El Salvador / Transparencia

¿Quién pepena las baldosas del Palacio Nacional en el río Las Cañas?

Las últimas dos semanas, varios hombres llegaron hasta la quebrada donde días atrás habían sido desechadas baldosas centenarias del Palacio Nacional. Lo hicieron intentando pasar desapercibidos e incluso cerrando el acceso público al área con un vigilante. Los habitantes del lugar los identifican como trabajadores del MOP. El Faro pudo verificar que recuperaban las baldosas y también descubrió a camiones de ANDA lanzando más desperdicios al río.

Diego Rosales
Diego Rosales

Sábado, 18 de mayo de 2024
Gabriel Labrador

Para exhumar las baldosas del Palacio Nacional primero hay que dejar que la mirada se acostumbre. Las coloridas y centenarias baldosas hidráulicas de al menos 113 años de antigüedad no se ven con facilidad en aquella ladera de desperdicios en el río Las Cañas, en el límite entre Soyapango e Ilopango. Al principio parece que no hay nada más que restos de otras destrucciones ordinarias: piedras, rocas, palos, tubos, llantas, sacos repletos de todo y de nada, mochilas tostadas por el sol, alambres, plásticos de colores y grosores variados. Pero después de algunos minutos, la mirada se ajusta y se aprende a distinguir las esquinas de las baldosas, sus colores.

Se avanza unos pasos como para subir la ladera por el extremo poniente, que tiene más escombros y menos pendiente. Los pies se hunden un poco en la arena blanca y fina, se hunden un poco más con cada paso, y el cuerpo comienza a tambalear porque no hay superficie firme. El delicado ruido de pronto se hace fuerte: es un coro interminable de campanitas, como de pequeños cristales cayendo por todas partes, en minúsculos, musicales e incesantes derrumbes. Parece que en cualquier momento la parte alta del talud se vendrá encima. Hay ráfagas de viento que de pronto levantan el polvo y la vista debe apagarse. El olor es entre húmedo y pestilente, parecido al del agua estancada. Al hundir la mano en la tierra, la sensación es de tibieza. Las baldosas miden 20 por 20 centímetros. A la mitad de la ladera, lejos del río, pero también lejos de la planicie de la parte alta, uno empieza a distinguir los restos: los hay triangulares, rectangulares, deformes. A veces, cuando se saca el pie para dar un paso, la tierra y los escombros se mueven al unísono y dejan a la vista las piezas mutiladas. Se escuchan campanitas, los miniderrumbes. Y aparecen los colores. A veces las baldosas salen completas y uno entonces comprende, aunque ya lo supiera, que es verdad, que aquí ha rodado parte de la historia salvadoreña. Que 113 años de cultura, es verdad, también pueden verse así.

Dos semanas después de la destrucción del piso del Palacio Nacional, aún no hay explicaciones de ninguna autoridad. El Ministerio de Obras Públicas (MOP) calla, al igual que el de Cultura y la Alcaldía de San Salvador Este, donde está el río Las Cañas. El Faro pidió a todas esas instancias una entrevista el miércoles 15 de mayo, pero al cierre de esta nota no hubo respuesta.

No hay respuesta pública mientras siguen pasando cosas allá en el río. La tarde del jueves 9 de mayo, El Faro observó a ocho hombres cuando recogían escombros del fondo del río y los colocaban en la cama de un camión arenero de unos 15 metros de largo. Descendían y subían con la ayuda de lazos amarrados al camión, estacionado en la calle de acceso a la comunidad Meléndez Mazzini, a 50 metros de la entrada, al borde de uno de los puntos de descarga más prominentes. Toda la calle de acceso a la comunidad es un botadero a cielo abierto, pero a 50 metros de la entrada, y en otro punto más adelante, a 150 metros de la entrada, están ubicados las principales áreas de descarga. Cuatro vecinos de la quebrada dijeron por separado a El Faro, la tarde del jueves 9 de mayo, que esos trabajadores eran del MOP.

“Son del MOP, porque han estado todo el día ahí. Los que solo vienen a botar se van rápido, pero estos tienen todo el día de estar ahí”, dijo uno de los vecinos de la quebrada. Otro vecino mencionó: “Son los mismos camiones que han venido a tirar a veces”, dijo.

Reportes de otros periodistas, el viernes 17 de mayo, informaron sobre una dinámica similar: supuestos empleados del Gobierno llegaron en camiones con los logos tapados y descendieron al barranco para recuperar las baldosas.

El jueves 9, El Faro tomó fotografías y videos de los empleados, y en las imágenes se observa que cargan baldosas del palacio.

Este medio intentó entrevistar a los trabajadores. Tres de ellos, al ver a los periodistas acercarse, dejaron lo que estaban haciendo a toda prisa, se subieron a un vehículo blanco con los vidrios polarizados y placas particulares, y se fueron. El resto de hombres dejó de subir y bajar por aquella ladera, y se sentó en una cuneta como en un receso. Solo uno que estaba más cercano al barranco respondió algo.

