Estimado Rafael:
Te hacen caso los medios por ser Premio Nacional de Cultura y sin duda te lo mereces tras haber realizado un trabajo tan importante como la traducción del nahuat de las leyendas de Izalco que recogió Schultze Jena antes de la masacre del 32. Pero en tus últimos escritos estás siendo gratuitamente ofensivo, utilizando una información que sacas de contexto para hacerla decir lo que se te da la gana, para destrozar a quienes fundaron el arte y el pensamiento en nuestro país.
Pero las gentes de las que hablas están dentro de un contexto cultural en el cual a nadie se le hubiera ocurrido defender a un travesti, donde generalizadamente se pensaba en todo el hemisferio occidental del planeta que era mejor ser blanco que ser moreno, ser moreno que ser negro, donde médicos afirmaban que era el negro genéticamente inferior en lo que al cerebro respecta; y la lista de todos los prejuicios que entonces se manejaban podría alargarla casi indefinidamente. Eso era lo común no sólo aquí sino aun entre las gentes de aquel París de los años setenta donde tú y yo vivimos y donde fuimos amigos, aquel París que fulguraba como faro intelectual del mundo con figuras como Sartre, Simone de Beauvoir, Michel Foucault. Ellos eran revolucionarios entonces y estaban diciendo lo que a la comunidad no gustaba. Ellos estaban creando la plataforma moral de la llamada post- modernidad desde la cual tan cómodamente puedes hablar.
No, no puedes juzgar a las gentes de ayer con los conceptos de hoy y no sabemos cómo verá el futuro la tabla de valores que hoy manejamos. Lo seguro, en cambio, es que un historiador objetivo del futuro tomará en cuenta el contexto en el cual vivimos antes de emitir juicios. Y esos personajes que atacas y que comenzaron a figurar en la primera mitad del siglo pasado fueron abriendo el país hacia esas libertades y reivindicaciones que a ti, viviendo desde hace décadas en países del primer mundo, se te han dado gratuitamente.
Pero vamos a la entrevista que publicó La Prensa Gráfica el pasado domingo 15 de septiembre donde declaras:
Mire lo que dice Ambrogi: “Dar verga y golpear bárbaramente a las mujeres y a los indígenas”. Y mire lo que dice (Hugo) Lindo: “Que todo pasare entre luchas y jadeos, sin palabras, en esa forma violenta de copular en que deben ocurrir las cosas, donde los hombres que no asaltan brutalmente a una mujer son afeminados”. Imagínese, si yo no golpeo a mi mujer, soy afeminado. Es muy fuerte. Pero es parte de la identidad nacional y eso no lo estamos trabajando históricamente. Y eso no lo explica la sociedad ni la economía ni lo político. Es una cuestión de género que sigue vigente y está en la literatura.
O sea, Ambrogi y Hugo Lindo denunciaban lo mismo que tú pero mucho antes que tú. Pero en uno de tus escritos acusas a Hugo Lindo, Claudia Lars, Salarrué y otros autores de complicidad con el martinato porque libros suyos “bien empastados” estuvieron en una exposición en Guatemala enviada por el General Martínez. Que mi padre, Hugo Lindo, y mi madre hayan debido salir huyendo del martinato a Guatemala en 1944, que mi madre haya perdido en eso momento a quien debió haber sido mi hermano mayor en un cuarto con ratas, que mi tío Herbert Lindo haya caído en batalla contra las tropas del General y su hermano mayor haya escrito el poema HA MUERTO UN NIÑO que pasó a ser emblemático del levantamiento contra Martínez son para ti detalles que carecen de importancia, supongo.
Dices que el indigenismo en arte fue proyecto del General Martínez. Pero no, era una reivindicación contra el eurocentrismo y ya Álvaro Rivera Larios te respondió que recorría América Latina. Acusas a Mejía Vides porque son indígenas y no blancas las mujeres desnudas que pintó. Eso es a tus ojos racismo y homofobia, pues hombres desnudos no pintó. No es ni una cosa ni la otra. Él deseaba poner de relieve la belleza de la mujer indígena y además pintaba lo que quería. Es como que acusaras a Raúl Elas Reyes por pintar cerros y no llanuras.
Pero contra quien realmente te has encarnizado es contra Salarrué, el más importante artista de nuestra historia, por quien expresaron su admiración personalidades como Gabriela Mistral, Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias y Roque Dalton. Pero tú has fabricado un Salarrué cómplice del dictador.
Si revisas la correspondencia de Salarrué en el Museo de la Palabra y la Imagen verás la cuasi indigencia en la que vivían en esos tiempos él y su familia. Podrás leer una carta que dirige a Martínez pidiendo la liberación de un prisionero acusado de comunista donde subraya que esa era la acusación del momento. Olvidas el precioso cuento en el que se identifica con el negro músico, el lienzo de los cadáveres amontonados que disimula como montaña nevada que alude al 32. Sí, no condenó abiertamente al General, ni otros lo hicieron. Pero eran escritores y pintores, no héroes.
Tú dices no poder vivir en El Salvador porque no tendrías aquí un salario digno. Pero, si estuvieras aquí con un salario escuálido, con tu esposa y tus hijos, y gobernara un déspota sicópata que no vaciló en matar indígenas como moscas ¿serías el héroe que le lanza su verdad a la cara? ¿asumirías tranquilamente morir en una mazmorra dejando huérfanos y una viuda o, en el mejor de los casos, quedarte en la miseria? Quizás. Pero resguardarse no es forzosamente ser cómplice y a ti, a quien jamás han faltado el alimento y las comodidades, te resulta fácil condenar desde tu pedestal.
Pongo a continuación el texto que Salarrué escribió al año del fusilamiento de su amigo Farabundo Martí, a quien él llamaba 'Faramundo', con eme. Agradezco a Carlos Consalvi el habérmelo facilitado:
Retrato de Faramundo
Salarrué
Ayer cumplió un año de muerto Agustín Faramundo Martí. Queremos dedicar a su memoria estas breves líneas; primero, porque fue nuestro amigo y varias veces estuvimos a solas conversando de las cosas del espíritu; y segundo porque Martí, por su calidad de hombre de ideal, de renunciador, de héroe, se merece la admiración de todo hombre sano, no por sus ideas sino por su entereza e inegoismo para sostenerlas.
Agustín era hombre sencillo, sin vanidad, sin debilidad. Había bajado su testa como los toros y con los ojos cerrados, recto atacaba la sombra que lo exasperó, la misma sombra voluminosa que enardecía al soñador Ricardo Alfonso Araujo. El amor de ambos a los sufridores, a los oprimidos, los elevaba a la calidad de padres. Su parcialidad era casi instintiva y no veía más allá de los engañosos hechos. Creía ingenuamente en la infelicidad del pobre y en la felicidad del rico y todo esfuerzo por demoler, con el ariete de la filosofía, este cimiento de odio, fallaba pronto. Con la temeridad del indio picado por el tamagaz que se vuela de un tajo la mano, así Faramundo Martí se lanzaba sobre ese miembro de la sociedad que consideraba engangrenado. Sabía que le costaba la vida y no tembló. Llegó su hora, y en el mismo Día de la Madre entregó sonriendo su cuerpo a la madre tierra, como semilla de una ensoñada liberación.
Patria, 11 de mayo, 1933
LEA LA RESPUESTA DE RAFAL LARA MARTÍNEZ: El archivo de “las calumnias” | Publicado el 19 de Septiembre de 2013
Vea la reseña biográfica de Ricardo Lindo, en ICONOCLASTAS de El Faro.
Vea la reseña biográfica de Rafael Lara Martínez en ICONOCLASTAS de El Faro.