Catherin, una niña de 13 años, juega con Josué, de un mes de nacido. Lo levanta con sus dos brazos, le hace cosquillas en la panza, le da besos en la nariz, en los ojos, en la boca… y ambos ríen a carcajadas... con seguridad disfrutan el momento, que bien podría ser un momento perfecto, si no fuera porque Catherin es la mamá de Josué.
***
A Catherin nadie le habló sobre la salud sexual reproductiva o las relaciones sexuales o los anticonceptivos. Un día supo de que esas cosas que nadie le contó que existían habrían podido evitarle quedar embarazada a los 13 años de edad. Carmen probó de todo: alcohol, drogas, sexo y pandillas, hasta que la vida la sorprendió con un embarazo a sus 15 años de edad. Lidia era una niña de 13 años a quien el dinero que recibía de sus padres no le alcanzaba para comprar todo lo que quería, y un día creyó estar enamorada de un hombre que le triplicaba la edad y le daba 20 veces lo que le daban sus padres, y que terminó embarazándola. Juana soñaba con una vida de novela con un final feliz: ser jefa de hogar y ser madre. Fue jefa de hogar y estaba en proceso de ser madre cuando el sueño se le vino abajo. María sufrió en silencio seis años de abusos de su padrastro hasta que un día llegó a su vida un hombre liberador, y así quedó embarazada de su propio hermano. Las cinco son chicas salvadoreñas entre los 14 y 15 años de edad que en su ruta hacia la adultez, engrosaron la cifra de adolescentes embarazadas. Las últimas cifras oficiales disponibles muestran que, en promedio, cada día del año 2011 en el sistema nacional de salud de El Salvador dieron a luz tres jovencitas de entre 10 y 14 años de edad, a quienes se agregaron otras 67 que tienen entre 15 y 19 años.
Cada una cuenta una historia distinta, cada una tiene sus propios secretos, sus propios porqués, sus motivos y razones, pero todas tienen, en esencia, la misma consecuencia: un problema social que impacta no solo en la salud, sino también en la educación de las víctimas y que alimenta un factor de retroalimentación de la pobreza de los hogares salvadoreños.
En total, en 2011, 24 mil 494 menores de 19 años se vieron empujadas a someter a sus cuerpos a funciones para las que en muchos casos no estaban preparados, a someter sus emociones y mente a obligaciones y estrés propios de adultos, a rendirse a una vida que amenaza y trunca aspiraciones académicas y profesionales, y a enfrentarse ellas y a sus bebés a un futuro incierto, con la ironía de que ambos aún tienen toda la vida por delante.
***
Son como muñecas. Sus pequeños cuerpos de niñas van entrando en el cuarto de una en una, riéndose, secreteándose, saludándose como amigas que se encuentran a la entrada de la escuela. Pero en este salón los pupitres fueron sustituidos por tres camas de hospital, una silla de ginecología y un aparato desgastado de rayos equis. Las que entran de una en una en la habitación rondan entre los 13 y los 18 años de edad. Son jóvenes, demasiado, y se aseguran de parecerlo. Llevan pequeños shorts o pantalones ceñidos, camisas y vestidos playeros, colores de uñas vistosos, argollas, pulseras y todo tipo de accesorios. Son un club, uno bastante singular en el que solo hay una condición para ser miembros. Esa condición algunas la llevan en el vientre y otras la cargan en sus brazos desde hace poco tiempo. Sin embargo, esto no las inhibe de ser parte de la veintena de chicas que forman el Club de Adolescentes Embarazadas de la Unidad de Salud del Puerto de la Libertad. En ese grupo están Catherin, que ya es mamá, y Carmen, que espera que su bebé nazca en mayo de este año.
Esta tarde, el club celebra su reunión como cada tercer viernes del mes. El calor inunda la habitación de la Unidad de Salud donde estas adolescentes se reúnen para aprender a ser madres. Alguien enciende un ventilador y eso basta para que comience la charla sobre lactancia materna de este viernes con la veintena de jovencitas.
