. Luis Parada, que aspiraba a ser el rostro de la unidad opositora y acabó compitiendo con la única bandera del pequeño partido Nuestro Tiempo, reside y ejerce la abogacía desde hace décadas en Virginia. Es llamativo que ninguno de los dos haya dado señales de intentar siquiera orientar parte de su campaña hacia la comunidad migrante. Ni un mítin, ni un énfasis programático, ni un guiño.

En el caso de Bukele, el domingo 4 de febrero no buscaba solo réditos narrativos. Inyectar a los resultados varios cientos de miles de votos extra, movilizar a ese enorme nicho cautivo, tiene un enorme impacto en un censo tan pequeño como el de El Salvador, de menos de 7 millones de habitantes. El voto emigrado se convirtió en los últimos años en una razón de Estado.

Un diplomático explica que la embajadora en Estados Unidos, Milena Mayorga, se comportó desde que llegó al cargo en 2020 “más como una cónsul general”, dedicada a la atención y cercanía con la comunidad en el exterior, “que como interlocutora con la administración Biden”. El bombardeo de propaganda gubernamental a través de plataformas online y radios para público latino es además constante en Estados clave. Desde hace más de un año, cuando sales con tus maletas del aeropuerto de San Salvador, te reciben enormes letras iluminadas que reivindican el orgullo migrante en forma de hashtag: #DiasporaSV.

Han sido constantes también las giras por Estados Unidos de funcionarios o diputados, para encontrarse con las comunidades salvadoreñas. En septiembre del año pasado Ernesto Castro, presidente de la Asamblea y una de las personas más cercanas a Bukele, lideró uno de esos mítines en un enorme templo evangélico en Virginia. Le acompañaron otros 16 legisladores de Nuevas Ideas, que se sentaron a lo largo del escenario pero no abrieron la boca durante el evento, dos horas ininterrumpidas de discurso de Castro.

Su arenga ante unas 600 personas —esperaban a 1,200 pero hubo lluvia— fue un ataque virulento contra los gobiernos anteriores, contra la oligarquía, y contra periodistas y defensores de derechos humanos. Los aplausos más encendidos de la noche fueron cuando se refirió a los partidos de oposición como “hijos de puta” o cuando, tras proyectar un largo video sobre la violencia de las pandillas, con imágenes explícitas de decapitaciones a machete, Castro defendió el estado de excepción. “Pena de muerte”, gritó alguien del público.

Son igual de significativas las palabras del maestro de ceremonias dio inicio al evento: “Tenemos a un presidente que ha convertido a El Salvador en un país modelo”, dijo. “Identificarnos como salvadoreños es ahora un orgullo. Nos están dignificando como salvadoreños en el exterior”.

Tras el mitin, en el parqueo, entre decenas de vehículos familiares de gama media había un Ferrari Testarossa, icono de lujo y sofisticación en los 80. A pocos metros, uno de los asistentes se subió, para marcharse a casa, a un camión de carga de cuatro ejes.

La política del trauma

Carlos Escamilla tiene 55 años pero aparenta muchos más de 60. Vive en Langley Park desde hace 20 años y el domingo acababa de unirse a la cola para votar en College Park cuando le recordé que tenía por delante más de cuatro horas de espera. “No llevamos horas esperando, llevamos toda la vida”, respondió.

Fue reclutado a la fuerza por el ejército cuando tenía 15 años y en 1989 vino por primera vez a Estados Unidos y pidió asilo. Se lo negaron. Los años siguientes en El Salvador fueron de pobreza. “Aquellos que peleamos una guerra, ¿qué ganamos?”, dice. “Aquellas ayudas que llegaron para los veteranos de guerra, ¿qué hicieron los líderes con aquellos dineros? O las ayudas de los terremotos. ¿Cuántos terremotos hubo en el país y a la gente les daban láminas en lugar de construirles casas, a pesar de grandes millonadas que dio Taiwán? Mire, yo no soy político ni nada, ¡pero veo las cosas!”

