Columnas / Política

Carta desde Chile: se sumergen en un túnel oscuro

Ya no se necesita ni bombardear un palacio presidencial ni sacar tanques y soldados a ocupar las ciudades para tomar el poder total. El modelo que diseñó y ejecutó Bukele para intervenir el Poder Legislativo y Judicial; y las instituciones del sistema democrático de El Salvador, así lo demuestra.
AFP
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Sábado, 1 de junio de 2024
Mónica González / Santiago, Chile

Hoy Nayib Bukele ha sido ungido dictador. Y por ello siento la necesidad de escribirles a las salvadoreñas y salvadoreños. Ustedes se sumergen en un túnel oscuro. Yo, vengo saliendo de allí. ¡Y cómo nos ha costado! La fractura que partió Chile en dos, cincuenta años más tarde todavía no cierra. Tampoco las heridas. En esa grieta no hay solo muertos y desaparecidos. De eso ustedes saben después de una guerra civil (1980-1992) que dejó unos 100 mil muertos. Es mucho más: despojos, mentiras, pérdidas irreparables, saqueos, quiebres que nos partieron también el alma. Allí se anidan miedos, odios, cicatrices. También vergüenzas por tantas cobardías nunca asumidas. Un cúmulo que se incrustó y se ha ido traspasando a hijos y nietos.

Imposible no pensar en los rasgos que identifican a los hombres que buscan el poder total. Y uno de ellos es la traición y el travestismo. 

Veamos, el dictador de Chile, general Augusto Pinochet, hasta un día antes del Golpe de Estado (11 de septiembre de 1973), le rindió pleitesía al presidente Salvador Allende y le juró lealtad. Al punto que el día del Golpe envió a su familia a refugiarse en un regimiento comandado por un coronel marxista, como Allende. Días más tarde del triunfo de los golpistas, Pinochet ordenó matar al coronel Cantuarias. Poco después ordenaría asesinar uno a uno a los hombres que fueron testigos de su obsecuencia: el excomandante en jefe del Ejército, Carlos Prats; el excanciller y exministro de Defensa de Allende, Orlando Letelier; el exministro del Interior, José Tohá… La lista sigue.

Nayib Bukele comenzó su carrera política en 2012 al alero del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Durante más de una década las campañas políticas del FMLN fueron hechas por las empresas de publicidad del padre de Bukele. Y uno de los primeros trabajos del presidente en ese rubro fue la campaña presidencial de 2004 de Schafik Hándal, uno de los guerrilleros más importantes de América Latina. Hoy su nicho político está en la ultraderecha mundial. Y su referente: el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. 

Puede que en esa identificación con Trump esté la razón de su silencio de estos meses sobre el genocidio en Gaza. Y ello, a pesar de que el presidente de El Salvador tiene origen palestino. De hecho, su padre, Armando Bukele Kattán, fue líder de la comunidad árabe en El Salvador y dejó su sello en la construcción de las primeras mezquitas. 

Las reveladoras cintas secretas

No sé si ustedes lo saben, pero la pérdida de la democracia en Chile en septiembre de 1973 tuvo un hito histórico al inicio. La nacionalización de las minas de cobre que llevó a cabo el presidente Salvador Allende en 1971, explotadas por dos poderosas multinacionales estadounidenses: Kennecott y Anaconda. La pérdida de las cuantiosas utilidades que ellas obtenían en Chile y el terror de que esa acción fuera imitada por otros gobernantes en el mundo, hizo que esas multinacionales instaran al entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon y a su secretario de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, a derrocar al primer presidente marxista elegido por voto popular.  

El detalle de cómo y por qué se gestó ese Golpe de Estado en el Salón Oval de la Casa Blanca, en Washington, fue un descubrimiento fortuito. En 1973, en el desarrollo de las dramáticas audiencias en el Congreso de Estados Unidos en la investigación del llamado Caso Watergate, un asesor de la Casa Blanca reveló la existencia de un sistema de grabación secreto en el despacho del presidente Nixon, quien se negó a entregar las cintas. Se entabló un acerado debate jurídico. Y, finalmente, la Corte Suprema dictaminó.  