Corren un vídeo que se proyecta sobre una vieja pizarra. Aparece una mujer masajeándose el seno izquierdo hasta lograr exprimir un poco de leche. Aunque algunas de las jovencitas ya tuvieron a sus bebés, ninguna conoce cómo su cuerpo es capaz de producir leche, ni detalles como por cuánto tiempo pueden almacenarla.
En el vídeo, una pequeña gota de leche rala cae del pezón. “Miren, ahí viene, ve”, advierte Catherin, con entusiasmo. Catherin es pequeñita. Seguramente crecerá más, porque apenas tiene 13 años. Tiene piel oscura y lleva el pelo desteñido por el sol. El metro y cincuenta centímetros que mide la obligan a ocupar uno de los primeros asientos de la primera fila de las dos en las que están formadas las 20 asistentes del club, como en una clase de escuela. Como cualquier niño asombrado, desea que otros niños vean lo que ella ve. Por eso, toma con su mano izquierda la cabeza de Josué y la dirige hacia el pizarrón: no quiere que se pierda el espectáculo. Josué es el primer hijo de Catherin.
Todas están asombradas, pero al menos una de ellas pareciera reaccionar con asco ante el vídeo. Carmen, que está sentada en la segunda fila, frunce el ceño y mueve la cara hacia un lado para ver por el rabillo del ojo el pezón sobresaltado que riega leche delante de la cámara. Dentro de seis meses, Carmen será mamá por primera vez y aún no repara en que la protagonista de la escena en unos meses será ella. A diferencia de sus compañeras, es la única que luce radiante. Esta mañana llegó hasta la reunión con unos shorts diminutos y ajustados y una camisa a cuadros que combinó con un cincho en la cintura, justo por encima de la pequeña panza de tres meses de embarazo. El cabello lacio, los ojos delineados y las uñas con el extremo que sobresale del dedo teñido de blanco, al estilo francés. Carmen se siente una diva, una diva embarazada.
Las asistentes del club la están pasando bien esta tarde. Parecen no darse cuenta de que el hecho de estar embarazadas es algo que podría cambiar por completo el rumbo de sus vidas. Esta chicas que ahora se asombran y se ríen viendo el vídeo son parte de ese ejército de jóvenes que en 2011 supusieron una cuarta parte de todos los embarazos atendidos por la red hospitalaria salvadoreña. En otras palabras, de los más de 100 mil embarazos registrados en el año, 23.4 % correspondieron a chicas de entre 10 y 19 años.
Quienes sí tienen claro que los embarazos en adolescentes pueden significar un cambio abrupto en las vidas de estas menores son algunos funcionarios que se reunieron el pasado 11 de octubre en un hotel capitalino para celebrar por primera vez el “Día de la Niña”. La reunión, lejos de ser una celebración, giró en torno al problema de embarazos en adolescentes. “¡Por favor! ¿Qué significa esto para estas niñas? Que ellas y sus hijos tienen sus vidas en riesgo”, dijo Héctor Samour, viceministro de Educación. Luego recalcó que el cuerpo de estas adolescentes no está preparado para cumplir las funciones de ser madre, que estas muchachas probablemente no continuarán sus estudios, que sus hijos nacerán y se criarán al igual que ellas en un ambiente de pobreza, continuando un círculo que…
Ahí estaba también Gordon Lewis, representante del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). “Es que si una niña termina siendo madre cuando aún es una niña hay una vulneración de derechos. Además, se interrumpe la niñez, es una niñez truncada”, dijo.
La ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, se unió a las voces que pregonaban el problema, y añadió dramatismo a la situación al explicar que aunque los números hechos públicos dimensionan un gran problema, la realidad es más aguda aun. Que en un año más de mil jovencitas de entre 10 y 14 años dieran a luz es solo un dato de referencia, seguramente menor al de la realidad. Hay un subregistro, dijo. “No tenemos estadísticas generales y ni siquiera sabemos cuántas niñas pudientes están pasando por la misma situación. De eso no se tiene registro”, explicó.
