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El Salvador / Política
Jueves, 09 de diciembre de 2021
09/dic/2021
La fugaz intervención de los soviéticos en El Salvador
Ricardo Valencia
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Los líderes centroamericanos siempre han pensado que el istmo tiene una ubicación privilegiada para las grandes potencias. La angosta región es bordeada por un lado por el Pacífico y por el otro por el Atlántico con largas fronteras con México y Colombia. Y en parte, la ferocidad de las intervenciones estadounidenses, en especial la ocupación de Nicaragua en las primeras tres décadas del siglo XX y el control de Washington del Canal de Panamá hasta 1999, parece confirmar los supuestos. Sin embargo, para las superpotencias, Centroamérica y El Salvador han sido en buenos trechos de su historia, una región periférica.

Debido esa naturaleza periférica del país y el istmo, la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a Afganistán a finales de 1979 influiría tanto en el devenir histórico de El Salvador. En diciembre de 1979, las tropas soviéticas entraron al país asiático para consolidar en el poder al gobierno pro Moscú de Afganistán. Con este hecho, la Unión Soviética buscaba mantener el control de su “patio trasero”, con el que compartía una frontera porosa. Dos años después, el nuevo presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, colocaba a Centroamérica, y en especial a El Salvador, al centro de su política contra el avance del comunismo. La teoría del dominó.

Entre la invasión de Afganistán y la emergencia de Reagan, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) había vencido en una insurgencia armada a la dictadura de la familia Somoza, que había sido por años fiel aliada de Washington. Para 1981, la Nicaragua sandinista se encaminaba a una lucha frontal con Washington, y su coqueteo con Cuba y la Unión Soviética se intensificaba. Para Washington, El Salvador era como el Afganistán de los soviéticos, una línea en la tierra que mantenía seguras sus fronteras e intereses geopolíticos.

Los ochenta –específicamente los ocho años de Reagan en la presidencia– fueron una excepción en la historia de EE. UU. con Centroamérica. Una región que usualmente había sido un pie de página respecto a la importancia que tenía frente a otros líderes hemisféricos, como México y Brasil. En esos ocho años, Centroamérica, y en especial El Salvador, era la metáfora que mejor explicaba la Guerra Fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos.

Debido a la fuerte influencia estadounidense cultural en El Salvador, el periodismo salvadoreño se ha centrado en entender las pulsiones detrás de las decisiones en materia de relaciones exteriores de Washington. Sin embargo, muy poco se ha dicho sobre la influencia de los soviéticos en El Salvador durante los esfuerzos revolucionarios de la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.

A principio de 2007, como periodista de la desaparecida revista Enfoque de la Prensa Gráfica, me pregunté sobre los fines y visiones de la URSS sobre El Salvador entre 1979 y 1989. Después de publicar un reportaje sobre documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos sobre monseñor Óscar Romero –en los cuales se pueden leer las variopintas visiones sobre Romero desde Washington– me pregunté si se podía escribir algo similar sobre los soviéticos. El periodismo salvadoreño siempre había visto a Moscú desde el prisma de Washington, pero nunca habíamos conversado con los protagonistas del otro gran polo de la Guerra Fría: la URSS. Como periodista, no como un historiador, traté de hilar lo más que pude una madeja que tenía muy pocos hilos.
Recortes del reportaje publicado por Ricardo Valencia en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica el 6 de mayo 2007.
En 1981, el Departamento de Estado de Reagan había publicado “los papeles blancos” en los que describía cómo miembros del Partido Comunista Salvadoreño, encabezado por los hermanos Schafik y Farid Hándal, habían ido a una gira por el mundo comunista para abastecer de armas a la entonces joven guerrilla. Con este documento, Estados Unidos trataba de construir una narrativa en la que amarraba al FMLN con los esfuerzos soviéticos por expandir el comunismo. Esto le era fundamental a Reagan que contaba con mucha oposición en el Congreso de Estados Unidos para incrementar la ayuda militar a El Salvador.

Mi investigación inició con la búsqueda de documentos y la lectura de libros sobre ese periodo. Encontré decenas de ellos en una abandonada página de internet. Los mandé a traducir y confirmé la autenticidad de estos documentos firmados por diferentes entidades del gobierno soviético. En los documentos, se describía el camino de ese lote de armas estadounidenses, que habían sido abandonados en Vietnam durante la guerra, que serían donadas al FMLN y serían transportadas a finales de 1979. Para lograrlo, se habían usados los partidos comunistas de varios países para transportarlas desde Vietnam a través de Cuba, con dirección primero a Managua y después a El Salvador. En abril de 1980, el Partido Comunista de la Unión Soviética acuerda ayudar a los salvadoreños De acuerdo a múltiples fuentes del FMLN, las armas resultaron ser inservibles para la guerra.

Ahora que miro esta investigación desde lejos, lo más interesante no era describir un proceso de adquisición de armas, sino entender las motivaciones que los rusos tenían en relación con El Salvador. Al margen de la propaganda de Washington durante la Guerra Fría, que los pintaba como agresivos contrincantes, los soviéticos que leí en los documentos y con los que conversé eran complejos y contradictorios. Sobre todo en ese momento de la historia en el que la Unión Soviética estaba en decadencia.
Recortes del reportaje publicado por Ricardo Valencia en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica el 6 de mayo 2007.
Conversé con dos hombres que venían de distintas procedencias dentro del establishment soviético: Kiva Maidanik, académico y miembro del Partido Comunista de la URSS, y Nikolai Leonov, segundo a cargo de la agencia de Inteligencia de la Unión Soviética (KGB) y uno de los más influyentes estrategas soviéticos en Latinoamérica. Leonov es amigo personal de Raúl Castro, conoció al Ché Guevara en México en los cincuenta y fue traductor al español de presidentes soviéticos en sus viajes a la región. Un documental sobre Leonov acaba de ser publicado y en él, habla de su trabajo como el primer encuentro entre el liderazgo soviético y Fidel Castro en 1960.

