Opinión |
Los nuevos desaparecidos |
Por Katharine Andrade-Eekhoff |
Publicada el 05 de enero de 2009 - El Faro |
Durante los años ochenta, las razones más comunes de la migración internacional de Centroamérica tenían que ver con la inseguridad en la región debido a los conflictos armados. Durante ese periodo de incertidumbre y violaciones masivas de los derechos humanos, surgieron distintas organizaciones para denunciar y reclamar la defensa de dichos derechos básicos. Ya no vivimos con ese tipo de inseguridad que motivó tanta migración internacional. No obstante, el mismo proceso de migración ha creado una nueva clase de victimas de violaciones de derechos humanos y organizaciones afines.
Las personas con pocos recursos económicos, y sobre todo sociales, son las principales victimas, ya que están intentando emigrar al norte por la vía que requiere menos gastos pero que termina cobrando más caro al emprender el viaje por la ruta más peligrosa. Son hombres, jóvenes, mujeres y niños que viajan al norte sin los servicios de un “coyote” o “pollero”, caminando, tomando los “combis” (microbuses) o colgándose de los trenes de carga en México. Las victimas de asaltos, robos, violaciones, secuestros y asesinatos suman miles de centroamericanos y los victimarios realizan sus actos con total impunidad.
Debido a las muertes y desapariciones, han surgido nuevas organizaciones de base reclamando saber qué ha sucedido con sus seres queridos. Son las nuevas organizaciones pidiendo colaboración ante las autoridades centroamericanas y mexicanas, en su búsqueda por los que han desaparecido en el camino. En Honduras, la Red COMIFA, o Red de Comités de Migrantes y Familiares, tiene 21 comités locales asociados. Están en Choluteca, Yoro, Cortez y Ocotepeque.
En 2006 en El Salvador se formó COFAMIDE, Comité de Familiares de los Desaparecidos de El Salvador. Los familiares de los migrantes se han organizado para dar apoyo mutuo sobre todo en la búsqueda de sus hijos e hijas que salieron un día en la búsqueda de mayores y mejores oportunidades y simplemente desaparecieron. No recibieron más noticias de ellos: la última llamada fue de algún lugar en México y simplemente ya no saben más. No saben si su hijo murió y cómo. No saben si su hija está agonizando en algún hospital o “detenida” en un prostíbulo sujeta a la trata de personas. Han pedido apoyo de sus gobiernos respectivos: de los consulados, de los ministerios de relaciones exteriores. Han mandado cartas, fotos; han visitado abogados. Llaman una y otra vez. Han solicitado que las autoridades mexicanas hagan lo necesario para encontrarlos, ya sea la policía federal, los oficiales de migración, la policía local. A estas alturas, tener noticias, aunque sean malas, sería un descanso del martirio de no saber.
En diciembre de 2008, COFAMIDE trabajó en la organización de una viaje a Tecún Umán, en Guatemala, y Tapachula, Arriaga, e Ixtepec en México. Los propósitos del viaje eran conocer los caminos por donde habían iniciado el viaje sus seres queridos, sostener reuniones con funcionarios públicos de México y El Salvador y realizar actos de solidaridad con las Casas del Migrante en dichos pueblos. Sus esfuerzos fueron frustrados al no recibir a tiempo la visa que les permitiría realizar el viaje (Dos días después de haber iniciado el viaje, la Embajada Mexicana les informó a los integrantes del grupo que estaban aprobadas sus visas con validez de 90 días, pero también con un costo de $98 por persona, fondos con que no cuentan los participantes y que tendrán que recaudar) y han tenido que posponer el viaje hasta febrero de 2009.
Estos comités de familiares de desaparecidos nos recuerdan a los comités de madres que surgieron en Argentina, El Salvador, y Guatemala durante los conflictos bélicos. Parece que las respuestas de los gobiernos son semejantes también: indiferencia, burocracia u obstaculización. Estos comités son los renacimientos organizativos del nuevo milenio con cara de migrante.
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Escribo esto mientras un tren desgarra su potente pito a unos metros de aquí. Ese horrible gusano lleva a unos 50 indocumentados centroamericanos prendidos como garrapatas de su lomo. Viajarán ocho horas y lo más probable es que cuando lleguen a la siguiente estación los secuestren.
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El sur de México funciona como un embudo para los miles de migrantes centroamericanos. Ahí, muchos de ellos declinan aterrorizados de su viaje a Estados Unidos. Secuestros masivos, violaciones tumultuarias, mutilaciones en las vías del tren que abordan como polizones, bandas del crimen organizado que convierten a los indocumentados en mercancía. Este es el inicio de un viaje. Esta es apenas la puerta de entrada a un país que tienen que recorrer completo.
Nadie sabe ni de cerca cuántos cadáveres de migrantes se ha llevado el río Bravo. Este caudal que cubre casi la mitad de la frontera entre México y Estados Unidos suele arrojar cada mes algunos cuerpos hinchados. Enclavado entre uno de los puntos fronterizos de más constante contrabando de drogas y armas, el río, cumple su función de ser un obstáculo natural. Uno letal.