Fuera de las conferencias de prensa, cuando las cámaras y los micrófonos se apagan y los discursos se olvidan, las estadísticas siguen reflejando un problema crónico de la sociedad salvadoreña que no ha cambiado en los últimos años. De acuerdo con la información que maneja Salud, entre los años 2005 y 2011 el número de partos en adolescentes entre los 15 y 19 años de edad pasó de 20 mil a 23 mil casos. Y en el caso de niñas entre 10 y 14 años de edad, los partos subieron de mil 41 a mil 176.
El fenómeno de los embarazos en adolescentes, según un mapa de monitoreo que presentó el Ministerio Salud en 2009, es más agudo en la Zona Oriental de El Salvador. Para el rango de edades de entre 10 y 14 años, solo el departamento de Morazán queda exento de la mayor agudeza del problema, y las cifras son ligeramente menores en la Zona Central. En el rango de edades de entre 15 y 19 años, la tasa de mayor incidencia se extiende a la Zona Paracentral y a Ahuachapán, y son Santa Ana y San Salvador los que sufren con menor intensidad el problema.
José Ruales, representante de la Organización Mundial de la Salud, concluye que estos números no reflejan un problema de las áreas de salud, educación, cultura o religión: reflejan un problema de la sociedad, en general. “Yo me niego a decir que esto es normal, esto nunca fue normal. La responsabilidad es de toda la sociedad salvadoreña porque esto no ocurre en toda la sociedad sino en un grupo de personas con más riesgo”.
***
Una noche de enero de 2012, Catherin recibió el más fuerte castigo que recibió de parte de su madre. A sus 13 años de edad, esa noche, sentada frente a la puerta de su casa, la niña abrazó a su perra tan fuerte como pudo, lo suficiente como para encontrar un poco de calor y quizá hasta un poco de cariño. Había pasado todo el día sentada en un montón de piedras que sirven de acera frente a la puerta de su casa. Ya había soportado el sol del mediodía, el calor de la tarde y se preparaba para el frío de la noche y la madrugada. Su madre la había condenado a pasar la noche fuera de casa, sin comida ni abrigo, con tal de que aprendiera la lección. La causa y el efecto de aquella situación crecía en medio de las entrañas de Catherin. Era Josué, aquel que dentro de unos meses sería ese niño con el que jugaría a darle besos y a carcajearse, pero que por ahora ya hacía a su madre pagar el castigo por su sola presencia.
Cuando llegó la mañana, Catherin siguió a la puerta de su casa, esperando. Pero su madre no cedería tan fácil y es que en el fondo sus deseos iban más allá de un castigo. “Ella me dijo que lo hacía para que aprendiera, pero que ojalá ese niño se me muriera”. Así volvió a llegar el mediodía y la desgracia de Catherin incluso conmovió a algunos de sus vecinos. “La gente me daba comida y le decía a mi mamá que no fuera tan grosera conmigo, que cuando naciera el niño lo iba a querer, que se iba a acostumbrar, que yo no lo podía abortar”.
Josué era el resultado de un encuentro de Catherin con un camionero de 20 años de edad que llegó hasta su comunidad, en una de las zonas rurales del municipio de La Libertad, para trabajar en la construcción de casas para gente de escasos recursos. Cuando aquel joven vio a Catherin merodeando por la colonia comenzó a lanzarle piropos. “Él me cuenteaba cuando me veía salir de mi casa, cuando iba a traer las tortillas…” A la niña los piropos del camionero le endulzaron el oído y se convirtieron en conversaciones y luego en salidas y más tarde en una relación.
–¿Y tú le dijiste a tu mamá que estabas saliendo con él?
–Yo nunca le tuve confianza a mi mamá porque yo sentía que nunca me iba a entender –confiesa Catherin.
