El Salvador / Cultura
En El Tunco hay un belga que ameniza el Mundial

En la víspera del partido que Bélgica le ganó a Túnez, un belga disputó su propia batalla, contra otros DJ en la playa El Tunco, la esquina surfera, fiestera y bohemia de La Libertad. Muchos prometieron madrugar para ver el partido de Bélgica, pero solo él lo consiguió. Bueno, apenas.


Fecha inválida
Nelson Rauda Zablah

“Si el Mágico jugara a las seis de la mañana, ¿no te levantarías?”, pregunta Gilles Ortmans, retórico, a las dos de la mañana. Se lo dice a un grupo de amigos salvadoreños y un par de españoles que beben las últimas cervezas disponibles de esta larga noche en la playa El Tunco, pero también se lo dice a sí mismo, en un esfuerzo de autoconvencimiento. Gilles necesita convencerse porque Bélgica juega contra Túnez en menos de cuatro horas, pero él sigue enfiestado. Madrugar a las seis de la mañana será casi una misión imposible. Para él y para mí también, que vine a la playa justamente para acompañarlo. 

Gilles (Verviers, 1976) es un mochilero devenido empresario hotelero. “Yo no escogí El Salvador, El Salvador me escogió a mí”, dice ahora que es esposo de una salvadoreña oriunda de Chalatenango y padre de dos niños: uno de once y otro de seis. Vino al país como mochilero, en 2003, y se quedó porque conoció a su esposa. Vio en El Tunco, que no era lo que es ahora, una oportunidad de montar un negocio, por la cantidad de extranjeros como él, que vienen en busca de olas y fiesta. 

Faltan cuatro horas para el partido. En El Tunco, a esta hora, los negocios y las tiendas cierran, y abren nada más dos carritos de comida, uno de pupusas y uno de hot dogs. Es mala combinación esta del fútbol y el alcohol a la hora de hacer promesas, casi como la que tienen los políticos en campaña. Gilles jura que se levantará a tiempo. Algunos de sus amigos, en un rincón del bar La Guitarra, acuerpan. Yo también lo juro solemnemente. 

Gilles Ortsman, de nacionalidad belga, comerciante y habitante en la playa El Tunco, en La Libertad. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Gilles Ortsman, de nacionalidad belga, comerciante y habitante en la playa El Tunco, en La Libertad. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Usualmente Gilles es calvo, pero esta víspera de Mundial, Gilles no fue Gilles sino Baba Ganoush, un personaje que usa tirantes con una camiseta blanca, gafas oscuras en la madrugada y una estilizada cabellera rubia que parece tinturada con agua salada y sol, como tanta gente en este paraíso surfero del Pacífico salvadoreño.

—¿Qué significa Baba Ganoush?
—Coqueto y vicioso.

Respondió pícaro y con carcajada, hace unas horas, cuando hizo de DJ en una batalla musical. Entonces estábamos en Surfos: “el bar que no es bar”. Es una agencia de viajes que tiene una refrigeradora donde venden cerveza y por ende, un bar no oficial y centro de encuentro para esta comuna hippie que vive en la playa.

En Surfos, Baba Ganoush y otros se turnaban en rondas de eliminación directa poniendo sus playlists. El tema era música de los 80, lo que explicaba el performance de Gilles.

Baba Ganoush se quedó en las rondas preliminares, pero eso no le impidió apoderarse de la consola cuando se anunciaron los resultados de la final.

—Bueno, señoras y señores, el Ministerio de Cultura debería darnos un premio por esta mierda porque esto se llama poner buena música.

Quien habló es Javier Rivas, dueño de La Guitarra, que ejerció como maestro de ceremonia en la gran final de la batalla musical. Alguien desbordado –de la emoción o del alcohol– aplaudió, silbó y gritó: ¡A huevo!

Baba Ganoush amenizó y dio épica al anuncio con esos tres acordes icónicos de Beds are Burning, de Midnight Oil. Luego comenzó a sonar la batería ochentera y Javier dio el veredicto: Psicoterapeuta anotó 179 puntos. Patiño 192 puntos. Las celebraciones fueron moderadas. El primer lugar se llevó un trofeo en forma de bola disco y Baba Ganoush siguió poniendo música hasta que lo dejaron. A la una y cuarto de la mañana, sonaba Live is Life, de Opus.

