El Salvador / Cultura
La triste historia del salvadoreño que se fue a Rusia, pero no logró ver ningún partido

Joel Zamora, un mensajero del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), comenzó a ahorrar para ir a Rusia un año antes del inicio del Mundial. Intentó recortar gastos viajando de Madrid a Moscú en buses, trenes y pidiendo aventón a camioneros, pero esa estrategia lo demoró y le impidió llegar a tiempo al partido que más le habría gustado ver: el México-Alemania. Sorteó la barrera de los idiomas con señas y un trofeo de la Copa Mundial que fabricó con papel. Y aunque después de todo no logró ingresar en ningún estadio de fútbol ruso, no se arrepiente de la experiencia. Esta es su historia.


Fecha inválida
Nelson Rauda Zablah

La historia que cuenta el salvadoreño Joel Zamora resulta difícil de creer. ¿Usted creería así nomás que alguien recorrió casi 11 000 kilómetros, gastó casi 3 000 dólares y pasó mil penalidades para disfrutar un partido mundialista en vivo y terminó sin ver ese partido de fútbol?

Pues eso fue lo que le pasó. Planeó mal un viaje a la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018 y terminó haciendo una travesía por veinte ciudades de nueve países europeos, en cinco formas de transporte distintas. Conoció buena parte del Viejo Continente, pero no pudo ingresar en ningún estadio de Rusia.

Joel Zamora es bajito, con barriga. Tiene 45 años, 23 lo ha pasado trabajando como mensajero en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), y 19 casado con una profesora. Es padre de dos hijos. También un tipo con suerte quizá porque la busca. Zamora es de esa gente que se la pasa llenando los cupones de promociones que salen en los periódicos.

Joel Zamora muestra el trofeo de la Copa del Mundo que ha creado, con el que realizó una travesía para llegar hasta Rusia, sede del torneo de la FIFA. Foto Víctor Peña (El Faro).
Joel Zamora muestra el trofeo de la Copa del Mundo que ha creado, con el que realizó una travesía para llegar hasta Rusia, sede del torneo de la FIFA. Foto Víctor Peña (El Faro).

Zamora es persistente. En 2004, dice, se ganó un viaje para la final de la Copa América, en Perú, porque recolectó tapones de Gatorade, una bebida hidratante. En 2010, dice, ganó una promoción de Coca-cola para ver el trofeo oficial de la Copa del Mundo en San Pedro Sula, Honduras. En 2017, recogió 27 000 cajuelas de cerveza Pílsener en 21 días para ganarse un viaje a Las Vegas, Estados Unidos. En el Mundial de Brasil 2014, vio a Croacia contra México y a Italia contra Costa Rica, patrocinado por un amigo mexicano. Costaría creer en su suerte si no fuera porque nos enseña fotos suyas en estos lugares, en un par de álbumes de cubierta naranja.

Zamora es, con todas las letras, un loco-fútbol. En sus álbumes hay fotos suyas con el entrenador Carlos Bianchi, el portero argentino Sergio Goycochea, y el comentarista Luis Omar Tapia, de cuando se los ha encontrado en algún viaje. También hay pedazos de boletos de estadios y de trenes, y recortes de periódico. Zamora está igual de orgulloso de enseñar su entrada del Estadio Azteca, para un partido de El Salvador contra México, que una foto de él apresado por agentes de la PNC en el Estadio Cuscatlán. Es aficionado del Club Deportivo Águila y a Zamora lo arrestaron por ingresar en la cancha. Pero no estaba haciendo un Pussy Riot. Entró al engramillado para descolgar una pancarta de su equipo que tenía el logo del diario deportivo El Gráfico, una pancarta que hizo en un concurso para ganar $100. “Logré agarrar esta prueba porque, si no, no me daban el premio”, se justifica.

Combina su pasión y su terquedad con otra característica: el extremo cuidado de hasta el más mínimo gasto. Cuando lo cité en la cafetería de la Zona Rosa donde lo entrevistamos, me preguntó si yo pagaría su café. Al llegar, se estacionó en la calle, en la avenida Las Magnolias, pese a que había espacio en el parqueo del centro comercial. Me dijo que pensó que le cobrarían el parqueo y quiso ahorrárselo.

