EF Foto / Desigualdad

Los vecinos que no caben en la villa navideña

Carlos Barrera

Viernes, 27 de diciembre de 2024
Carlos Barrera y Víctor Peña

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La villa navideña del Centro Histórico consiste en la instalación de una colorida aldea de casitas que simula ser un poblado en perpetua navidad, presidido por una construcción mayor, de dos plantas, identificada como 'la casa de Santa'. Todo se ha edificado en las dos principales plazas del Centro Histórico, que se encuentran además en las cercanías de una pista de patinaje sobre hielo que ha sido instalada para la temporada. Tanto la villa como la pista de patinaje son los principales atractivos turísticos para quienes visitan las cuadras gentrificadas del Centro, rodeadas por los nuevos cafés gourmets, restaurantes y hoteles de lujo, que el gobierno presume en la propaganda oficial como las pruebas de la “revitalización” del Centro. Esto último incluye el restaurante La Doña Steakhouse, en el edificio que los hermanos del presidente compraron por $1.3 millones aprovechando la exención tributaria.

La villa navideña es la puesta en escena de la narrativa gubernamental sobre El Salvador: un lugar feliz, lleno de luces decorativas y prosperidad, que recuerda a las plazas y parques de países más desarrollados. Es la síntesis de la propaganda oficial, el perfil favorecido de un país que avanza hacia el primer mundo a zancadas. Sin embargo, no es un lugar donde quepan todos. Por ejemplo, ahí no son bienvenidos aquellos que siempre estuvieron ahí, los que habitaron y trabajaron en el Centro durante décadas: vendedores de verduras, paleteros, mendigos, habitantes de mesones en ruinas que buscan monedas en las aceras, viejos peluqueros, ancianas que sobreviven de paupérrimos canastos de dulces, correteados, borrados todos de la fotografía oficial del Centro y del país. Hasta el censo municipalde 2015, en el Centro había más de 22,000 vendedores informales, desde los que tenían puesto de lámina hasta los que deambulaban con sus productos en mano. Algunos de ellos siguen ahí, viven ahí.

Estos son los habitantes del Centro Histórico, aquellos que le dieron vida cuando el lugar era el escenario de la guerra pandillera, cuando sólo aparecía en los discursos oficiales como un dolor de cabeza sin remedio, la objeción al país construido en el relato del bukelismo.

 

 

José pepena monedas frente a la Biblioteca Nacional. Camina por las orillas de las calles del Centro Histórico para detectar alguna moneda atrapada bajo las baldosas que cubren los desagües. Tiene 70 años y es un  hacelotodo,
José pepena monedas frente a la Biblioteca Nacional. Camina por las orillas de las calles del Centro Histórico para detectar alguna moneda atrapada bajo las baldosas que cubren los desagües. Tiene 70 años y es un  hacelotodo, ' un jornalero de cuma y brocha',   como se autodenomina .  Cuando no sale ningún trabajo en el día, recoge monedas con la ayuda de dos varillas de hierro, con unas láminas con dobleces en las puntas, que penetran en las ranuras donde no caben sus manos. En un tiempo de media hora, José encontró dos monedas de $0.10; una de $0.05; dos de $0.01; una de $0.25. “Era mejor cuando estaban el montón de champas. Había más dinero tirado”, cuenta mientras batalla durante 20 minutos con una moneda de $1 frente a la BINAES. “No todas las veces hay montones como los que yo quiero. No hay, pero yo soy pobre, por eso hago esto”, dice en medio del bullicio de la instalación de la pista de hielo y la villa navideña. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
 

 

 

– Yo le tengo miedo a esos hombres – dice Vilma. – ¿A cuáles hombres? – A esos policías. – ¿Por qué les tiene miedo? – Porque siempre me regañan y me quieren pegar y me sacan. Vilma, de 48 años, deambula en los alrededores de la plaza Libertad para recoger botellas plásticas con las que se gana la vida. Casi todas las tardes se sienta frente a la casa en ruinas del expresidente Alfonso Quiñónez Molina, miembro de la dinastía Meléndez Quiñónez, que también gobernó entre 1913 y 1927. Ese espacio, a menos de cien metros de la villa navideña de la plaza Libertad, hoy es un rincón maloliente donde algunos indigentes suelen hacer sus necesidades. Foto de El Faro: Víctor Peña.   
– Yo le tengo miedo a esos hombres – dice Vilma. – ¿A cuáles hombres? – A esos policías. – ¿Por qué les tiene miedo? – Porque siempre me regañan y me quieren pegar y me sacan. Vilma, de 48 años, deambula en los alrededores de la plaza Libertad para recoger botellas plásticas con las que se gana la vida. Casi todas las tardes se sienta frente a la casa en ruinas del expresidente Alfonso Quiñónez Molina, miembro de la dinastía Meléndez Quiñónez, que también gobernó entre 1913 y 1927. Ese espacio, a menos de cien metros de la villa navideña de la plaza Libertad, hoy es un rincón maloliente donde algunos indigentes suelen hacer sus necesidades. Foto de El Faro: Víctor Peña.   