Las camisas de Bélgica en el techo del restaurante Mopelia, propiedad de Gilles Ortsman. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Las camisas de Bélgica en el techo del restaurante Mopelia, propiedad de Gilles Ortsman. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

***

Tunco es un salvadoreñismo para referirse a un cerdo. Esta playa se llama así porque hay una formación rocosa icónica que alguien, en una epifanía, creyó que tenía semejanza a un tunco, y nadie tuvo el valor de contradecirlo. Así que la leyenda creció, como sucede en los pueblos.

El Tunco es una anomalía de la costa. Ahora es “un imán internacional para la práctica del surf”, que queda a solo media hora de la capital salvadoreña. Cuando uno avanza sobre la carretera del Litoral, rumbo a occidente, y cruza en el kilómetro 42, es como si abandonara el municipio de Tamanique (La Libertad) y entrara a la República Soberana de El Tunco. Hay que pagar peaje, un dólar cuando uno entra en carro, que va para la directiva de la playa. El inglés sería el idioma oficial de esta república, a juzgar por los turistas y por cómo están escritos la mayoría de rótulos y menús de bares, discotecas, hoteles y restaurantes.

En El Tunco pervive esa amabilidad que diferencia a los pueblos del interior del país de las zonas urbanas. Parece que la gente sonríe un poco más y desconfía un poco menos. Una investigación de El Faro en 2015 descubrió El Tunco como uno de los destinos turísticos frecuentes de jóvenes de universidades privadas. Clasemedia para arriba, pues. Aunque es posible encontrar opciones cómodas como cuatro cervezas por cinco dólares.

La carretera del Litoral sirve como frontera. Del otro lado es Tamanique, un municipio pobre que bordea la playa salvadoreña en el que la escolaridad promedio es de séptimo grado y sólo la mitad de la población logra estudiar bachillerato. 

“Las olas atraen surfistas. El surf atrae energía. La energía atrae gente. La gente atrae capital. La inversión atrae desarrollo. Y así va”, dice la teoría macroeconómica del surf de Steve Barilotti, un cineasta, editor de la revista Surfer. Eso podría explicar el crecimiento de El Tunco, cuya expansión viene casi en círculos concéntricos desde el lugar donde rompen las olas. “Si paran de venir extranjeros, se muere El Tunco. Si paran de venir salvadoreños, no pasa nada”, dice Gilles.

Pero esto no era fácil de imaginar cuando junto a su esposa adquirieron el terreno donde hoy funciona el Hotel Mopelia. 'Because El Tunco needs a quiet place', es su promesa de venta. Y la cumple. Contrasta con el personaje de su dueño, pero Mopelia es un lugar tranquilo, mesas y sillas de madera en el restaurante, decorado con botellas de cerveza de todo el mundo y, durante el Mundial, con camisas de Bélgica, la más vieja, una blanca del 97, que Gilles muestra con especial orgullo. Tiene 12 habitaciones, desde $20 hasta $90 la noche.

“Vimos un potencial que ni los salvadoreños veían en ese momento”, dice Gilles. Agarraron la ola en el momento justo: entre 2004 y 2009, el número de hoteles registrados incrementó de 215 a 394 en El Salvador, según una investigación de la Universidad de San Diego, en California.

Gilles Ortsman tiene un bar-restaurante-hotel en El Tunco. Por la compra de waffles o cervezas ofrece camisas de Bélgica. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Gilles Ortsman tiene un bar-restaurante-hotel en El Tunco. Por la compra de waffles o cervezas ofrece camisas de Bélgica. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Ni Gilles ni su esposa son hoteleros, pero han ido construyendo su negocio a prueba y error. Así establecieron las recetas del pan o algunas pastas. Los viajes de Gilles también han contribuido al menú. Por ejemplo, hay un juego de tragos que funciona con un dado: se bebe un trago diferente dependiendo del número que te salga cuando tiras. La idea la copió de un bar en Guatemala. Hay un desayuno, el Rockstar, que espero nunca necesitar: dos cigarrillos, un trago de vodka, una Alka-Seltzer y un café. Dice Gilles que no sabe exactamente de dónde salió ese, pero que hay un parroquiano que lo pide una o dos veces al mes.