En 2017, Zamora empezó a ahorrar para su expedición rusa. Vendió latas, papel periódico, viseras. Organizó ventas de garaje en su casa y vendió dos refrigeradoras, un compresor de aire, una silla de jardín. Trabajó en Uber. “También pasé un cumbo como alcancía en el ISSS”, dice. No sabe exactamente cuánto consiguió de cada rubro, pero fue suficiente para comprar un pasaje de avión de San Salvador a Madrid, por poco más de $1,200 dólares. ¿Madrid? Sí. El pasaje a Moscú le costaba $2,700 y decidió aterrizar en Madrid y empezar de ahí, sin saber bien cómo. Tras el pasaje, llevaba en efectivo 1 000 euros y 105 dólares.

Colección de entradas en el álbum personal de Joel Zamora, quien realizó una peculiar travesía para asistir al Mundial de Rusia 2018. Foto Víctor Peña (El Faro).
Colección de entradas en el álbum personal de Joel Zamora, quien realizó una peculiar travesía para asistir al Mundial de Rusia 2018. Foto Víctor Peña (El Faro).

Salió de El Salvador el 10 de junio, hizo escala en Miami y luego en Nueva York. Llegó al aeropuerto de Barajas y tomó un tren de Madrid a Barcelona. En Madrid se tomó una foto frente al Estadio Santiago Bernabéu y quedó impresionado “por la corredera y el estrés” en la estación de trenes de Atocha. En Barcelona aprovechó para conocer el Camp Nou Zamora es fanático del Barça como tantos otros salvadoreños– y, por primera vez, sintió frío al bañarse en una playa, porque pudo contrastar el cálido Pacífico salvadoreño con el mar Mediterráneo. Luego tomó otro tren hacia París.

La pasión, terquedad y frugalidad no bastaban para llegar a Moscú. En el tren a París le empezó a funcionar esa magia, suerte o gracia que tiene Zamora. Escuchó a una mujer hablar en español, y se le acercó. Zamora había oído un anuncio en el tren que le pareció una invitación: que los usuarios podían pasar al vagón de la cafetería por un refrigerio, porque el tren se había retrasado. Pero su francés no es su fuerte y la mujer le explicó que era un anuncio, no una invitación. Sin embargo, ella lo invitó a comer, y cuando escuchó su historia, le ofreció hospedaje en su casa esa noche. De nuevo, cuesta creerle nomás tanta suerte, pero me enseña un papel con el nombre, la dirección de París, en la Rue du Faubourg du Temple, y el teléfono de la mujer.

En París, Zamora dejó un separador de monseñor Romero en el Puente de las Artes, famoso porque la gente cuelga candados como muestra de amor. También regateó con comerciantes africanos para llevarse 12 pequeñas torres Eiffel por 10 euros. De París tomó un tren a la ciudad francesa de Metz y luego un Blablacar –un servicio para viajar en carros ajenos compartiendo gastos– a Saarbrücken, ya en Alemania. Luego buses a Frankfurt –donde le pareció que un barco había atracado en la ciudad cuando vio el enorme edificio Squaire– y Dresden, antes de cruzar la frontera polaca hacia Wroclaw, Varsovia y Bialystok.

 

Luego vino su encuentro con la Policía bielorrusa. Rumbo a la ciudad de Grodno, la policía fronteriza lo detuvo. Le informaron que necesitaba una visa para entrar en Bielorrusia. “Yo llevaba la Copa del Mundo y la revisaban por si llevaba droga o una bomba. Me dijeron que en Berlín me podrían ayudar”, dice Zamora. Para entenderlos, Zamora usaba señas y le escribían cosas en inglés en el teléfono celular.

De vuelta en Alemania, buscó ayuda en vano en la Embajada de El Salvador en Berlín. Emprendió de nuevo el viaje antes de que todo empeorara. Buses y trenes de nuevo: de Berlín a Dresden–Wroclaw–Bialystok y luego a Augustow, al norte de Polonia. Con el dinero agotándose, empezó a pedir ride (salvadoreñismo para pedir aventón en la carretera).

