Horacio Hernández recuerda con exactitud la última fecha en que llovió como quien recuerda un cumpleaños o un aniversario. 14 de junio, dice, el día en que se cumplen 40 días sin lluvia en Jucuapa, Usulután. A bordo de un camioncito Kia blanco, Horacio nos lleva a examinar algunas de las 20 manzanas de maíz que sembró entre el ocho y 11 de mayo y que para el 24 de julio ya estimaba como pérdida total.
— ¿Qué tal?— pregunta a Horacio su primo Eduardo Arroyo Castellón, que conduce un picop en el sentido opuesto del camión de Horacio.
—Aquí, afligido que no llueve— le responde Horacio.
Uno usualmente habla del clima con extraños, como una conversación trivial para llenar el silencio. Pero ahora el clima es el tema principal. Sobre todo de este lado del río Lempa, esa gran arteria que divide el centro del oriente del país, y que por ahora tiene cara de riachuelo, aunque estamos en medio de la que se supone que es la época lluviosa o invierno salvadoreño.
El diluvio bíblico duró 40 días y 40 noches. Lo que ha ocurrido en oriente es como un antidiluvio.
La falta de agua desespera. Eduardo, el primo de Horacio, está afligido. Su picop viene cargado de los restos de la milpa, que ha cortado para vender como zacate para alimentar ganado. No es una decisión menor. Cortar la milpa significa la desesperanza, dar por hecho que no lloverá o que, aunque llueva, el daño ya está hecho.
La sequía tiene efectos ambientales y económicos. Para el 26 de julio, el ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) cifraba en 33 los días de sequía y hablaba del “julio más seco de la historia”. El ministerio de Agricultura (MAG) hizo una encuesta de evaluación de daños que diagnosticó pérdidas — totales y parciales— atribuidas a la sequía en 62,089 manzanas de terreno, equivalente a unos 2,138,014 millones de quintales de producción. El 24 de julio, la dirección de Protección Civil emitió alerta naranja para 12 departamentos y alerta roja para 143 municipios. Las pérdidas son el 13 % de la producción nacional que se esperaba. En dinero: unos 30 millones de dólares.
Pero la Cámara Asociación de Medianos y Pequeños Productores Agropecuarios (Campo) hizo su propio estudio y calcula que las pérdidas son mayores: 82,424 manzanas y 4,137,684 millones de quintales. Es casi el doble de lo que dice el gobierno. En dinero: 45 millones y medio de dólares. Eleazar Benítez, miembro de Campo, piensa que el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén está 'minimizando y maquillando datos'. Campo identifica 124 municipios con daños; el gobierno identifica 143. En la gremial les parece curioso que, aunque el gobierno reconoce más municipios con afectaciones que ellos, provee una cifra de pérdidas menor a la de la asociación.
En Usulután, conocido como “el granero de la República”, la sequía se resiente más porque estas tierras son de las mejores para cultivar en todo el país, dice Ricardo Sánchez, miembro de Campo. Sánchez se ufana al explicar que, aunque el promedio de productividad nacional es de 50.2 quintales de maíz por manzana de terreno, en la microrregión de Jucuapa, Mercedes Umaña, El Triunfo y Santiago de María se suelen obtener entre 80 y 90 quintales por manzana, casi el doble del promedio nacional. Claro que nada de eso importa ahora. Sin agua, no hay tierra que sea buena.
Los precios del quintal de maíz, ingrediente primordial de la canasta básica salvadoreña, ya se han elevado en algunos lugares como Jucuapa, donde el 22 de julio se vendía a 27 dólares, o Izalco, donde se vendía a 24 dólares en la última semana de julio. El siguiente paso que suba el precio de productos tan cotidianos como las tortillas o las pupusas.
El precio de mercado de un quintal de maíz blanco es cercano a los 20 dólares y el costo de producción de una manzana, según CAMPO, es de alrededor de 900 dólares. O sea, que con una producción de 90 quintales, un productor podría obtener una ganancia de 900 dólares por manzana. “Aquí aunque llueva a cantaradas ya es mentira. Lo más nos van a dar mil dólares por el zacate”, dice Horacio, calculando lo que venderá de sus 20 manzanas, cuando, en un par de días, se decida a cortar la milpa frustrada.
Horacio tiene 45 años. En el corto recorrido del pozo del cantón Llano Grande a algunos de sus terrenos, llama “primo” a todas las personas que se encuentra por el camino: el joven picachero del zacate, un conductor de un bus y a unas mujeres que esperan un bus a la sombra de un árbol. Horacio viste de jeans, una camisa azul y una gorra con las banderas de Cuba y Venezuela que denotan su preferencia política. Horacio fue regidor de la alcaldía de Jucuapa, desde que el FMLN llegó al poder, en 2009, hasta 2015.
En 2009, el partido FMLN acusaba a su rival Arena de 'abandonar el agro' en los anteriores 20 años de gobierno. Ese año, el FMLN publicó un video de propaganda en su cuenta de Youtube, en el que la Federación Salvadoreña de Cooperativas de la Reforma Agraria (Fesacora) reclamaba a los gobiernos de Arena 'la destrucción de la agricultura salvadoreña' y prometía restaurarla si ganaba. El FMLN ganó, pero nueve años más tarde, Daniel Moreira, representante de Fesacora cree que en realidad ningún gobierno ha valorado a los agricultores. 'Cuando llegó Mauricio (Funes, en 2009) la expectativa era que se iba a hacer una cosa donde el productor iba a estar protegido. Se fue y no hubo nada. Hoy llegó el profesor (Salvador) Sánchez Cerén e igual mire donde vamos ya. No se ha hecho nada', dice Moreira.