 

 

Una familia de vendedores camina rumbo a la zona de la plaza Zurita, sobre la octava calle oriente, en el Centro de San Salvador. En esa misma zona convergen otros vendedores que también huyen de los agentes del Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM), que mantienen operativos permanentes para desplazar y decomisar los productos a los comerciantes informales que se acercan a las cuadras revitalizadas del Centro Histórico. Entre las múltiples conversaciones resaltan algunas frases: “A esos del gobierno el dinero los ha vuelto locos”. “Todos estos van a tener mal fin”. “Ellos no tienen hambre, ellos tienen todo”. “O se cansan ellos o nos cansamos nosotros”. Foto de El Faro: Víctor Peña.   
Una familia de vendedores camina rumbo a la zona de la plaza Zurita, sobre la octava calle oriente, en el Centro de San Salvador. En esa misma zona convergen otros vendedores que también huyen de los agentes del Cuerpo de Agentes Metropolitanos (CAM), que mantienen operativos permanentes para desplazar y decomisar los productos a los comerciantes informales que se acercan a las cuadras revitalizadas del Centro Histórico. Entre las múltiples conversaciones resaltan algunas frases: “A esos del gobierno el dinero los ha vuelto locos”. “Todos estos van a tener mal fin”. “Ellos no tienen hambre, ellos tienen todo”. “O se cansan ellos o nos cansamos nosotros”. Foto de El Faro: Víctor Peña.   

 

 

Mari Santos, de 55 años, es una vendedora ambulante de verduras del Centro Histórico. Como gran parte de los vendedores, Mari es habitante de las decenas de mesones que rodean las principales cuadras remozadas. Para ganarse la vida corretea todos los días tratando de esconderse de los agentes del CAM que decomisan la venta de aquellos que se atreven  a acercarse a las principales plazas del Centro,
Mari Santos, de 55 años, es una vendedora ambulante de verduras del Centro Histórico. Como gran parte de los vendedores, Mari es habitante de las decenas de mesones que rodean las principales cuadras remozadas. Para ganarse la vida corretea todos los días tratando de esconderse de los agentes del CAM que decomisan la venta de aquellos que se atreven  a acercarse a las principales plazas del Centro, 'Ahorita aquí estoy matando el tiempo en la lotería para subir más noche y correr de los del CAM. Yo prefiero no vender a que el producto se vaya a pudrir a las bodegas de la alcaldía y por eso espero la noche porque es más fácil huir', dijo. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

 

Elva Martínez,  de 65 años, pasa sus días postrada en una silla frente al lugar donde renta un cuarto por $70 mensuales. Es diabética y hace un mes sufrió un desmayo que le causó un grave golpe en la cadera y el hombro derecho. Tiene sus pies inflamados, eso le impide salir a buscar latas para luego venderlas en alguna chatarrera. Sobrevive de una venta de dulces, con lo que apenas logra cubrir el pago de su habitación. Hace dos meses el encargado del mesón que habita le anunció que le aumentaría $15 de renta. Elva no aceptó, es dinero que se le hace imposible pagar y se ha quedado a la espera de que le mantengan el precio o la desalojen. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Elva Martínez,  de 65 años, pasa sus días postrada en una silla frente al lugar donde renta un cuarto por $70 mensuales. Es diabética y hace un mes sufrió un desmayo que le causó un grave golpe en la cadera y el hombro derecho. Tiene sus pies inflamados, eso le impide salir a buscar latas para luego venderlas en alguna chatarrera. Sobrevive de una venta de dulces, con lo que apenas logra cubrir el pago de su habitación. Hace dos meses el encargado del mesón que habita le anunció que le aumentaría $15 de renta. Elva no aceptó, es dinero que se le hace imposible pagar y se ha quedado a la espera de que le mantengan el precio o la desalojen. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

