Art. 154.- El período presidencial será de cinco años y comenzará y terminará el día primero de junio, sin que la persona que haya ejercido la Presidencia pueda continuar en sus funciones ni un día más.
Constitución de la República de El Salvador
Ha terminado la presidencia constitucional de Nayib Bukele. A partir de aquí, su permanencia en el poder se ejerce en contra de lo dispuesto en seis artículos de la Constitución salvadoreña.
El ahora presidente de facto y su clan familiar se entronizan por encima de nuestras leyes sin que haya, de hecho, ninguna institución capaz de imponer límites a su atropello constitucional. El régimen autoritario se ha convertido en dictadura.
Todos los demás elementos de las dictaduras están presentes también: control de los tres poderes del Estado; nula rendición de cuentas y ocultamiento de información pública; utilización política de los cuerpos de seguridad y del aparato judicial; persecución a la oposición y a las voces críticas; presos políticos; torturas sistemáticas en las cárceles; ausencia de estado de derecho, demanda de pleitesía por parte de Bukele y también una convicción creciente de parte de la población de que es necesario suplicar en la redes sociales a Bukele para obtener un favor: la liberación de un pariente arrestado injustamente o algún resarcimiento ante el atropello de cualquier funcionario público.
Para encontrar en nuestra historia un paralelo hay que remontarse a 1935, cuando el último dictador salvadoreño, Maximiliano Hernández Martínez, se reeligió también contra las disposiciones de la Constitución entonces vigente. Fueron él y sus asesores quienes inventaron la charada que hemos visto repetida nueve décadas después: Maximiliano Hernández Martínez pidió licencia por seis meses, para argumentar que su siguiente periodo no era una reelección sino un segundo mandato. Exactamente igual a la fórmula que utilizó Bukele, bajo la tutela del vicepresidente Félix Ulloa y la complicidad de los magistrados de la Corte Suprema. Ni siquiera esa idea es nueva en el bukelato.
Aquellas prácticas, que pensábamos haber dejado varios capítulos atrás en nuestra historia, vuelven hoy. Cuando las lecciones no se aprenden y asumen por el conjunto de la patria, las peores calamidades encuentran manera de regresar.
Por eso publicamos esta edición en sepia, el color de las fotografías de 1935, para dar cuenta de lo anacrónica, de lo retrógrada, de lo gastada que es esta instalación de una dictadura. Lecciones de la historia: nuestros derechos, ya muy limitados, se irán reduciendo aún más, al antojo del dictador que, en cambio, seguirá exigiendo pleitesías y reprimiendo disensos y críticas.
Pero hay cosas nuevas en esta versión contemporánea: su utilización de las redes sociales para imponer su narrativa y diseminar propaganda y mentiras es una. La cantidad de recursos estatales a su disposición es otra. El estilo de gobierno de los Bukele no deja lugar a dudas: el cierre de información sobre el manejo de la hacienda pública, la utilización de la Asamblea Legislativa para formular leyes de amnistía ante la corrupción y el uso del aparato de Estado para chantajear y aumentar las fortunas personales de quienes ostentan el poder –entre ellos empresarios indignos del país en el que han hecho sus fortunas– se incrementará sin restricciones.
Bukele ha sabido mantener un gran apoyo popular que también, lecciones de la historia, terminará cuando la crisis económica reviente. Entonces vendrán la represión estatal, el conformismo y el miedo ciudadano, ya presentes en buena medida, y que son indispensables para una dictadura.
No es a los menos privilegiados, sino a las clases medias y altas, a quienes demandamos tomar posición frente a la dictadura. Son estos sectores quienes están en mejor posición, y por tanto más obligados, para actuar frente a la noche que nos ha caído.
En un reciente conversatorio, los historiadores Héctor Lindo y Roberto Turcios concluían que el Siglo XX en El Salvador estuvo marcado por una tradición autoritaria, pero también por una tradición democrática que le resistió.
Ambas tradiciones vuelven a encontrarse hoy en El Salvador. Una, la autoritaria, encarnada en un proyecto dictatorial familiar, corrupto y mafioso. Otra, la democrática, que hoy espera a ciudadanos dispuestos a asumir el protagonismo que la historia les demanda, a organizar el disenso y bregar por el retorno de nuestra vida republicana.
En El Faro, renovamos nuestra promesa de poner todo nuestro empeño en alumbrar este oscuro capítulo de nuestra historia. Ese es nuestro deber.