—¿Están recogiendo los ladrillos del Palacio Nacional? —pregunté.

—No, estamos haciendo otra cosa.

—Ya veo. ¿Dónde trabajan ustedes?

—Eso no se lo puedo decir.

—¿Por qué?

—No soy el responsable.

—¿Quién es el responsable? Me gustaría hablar con él.

—No se va a poder eso.

—¿Por qué?

—Aquí solo estamos trabajando.

—¿Qué están recogiendo del fondo si se puede saber?

—Otras cosas, no tiene nada que ver con el Palacio.

Después de unos minutos de silencio en los que nadie se movía, fui al segundo lugar de descarga. Ahí suelen llegar camiones de volteo todos los días. El sábado 4 de mayo, El Faro atestiguó cómo trabajadores uniformados con jeans y camisa tipo polo, azul, llegaron a bordo de dos camiones de carga, con el logo de la Alcaldía de Soyapango. Ese sábado, un montículo de baldosas del Palacio se acumulaban justo al borde del precipicio. Un camión de Obras Públicas las había ido a dejar ahí con la idea de deshacerse de ellas y, de paso, ayudar a consolidar el talud que sostiene el suelo terroso de la comunidad Meléndez Mazzini.

Algunas piezas del Palacio Nacional rodaron hasta alcanzar el río Las Cañas que atraviesa San Salvador, Tonacatepeque, San Martín, Ilopango y Soyapango, a lo largo de 21 kilómetros. Foto de El Faro/Diego Rosales
Algunas piezas del Palacio Nacional rodaron hasta alcanzar el río Las Cañas que atraviesa San Salvador, Tonacatepeque, San Martín, Ilopango y Soyapango, a lo largo de 21 kilómetros. Foto de El Faro/Diego Rosales

El martes 6 de mayo por la tarde fui de nuevo al lugar, acompañado de otros periodistas. Ese día, la calle de acceso a la comunidad estaba bloqueada con una pluma metálica que, el resto del tiempo, solía estar levantada. Aquella vez, sin embargo, la pluma estaba custodiada por un hombre uniformado con una camisa polo color azul y nadie podría entrar o salir de aquella calle sin su venia. Me moví a otro punto desde el que pudiera verse el botadero.

Desde el otro lado de la quebrada, desde un taller automotriz, observé a otros hombres que habían hecho una cadena humana y utilizaban lazos para descender al segundo despeñadero. Algunos también usaban el uniforme azul, como el que días antes había visto en los empleados de la Alcaldía. También usaban lazos para agilizar su desplazamiento y noté que con los desperdicios que recogían de la medianía del talud llenaban unos sacos que luego sujetaban a lazos y halaban hasta la cima. Ahí, los hombres subían los sacos sobre sus hombros y los cargaban hasta un picop negro de placas particulares. Estuvieron trabajando desde las 11 de la mañana y al cabo de 40 minutos se fueron. Después de eso, la pluma metálica de la entrada de la comunidad volvió a levantarse y cualquier persona podía salir o entrar.

El Faro intentó obtener una declaración de la Alcaldía de San Salvador Este. Se dejó un recado con la recepcionista, que dijo que lo pasaría a la jefa de prensa. Al cierre de esta nota, no había respuesta.  

Perseguir al mensajero

Ya antes, el Gobierno había intentado identificar a los empleados que fotografiaron el interior del Palacio Nacional con las obras en marcha. El viernes 3 de mayo, el historiador e investigador Carlos Cañas Dinarte publicó en redes sociales fotos del interior del Palacio Nacional cuando ya se habían quitado las baldosas. Esas fotos se hicieron virales y, según testimonios de personas que estaban trabajando en las obras, ese día empleados de Gobierno llegaron a hacer una revisión de los teléfonos de todos los trabajadores para saber quién había tomado las fotografías.

A pesar de que la destrucción fue tendencia durante casi dos semanas en redes sociales —de acuerdo con estudios de escucha digital del servicio Digital Insights—, la respuesta del Gobierno fue más destrucción y más demolición en el Centro Histórico de San Salvador. La manzana al costado sur del Palacio Nacional (a la par de la nueva Biblioteca Nacional construida por el Gobierno de China) fue derribada casi por completo por el MOP en la última semana. Es parte de las 23 manzanas llamadas “Microcentro-Perímetro A”, según el Decreto 680 de la Asamblea Legislativa del 14 de agosto de 2008. Este perímetro y otras áreas del Centro Histórico “[atesoran] un acervo arquitectónico, histórico y urbanístico de singulares características, en donde se registran con suma claridad la memoria histórica de los períodos vividos a lo largo de los siglos por nuestra nación; y que a la vez se erige como el verdadero génesis de nuestra metrópoli, constituyendo de esa forma, un área emblemática para fortalecer el amor cívico y la identidad nacional; por lo cual, es indispensable declararle 'Centro Histórico', como una medida que le otorgue la protección del imperio de la ley a tan importante área”, dice el Decreto.