Han pasado 4 años desde que Fabián González resistía como el último peluquero que trabajaba en plena pandemia de covid-19 en el Centro Histórico. Fabián, que ahora tiene 86 años, ha trabajado permanentemente y vivido intermitentemente en El Centro desde 1985. Ahora vive en la habitación que era de su hijo, quien a causa de la depresión se suicidó. El mesón, del que Fabián es el único inquilino, está a una cuadra de la Plaza Libertad. Paga $65 por el cuarto que durante la pandemia costaba $45.
Han pasado 4 años desde que Fabián González resistía como el último peluquero que trabajaba en plena pandemia de covid-19 en el Centro Histórico. Fabián, que ahora tiene 86 años, ha trabajado permanentemente y vivido intermitentemente en El Centro desde 1985. Ahora vive en la habitación que era de su hijo, quien a causa de la depresión se suicidó. El mesón, del que Fabián es el único inquilino, está a una cuadra de la Plaza Libertad. Paga $65 por el cuarto que durante la pandemia costaba $45. 'Todas las cosas han subido de precio, El Centro ahora es una belleza que nosotros no podemos pagar', dice sentado en la oscura habitación cercana a las luces y bullicios de la villa navideña de la Plaza Libertad. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

 

El 3 de diciembre, reos en fase de confianza trabajaban en la construcción de las estructuras de la villa navideña del Centro Histórico, mientras los custodios de la Dirección General de Centros Penales se paseaban entre la plaza Morazán y la plaza Gerardo Barrios. La villa navideña fue inaugurada el sábado 7 de diciembre. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
El 3 de diciembre, reos en fase de confianza trabajaban en la construcción de las estructuras de la villa navideña del Centro Histórico, mientras los custodios de la Dirección General de Centros Penales se paseaban entre la plaza Morazán y la plaza Gerardo Barrios. La villa navideña fue inaugurada el sábado 7 de diciembre. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

 

 

El monumento de la Plaza Libertad está rodeado de una villa con una casa que se erige en el centro. Al frente de la gran casa roja el rótulo de
El monumento de la Plaza Libertad está rodeado de una villa con una casa que se erige en el centro. Al frente de la gran casa roja el rótulo de 'La Casa de Santa Claus' da la bienvenida. En la base de la casa, unos rótulos digitales dan publicidad al bitcoin. Decenas de personas atraídas por las luces y la comida abarrotan la plaza. Este espacio público está prohibido para los vendedores ambulantes que se ganan la vida ofreciendo productos en el Centro Histórico. Foto de El Faro: Carlos Barrera 

 

 

Miles de luces adornan el ahora pasillo peatonal de la segunda calle oriente del Centro Histórico. A un costado del pasillo se encuentra el edificio comprado por los hermanos del presidente Nayib Bukele a $1.3 millones. En su azotea funciona un restaurante de lujo. Foto de El Faro: Carlos Barrera 
Miles de luces adornan el ahora pasillo peatonal de la segunda calle oriente del Centro Histórico. A un costado del pasillo se encuentra el edificio comprado por los hermanos del presidente Nayib Bukele a $1.3 millones. En su azotea funciona un restaurante de lujo. Foto de El Faro: Carlos Barrera 

 

 

En redes sociales circulan decenas de vídeos sobre cómo los agentes del CAM decomisan carretones de helados y canastos con verduras o videos de vendedores de sorbetes huyendo mientras un camión del CAM les persigue. Eso sucede en las cuadras del Centro que por tramos parece un centro comercial con coquetos locales de comida rápida, postres y ropa. Foto de El Faro: Carlos Barrera 
En redes sociales circulan decenas de vídeos sobre cómo los agentes del CAM decomisan carretones de helados y canastos con verduras o videos de vendedores de sorbetes huyendo mientras un camión del CAM les persigue. Eso sucede en las cuadras del Centro que por tramos parece un centro comercial con coquetos locales de comida rápida, postres y ropa. Foto de El Faro: Carlos Barrera 

 

 