En los informes sobre niñas embarazadas que presenta Salud, la relación de Catherin con su madre se define como “un hogar inestable donde hay una figura materna pero esta se encuentra aislada emocionalmente”. Esto se convierte en uno de los factores que podrían llevar a algunas niñas a situaciones en que se arriesgan a quedar embarazadas.
Aun sin que la madre de Catherin lo supiera, la relación de esta con el joven camionero continuó de acuerdo con lo que Catherin entendía como un noviazgo. Así llegaron al sexo y esto, según cuenta Catherin, no era cosa nueva para ella. Dice que dos años atrás había tenido otro novio con el que también tuvo relaciones sexuales. Esto significa que su primera experiencia sexual explícita ocurrió 5.3 años antes que el promedio de edad en el que las adolescentes inician su vida sexual en El Salvador. En 2008, la Encuesta Nacional de Salud Familiar (Fesal) reveló que en promedio las adolescentes inician su vida sexual a los 16.3 años de edad.
Lo que seguía siendo nuevo para Catherin era la información que conlleva una vida sexualmente activa. “En la escuela solo nos decían que no nos metiéramos con el primer hombre que se nos cruzaba en el camino. Pero eso es lo primero que hace uno. Yo de anticonceptivos ni sabía nada”, cuenta.
Según Ruales, casos como el de Catherin son parte de lo que está sucediendo a nivel mundial. Y es que el inicio de las actividad sexual entre los jóvenes se ha adelantado en todo el mundo, pero no en todos los países las jóvenes quedan embarazadas. La diferencia, de acuerdo con Ruales, está relacionada con la educación en salud sexual reproductiva que reciben los adolescentes y eso es lo que hace que en América Latina el riesgo de embarazarse sea mayor. “Ahorita, entre los 15 y los 19 años, ha sido de 71 embarazos por cada 1,000 mujeres, que es la tasa de fertilidad”, dice Ruales.
Uno de los factores, dice, es que 'se oculta información sobre educación sexual. A los mismos maestros les da pena hablar sobre el tema. Y a veces eso de ocultar información es lo que genera que esos sean temas atractivos para los niños, porque es misterioso y prohibido'.
El resultado de la falta de experiencia de Catherin en relaciones sexuales fue un embarazo. Uno que nunca esperó y que cuando se dio, como en muchos otros casos de niñas embarazadas, no supo reconocer hasta que su madre notó los mareos, los vómitos y el cambio en su cuerpo. Una vez confirmó su embarazo, las malas noticias comenzaron a llegar de todos lados. Lo primero que supo fue que sería madre soltera, pues el joven camionero decía no estar seguro de ser el padre del bebé, por lo que Catherin tomó una decisión que mantiene hasta hoy. “Yo le dije que no me ayudara con dinero. ¿Por qué me va ayudar si no me quiere a mí y no quiere a mi niño? ¿Para qué me va a ayudar?”
A los 13 años de edad, todo parecía ir más rápido en la vida de Catherin. Se enfrentó a un embarazo que conllevó el rechazo de su madre, la crítica de sus vecinos, el abandono del quinto grado en la escuela, su estreno como madre soltera y el inicio de la vida laboral. Catherin comenzó a trabajar atendiendo una tienda de unos conocidos. Estuvo ahí hasta que Josué nació.
“Yo quisiera seguir estudiando pero ya no se puede por el niño. No tengo nadie quien me lo cuide”, cuenta Catherin ahora.
Los datos de 2011 de la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM) revelaron que de las niñas entre los 13 y los 18 años que no estudiaron ese año, 637 declararon que el motivo para no asistir a clases era un embarazo y otras 539 dijeron que era por motivos de maternidad. En total, poco menos de 1,200 casos.