El joven abogado salvadoreño Diego Alejandro escucha música junto a un grupo de amigos y exhibe su apoyo al presidente Nayib Bukele frente al centro de votación instalado en el hotel Marriott Bethesda, en Maryland, el 4 de febrero de 2024. Foro El Faro: José Luis Sanz.
El joven abogado salvadoreño Diego Alejandro escucha música junto a un grupo de amigos y exhibe su apoyo al presidente Nayib Bukele frente al centro de votación instalado en el hotel Marriott Bethesda, en Maryland, el 4 de febrero de 2024. Foro El Faro: José Luis Sanz.

Se siente, allí donde fue, olvidado. Se queja de que ahora hay quien migra con permiso de trabajo y él lleva dos décadas indocumentado. No encuentra empleo desde hace un mes y sabe que con su edad se va a ir volviendo cada vez más difícil. Parafrasea la biblia y dice que se aferra a la fe. Y explica que eso es lo que tiene en Nayib Bukele: fe.

“Yo esperanza siempre tuve en mi país. En los que no tenía esperanza es en los que gobernaban”, aclara. “No sé qué es la adolescencia, si solo fue romper balas, pero todos alcanzamos a entender que en nuestro país tanto la izquierda como la derecha se han arruinado, y de él veo que el hombre no es ateo. Mire, yo no lo conozco a él, pero de mi pueblo, Huizúcar, adonde fue alcalde Bukele hay pocos kilómetros y la gente de los alrededores lo vieron progresar, y usted sabe que cuando hay progreso es que hay una buena conciencia, porque un hombre de mala conciencia no puede producir el bien en un lugar.”

Unas horas antes, en otro centro de votación, en el centro de Washington, una mujer llamada Guadalupe ofrecía un argumento similar. Nació en Cojutepeque y vive desde hace treinta años en el salvadoreñísimo barrio de Columbia Heights, en la capital estadounidense. Emigró poco después de la guerra por la falta de trabajo. El domingo llevaba una camiseta con la imagen de Nayib Bukele orando el día que, hace cuatro años, se tomó la Asamblea Legislativa con el ejército.

“Cuando estaba en El Salvador sí votaba”, me dice. “Tal vez equivocadamente, por fanatismo, porque uno no está bien enterado, pero votaba”.

Aquellos políticos le fallaron y ahora el país se está por fin levantando. Por eso le parece “un privilegio, un honor”, que por primera vez le dejen votar desde Estados Unidos. Se sorprende cuando le digo que no es así, que hace quince años ya que, por ley, podía hacerlo. Nadie le dijo. No supo. Es evidente que a los gobiernos y partidos de turno no les importó que supiera.

—¿Qué opina de las críticas que se hacen a Bukele por...?

—La gente puede criticar, ¿verdad? —interrumpe la pregunta—. La diferencia hoy es que todo el mundo sabemos que los hechos están ahí, que no son mentiras, que nuestra familia está segura, que pueden salir a la calle y no pasa nada. Padres con los hijos, hijos con los padres, abuelos, sobrinos, hermanos, nietos.

El reconocido periodista argentino Martín Caparrós bautizó hace unos días como “eficracia” el modelo de gobierno que prescinde de las normas democráticas pero que ofrece resultados visibles, y entre la diáspora penetra de forma distinta, porque, como explica Abel Núñez, el director de CARECEN, desde Estados Unidos “se ven resultados pero no se viven de la misma forma las consecuencias”.

Desde el dolor, y desde la memoria del dolor, votar por Nayib Bukele tiene sentido para millones de salvadoreños. Cada uno encuentra su razón y, si los tiene, arrincona sus peros.

Cientos de salvadoreños hacen fila en el hotel Bethesda Marriott, en Maryland, para votar en las elecciones presidencial y legislativa del 4 de febrero de 2024. Foto El Faro: José Luis Sanz. 
Cientos de salvadoreños hacen fila en el hotel Bethesda Marriott, en Maryland, para votar en las elecciones presidencial y legislativa del 4 de febrero de 2024. Foto El Faro: José Luis Sanz. 

