La aniquilación de Gaza desatada por Israel, nominalmente en respuesta a las atrocidades cometidas por Hamas el 7 de octubre, es y ha sido desde el inicio genocida en su intento, conducta y resultados.
Los elementos clave de un genocidio eran ya evidentes apenas semanas después de iniciada la campaña destructiva israelí. La mayoría de expertos en derecho internacional que conozco eran, entonces, aún renuentes a calificar las acciones israelíes de ninguna otra manera que no fuera como el ejercicio de su derecho a la defensa.
Hoy, la mayoría de ellos ya no tiene dudas. Sudáfrica y otros países han demostrado de forma devastadora ante la Corte Internacional de Justicia que los crímenes cometidos por Israel constituyen genocidio, y altos oficiales israelíes enfrentan hoy la posibilidad de acusaciones en la Corte Penal Internacional.
Mis propias consideraciones sobre la situación en Gaza se sustentan no solo por más de un cuarto de siglo de trabajo en diversos contextos en los que se ha sufrido violencia genocida sino, lo que es más importante, por la experiencia de mi propio pueblo.
Como bosnios, también sufrimos y sobrevivimos a una campaña que buscaba exterminarnos de tierras reclamadas por otros.
Claramente, los contextos en que estos crímenes han sido cometidos son distintos. Los conflictos tienen diferentes raíces históricas y centrales, pero hay varios elementos en común, especialmente cuando se trata de los crímenes cometidos tanto en Bosnia como en Gaza.
Desde el inicio, los mismos argumentos fueron utilizados para justificar el ejercicio de la violencia contra los bosnios como contra los palestinos en Gaza. Los palestinos dejaron de ser humanos, los niños dejaron de ser niños; todos se convirtieron en “Hamás”.
Fosas comunes
Como mínimo, los palestinos eran –y son– vistos como una amenaza a la seguridad que debe ser eliminada. En el peor de los casos –como claramente lo articularon el primer ministro israelí y su ministro de defensa– son Amalek, animales humanos para los cuales no hay compasión.
Mientras el mundo sigue mirando, miles y miles de civiles palestinos han sido sistemáticamente asesinados y heridos por armas tecnológicas de alta precisión, mayoritariamente proveídas por Estados Unidos y otros países occidentales. Cuadras urbanas enteras han sido bombardearas hasta sus escombros con personas aún adentro; fosas comunes han sido desenterradas bajo los escombros de hospitales; bebés mueren de hambruna bajo el despiadado cerco a Gaza.
Imágenes de grandes números de hombres palestinos obligados a desnudarse y arrodillarse con las cabezas agachadas frente a los rifles de los soldados me recordaron a los campos de concentración de Omarska y Keratern, a los que hombres de mi pueblo, Prijedor, fueron llevados para ser torturados y asesinados durante “intrrogatorios”, tras ser acusados por tropas serbobosnias de ser “jihadistas, terroristas, mujahideen”.
Videos de alegres celebraciones de atrocidades masivas, filmados por soldados israelíes en hogares palestinos que están a punto de demoler, se mezclan en nuestras redes sociales con los de líderes israelíes justificando la masacre en Gaza, argumentando que no hay inocentes allí; que los palestinos votaron por Hamás y por tanto son todos terroristas –y si no lo son hoy, lo serán mañana.
Nosotros los bosnios conocemos bien ese lenguaje.
Desde aquellos primeros días de la campaña israelí, los paralelos entre el genocidio bosnio y Gaza se han aclarado y vuelto más obvios. Terrorizar a los civiles hasta la sumisión; crear “zonas seguras” que posteriormente se convierten en campos de muerte; atacar hospitales, escuelas y convoyes de ayuda humanitaria… Todo eso ya lo vimos durante los noventas.
En Srebrenica, que estaba sitiada durante la guerra de Bosnia, los serbobosnios justificaron el genocidio argumentando que era una venganza por los ataques perpetrados por el ejército bosnio desde el enclave. Tal manipulación y negación del genocidio continúan hasta hoy.