En mayo de 2011, los diputados en la Asamblea Legislativa aprobaron un decreto que establecía que las adolescentes que quedaran embarazadas no podrían ser expulsadas de las instituciones educativas públicas ni privadas. La iniciativa surgió después de que la Comisión de Cultura y Educación conociera de algunos casos de instituciones públicas y privadas que expulsaban a las alumnas que salían embarazadas, les prohibían utilizar el uniforme de la institución o las obligaban a estudiar en horarios distintos al resto de sus compañeros. Aun con esta medida, muchas madres adolescentes optan por abandonar los salones de clases por temor a burlas y críticas por parte de sus compañeros de estudio y de las mismas autoridades de los centros educativos.
La Encuesta de Hogares también reveló que en el país existen 168 mil niñas que no estudian. De estas 16,688 son analfabetas.
–¿Y qué querés ser cuando seás grande, Catherin?
–No sé, ahorita no sé. Yo puedo trabajar, todavía tengo el trabajo de la tienda. Para mí fue muy temprano esto de quedar embarazada porque no estaba preparada…
Josué tiene ahora tres meses de nacido, Catherin acaba de cumplir los 14 años de edad y ambos viven en la casa de la madre de Catherin, quien después de conocer a su nieto terminó rindiéndose y hasta disfrutando la idea de ser abuela.
***
Son casi las 3 de la tarde en el club. Termina la reproducción del vídeo sobre la lactancia materna. Entonces la nutricionista se toma un tiempo para ampliar a sus alumnas la información sobre la lactancia. Su exposición gira en torno a la oxitocina, una hormona que estimula la producción de leche materna, y para terminar, la maestra decide contar una historia sobre los milagros de la lactancia.
“Hubo un caso de una madre adoptiva que quiso tanto darle de mamar a su bebé que su cuerpo a través de la oxitocina hizo esto posible y ella logró amamantar sin haber dado a luz”, dice. Las asistentes están estupefactas. Entonces llega el momento más importante de la reunión: las preguntas.
–¿Quién tiene alguna pregunta? –la nutricionista anima a las muchachas a que expresen sus dudas.
–Yo –contesta Carmen, desde la segunda fila–. Mire, fíjese que a mí me han dicho que si uno está embarazada y quiere tanto que su niño salga rubio y con los ojos azules, a veces sale así. ¿Eso es cierto?
La nutricionista guarda silencio por unos segundos, pues ahora es ella quien ha quedado estupefacta. Duda, como tratando de dilucidar si la pregunta en realidad es una broma, pero pasan los segundos y Carmen sigue con cara de interrogante.
–Bueno, no, eso no funciona así, eso tiene más que ver con cuestiones genéticas…
Carmen es una muchacha de 15 años a la que le habían hablado de sexo, drogas y pandillas, pero muy poco sobre ser mamá. Carmen nació en una de las colonias cercanas a la playa en el Puerto de La Libertad, vivió con su padre y su abuela paterna desde siempre. Su madre se separó de su padre cuando ella era una bebé y desde entonces la visitaba de vez en cuando.
2011 fue el año en el que Carmen curioseó un poco de todo. Un día, su mejor amiga le presentó a un grupo de muchachos de su edad entre los que Carmen se sintió cómoda. Era un grupo de adolescentes que se reunían en algunas casas abandonadas cerca del Puerto y que coqueteaban con una de las pandillas del lugar y se juntaban para fumar marihuana y crack o a beber todo lo que el cuerpo aguantara. Así expresaban su rebeldía de jóvenes luchando por su independencia. A Carmen la curiosidad la tentó y al cabo de un mes ya era parte del grupo.
A diario, Carmen salía de su casa vistiendo debajo del uniforme de su escuela un par de shorts ajustados y unas camisetillas desmangadas. Al salir, abordaba el bus que la llevaba hasta la escuela, pero a la mitad del camino se bajaba para encontrarse con su mejor amiga, cambiarse de ropa y reunirse con su pandilla. Su padre nunca se enteró de sus aventuras, quizá porque estaba ocupado trabajando, quizá porque nunca antes se comunicó con su hija, quizá porque no sabía cómo abordar a su hija, quizá porque creyó que ese era el rol de la escuela, quizá porque no le interesaba…
Mario Francisco Mena, abogado del área de restitución de derechos del Instituto Salvadoreños de la Niñez y la Adolescencia (ISNA), trabaja con adolescentes embarazadas en situación de riesgo. Su diagnóstico sobre lo que suele suceder en los padres en casos como el de Carmen es el soslayo de responsabilidades. “Ese es el adultismo, eso que dice que a mí me gustan los niños media vez yo no tenga que gastar o preocuparme por ellos. Les celebro sus gracias pero no estoy ahí a la hora de corregirlos y rebatirles sus ideas, ese trabajo se lo dejo a la escuela. Yo no me involucro. Esa ausencia de compromiso es el adultismo”, dice.