“Desde Augustow todos fueron de ride. La mayoría que me tendió la mano fueron los polacos”, dice. Sin hablar una palabra de polaco, se valió de símbolos. “Lo que me llevó hasta allá fue la Copa del Mundo”, dice. Su copa hecha de papel dorado, símbolo inequívoco de su destino final, le ayudó a entenderse con personas con las que no compartía un idioma. “Llevaba la copa amarrada a la camisa de Maradona en mi valija. Yo la llevaba a la vista. Ellos rápidamente me entendían y veían el rótulo de las ciudades hacia dónde iba”. Fue esa figura junto a rotulitos de cartulina con los nombres de las ciudades a las que se dirigía los que le consiguieron transporte. Conforme avanzaba, tachaba los nombres de una lista propia para ubicarse.

Zamora cuenta cosas increíbles. Por ejemplo, que en Augustow, durmió unas horas, sentado en un rincón de una gasolinera y cuando despertó encontró billetes y monedas que le habían dejado. Viajó a bordo de cabezales automáticos que lo dejaron asombrado. De Augustow a Kaunas, en Lituania, y de ahí a Daugavpils, en Letonia, antes de finalmente entrar en Rusia vía Velikiye Luki, Rzhev y, finalmente, Moscú.

Para cuando llegó a Rusia, México ya le había ganado 1-0 a Alemania. Era para ese partido que había quedado con un mexicano, el mismo que le patrocinó buena parte de su estadía en Brasil. Cuando llegó, su amigo ya se había ido. 

Estaba cansado, con los pies hinchados, herido por el frío, desajustado por la diferencia horaria y enfermo por haber pasado a un régimen de dos tiempos de comida al día desde Augustow, para economizar. Se alojó en un hostal de 45 euros la noche. En Moscú, en pleno Mundial, Zamora no quiso, no pudo siquiera ir a uno de los Fan Fest que organiza la FIFA para ver los partidos. “Me iba para el hostal, y ahí estaba una pantalla. Quería agarrar fuerza en los pies para regresar nuevamente”, explica.

Ese viaje de regreso hasta Madrid lo empezó de nuevo el 21, y de la misma forma, pidiendo aventones. Tenía hasta el 30 de junio, pero se le había agotado ya el dinero. Y las fuerzas.

Algunos viajes en camión después, de vuelta en Madrid, quebrado y cansado, pidió ayuda a su esposa para que una agencia de viajes le encontrara un boleto de vuelta a casa. Zamora voló de regreso el 26 de junio, cuatro días antes de lo previsto, tras pagar una penalidad de $440 que terminó de pagar hace unos días, el 15 de julio.

Pasó varios días durmiendo toda la mañana, cuando regresó. El dolor en los pies también tardó en ceder. Pese a todo, dice que no se arrepiente y se consuela con la frase que le dijo un compañero de trabajo. 'Mirá, Zamora, no entraste a un partido pero ese tour que te has echado nadie lo hubiera hecho'.

Con el Mundial terminado, y tras unos días de reflexión, Zamora siente que debe ponerle un paro a sus aventuras que datan desde aquella final de la Copa América en 2004. “Mi esposa me hizo prometerle que ya no voy a andar con esta locura”, dice. Le pregunto si no piensa ir al Mundial de Catar 2022. Su respuesta me hace pensar que su promesa tiene tanta valía como la de un político en campaña. “Ahorita con la promesa que he hecho a mi esposa quiero hacer cosas en mi hogar, comprar un pantry, hacer un cuarto arriba de mi casa. Pero yo digo: si de aquí en dos años he logrado hacer todas esas cosas…”

Pero en todo caso, si Catar no es posible, Zamora ya tiene otro plan. “Cuando vine, mi cuñado me dijo que el Mundial en 2026 es en México. Y yo les digo: “De plano, va, ustedes alístense y nos vamos”.

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