A las 9:30 de la mañana, Heriberto Erquicia, director del Museo Nacional de Arqueología (Muna), recibió una llamada. Se trataba de Oscar Batres, jefe de museografía. Era el 22 de diciembre 2016, el penúltimo día antes de que los funcionarios públicos entraran a las vacaciones de fin de año. Erquicia participaba en la última reunión general de directores de la Secretaría de Cultura en el edificio A5 del centro de gobierno, en San Salvador. La reunión iba comenzando, así que se excusó y salió para responder la llamada. “Se ha reportado un faltante de piezas en la sala introductoria”, le dijo Batres. El director del museo regresó a su asiento a la sala de reuniones y al finalizar, alrededor de las 11 de la mañana, pidió audiencia privada a la secretaria de Cultura, Silvia Elena Regalado, al director de patrimonio, Marlon Escamilla, y al coordinador de Logística de la Secultura, Néstor Serrano, para informarles la situación. “Esperé hasta que terminara la reunión porque antes de alertar había que verificar que no se tratara de un traslado interno de piezas hacia otra sala”, explica el arqueólogo e historiador. De inmediato, Erquicia, Escamilla y Serrano partieron para el museo e informaron a Francisco Gallardo, del departamento jurídico de la institución, para que diera aviso al Departamento de Investigaciones de la delegación de San Salvador de la PNC.
Al llegar al museo, los funcionarios comprobaron su temor, se había dado un robo. De la sala introductoria fueron extraídas tres figurillas antropomorfas de cerámica que pertenecen al período prehispánico, un cuenco cerámico polícromo, tetrápode (prehispánico), y un estribo de metal de la época colonial. Esa sala estaba cerrada desde agosto 2015 por un proceso de desmantelamiento, ya que se pretendía reorganizarla museográficamente a partir de 2017. El acceso a ella estaba restringido y los únicos que tenían llave eran tres vigilantes del museo, según explicó a Erquicia a El Faro. Junto a los vigilantes también tenían acceso tres museógrafos y el director del museo. El Muna no cuenta con una bitácora de quiénes entran o no a la sala.
Esta es la primera vez, según las autoridades, que se reporta un robo de este tipo en el museo. Al menos desde que fue inaugurada esta sede. El Museo Nacional de Antropología de El Salvador fue fundado en 1883. Su actual sede está ubicada frente al Centro Internacional de Ferias y Convenciones (Cifco), en la colonia San Benito. El edificio que ocupa actualmente fue inaugurado en 1999, pero su museografía, es decir, la disposición de las piezas en sala y la información que las acompaña, estuvo lista hasta 2001, año en que se abrió al público.
En junio de 2013, El Faro publicó que “El Museo Nacional de Antropología (Muna) como respuesta a la búsqueda de la identidad e historia salvadoreñas resulta más bien una pregunta, una duda... una incertidumbre”. En el reportaje Reír y llorar en la Museo Nacional de Antropología se describía que muchas de las piezas carecían de cédula, entre ellas, las figurillas que se reportaron como desaparecidas el pasado 22 de diciembre. El desmantelamiento de la sala obedecía, precisamente, a un reordenamiento de la sala, cuya museografía no había tenido modificaciones desde que se abrieron las puertas en 2001.
El 23 de diciembre, la Secultura publicó un comunicado de prensa en su página web en donde confirmó el extravío de las piezas y de que se había dado aviso a la Policía Nacional Civil. Salvo por la enumeración de las figurillas, no se dieron más detalles. Según Erquicia y Escamilla, la PNC llegó por la tarde al museo y desde entonces fueron ellos los encargados de entrevistar a los empleados y de hacer las inspecciones necesarias a la sala para recolectar evidencia. Aunque las autoridades de Secultura aseguran que ese mismo día se dio aviso a la oficina de la Policía Internacional en El Salvador para que activaran su protocolo de alerta, el informe con los detalles de las piezas fue remitido a esa oficina hasta la primera semana de enero. Según Escamilla, el procedimiento debería de haber sido más ágil, pero que no depende de ellos, es la PNC quien debe levantar un acta para posteriormente dar aviso a Fiscalía General de la República. Una vez terminada es que se envía a Interpol junto con las fichas técnicas de cada pieza.
A través de su jefe de comunicaciones, la FGR dijo a El Faro que la denuncia del hurto de las primeras seis piezas entró a correspondencia el 2 de enero, y que hasta el 9 de enero de 2017 entró el de las tres piezas restantes. Agregó que la Unidad de intereses del Estado abrió hasta el 10 de enero el expediente para iniciar las diligencias de investigación.
El extravío de las seis figurillas de la sala introductoria supuso para las autoridades la necesidad de revisar, inventario en mano, las 1,500 piezas que alberga el museo, tanto en esta como en las cuatro salas restantes. El pasado viernes 6 de enero se reportó la desaparición de tres piezas de entre uno y dos centímetros de la sala de entierros. Se trata de un dije de piedra verde o jadeíta, un cilindro antropomorfo y una orejera de cerámica, parte del ajuar con el que eran enterrados durante el período preclásico medio (del 900 al 400 antes de Cristo), los habitantes del sitio arqueológico Verapaz, en San Vicente. La tradición era enterrar a las personalidades importantes con posesiones materiales que serían útiles en la otra vida.
Para el director del museo, aunque no se tiene certeza de cuándo fueron extraídas las piezas, debe considerarse una diferencia fundamental entre ambos hurtos. La sala introductoria estaba cerrada y la última vez que alguien había entrado a ella fue el 6 de octubre, según Erquicia. Mientras que en la sala de entierros, al tratarse de una sala de exhibición abierta al público “ahí sí se perdió evidencia, porque los visitantes tocan vitrinas y limpian”. Todos los lunes, el museo cierra sus puertas porque el personal se encarga de dar mantenimiento a las instalaciones.
Hasta ahora, la única certeza que tienen las autoridades de Secultura es que para extraer las piezas de la sala de entierros se “tuvo que haber levantado el capelo (vitrina que cubre las piezas), no lo pudo haber hecho una sola persona, de eso sí estamos seguros”, explicó Erquicia.
Por ahora, las medidas de seguridad en el Museo han tenido que ser replanteadas y la única persona con llaves para acceder a las salas es el director. Así mismo, habrá un control más riguroso de quién entra al museo, como apuntar las placas de los vehículos, y se cambiarán todas las cerraduras para evitar que se vulnere de nuevo la seguridad en caso de que existan duplicados.
Este es el segundo caso de robo de piezas arqueológicas del período prehispánico que ocurre sin que los administradores de la Secretaría de Cultura, en el segundo gobierno de izquierdas, puedan dar explicaciones contundentes sobre las medidas de prevención y conservación de las piezas ahora desaparecidas. El primer incidente ocurrió en marzo 2015, cuando el arqueólogo Federico Paredes diera aviso a la Secultura del hurto de una escultura de la tradición 'Cabezas de Jaguar' que era parte de una finca en Santa Ana. El contraste entre ambos casos va desde que las nueve piezas que faltan ahora en el Muna sí formaba parte de la Colección Nacional de Arqueología y estaban resguardadas en un edificio del gobierno; hasta que el robo de la cabeza de jaguar se trataba de una pieza labrada en piedra de 500 libras de peso que, pese a la notificación hecha por un arqueólogo, no tuvo medidas de protección y estaba a la intemperie en un terreno privado.
*Nota del Editor: la versión original de este artículo fue modificada el 15 de enero de 2017 para corregir la manera en la que estaba citado un artículo de archivo de El Faro.