La vida de Carmen siguió adelante, sin que sus padres se enteraran de qué se trataban sus aventuras. En noviembre de ese año, mientras paseaba por el centro del Puerto de La Libertad, conoció a un joven mecánico siete años mayor que ella. La conexión fue casi inmediata. De ahí en adelante, Carmen comenzó a alejarse de su pandilla y a invertir todo su tiempo en la amistad con aquel joven, hasta que llegaron a ser novios.
Pasaron más de cinco meses antes de que la pareja acordara que tendrían relaciones sexuales. Cuando por fin ocurrió, ni Carmen ni su pareja vieron la necesidad de protegerse y cuando menos se lo esperaban, después de esa primera vez que estuvieron juntos, se enteraron de que Carmen había quedado embarazada. “Yo no lo podía creer, solo había sido una vez… Después me arrepentía”, dice Carmen.
Y ese arrepentimiento se convirtió en rechazo cuando Carmen le contó al joven mecánico que sería padre y este dijo dudar de su paternidad. “Yo le dije que ya no quería andar con él porque él me había arruinado la vida, le dije que lo iba a denunciar, que lo iba a meter preso, pero que no me iba a quedar solo así”.
Cuando Carmen hablaba de una denuncia lo hacía porque había escuchado que ella era una menor de edad y que ante las leyes del país, si alguien que fuera mayor de edad tenía relaciones sexuales con ella, eso era ilegal.
Según el Código Penal, lo que el mecánico le había hecho a Carmen se llamaba violación en menor o incapaz. Es un delito que acarrea una sanción de 14 a 20 años de cárcel para todo aquel 'que tenga acceso carnal por vía vaginal o anal con menor de quince años de edad o con otra persona aprovechándose de su enajenación mental, de su estado de inconsciencia o de su incapacidad de resistir”.
¿Y qué pasa cuando dos menores de edad tienen sexo consentido? Aunque la ley es clara en cuanto a lo que se entiende por violación en menor e incapaz, la magistrada de la Corte Suprema de Justicia Doris Luz Rivas Galindo, que desempeñó por muchos años el cargo de magistrada de la Cámara 1.ª de Menores, dice que la ley no puede ser tajante. “Para calificar el tipo de pena de un caso cada juez debe hacer y analizar un cuadro fáctico. Esto es parte de la sustanciación del proceso a fin de conocer las condiciones en las que actúan las personas. No se puede penalizar siempre la conducta. Hay que entender que el legislador cuando hace la ley no puede prever todos los casos”, explica.
Rivas Galindo incluso revela que este fue uno de los puntos que se debieron discutir entre jueces luego que en noviembre de 2003 se hiciera una reforma al artículo 159 del Código Penal para reducir la edad de la víctima de violación en menor e incapaz de 18 a 15 años. “Como jueces de menores discutimos este tipo de figuras en la Escuela de Capacitación Judicial porque al principio siempre iban a parar a la cárcel los chicos, pero a partir del debate y la interpretación comenzamos a darnos cuenta de que se debía evaluar cada caso”.
Pero aún y si los jueces se tomaran literal la medida de la que habla el artículo 159 del Código, su labor solo serviría para que las instancias que se encargan de atender los casos de adolescentes que han quedado embarazadas y que por ende han visto vulnerados su derechos colapsaran. Y es que el Estado no tiene los recursos para atender miles de casos que se registran al año.