En la penumbra de la sexta avenida sur, a una cuadra de la Plaza Libertad y a dos de la Biblioteca Nacional de El Salvador, Margarita Rosales busca las últimas piezas de chatarra para vender. Allí trabaja desde hace más de 15 años vendiendo piezas a personas que luego las llevan a la calle y las venden en improvisados puestos. Esos negocios ambulantes ya fueron desplazados una cuadra. Antes ponían sus ventas entre la iglesia El Rosario y el excine Libertad, que está bajo construcción. Ahora abarrotan toda la cuadra de la sexta avenida sur, a la altura del Centro Escolar República de Costa Rica. Foto de El Faro: Carlos Barrera
En la penumbra de la sexta avenida sur, a una cuadra de la Plaza Libertad y a dos de la Biblioteca Nacional de El Salvador, Margarita Rosales busca las últimas piezas de chatarra para vender. Allí trabaja desde hace más de 15 años vendiendo piezas a personas que luego las llevan a la calle y las venden en improvisados puestos. Esos negocios ambulantes ya fueron desplazados una cuadra. Antes ponían sus ventas entre la iglesia El Rosario y el excine Libertad, que está bajo construcción. Ahora abarrotan toda la cuadra de la sexta avenida sur, a la altura del Centro Escolar República de Costa Rica. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

 

Saúl y Rigoberto descansan después de alejarse de los agentes del CAM, a cuadra y media de la Binaes. En una zona en oscuridad, fuera de las cuadras remodeladas de El Centro, apenas eran iluminados por los vehículos que transitaban sobre la octava calle poniente. Ellos no viven en la zona del Centro Histórico pero pagan $50 mensuales por una bodega para guardar el producto que venden.
Saúl y Rigoberto descansan después de alejarse de los agentes del CAM, a cuadra y media de la Binaes. En una zona en oscuridad, fuera de las cuadras remodeladas de El Centro, apenas eran iluminados por los vehículos que transitaban sobre la octava calle poniente. Ellos no viven en la zona del Centro Histórico pero pagan $50 mensuales por una bodega para guardar el producto que venden. 'La zona iluminada está bien bonita, pero cada vez se nos hace más jodido acercarnos para intentar vender', dijo Rigoberto. 'Quizás un día ya ni vamos a poder vender aquí', replicó Saúl. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

 

En 2020, en plena pandemia, Fabián pagaba $115 mensuales por el local de una peluquería. Un año después le aumentaron a $200, que se sumaban a los $65 de su habitación y $20 de electricidad y agua. Dice que gracias a su clientela logra salir con los pagos mensuales, pero hace unos meses personas de la alcaldía llegaron a la peluquería para decirle que era posible que le cerraran su negocio en los próximos meses.
En 2020, en plena pandemia, Fabián pagaba $115 mensuales por el local de una peluquería. Un año después le aumentaron a $200, que se sumaban a los $65 de su habitación y $20 de electricidad y agua. Dice que gracias a su clientela logra salir con los pagos mensuales, pero hace unos meses personas de la alcaldía llegaron a la peluquería para decirle que era posible que le cerraran su negocio en los próximos meses. 'No me dieron más explicaciones, yo creo que es porque ven que es un negocio humilde, me lo van a querer cerrar y yo no le puedo invertir para remodelarlo', dijo. Foto de El Faro: Carlos Barrera

 

 

Al final de la tarde, varios vendedores informales coinciden sobre la sexta avenida sur. Es, de momento, una zona segura para hacer trueques, lejos de la constante persecución de los agentes municipales y a sólo tres cuadras de la villa navideña. Un peatón se asoma al grupo de vendedores y muestra su mochila, un par de zapatos, un pantalón, una camisa con la máscara de Spiderman y tres libros viejos. – ¿Cuánto por eso? – pregunta un vendedor. – Lo que usted quiera, maestro – responde. – Tres dólares te doy. – Está bueno. Foto de El Faro: Víctor Peña.
Al final de la tarde, varios vendedores informales coinciden sobre la sexta avenida sur. Es, de momento, una zona segura para hacer trueques, lejos de la constante persecución de los agentes municipales y a sólo tres cuadras de la villa navideña. Un peatón se asoma al grupo de vendedores y muestra su mochila, un par de zapatos, un pantalón, una camisa con la máscara de Spiderman y tres libros viejos. – ¿Cuánto por eso? – pregunta un vendedor. – Lo que usted quiera, maestro – responde. – Tres dólares te doy. – Está bueno. Foto de El Faro: Víctor Peña.

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