Germán acudió el domingo por la tarde a votar al centro instalado en un hotel de Bethesda, una zona adinerada de Maryland, al noroeste de Washington. Al verme tomar fotos comenzó de inmediato a gritar “¡N de Nayib!”. Es de Intipucá y había vuelto ayer de pasar quince días en El Salvador después de 22 años sin visitar su país. Con él viajó su hermano, que llevaba 30 sin regresar.

Lo encontró, dice, por fin cambiado. “Bueno, ha cambiado la seguridad, porque en los lugares rurales la pobreza siempre se deja ver. La pobreza aún se puede percibir”, admite.

Suficiente para motivarle a votar. Antes el procedimiento le parecía muy difícil, y no pensaba que le diera “ninguna certeza de cambio”. A su lado está Norma, su esposa, que tiró hace años a la basura su pasaporte salvadoreño. “Me decepcioné del país. Me vine en tiempo de la guerra y con los años me hice ciudadana y ya no quise saber. Decidí que nunca iba a regresar”, dice. Por eso no pudo votar el domingo. Si no, lo hubiera hecho por Bukele.

Ana y Sandra, hermanas de Norma, hace apenas dos años que migraron. Sandra tiene un hijo de 19 años al que se cansó de tener encerrado por miedo a que lo mataran. A una sobrina se la llevaron los pandilleros cuando tenía 18 y ya nunca encontraron el cuerpo. “Mire, nadie entiende el punto de vista del otro hasta que no está en sus zapatos”, responde a quienes cuestionan los métodos del presidente, y critica a los gobiernos anteriores, que negociaron con los asesinos.

Cuando le digo que hay pruebas de que Nayib Bukele también negoció en secreto con las pandillas tuerce el gesto, pero me mira con ojos tristes, como queriéndome hacer entender: “Mire, si no queda otro camino más que negociar porque no hay otra manera, okay, negociemos, pero negociemos bien, no como los otros, que hasta eso hicieron mal, porque no nos devolvieron la tranquilidad. Negociemos para que dejen respirar a la gente, para que no estén matando por gusto a gente inocente. Y sé que era gente realmente inocente, porque eran míos”.

***

Como en los 70 y los 80, el dolor se ha convertido para muchos salvadoreños en una nueva frontera. Tu lado depende de quién lo alivia o quién lo causa. Víctor Rodríguez, “el Crack”, es un artista conceptual de cuarenta años que se exilió en septiembre de 2022. Tuvo un cruce de reclamos por Facebook con el director de Tejido Social del gobierno, Carlos Marroquín, tras conocerse que él encabezó en nombre del gobierno de Bukele las negociaciones con las pandillas, y pocas noches después alguien prendió fuego al carro del Crack. Ahora está en proceso de asilo político.

El domingo votó en el centro de Washington, en el mismo lugar que la risueña Guadalupe. Él lo hizo por el FMLN.

“Voten por hijos de puta diferentes, cerotes. Hagan algo, cerotes. Pregunten, puta, pregunten”, se ve decir a Rodríguez en uno de sus vídeos recientes en redes sociales: “Estuvimos volando verga todos estos cinco años. Incluso antes, cuando ese hijo de puta no nos quiso dar ningún debate y ahora ustedes se hacen los pendejos. No jodan, coman mierda y salgan a votar, cerotes”.

Le pregunto cuánto de performance hay en la grosería de esos videos, en el personaje chabacano que parece haber creado para su activismo desde el exilio. En la elección presidencial de 2014, la que después del decepcionante y corrupto gobierno de Mauricio Funes dio un segundo mandato a la antigua guerrilla, Rodríguez se comió la papeleta de voto enfrente de las cámaras de televisión y de las decenas de personas que esperaban en el colegio electoral, incluidas autoridades del TSE. Hubo quien tras su puesta en escena alegórica sobre el hambre de poder —“era una pupusa revuelta de hambre y democracia”, bromea— le quiso llevar a juicio por destrucción de material electoral. Cinco años después, en la elección que ganó Bukele, acudió a votar vestido de preso y cargado dentro de un ataúd.