La institución que estaría a cargo de restituir los derechos de estas adolescentes sería el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo Integral de la Niñez y la Adolescencia (ISNA) que a la fecha atiende 17 casos de adolescentes embarazadas en riesgo, y esa cantidad, según Álvaro Canizales, encargado del Centro Infantil de Protección Inmediata (CIPI), ya es hacinamiento. “Ahorita tenemos hacinamiento porque el espacio es para nueve y tenemos 17 madres adolescentes. Yo soy del parecer que una institución no es el mejor lugar para que un niño esté. Y no estoy diciendo que deba estar en el entorno donde fueron vulnerados sus derechos. Si usted les pregunta a las cipotas, ellas le dicen que no quieren estar aquí, que quieren estar con alguien de su familia”.
Este sigue siendo sin duda uno de los puntos que mayor discusión causan en el ámbito judicial. Para unos, como la fiscal Nory Flores, de la Unidad de Delitos en Contra de la Menor y la Mujer, no existe ninguna excepción a la regla. “Hay casos donde el papá del bebé se hace responsable en niñas menores de 15 años pero la ley establece que es un delito, y eso es una violación. Aunque ella diga que no hay delito y llore, las personas que saben sobre el desarrollo de los niños, saben que ella no está preparada para tomar esas decisiones”, concluye.
La visión del UNICEF respecto a este punto es similar a la de la Fiscalía. Según explica Gordon Lewis, “una violación no necesariamente tiene que ver con el consentimiento de la víctima. Eso así se entiende jurídicamente. Hay impunidad en el sistema judicial porque los jueces saben que si una niña menor de 15 sale embarazada eso es un delito. Y hay complicidad cuando los padres se enteran de que la niña están embarazada y no quieren pasar por la vergüenza o el largo camino de llevar esto a un proceso. Es un pacto de silencio”.
El caso de Carmen ejemplifica la visión de estas niñas menores de 15 años, quienes no conciben el hecho de quedar embarazadas como una violación. La demanda que pensaba entablar en contra del joven camionero no estaba relacionada con una violación sino con el ánimo de contar con una cuota de manutención. “Yo no pensaba en que se lo llevaran preso por violación, yo solo quería que me ayudara económicamente”.
La sicóloga Ruth Aguilar, del CIPI, ha conocido muchas de estas historias. En nuestra sociedad hay niños y niñas que están creciendo con lo que ella llama un proceso de “normalización de conceptos” tergiversados.
–Hay niñas que no entienden el abuso y es por la situación en la que han estado, no han tenido acceso a la educación correcta. Hubo una niña que me dijo, yo estoy feliz con mi pareja. A mí me prefirió mi padrastro…
–¡¿Qué?!
–¡Con esas palabras! La niña me miró y me dijo 'cómo no me va a preferir mi padrastro si yo estoy más joven, mi mamá ya está vieja'. Y luego la misma mamá me dijo que por qué nosotros lo veíamos como abuso si ahí en mi pueblo montón de hombres que andan con niñas como mi hija y nadie dice nada. El problema para ellas es que las traemos para acá, no lo otro.
“Los delitos sexuales se han dado todo el tiempo. Lo que pasa es que nunca se le ha dado tanta atención a este tipo de situaciones. Es un problema de años. Todavía en estos tiempos se dan y las personas tienen temor a decirlo. Muchas de las madres de las niñas que tenemos aquí también sufrieron abuso de parte de tío, abuelos, vecino o hermanos mayores y la familia ya lo ve como que es parte de la vida”, explica Aguilar.
En el caso de Carmen, las amenazas de demanda en contra del mecánico después de que este pusiera en duda su paternidad se hicieron realidad, con el detalle de que en vez de denunciarlo y mandarlo a la cárcel, como había dicho, Carmen decidió pedirle ayuda a sus viejos amigos de la pandilla. Así resolvió que una paliza ayudaría a que el padre de su bebé recapacitara sobre su responsabilidad.