El modelo económico neoliberal recoge una receta que dicta la utilización de mano de obra barata para potenciar una industria. En la expansión de El Tunco se repite esta idea. Lo dice la investigación de la Universidad de San Diego. El Tunco “se ha convertido en mano de obra barata para los operadores de turismo extranjero, algo que aumenta la desigualdad”. Esta dinámica ha permeado incluso en el sistema educativo. En Tamanique incluso hay un colegio, el Hugo Lindo Olivares, que ofrece un “diplomado en bartender”, como parte de su programa de bachillerato general.

Gilles tiene seis empleados en Mopelia, pero le salen ocho en las cuentas porque se incluye a él y a su esposa. No tiene planes de expandirse. “El negocio es un recurso para vivir. Es un plan de vida, no de negocio”, dice. No es de los más visitados en El Tunco. La noche previa al partido, ya estaba cerrado a las 11 de la noche, mientras el dueño ponía su música a un par de locales de distancia. En día del partido, un par de franceses se despidieron de Mopelia casi al mediodìa.

Gilles se dice seguidor del socialismo europeo, “ese que tanto miedo da a los latinoamericanos”. Dice que es un socialista que no está en contra de los empresarios, pero que no cree en capitalizar más de lo que necesita, ni hacerlo a costa de sus empleados. 'Una anomalía'.

La madrugada recrudece. Sobre el sonido de las olas suena reguetón, Selena, Los Ángeles Azules o Michael Jackson, parte del playlist de Baba Ganoush, que también comienza a sufrir la madrugada. Un borracho al que sus amigos olvidaron se cayó dos veces en la cuneta y sangra un poco, por las heridas. Un argentino le ofrece más cerveza y finge conocerlo, para que la patrulla policial que está enfrente no se lo lleve. Nadie sabe el nombre del tipo, pero el  argentino lo apodó Lázaro. Gilles sonríe, aún con una cerveza en la mano, y promete que se levantará sin importar qué. Pero yo a esta hora no apostaría ni por él ni por mí.

***

A las 5:30 de la mañana, El Tunco no es el mismo paraíso tropical de la noche anterior. Este sábado el día es gris, el ambiente es húmedo y el calor es sofocante. ¿Por qué me tomé esa última cerveza? ¿Por qué este partido no fue programado a una hora más decente? Pienso en el desayuno Alka-Seltzer de Gilles. Salvo por los cigarrillos, a esta hora me caería bien. Le pondría 'Levántate, Lázaro'.

Gilles llegó cinco minutos tarde a la cita. No le hizo falta el desayuno Alka-Seltzer que toma uno de sus parroquianos. Foto de El Faro, por Víctor Peña.
Gilles llegó cinco minutos tarde a la cita. No le hizo falta el desayuno Alka-Seltzer que toma uno de sus parroquianos. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

De alguna forma, estoy puntual a las seis en Mopelia, que tiene la puerta entrecerrada y la soledad. Todos los que habían prometido ver a Bélgica temprano mintieron. Gilles ha hecho promociones para este Mundial. Lo suyo es una suerte de atracción de inversiones y también un guiño de caridad. Él es belga y tiene una seleccción mundialista, cada vez más favorita para cosas grandes. Nosotros tenemos una selección que amaña, cada vez más hundida y alejada de las citas mundialistas. Gilles, en El Tunco, intenta compartir su alegría a cambio de un poco de clientela. Cada vez que juega la selección, regala una de las camisetas de su equipo, siempre y cuando uno compre uno de los productos belgas de su menú: papas fritas, waffles o cerveza. Pero nada de eso es capaz de atraer a alguien a esta deshora. Bueno, miento: hay dos ardillas que juegan como si no hubiera mañana en la copa de un árbol.

Gilles no se levantó. Cinco minutos después de iniciado el partido se asoma, desvelado y ya sin la peluca de Baba Ganoush, a su restaurante. 'Son cosa seria ustedes', dice y enciende el televisor, justo a tiempo para ver a Eden Hazard anotar de penal el gol de inicio.