Así fue como una comisión del Congreso se hizo de las 3,700 horas de conversaciones del presidente Nixon con Kissinger y su staff más privado. Y descubrieron que Nixon había mentido al intentar ocultar su rol principal en el “asalto” y robo de documentos en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, en el edificio Watergate (Washington) en julio de 1972. Había también dineros no declarados para la campaña de reelección de Nixon. Y una orden de Nixon para que el FBI, la CIA e incluso el IRS (Impuestos Internos) ejercieran acoso sobre dirigentes políticos y periodistas influyentes que pudieran develar la conspiración. 

Cuando la trama emergió, con gran participación de dos periodistas del The Washington Post (Carl Bernstein y Bob Woodward), nadie pudo detener la crisis institucional. Para impedir su destitución, Nixon renunció a la presidencia el 9 de agosto de 1974. 

¿Qué tiene que ver esto con el Golpe de Estado en Chile? Mucho. Pues las grabaciones de Nixon abarcaron un periodo entre febrero de 1971 y mediados de julio de 1973. Y allí también quedó registrada la furia que provocó en Nixon y Kissinger la decisión del gobierno Allende de nacionalizar empresas estadounidenses que por décadas dominaron la economía chilena. Se escucha a los funcionarios discutir cómo derrocar el gobierno de un pequeño país de América Latina que desafiaba la hegemonía política y económica de EE.UU. Aunque se provoque un baño de sangre. Es la captura inédita de las voces sin maquillaje de Nixon y Kissinger exigiendo que se “remueva” al “hijo de puta” de Salvador Allende y discutiendo la mejor forma de “patear su trasero”. 

Han transcurrido 50 años. A partir de hoy estamos notificados de que el modelo para armar de cómo se diseñó y se ejecutó el Golpe de Estado en Chile fue superado por otro. Ya no se necesita ni bombardear un palacio presidencial ni sacar tanques y soldados a ocupar las ciudades para tomar el poder total. Lo demuestra el modelo que diseñó y ejecutó Bukele para intervenir el Poder Legislativo y Judicial; las instituciones del sistema democrático de El Salvador. 

Es muy probable que algún día sepamos -al igual como las tramas de la conspiración de Nixon en el Caso Watergate y la de su intervención para el Golpe en Chile- en qué momento y con quiénes decidió que su estrategia para hacerse del poder total sería la seguridad. Y qué debió ir entregando a cambio en cada etapa para lograrlo.  

Un hito de origen: elecciones legislativas de marzo de 2018. Bukele llamó a votar nulo: 'En la próxima elección no va a haber Nuevas Ideas en la papeleta. ¡Voten nulo! Y si le da pereza, quédese en su casa viendo televisión'. 180 mil de ustedes lo hicieron, rompiendo los récords. Con esa cifra, partió a recoger firmas para inscribir su partido Nuevas Ideas. 

El siguiente hito fue el domingo 9 de febrero de 2020. Las imágenes del presidente, rodeado de militares, irrumpiendo en la sede de la Asamblea Legislativa, impactaron. Una acción de fuerza destinada a obligar a ciertos diputados a aprobar un préstamo de US$109 millones para financiar su trofeo: un plan de seguridad. Algunos habían negado su voto exigiendo transparencia en el diseño y uso de los dineros. La respuesta de Bukele fue brutal. Primero citó a sus partidarios a sitiar la Asamblea Legislativa. Después, convocó a policías y militares. Y luego, ingresó al palacio rodeado de soldados armados. 

El diseño de ese domingo tuvo una escena final electrizante. Bukele se sentó en el sitial del presidente de la Asamblea y proclamó: “Creo que está muy claro quién tiene el control de la situación'. Soldados enarbolando sus rifles, fue el telón de fondo de lo que venía.

