El lunes 8 de enero, cuatro hombres con pasamontañas entraron a la casa donde residían los hermanos Jasson y Johar Rodríguez Orellana. Según La Prensa Grafica (LPG), los hermanos Rodríguez Orellana, provenientes de la colonia Altavista en Soyapango, controlada por el Barrio 18, se habían mudado, junto a su madrastra y cuatro familiares más, a la colonia Nuevo Lourdes, en Colón, controlada por la Mara Salvatrucha. El objetivo de la mudanza era aliviar las dificultades económicas por las que pasaba la familia. Jasson, de 18 años, era un estudiante ejemplar y por su mérito había logrado conseguir una beca de la Fundación Forever que le permitiría estudiar idiomas en la Universidad Francisco Gavidia; estaba a punto de empezar el segundo año de su carrera. Johar, de 15, recién había terminado noveno grado y, al igual que su hermano, era un estudiante destacado. Según LPG, los hombres con pasamontañas buscaban a alguien en la casa de los Rodríguez Orellana y al no encontrar a esa persona decidieron llevarse a Jasson; cuando el muchacho corrió, le dispararon a él y a su hermano. El lunes 8 de enero, El Salvador perdió a dos jóvenes trabajadores y brillantes, que tenía mucho que aportarle al país. Otros dos salvadoreños talentosos cayeron a manos de una cultura sistémica de violencia sin sentido.
El Salvador es un país que vive sumergido en un ciclo de pobreza y desigualdad donde, en la mayoría de casos, los que nacen pobres, mueren pobres. En este contexto, solo hay dos maneras de escapar de la pobreza heredada: saliendo del país en busca de mejores oportunidades, como lo han hecho ya más de 2 millones de compatriotas, o tener una gran ética de trabajo que con un poco de suerte se traduzca en un negocio o un título universitario. La familia Rodríguez Orellana hizo un intento por implementar ambas estrategias.
Los muchachos, con la idea de que un título les permitiría conseguir un buen trabajo y así salir de la pobreza, se esforzaron en sus estudios e hicieron todo lo posible por mantenerse en ese camino. En un país donde la tasa de homicidios para jóvenes entre 18 y 24 años es una de las más altas del mundo, lo de los hermanos Rodríguez Orellana era una odisea que no logró terminar en buen puerto. Jasson y Johar terminaron convertidos en una cifra más.
La madre de los hermanos Rodríguez Orellana no contó con las facultades para obtener un título universitario o emprender un negocio y, al verse sumergida en la pobreza, decidió optar por la otra vía de escape y emigrar a Estados Unidos. Según LPG, la madre de los muchachos dejó el país hace ya varios años, y se encuentra al norte de la frontera amparada por el programa de Estatus de Protección Temporal (TPS) que el gobierno de Donald Trump acaba de cancelar para alrededor de 200,000 salvadoreños. La madre de Jasson y Johar no pudo regresar a El Salvador para el funeral de sus hijos por miedo a que en Estados Unidos le bloquearan el reingreso. Tanto es el terror de quedarse atrapada en El Salvador, que la señora tomó la decisión de quedarse en Estados Unidos y no asistir al funeral de sus dos hijos. El día en que acabó el TPS y mataron a los hermanos Rodríguez Orellana, el gobierno de El Salvador se jactó de una “gran victoria”. A alguien en una de las oficinas de comunicaciones de Casa Presidencial o Cancillería se le ocurrió que sería una buena idea vender los 18 meses otorgados antes de la cancelación como una prórroga gestionada por el gobierno. Los funcionarios y el Estado, una vez más, subestimaron la inteligencia de la ciudadanía; mala decisión, no somos tan estúpidos.
Los 18 meses no son, bajo ningún punto de vista, un logro del gobierno, sino un tiempo prudencial para que el país y sus gobernantes hagan un esfuerzo real para lograr algo que no han logrado en los 17 años que duró el programa: crear condiciones sostenibles para que la gente tenga, por lo menos, oportunidades de prosperar en su propio país. Oportunidades para que la vida no sea tan cruel como lo fue con los hermanos Rodríguez Orellana. También es un tiempo prudencial que Estados Unidos da a los cerca de 200 mil salvadoreños en ese país para que arreglen lo que tengan que arreglar antes de marcharse. Cualquier otra interpretación es un insulto a la inteligencia y a la dignidad de personas como la madre de los Rodríguez Orellana.
Esta historia representa algunos de los elementos más oscuros de la sociedad salvadoreña: los que hacen un esfuerzo por salir adelante de una manera honesta y esforzada, pero mueren en el intento; los que se van porque no encuentran aquí nada para ellos y prefieren sufrir los dolores más grandes antes de regresar, porque 20 años después, no es solo que ya no haya nada para ellos, sino que el país les ha matado aquello que más querían; los mismos de siempre, que se burlan de los ciudadanos y venden fracasos como logros.
A nosotros nos queda recordar a los hermanos Rodríguez Orellana y pujar por una sociedad donde un muchacho que quiera estudiar y salir adelante pueda hacerlo sin miedo a morir por el lugar en el que va a la escuela. A los políticos, que en estos meses no se cansan de ofrecer, les pido que se bajen de sus camionetas y que dejen de pensar en ustedes mismos por un segundo, y que hagan un esfuerzo para realmente entender los problemas de familias como los Rodríguez Orellana. Esas familias les pagan sus salarios, entonces devenguen y ayúdennos a crear e implementar soluciones colectivas e integrales para evitar estas tragedias.
El Salvador es un país pequeño, con pocos recursos y sin mucho que desarrollar. Nuestra herramienta más valiosa es nuestra gente y si no cuidamos de jóvenes brillantes como Jasson y Johar, no importa por quién votemos, o qué hagamos, nunca vamos a salir adelante.
Que en paz descansen.