Sin embargo, la paliza que recibió el mecánico solo hizo que a finales de 2012 este huyera hacia los Estados Unidos y fue entonces cuando Carmen se sintió abandonada. Sus padres no sabían que estaba embarazada y no tenía ni la menor idea de qué hacer. Entonces resolvió que no quería ser mamá, que eso era demasiado para ella, que no podría continuar todo ese proceso sola, así que comenzó a hacer todo lo posible por abortar. “Yo no me quise poner en control porque yo quería abortar. Mi prima me dijo que conocía a un brujo que me podía sacar al bebé si le pagaba 30 dólares y que además me iba a dar una toma para terminar el trabajo”.
Sin saber, Carmen estaba agregando más riesgos a su embarazo de los que ya causaban el hecho que iba a ser mamá a los 15 años. Solo por ser hijo de una madre adolescente el bebé de Carmen ya enfrentaba un riesgo aumentado de morir en el primer año de vida, de ser más propenso a contraer enfermedades infecciosas, de tener un menor tiempo de lactancia y, por ende, defensas bajas, de contar con menores habilidades cognitivas…
“El 90% de los bebés que nacen de madres adolescentes son bebés prematuros, no tienen la capacidad de desarrollarse completamente porque su madre no está preparada. Y si esas niñas no reciben atención médica, sus niños tienen mayor riesgo de morir”, dice Ruales.
Pero las ideas de Carmen nunca se hicieron realidad, quizá porque nunca logró ahorrar los 30 dólares o porque nunca estuvo segura de no querer ser mamá. Según ella, lo que realmente la hizo recapacitar fue el regaño de su madre. “Hablé con mis papás y estaban más enojados porque supieron que quería abortar. Mi mamá me dijo que así como había ido a meter las patas tenía que tener el valor de tenerlo”.
***
Después de que Carmen preguntó si esforzándose suficiente su niño podría nacer rubio y de ojos azules, la nutricionista está preparada casi para cualquier pregunta. Pero parece que este viernes el grupo no tiene muchas ganas de preguntar. El calor húmedo que inunda la habitación comienza a desesperar a los bebés de las adolescentes que ya son madres. Y todo indica que ya es hora de dar por cerrada la conversación.
Pero antes, las enfermeras de la Unidad de Salud han decidido recolectar unos cuantos dólares de su sueldos para regalarles a las miembros del club accesorios sencillos que van a utilizar en el proceso que inician. Son biberones, pañales, bolsitas de Incaparina; un suplemento de proteínas y vitaminas, y todo tipo de objetos sencillos que muchas de estas niñas, que vienen de hogares pobres, no pueden comprar.
Catherin lleva algún tiempo analizando unas bolsitas de papel celofán que están colocadas sobre un escritorio. Están adornadas con listón rojo y el papel trasparente tiene impresos corazones rojos y flores rosadas. En su mente, está decidiendo cuál de todos esos regalos es el más bonito. Cuál es el mejor.
–Bueno, les vamos a dar un detallito a cada una –anuncia la jefa de enfermeras de la Unidad.
–Señorita, yo ya le dije cuál quiero, ¿verdad? –dice Catherin, en el inicio de toda una campaña para recibir el regalo que ella considera es el mejor de todos: una bolsa de Incaparina y un pañal–. ¿Verdad, bebé, que ese es el que nosotros queremos? –Catherin habla en voz alta con Josué, mientras lo tienen entre sus brazos–. Es que los otros no nos gustan, ¿verdad bebé? ¿Verdad que nos gusta la Incaparina, bebé?… Aaah, sí, sí, sí, es que es bien rica.
Su insistencia rinde frutos y Catherin se va con su bolsa de Incaparina y el pañal.
LEA TAMBIÉN:
Crónica | El príncipe azul de María
Crónica | Juana y sus sueños de cristal
Crónica | Madre a los 13 y padre a los 42
Las niñas madres en cifras
(Infografías por Óscar Luna)