Baldosas del pasillo poniente, cerca de la entrada posterior del Palacio Nacional, yacen en la ladera del barranco que conduce al río Las Cañas, en el límite de los distritos Soyapango e Ilopango. Foto de El Faro/Diego Rosales
Baldosas del pasillo poniente, cerca de la entrada posterior del Palacio Nacional, yacen en la ladera del barranco que conduce al río Las Cañas, en el límite de los distritos Soyapango e Ilopango. Foto de El Faro/Diego Rosales

El Ministerio ha dado información muy superficial, sin explicar las dimensiones de su intervención. Desde el 8 de abril, por ejemplo, el MOP publicó 131 posts en la red social X usando la palabra “Centro Histórico”, pero sin dar detalles de los trabajos. Igual que las palabras “Palacio Nacional”, que aparecen siete veces, pero ninguna relacionada al desmantelamiento del piso. Se pidió una entrevista con alguien del Ministerio el miércoles 15 de abril, pero al cierre de esta nota no hubo respuesta.

El Ministerio de Cultura, que tiene la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural, que se encarga de autorizar y supervisar las obras en el Centro Histórico, también hizo mutis. Desde abril, en la red social X apenas publicó dos veces un post con las palabras “Centro Histórico”. Las dos publicaciones son del 6 de mayo —dos días después de que El Faro descubriera los restos en Las Cañas—, para promocionar un entendimiento entre el registro de propiedad y la Autoridad de Planificación del Centro Histórico, donde están representadas la Dirección Nacional de Patrimonio, del Ministerio de Turismo y de la Alcaldía capitalina. “El referido convenio es para optimizar servicios en el Centro Histórico de San Salvador a través de una ventanilla única”, decía la segunda de las publicaciones de Cultura.

Alrededor del Palacio, decenas de vendedores informales fueron desalojados por el MOP. Algunos consiguieron que el Gobierno les diera un puesto en el cercano mercado Hula Hula. Los desalojos son parte del despeje de área. El 1 de junio, según empleados que trabajan en la zona, todo debe estar listo para la ceremonia de toma de posesión del segundo mandato inconstitucional del presidente Nayib Bukele. No quieren ventas informales ni edificios en mal estado que afeen la fiesta. Al interior del Palacio, una centenaria araucaria que simbolizaba una de las cinco naciones centroamericanas también fue removida y transplantada en el terreno aledaño donde el MOP también hizo la demolición reciente. Por si el simbolismo fuera poco, esa araucaria representaba justamente a El Salvador, según el historiador Cañas Dinarte.

Río Las Cañas: botadero del Estado

Mientras las explicaciones sobre el palacio no llegan, el silencio sobre la contaminación del río Las Cañas es notorio. En las cuatro visitas que El Faro hizo al lugar, diversas instituciones del Estado, incluyendo la encargada de velar porque el agua potable llegue a todo el país, la ANDA, llegó para usar aquellos despeñaderos como basurero. El jueves 9 de mayo, un camión de la institución se estacionó en la ladera oriente —la que conecta con el taller automotriz— y descargó desperdicios: tubos, ripio y otros restos. El Faro atestiguó la escena y pudo ver los logos de la institución. ANDA se suma al MOP y a la Alcaldía de San Salvador Este (exalcaldía de Soyapango) como entidades que contaminan el río que recorre 21 kilómetros desde el Cerro San Jacinto hasta la desembocadura con el río Acelhuate, que a su vez conecta con el importante río Lempa.

El río Las Cañas es un botadero donde incluso instituciones como la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) llega a botar desperdicios, así como otras instituciones y alcaldías, como Obras Públicas y la Alcaldía de San Salvador Este. El Faro/Diego Rosales
El río Las Cañas es un botadero donde incluso instituciones como la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) llega a botar desperdicios, así como otras instituciones y alcaldías, como Obras Públicas y la Alcaldía de San Salvador Este. El Faro/Diego Rosales

Atardecía. Los últimos rayos del sol iluminaban el lugar. Un empleado del taller observaba la escena como quien ve llover: “¿Ya ve? Si aquí la quebrada es un botadero de todos”. Más temprano, el empleado se había burlado de algunos de sus compañeros que, alertados por lo que decían los periódicos, habían decidido rascar la tierra hasta encontrar alguna baldosa y llevársela como botín.

La noticia de las baldosas en la quebrada causó el interés de historiadores, periodistas, restauradores, arquitectos, coleccionistas, artistas… Varios buscaron la manera de llegar a la quebrada y llevarse un pedacito de historia centenaria. A otros, como aquel empleado burlón, todo eso le causaba incredulidad. “¿Y qué le ven a esos ladrillos? No creo que a nadie le den nada por esas cosas”.

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