Virginia venció. Después de perder tanto, de perder sin razón alguna lo que más ama, lo logró. Virginia, a sus 50 años, vendiendo conservas de coco y semillas de almendra, venció al régimen. Viajando desde su isla hasta el juzgado, y a los centros penales, recuperó al hijo que el Estado le robó. Virginia, a pesar de las limitantes económicas, perseveró y derrotó la injusticia que le impuso la política más célebre y aplaudida del hombre más poderoso que El Salvador ha conocido en toda la posguerra: Nayib Bukele. Virginia logró lo que poca gente ha logrado en los últimos dos años.
Virginia Cali es habitante de la Isla Espíritu Santo, de la Bahía de Jiquilisco, Usulután. Estudió hasta cuarto grado de educación básica y aprendió a hacer conservas de coco que vende en la carretera del Litoral. La isla en la que Virginia y su familia viven es un ejemplo de cómo policías y militares han actuado como jueces durante el régimen de excepción capturando indiscriminadamente a miles de personas. En la isla nunca hubo pandillas. Sin embargo, Samuel, el hijo de Virginia, que en aquellos días tenía 17 años, fue capturado la noche del 3 de julio del 2022, cuando el régimen tenía poco más de tres meses de haber iniciado. Hasta esta fecha contabiliza más de 78,000 capturas. 25 fueron en la isla sin pandillas.
Según un informe del Socorro Jurídico Humanitario, se han registrado 236 casos de personas que murieron dentro de las cárceles, bajo custodia estatal y en su mayoría sin haber sido juzgadas. La arbitrariedad del régimen ha destruido el debido proceso, se hacen audiencias de cientos de personas simultáneamente, sin individualizar cada caso. Toda la información sobre el régimen de excepción es un secreto de Estado. Se sabe que hay unas 7,000 personas liberadas en este periodo porque el ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Villatoro, lo dijo en una entrevista televisiva. Samuel es una de esas personas. Virginia lo logró.
Para Virginia, el viaje para recuperar a Samuel fue más turbulento que las aguas picadas que sacuden las lanchas que navegan por la bahía. Tuvo que pagar decenas de viajes en lancha, por 25 dólares, para poder salir de madrugada con un paquete de suministros, ir hasta el Centro de Inserción Social El Espino, Ahuachapán, a más de 200 kilómetros de la isla. Hizo repetidos viajes a los juzgados de Usulután y San Miguel para seguir el proceso de su hijo. Incluso con la carta de libertad en mano, tuvo que ir tres veces a la prisión, hasta que por fin le devolvieron a su hijo.
Cada viaje mensual a dejar el paquete carcelario le quitaba al menos 35 dólares de su ya empobrecida economía. Pero recuperó a Samuel. Virginia perdió tiempo. Durante casi 20 meses combinó su trabajo de cocinar conserva con sus trámites de liberación. Pero recuperó a Samuel. Virginia perdió incluso la esperanza cuando su hijo fue condenado a diez años por el falso testimonio de un sargento ante la Cámara de Menores de Usulután. Apeló la decisión. Recuperó a Samuel. Virginia fue aplastada por una política sin normas claras. Pero recuperó a Samuel que no es marero ni nunca lo fue, como ella sabía desde siempre, al igual que toda su comunidad, y ahora mismo el Estado salvadoreño. Samuel no es marero. Virginia no es madre de un marero. Tras 589 días de prisión para Samuel, esa madre isleña venció a un régimen construido para no dejarse vencer. Aún permanecen 17 isleños capturados en las celdas del régimen.
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