Víctor
Víctor 'el Crack' Rodríguez, artista conceptual salvadoreño exiliado, en el Walter E. Washington Convention Center, donde el Tribunal Supremo Electoral instaló un centro de votación para la elección presidencial y legislativa del 4 de febrero de 2024. Foto El Faro: José Luis Sanz.

“Esta vez había que votar, hacer algo con mi mini-voto, que es nada”, dice. Defiende los insultos de sus mensajes como provocación y búsqueda, hasta cierto punto desesperada: “La puteada es el lenguaje que conecta con nuestra gente. He entendido que a veces solo cuando te están puteando sientes empatía. Me interesan todas las herramientas, todos los matices de la comunicación, y he visto que cuando hablas tranquilo, cuando eres diplomático, no te escuchan. ¡La puteada es el camino!”

Sobrevive ahora como puede. Tiene el apoyo legal de la organización internacional Artistic Freedom Initiative, pero para comer hace pequeños trabajos lavando el casco de barcos de recreo, vendiendo comida mexicana, haciendo tareas de mantenimiento o arrancando pisos. Le alivia que al menos, dice, su madre esté más tranquila con él fuera del país. Fuera de eso, como uno de los miles que en El Salvador pacífico de Bukele tienen miedo o son castigados por expresarse en público, todo es frustración.

“Después de este domingo habrá en El Salvador otras reglas del juego, y si la gente no se da cuenta rápido, después no se va a poder hacer mucho”, dice. “Pero todavía siento que no ha terminado el partido. Para la población en general viene un tiempo de miedos pero después de tanto desenfado con la política tenemos que asumir que tocará poner el cuerpo. El hambre y la corrupción están ahí y esto no va a ser sostenible. Vendrá el momento de que reaccionemos los salvadoreños”, dice. “El momento de los cerotes, jaja”.

Es una risa amarga. Enseguida le vuelve el exilio a la cara. “Mi intención siempre fue despertar a alguien, que la gente participara más...”, y hace una pausa. “Ahora duele que la gente me dijera ‘andá, comete la papeleta’ y no hicieran nada”.

Mientras a pocos metros la gente sigue votando y una familia uniformada con camisetas del presidente se saca fotografías, algo se desanuda dentro de Rodríguez y llora en silencio por varios minutos. “Tanto, para nada”, maldice. Y como si de repente viera una oportunidad performática, rechaza el pañuelo de papel que le ofrezco, casi sonríe, y se seca las lágrimas con las páginas abiertas de su pasaporte.

Una elección controlada

Minutos antes de que el Crack llegara al centro de votación lo hizo un youtuber con atuendo de metalero que entró retransmitiendo en directo y preguntando “¿Todo en orden? ¿No ha venido por aquí nadie del 3 % causando problemas?”

El 3 %, o el 4, o “los mismos de siempre” es como Nayib Bukele llama desde que llegó al poder a todo aquel que lo cuestiona o que no le aplaude en las encuestas. En 2019 ganó la presidencia con el 53 % del 51 % del padrón, el porcentaje que acudió a votar, pero desde el primer minuto reinterpretó su índice de popularidad para decir que tenía el respaldo del 97 % de la población. La elección del domingo era para él un referéndum en el que demostrarlo.

Hace ocho meses la Asamblea Legislativa, bajo dominio del presidente, redujo por ley el número de diputados y cambió el sistema matemático de recuento y asignación de curules del cociente Hare al método D'Hondt, que favorece a los partidos con más votos y resta representación a las minorías. No se trataba de ganar o no la presidencia, sino de ratificar un mensaje de poder absoluto y, sobre todo, de sacar a la oposición del congreso. “Un diputado de Nuevas Ideas que perdamos es un diputado de las pandillas que entra”, tuiteó toda la semana antes de la votación el jefe de fracción del partido oficial, Christian Guevara.