Un nuevo hito tuvo lugar el 1º de mayo de 2021. La mayoría parlamentaria con la que llegó Bukele a la Asamblea Legislativa hizo su primer acto violando la normativa: despojó de sus cargos a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al fiscal general. El país quedó institucionalmente cojo. Desde Europa y Estados Unidos acusaron Golpe de Estado de Bukele. Pero el plan siguió raudo.

Solo cuatro meses más tarde vino el nuevo golpe: instalados los nuevos miembros de la Sala de lo Constitucional (nombrados por la Asamblea Legislativa inconstitucionalmente) violaron artículos de la Constitución vigente de 1983 (prohíben reelección inmediata de mandatarios) y habilitaron a Nayib Bukele si se presentaba en 2024. Para la pequeña historia quedó la publicación de la Embajada de EE.UU en El Salvador el 5 de septiembre de 2021: “Condenamos la decisión de la Corte salvadoreña que habilita reelección presidencial inmediata a pesar de que la Constitución la prohíbe. Llamamos al Presidente Bukele a que demuestre su compromiso con la democracia y el Estado de Derecho”.

Nada detuvo al presidente. Un nuevo hito se produjo el 26 de marzo de 2022, día en que abruptamente hubo una regresión letal: El Salvador registró 62 homicidios. Con el aval del Congreso, Bukele decretó Estado de Excepción. Una de las herramientas favoritas del poder autoritario ya estaba en marcha. Dos años después sigue vigente. Y, si bien Bukele proclama que casi 80 mil pandilleros han sido detenidos, organismos de Derechos Humanos internacionales no paran de recibir denuncias por desapariciones y detenciones injustificadas. No hay tregua.

Este año, el día de su reelección, Bukele se vanaglorió de un logro que repetirá una y mil veces: “Gracias a Dios, El Salvador pasó de ser el país más inseguro al más seguro del continente occidental”. Y es allí donde es necesario examinar una impactante revelación de El Faro.  Este diario obtuvo documentos, fotografías y testimonios que prueban que la administración de Bukele negoció con los líderes de las tres principales pandillas del país: Mara Salvatrucha 13 y las dos facciones del Barrio 18 -Sureños y Revolucionarios-. Y que el Gobierno de Bukele les ofreció el cese de operativos masivos de la Policía y el Ejército, financiamiento de microempresas y relajamiento de protocolos en penales de máxima seguridad, entre varias concesiones más, a cambio de que dejaran de matar. 

Lo que sabemos en América Latina es que las pandillas y el crimen organizado no desaparecerán con cárceles deshumanizadas y represión. Y que la corrupción, como en todos los regímenes de poder total, amenaza con extender su poder y agudizar la arbitrariedad en la justicia, las detenciones, en penales y la economía. Que la falta de transparencia en todos los ámbitos de la administración ya es un sello, lo que también asemeja al Gobierno de Bukele con otras dictaduras.  Según datos del Banco Central, obtenidos por Agencia EFE, la deuda estatal con los fondos privados de pensiones, se elevó casi US$1.100 millones entre abril y diciembre de 2023. Si a ello sumo el débil crecimiento de la economía, 2,2% en 2023, el menor de Centroamérica -cifra FMI-, lo que se viene es más pobreza. Y descontento.

Si estuviera vivo el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, estaría desde el pulpito denunciando la violencia y la represión. Tal como lo hizo durante la guerra civil que estremeció El Salvador. Y lo convirtió en enemigo del poder total que ordenó su asesinato. Como la persecución que desató Pinochet en Chile contra el cardenal Raúl Silva Henríquez por los mismos motivos. 

Pero a Nayib Bukele no le interesa recordar a Óscar Romero. El “adolescente con poder, incapaz de mantener una conversación sobre los temas más importantes sin mirar permanentemente su teléfono”, como lo describió Bertha Deleón, quien fuera su abogada de confianza hasta 2019, busca en las redes cómo y con qué alimentar su popularidad y aumentar su poder. Hasta que la burbuja estalle. 

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