—Es perfecto, este es uno de esos partidos que podés pasar 40 minutos sin hacer gol. Ya quedan tranquilos.

Dice Gilles, que ya es tan salvadoreño que hasta se queja de los narradores del 4, el canal que transmite el Mundial en señal abierta. “Es que dicen lo obvio, los nombres de los jugadores que la pasan, una que otra pendejada y ya”, explica. “No tienen suerte, ustedes”, dice. Luego cae en cuenta de una triste realidad: “Bueno, yo tampoco”. Este es el cuarto Mundial que ve en El Salvador.

Bélgica había participado sin éxito en cuatro Mundiales hasta 1970, cuando ganó su primer partido, justamente contra El Salvador. Tras eso pasó 12 años sin Mundial hasta que volvió, en el Mundial de España, y le volvió a ganar a El Salvador, aunque fue eliminado en segunda ronda. La mejor participación de los belgas fue en 1986. Iban a ser finalistas pero dos goles de un tal Diego Maradona los ahogaron cuando ya estaban en la orilla.

Cuatro años después, el mismo equipo prometedor y semifinalista clasificó a Italia 90. Llegaron a octavos de final y empataban con Inglaterra en una prórroga de media hora cuando, en el último minuto del extratiempo, Paul Gascoigne pateó un tiro libre que David Platt enganchó de volea. Ese gol eliminó a Bélgica.

“Una lacra”, dice Gilles cuando recuerda lo de David Platt. Aquello fue una tragedia nacional, dice. “El narrador hizo silencio cinco minutos y después solo dijo: ‘Es injusto’”. Bélgica habría enfrentado a Camerún en cuartos de final de esa copa. Y después quién sabe.

Bélgica no ha vuelto a semifinales desde 1986. Gilles confía mucho en sus compatriotas en Rusia. Romelu Lukaku, el delantero, “es una máquina”. Dice que habían estado esperando que el volante creativo Eden Hazard reviente, y parece que ahora sí. Y destaca a uno que no se lleva los reflectores: “Axel Witsel es nuestro jugador de las sombras”. Witsel, un espigado centrocampista con peinado afro, pasó la pelota 60 veces, con 90 % de precisión, en este partido de Bélgica contra Túnez. “Es importantísimo. No lo ves, pero le das la pelota y sabes que va a hacer algo”.

Gilles celebra, pero no grita, cada uno de los cinco goles de su selección. Se emociona. '¿Sos consciente de que vamos a ser campeones del Mundo?', me pregunta. Antes de que termine el primer tiempo aparecen en el restaurante sus dos hijos, que están más pendientes de dibujar en un cuaderno o de pedir permiso para comer una galleta, aprovechando que el papá está desvelado y distraído. Nos sirve café y se sienta. Antes de que termine el partido, como a las siete y media, solo entran al restaurante dos de las empleadas de Gilles. Mopelia abre a las ocho. 

A las seis de la mañana, El Tunco es un pueblo desierto y uno se puede parquear donde quiera, pero a las 9 de la mañana, un hombre y una mujer con una carretilla de verduras venden con una sonrisa. Un hombre con una bicicleta adaptada para vender “fresh and delicious coconuts” pasa cerca y hace lo mismo. Por una de las calles, unos hombres, torso desnudo, hablan portugués, y tres mujeres en short de jeans y traje de baño hablan... ¿alemán? de camino a la playa. Dos tipos salvadoreños, morenos, juegan su versión de la copa del Mundo en la calle peatonal de El Tunco: se pasan la pelota mientras esperan que algún turista se acerque a preguntarles por las clases surf o las tablas. Los morenos suspenden su partido cuando escuchan que ha caído un gol en otro: Carlos Vela acaba de convertir el penal que le dio el 1 a 0 a México en el partido que ganó a Corea del Sur. Gilles no vio ese gol. Cuando terminó el juego de Bélgica, se fue a dormir. Dijo que quería estar fresco para ver a Alemania.

'¿Sos consciente de que vamos a ser campeones del Mundo?', dice Gilles antes de despedirse, satisfecho con el resultado de su selección. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

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