Mientras Leonov era parte de la argolla soviética del espionaje, Maidanik era un profesor de Historia del Instituto de América Latina de Moscú. Hablaba un español perfecto, y había sido suspendido del partido a finales de los ochenta. Maidanik era un revolucionario que aspiraba a una participación más profunda de los soviéticos en las luchas de liberación de las Américas. La gente que lo conoció describía a Maidanik como un revolucionario testaurado que retaba a la burocracia soviético en su timidez para abrazar a los revolucionarios salvadoreños. Era un internacionalista que observaba con celo el rumbo “nacionalista”, como lo llamaba, de la URSS. Su relación con Schafik era personal. Hándal conoció a su esposa Tania Bichkova, quien fue traductora del salvadoreño, a través de Maidanik y fue así como se convirtió en el principal interlocutor para los visitantes del FMLN que iban en delegación “oficial.”

Leonov me dijo, en una entrevista sostenida en un exclusivo barrio de La Habana, que había conversado con Hándal una dos o tres veces a mediados de los ochenta para explicarle la poca fe que la URSS le tenía al FMLN: “Schafik, miro calva la situación. No les sucederá igual que Nicaragua. Ustedes son más ricos que Nicaragua y, además, se ubican demasiado cerca de los Estados Unidos, tanto que ellos pueden enviar a su Ejército”. Hándal renegó.

Leonov es un amante de la revolución cubana, pero su postura era que la URSS más que escéptica de las revoluciones en la región era pesimista. Calificó a la revolución sandinista como una “revolución abandonada”. “En el KGB dividíamos los archivos de Latinoamérica en dos: una categoría para todos los países de la región y otra solo a Cuba,” aseguraba.

Maidanik buscó a Leonov en 1985 a pedido de Hándal. Para entonces, la guerra para el FMLN se había entrampado: el ejército salvadoreño había podido resistir a una guerrilla que buscaba -en gran medida- una insurrección popular como la sandinista y, al mismo tiempo, la elección del democristiano Jose Napoleón Duarte como presidente de El Salvador, le había dado credibilidad internacional al sistema político salvadoreño. En 1984, Duarte le había ganado una elección al fundador de ARENA, Roberto D’Aubuisson, al que Washington había cancelado un visado y tenía una multitud de detractores en el establishment de Washington por sus lazos con los escuadrones de la muerte.

En Estados Unidos -para 1985- Reagan ya había podido romper el escepticismo del Congreso respecto a aumentar la cooperación militar a El Salvador. La ayuda militar a San Salvador llegaba al ritmo de un millón de dólares por día. Para romper ese balance, Hándal quería que la URSS le diera a la guerrilla misiles tierra aire, teniendo en cuenta la superioridad aérea del ejército salvadoreño sobre el FMLN. Leonov, que entonces era el subdirector de la KGB, aseguró que propuso la donación de misiles al más alto nivel, pero que su pedido fue rechazado. Maidanik culpó directamente a Mikhail Gorbachev, el entonces presidente de la URSS que liberalizó la economía soviética y el sistema político a través de dos procesos llamados perestroika y glasnot, entre 1985 a 1991. Gobarchev se quería deshacer de cualquier influencia en Centroamérica para disminuir la tensión con Washington. Leonov reconoce que en los ochenta los soviéticos no tenían mucho interés de tener presencia en El Salvador. El centro de la política de la URSS era China y Afganistán.

Cuando conversé con Maidanik, reconocí una sensación de que los soviéticos habían abandonado a sus camaradas en El Salvador; mientra que para Leonov, la revolución salvadoreña nunca tuvo futuro. Al final, la de Leonov estaba más cerca de lo que sucedió a finales de los ochenta: la URSS decidió abandonar cualquier pretensión de provocar a Washington en Centroamérica y trató de evitar la implosión de su sistema político. La superpotencia se enconchaba en sí misma. Si bien para Reagan El Salvador era un terreno estratégico en su geopolítica, para la URSS, solo era un pie de página que se fue convirtiendo en molesto dolor de cabeza entre más se agudizaban sus crisis domésticas. Al final la URSS colapsó, y Rusia entró una crisis de gobernabilidad a principios de los noventas.

La historia de la URSS en El Salvador deja una moraleja que puede aplicarse en la actualidad a la relación de El Salvador con súper potencias como China y Rusia. Si bien puede haber interés de China y Rusia de provocar a Estados Unidos al acercarse a El Salvador, al final, para esas naciones Estados Unidos representa una relación crucial que no vale el desgaste que El Salvador puede traer. Así pasó con la URSS y puede ser igual en la actualidad.
*Ricardo Valencia es profesor asociado de Comunicaciones en Fullerton, la universidad estatal de California. Twitter: @ricardovalp.

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200 años de lucha por la emancipación en El Salvador (Antonio Bonilla)

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