Salvadoreños guardan fila sobre el Southwest Fwy para ingresar al centro de votación en el hotel Crowne Plaza de Houston, el domingo 4 de febrero de 2024. El partido Nuevas Ideas ofreció comida y transporte para miles de votantes en Texas. Foto de El Faro: Élmer Romero.
Salvadoreños guardan fila sobre el Southwest Fwy para ingresar al centro de votación en el hotel Crowne Plaza de Houston, el domingo 4 de febrero de 2024. El partido Nuevas Ideas ofreció comida y transporte para miles de votantes en Texas. Foto de El Faro: Élmer Romero.

El voto de la diáspora era una pieza clave de la estrategia de Bukele. Por eso la Ley Especial para el Voto en el Exterior, hecha a su medida, asigna todos los votos de quienes tienen residencia registrada en el extranjero al departamento de San Salvador, el que reparte el mayor número de diputados. Por eso durante todo enero Nuevas Ideas instaló en calles y comercios de ciudades y barrios específicos de Estados Unidos mesas para ayudar a votar online —los “puntos cyan”, el color del partido—. Por eso durante todo el domingo, único día para que el segmento de la diáspora que conserva en sus documentos una dirección de El Salvador votara de forma presencial, usando urnas electrónicas, la maquinaria gubernamental y de Nuevas Ideas tomó control del proceso hasta anular en algunos centros, literalmente, la autoridad del Tribunal.

Lo había anticipado el viernes 2 de febrero una publicación de la revista Focos. La investigación reveló una reunión virtual en la que la jefa de Gabinete del presidente Bukele, Carolina Recinos, dio instrucciones a una docena de jefes de centros de votación en Estados Unidos pertenecientes a Nuevas Ideas, pese a que esas posiciones son en teoría apartidarias. Las órdenes incluían coordinarse con los puntos cyan que se instalarían durante todo el día en los mismos centros de votación.

Antes, el TSE ya había rechazado las listas de nombres que los partidos de oposición presentaron para integrar las Juntas Receptoras de Votos (JRV), dejándolas así en manos del partido de gobierno y sus aliados. Ni hablar de la ausencia de una auditoría independiente sobre el sistema informático del voto online. El sábado Elsa Mendoza, directora de Asuntos Internacionales del COENA y máxima responsable del partido Arena para el voto en Estados Unidos, me dijo desde Nueva York: “A esta elección vamos desarmados”.

***

La jornada electoral del domingo 4 fue un descaro.

En el Centro de Convenciones de Washington DC los vigilantes de voto de Nuevas Ideas presionaron a la jefa de centro para que expulsara a los periodistas del salón donde sucedía la votación, y respondían en lugar del Tribunal cuando un reportero hacía preguntas. Tal y como se había planeado en la reunión virtual con Carolina Recinos, en cada centro se instaló una reedición de los puntos cyan, esta vez sin colores, pero atendidos por personal de los consulados —empleados del gobierno de Bukele— acreditados por el TSE y que usaban, según decían, tablets del Tribunal. Su labor era facilitar que quienes no habían sabido o podido votar online lo hicieran.

En su esfuerzo por arañar cada voto, el consulado de Silver Spring abrió el domingo para que quien no había podido o querido hacerlo antes recogiera su DUI el mismo día de la votación.

En la mayoría de centros hubo, aun así, problemas porque el sistema informático no reconocía ciertos números de documento único de identidad o, sobre todo, de pasaporte. En Washington o en Bethesda hubo quien no pudo votar tras horas de espera, mientras los técnicos y el personal del Tribunal improvisaban explicaciones. “No hay un patrón claro, es aleatorio, hay algunos números de documento que el sistema no está reconociendo”, dijo la representante del TSE en el Centro de Convenciones Walter E. Washington, en el centro de la capital. “Ya avisé al Tribunal en San Salvador. Dicen que esa gente no podrá votar”.

No fue así en todos los casos. El Faro tiene copia de un video en el que dos votantes que acudieron al Marriott del aeropuerto de LaGuardia, en Nueva York, explican que sus documentos no aparecían registrados pero cuentan que, tras una llamada telefónica, personal del TSE los introdujo en ese momento en el sistema para que pudieran ejercer el voto.

