Beirut, LÍBANO. Arabia Saudí e Irán están dominados por mayorías que profesan ramas distintas del islam, y con frecuencia apoyan a sus correligionarios en los distintos conflictos de la región. La retórica extremista, frecuente en grupos yihadistas como el Estado Islámico –que considera herejes a los chiitas– también está presente en el discurso oficial de las dos potencias regionales.
Los dirigentes sauditas, por ejemplo, justifican su actual intervención militar en Yemen contra las milicias chiitas como una lucha entre “el bien y el mal”, mientras que Irán ha llegado a hablar de “genocidio”.
En Siria, el gobierno y sus aliados, incluyendo Irán y el grupo chiita libanés Hezbolá, califican de “terroristas” a la oposición sunita.
Pero a pesar de esta retórica, los expertos aseguran que se trata ante todo de una lucha por la seguridad y el poder y no del conflicto religioso que empezó en tiempos de la sucesión del profeta Mahoma.
“No es ningún conflicto eterno. Pero a veces las diferentes identidades religiosas quedan atrapadas en un conflicto político y económico más amplio”, explica Jane Kinninmont, vicedirectora del programa de Oriente Medio y África del Norte del instituto de relaciones internacionales Chatham House.
La rivalidad entre Riad y Teherán, dos poderosos países musulmanes productores de petróleo, se remonta a varias décadas. En los últimos años se ha agravado como consecuencia de la invasión de Irak en 2003 por parte de una coalición liderada por Estados Unidos. Tras esa invasión, el gobierno de Bagdad quedó bajo la influencia de Irán y cambió los equilibrios regionales que existían hasta entonces.
Lucha de influencia
La lucha de influencia de Riad y Teherán es patente en varios conflictos de la región.
En Siria, Arabia Saudí apoya a los rebeldes sunitas, mientras que Irán y Hezbolá sostienen al régimen del presidente Bashar al Asad, que es alauita, una rama del islam chiita.
De igual manera, en Líbano Riad es el aliado del bloque sunita que se opone al Hezbolá, apoyado por Irán.
En Bahréin, la familia real sunita, que tiene el apoyo de Arabia Saudí, acusa a Teherán de fomentar la violencia entre la población de mayoría chiita. Y en Yemen, Riad lucha contra los rebeldes hutíes junto a una coalición de varios países sunitas.
Según los analistas, convertir estas luchas de poder en conflictos religiosos es una manera de ganar apoyos. “Cuando hablamos de geopolítica regional, lo que se llama 'sectario' no tiene nada que ver en realidad con problemas de identidad sectaria”, explica Fanar Haddad, un investigador del instituto de Oriente Medio de la Universidad de Singapur.
“Es un caso típico de rivalidad geopolítica, en el que la etiqueta de sectario juega un papel desproporcionado”, asegura.
Un análisis que comparte Jane Kinninmon: “Se suele ver como una cosa sencilla, una lucha entre sunitas y chiitas que luchan porque tiene distintas interpretaciones del islam. Pero cuando se mira la historia y la variedad de los países en el mundo musulmán se ve que no es el caso”.
Catar y Egipto, por ejemplo, pertenecen a la coalición que apoya la intervención en Yemen pero están enfrentados en otros conflictos, como en Libia.
Y mientras Turquía y Catar apoyan la operación militar liderada por Arabia Saudí en Yemen, los tres países están llevando en paralelo una lucha de influencias dentro de la coalición que reúne a la oposición siria.
Los expertos advierten del riesgo de explotar la rivalidad religiosa.
“La división entre sunitas y chiitas es real, existe”, explica Frederic Wehrey, un investigador del programa de Oriente Medio del Carnegie Endowment for International Peace. Y explotarla podría desatar una ola de violencia muy difícil de controlar, asegura.
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