Radovan Karadzic, el líder serbobosnio convicto por genocidio e ícono de la ultraderecha occidental islamofóbica, nunca desperdició una oportunidad para retratar sus acciones genocidas como una guerra santa, defendiendo a la civilización occidental de las “hordas islámicas”, una iteración moderna de los turcos otomanos.
Pero la cita sobre una “guerra cuya intención es, verdaderamente, salvar a la civilización occidental… de un imperio del mal” no pertenece a Karadzic, sino a Isaac Herzog, el presidente de Israel. De manera alarmante, este mensaje tiene una audiencia poderosa y significativa en Occidente hoy, como lo evidencia la manera en que son tratadas las protestas contra los crímenes de Israel, de las calles de ciudades alemanas a los campuses de universidades en Estados Unidos.
Daño permanente
Los paralelos entre Gaza y el genocidio bosnio no terminan en el análisis de la deshumanización, la fabricación del consentimiento, los elementos del crimen y los métodos de su implementación. También incluye los motivos: infligir tal daño a la comunidad atacada que no pueda recuperarse jamás, permitiendo la toma permanente del territorio ocupado.
En las deliberaciones para determinar que ocurrió un genocidio en Srebrenica, los jueces del Tribunal internacional para la ExYugoslavia (ICTY, por sus siglas en inglés) sentenciaron que “Las fuerzas serbobosnias estaban conscientes, cuando se embarcaron en esta aventura genocida, que el daño que causaran continuaría plagando a los bosnios musulmanes”.
Los líderes políticos israelíes, y la larga parte del público que apoya sus acciones en Gaza, ni siquiera intentan ocultar intenciones similares para asegurar que el daño sufrido por los palestinos en Gaza es tal que no pueden recuperarse en el futuro previsible, si acaso alguna vez podrán.
El nivel de destrucción –las heridas y los traumas infligidos a todos los gazatíes– dan testimonio de ello. El ominoso título de un reporte del Carnegie Endowment lo captura mejor: captures it best: “Podría no haber un día después en Gaza”. Ningún genocidio es perpetrado sin el objetivo último de remover permanentemente a un grupo, en todas sus manifestaciones –política, económica, cultural y, ultimadamente, física y biológica- de un área determinada.
En Bosnia, Karadzic no tuvo éxito en su emprendimiento, al menos no del todo. Los niños musulmanes bosnios aún nacen en Srebrenica. Las víctimas del genocidio son conmemoradas en el Centro de la Memoria de Srebrenica, que resguarda las memorias y la verdad sobre el genocidio de Srebrenica. Pero la población musulmana en el área es hoy apenas una fracción de lo que era antes del genocidio. Solo el tiempo dirá si podrán recuperarse alguna vez, o si el legado venenoso de Karadzic prevalecerá.
Al capturar la esencia de lo que distingue al genocidio de otros crímenes, los jueces del ICTY han dicho que “aquellos que planifican e implementan genocidio buscan privar a la humanidad de su múltiple riqueza que sus nacionalidades, razas, etnias y religiones proveen. Este es un crimen contra toda la humanidad, cuyo daño es sentido no solo por el grupo destinado para su destrucción, sino por toda la humanidad.”
A esta humanidad le tomó casi 30 años reconocer a las víctimas del genocidio en Srebrenica en una resolución de Naciones Unidas adoptada el pasado mayo. Mientras escribo esto, esa misma humanidad es incapaz de detener la campana genocida israelí; ya no digamos de reconocimiento a las víctimas palestinas, abordando el daño infligido sobre ellas y llevando a los perpetradores ante la justicia.
Esto hace más crucial la solidaridad entre las víctimas. Si no hay nada más que podamos hacer, los bosnios y todas las víctimas de genocidio en cualquier lugar del mundo debemos, tras todo lo que hemos sufrido, hablar en defensa de las víctimas en palestina. Nosotros somos la humanidad de la que hablaban los jueces del Tribunal internacional para Crímenes en la exYugoslavia.
*Refik Hodzic es un periodista y comunicador bosnio especializado en procesos de justicia transicional. Es frecuente colaborador de El Faro.
**Este artículo fue publicado originalmente en middleeasteye.net