Empleados consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador orientan a votantes salvadoreños en Washington, DC, durante la elección presidencial y legislativa del 4 de febrero de 2024. Foto de El Faro: José Luis Sanz.
Empleados consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores de El Salvador orientan a votantes salvadoreños en Washington, DC, durante la elección presidencial y legislativa del 4 de febrero de 2024. Foto de El Faro: José Luis Sanz.

Un video similar, grabado por una vigilante electoral en el centro de votación de College Park, muestra a la embajadora Milena Mayorga hablando por teléfono en un intento por resolver ese mismo problema para varios votantes cuyo pasaporte no aparecía en el sistema. En un punto de la grabación se la oye decir: “Quieren votar con pasaporte, pero el sistema no los encuentra… Sí, porque son bastantes”. A continuación, da a uno de los contratistas a cargo de la digitación de documentos la instrucción directa de “mandar una foto de todos [los documentos no registrados] para que el Tribunal Supremo Electoral vea la incidencia y pueda corregirlo”. Cuando la vigilante electoral reclama a la embajadora que está asumiendo una competencia que corresponde a la JRV, Mayorga responde que está en el lugar “como observadora”, y continúa dando instrucciones al personal del centro de votación.

La carrera por que se emitiera el mayor número posible de votos en Estados Unidos se complicó a medida que se acercaban las cinco de la tarde, hora del cierre de urnas. En Bethesda, una integrante de la JRV tuvo que hacer intensas gestiones para garantizar que el sistema informático no se bloqueara automáticamente a las 5:30 pm y para confirmar que a los empleados de la empresa INDRA, encargada del voto electrónico, se les pagaría horas extra a cambio de que siguieran trabajando hasta que todos los votantes en la fila emitieran el sufragio. Un vigilante del FMLN denuncia que en el Walter E. Washington, en la capital, representantes de Nuevas Ideas ordenaron volver a abrir las puertas pasadas las 5:20 pm para que pudiera votar un grupo de ocho personas que había llegado tarde.

A las cinco, en el College Park de las interminables colas, habían votado alrededor de 4 mil personas pero centenares aún guardaban fila en la calle. Hubo discusiones sobre si dejarlos entrar a todos o no, agravadas por el hecho de que el contrato de alquiler del local obligaba a entregarlo ya vacío y limpio a las nueve de la noche. Se consideró ampliar el contrato. Finalmente, el centro cerró pasadas las 6:30 y unas trescientas personas quedaron fuera. Hubo protestas. La policía del campus de la Universidad de Maryland, donde se encuentra el local, llegó a intervenir.

Mientras, el caos se apoderaba del recuento en San Salvador. Las horas pasaban y seguía sin haber datos oficiales. Ni tan siquiera había forma de conocer el índice de participación electoral. Per el TSE se sumó una vez más a la agenda gubernamental y consideró prioritario el asunto de quienes en Estados Unidos no alcanzaron a votar. Esa misma noche anunció que la votación se reabriría para ellos. El mismísimo Fiscal General de la República se pronunció sobre el tema: “La Fiscalía procesará a quien cometa delito”, tuiteó. “A todos los votantes que estaban esperando y que llegaron antes de la hora de cierre, se les debe permitir votar”.

El miércoles, finalmente, el tribunal rectificó y desechó la idea de reabrir una votación de la que aún no hay resultados oficiales pero en la que el presidente Bukele ya se ha autoproclamado ganador. Para celebrar esa extraña votación en tiempo extra, prohibida explícitamente por la ley electoral, se llegó a fijar el domingo 18 de febrero. Un magistrado del Tribunal lo anunció el martes por la tarde y fue así como se enteró de la fecha Elsa Mendoza, la dirigente de Arena a cargo de la votación en el exterior.

El partido oficial tenía el dato desde mucho antes. Pocos minutos después de las 7 de la mañana de ese martes, cuando en San Salvador aún eran las 6 am, un cuadro medio de Nuevas Ideas en Washington me envió este mensaje:

—Buenos días, Míster. Se están formando grupos para el 18 de este mes. Cuando tenga information de los locales le aviso. Buen día.

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