Opinión |
Entrevista con Miguel, pollero guatemalteco: |
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“Este camino es como un vicio” |
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Es un ex militar guatemalteco. Durante los años 80 combatió a los insurgentes que se levantaban contra el régimen militar. Se internó en selvas, tuvo que dormir a la intemperie, comer lo que encontrara. Todo eso le sirvió para enfrentar el oficio más duro que ha tenido en su vida: el de pollero, coyote, guía. | |
Por Óscar Martínez |
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Publicada el 27 de octubre de 2008 - El Faro |
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Parecía el migrante más desvalido de todos los del albergue de Ixtepec, en el sur de México. La imagen de un derrotado por el camino: una muleta vieja bajo su axila izquierda le permitía caminar cojeando, con desbalance, inclinándose hacia un lado en el polvoso terreno que rodea los rieles. En su cabeza, el cabello se presentaba en ciertas zonas, como islas ubicadas sin ningún orden. Su rostro de 38 años parecía de 50, lleno de pequeñas cicatrices, como si un cristal hubiera explotado frente a sus ojos. La ropa de Miguel no la envidiaría un indigente.
No se llama Miguel. Así pide que lo llamemos. Es un ex militar guatemalteco. Durante los años 80 trabajó, como la mayoría de los soldados de aquel país, combatiendo a los insurgentes que se levantaban contra el régimen militar. Se internó en selvas, tuvo que dormir a la intemperie, comer lo que encontrara. Todo eso le sirvió para enfrentar el oficio más duro que ha tenido en su vida, el de pollero, coyote, guía. Las personas como él tienen varias definiciones. Las personas como él tienen varios nombres. En Tapachula lo conocen con uno, en Guatemala con otro, y aquí pide que le llamemos Miguel.
La promesa de un pollero es algo serio: por $2,800 (que es lo que cobra Miguel desde que se construyó un tramo de muro por donde él pasa la frontera con Estados Unidos. Antes cobraba $300 menos), este hombre le vende a sus clientes la idea de que les pasará el Río Suchiate, que divide a México de Guatemala; que los hará caminar entre cinco y siete días por sendas repletas de maleantes; que los montará en el lomo de un tren, y luego de otro, y de otro, y de otro, esquivando a secuestradores, retenes migratorios y asaltantes. Les promete que luego les cruzará el Río Bravo, los meterá entre arbustos desérticos para eludir a los patrulleros estadounidenses, sus perros, sus carros, sus linternas y sus cámaras con visión nocturna. Asegura que luego los subirá a un carro que los llevará hasta Texas, y que ahí les cobrará.
La verdad es que la única garantía es que, si llegan, les cobrará. Por lo demás, la hoja de ruta suele verse modificada por sus actores. De hecho, Miguel está pensando en retirarse porque hace tres meses su hoja de ruta se trastornó de una manera apabullante: lo secuestraron Los Zetas, una banda del crimen organizado considerada la más violenta en México. Lo torturaron, porque no había pagado derecho de paso.
Miguel es uno de esos animales del camino, alguien que a veces habla como centroamericano y a veces como mexicano, que mezcla el “vos” con el “tú”; que insulta con el “chingado”. Una de esas personas atrapadas en la ruta, sin hogar en ningún sitio. Un hombre que cuenta entre sus amistades a prostitutas de Tapachula, agentes corruptos, maquinistas estafadores. Un hombre con paisajes turbios en su cabeza: maleza, ríos cafés, desiertos de cactus y arbustos diminutos, noches sin focos. Un as del tren.
Para alguien así, nómada, retirarse es difícil. Miguel no sabe si podrá. Está enviciado con el camino. Un camino que le ha dejado un cuerpo maltrecho y una cabeza llena de muertos y mutilados. Empezamos hablando sobre los secuestros, pero cuando la entrevista termina, una conversación casual sobre su oficio da inicio. “¿Por qué la gente creerá que los polleros somos todos malos?”, preguntó Miguel.
Será porque ustedes, cuando hay peligro, se desentienden de la vida de sus migrantes.
¿Sabés que esto pasa?
Y si llegado el momento no te quieren pagar, ¿qué hacés?
¿Qué características tiene que tener un pollero?
¿Por qué?
¿Hace cuánto fue tu accidente?
Sigamos con las reglas de un pollero.
Si tu vida y la de tu grupo corre peligro...
Yo creía que una característica para ser un buen pollero es que fuera alguien ágil, que sepa proteger y moverse con velocidad en este camino. Baleado y sin tu pie, no parecés encajar en ese modelo.
¿No sale más fácil sobornar a los maquinistas?
Una vez conversé con otro pollero que llevaba gente en microbuses hasta la frontera, y él le preguntaba a los migrantes lo siguiente: ¿para qué le pagan a alguien que los traiga en tren, corriendo todos los riesgos que ustedes podrían correr sin pagar?
¿Pero con más dinero es posible, o corrés el riesgo de que un agente no te acepte el soborno?
Pero yendo en tren corre más riesgo el migrante.
¿Has hecho algo en este camino de lo que te arrepintás?
¿Nunca has traído mujeres embarazadas?
O sea que la dejaste botada. ¿Eso pasa seguido?
¿No era regla de un pollero defender al grupo?
¿El muro (en la frontera México/Estados Unidos) sirve de algo para detenerlos a ustedes?
Hay quien dice que en lugar de afectarlos los beneficia, porque ustedes cobran más.
¿Has escuchado algo de tráfico de órganos por esa zona?
¿Cuántos viajes has hecho?
¿A qué edad empezaste?
¿Por qué decidiste empezar en esto?
Tenés 38 años, y ahora decís que ya te vas a retirar. ¿Qué te ha dejado el camino?
¿Y eso?
O sea que este camino lo que te ha dejado es...
¿Por qué con todos los polleros que he hablado en este camino parecen indigentes y nunca andan dinero? ¿Qué hacen con el dinero? Si con un viaje ganás $2,800.
La costumbre de andar siempre viajando.
Bueno, en 12 años, algún buen recuerdo habrá.
Supongo que muertos y mutilados sí estarán en tus recuerdos de estos 12 años.
Cuál es el peor recuerdo que te han dejado estos 12 años?
Y vos, ¿has matado?
Pero ahora te retirarás. Me imagino que es difícil, que el camino llama.
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Escribo esto mientras un tren desgarra su potente pito a unos metros de aquí. Ese horrible gusano lleva a unos 50 indocumentados centroamericanos prendidos como garrapatas de su lomo. Viajarán ocho horas y lo más probable es que cuando lleguen a la siguiente estación los secuestren.
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El sur de México funciona como un embudo para los miles de migrantes centroamericanos. Ahí, muchos de ellos declinan aterrorizados de su viaje a Estados Unidos. Secuestros masivos, violaciones tumultuarias, mutilaciones en las vías del tren que abordan como polizones, bandas del crimen organizado que convierten a los indocumentados en mercancía. Este es el inicio de un viaje. Esta es apenas la puerta de entrada a un país que tienen que recorrer completo.
Nadie sabe ni de cerca cuántos cadáveres de migrantes se ha llevado el río Bravo. Este caudal que cubre casi la mitad de la frontera entre México y Estados Unidos suele arrojar cada mes algunos cuerpos hinchados. Enclavado entre uno de los puntos fronterizos de más constante contrabando de drogas y armas, el río, cumple su función de ser un obstáculo natural. Uno letal.