A siete meses de la elección presidencial, los medios escritos se llenan de titulares como 'Carlos Calleja buscará reactivar el agro' o 'Carlos Calleja propone reactivar agro en Usulután', y recogen declaraciones del candidato del partido Arena. 'En los tiempos de campaña nos alegramos porque dicen que el sector va con todo. El problema es cuando están en el gobierno, donde el sector vuelve a quedar igual', dice Moreira.
De vuelta en su terreno en Llano Grande, Horacio examina sus mazorcas. “Este elote ya debería estar endurando”, dice. Esta variedad de maíz requiere unos 90 días de maduración. Crece rápido: en condiciones adecuadas una mata puede crecer hasta 10 centímetros por noche. El momento de la cosecha depende del porcentaje de humedad. Los granos de una mazorca transitan por seis etapas en los que empiezan como una masa acuosa y van perdiendo humedad, hasta que llegan al ideal entre un 20 o 25 % de humedad. Eso es a lo que Horacio se refiere cuando dice que “el elote ya estuviera endurando”.
Pero no ha ocurrido. Los granos no han ido perdiendo humedad porque no la obtuvieron. Si usted siembra hoy maíz, en 40 días la mata debería estar a la altura del pecho. Ese es el tiempo que no ha llovido. Horacio sube una guarizama -un machete alargado- por encima de su cabeza para mostrarnos cuán altas deberían estar las matas. “Estas matas no van a dar elotes, van a dar lástima”, dice Horacio.
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“Es el julio más seco de toda la historia”, dice Ángel Ibarra, un histórico líder ambientalista que hoy funge como viceministro de ambiente y recursos naturales. “Ha llovido 50.3 milímetros cuando el promedio es cerca de 300”, explicó en una conferencia en la gobernación de San Miguel, el 24 de julio. Es decir, este mes ha llovido solo la sexta parte de lo normal.
Piense en el ciclo del agua, eso que enseñan en la educación primaria. El agua de los océanos, calentada por el sol, se evapora y asciende en la atmósfera impulsada por corrientes de aire. En las capas superiores, donde la temperatura es más fría, el vapor se condensa y forma nubes, que se mueven sobre todo el planeta y se precipitan, derramando agua como lluvia, que luego vuelve a los océanos y todo empieza de nuevo.
Lo normal en el ecosistema oceánico es que que las aguas calientes del Océano Pacífico circulan desde las costas americanas y se acumulan al oeste, cerca de Australia, empujadas por corrientes de aire conocidas como vientos alisios. En América, esa agua caliente es reemplazada por agua más fría -la llamada corriente de Humboldt- y eso crea una diferencia de temperaturas en todo el Pacífico. Agua caliente de un lado que se evapora, se condensa y circula de nuevo, como nubes, hacia el otro lado donde está el agua fría. Ciclo del agua.
Pues este año, dice Ángel Ibarra, el océano Pacífico se ha calentado de una manera acelerada y el océano Atlántico se ha enfriado a los niveles más altos desde 1994. Un ambiente muy frío en el Atlántico significa que casi no se forman nubes y las que se forman son incapaces de generar lluvia para Centroamérica. “Las nubes vienen más ralitas. La gente va a ver las nubes pasar pero dirán: 'mire solo pasó la tormenta y no cayó nada’”, explica Pablo Ayala, coordinador de clima y agrometeorología del MARN.
Del otro lado, en el Pacífico caliente, el problema con que haya pocas nubes es que debilita una banda nubosa que acompaña siempre a Centroamérica: la 'zona de convergencia intertropical' que usted talvez ha oído mencionar a los meteorólogos en televisión. El debilitamiento de esa zona, explica Ayala, causa que haya muy pocas nubes, y no halla temporales, ni huracanes.
Eso es el cambio climático. Los salvadoreños deberíamos saberlo. “No es casual que hayamos tenido lluvia en enero, febrero, marzo y que en abril haya llovido casi cuatro veces lo normal”, explica Ibarra. El cambio ha sorprendido hasta al propio MARN, que el 17 de abril pronosticaba “probabilidades de ocurrencia de temporales para mediados de mayo, junio y principios de julio”. En ese mismo reporte, el MARN predecía una sequía de 10 días, “promedio nacional de lluvia dentro de lo normal” y una tendencia del océano Atlántico a “condición cálida”. Pero nada de eso ocurrió porque las condiciones de ambos océanos cambiaron en junio, según Ayala.
A la falta de lluvia, se le suma el calor. Como hay menos nubes y el sol impacta de forma más perpendicular en esta época -el verano astronómico del hemisferio norte- la temperatura aumenta. El 21 de julio, la usualmente calurosa ciudad de San Miguel rompió su propio récord. Registró una temperatura de 41 grados centígrados, superior a los 40.9 de julio de 2007. Son temperaturas de Semana Santa, de marzo o abril, en julio. Y es parte de una tendencia global: Suecia ha tenido su verano más caliente de la historia, la temperatura en Siberia ha llegado a los 32 grados centígrados y 65 personas han muerto en Japón por la ola de calor.
A la falta de lluvia y al calor, se le suma el polvo. En concreto, polvos del Sahara. Imagine una pelota de basquétbol, cortada a la mitad. Una de las mitades está sobre una mesa. La mesa es el océano Atlántico y la pelota cortada es lo que se conoce como un anticiclón. Este año un anticiclón ha crecido y tiene el tamaño de una pelota de playa, no de basquétbol. “En condiciones normales, cuando es una pelotita, eso que pasa a través del océano deberían de ser nubes -dice Ayala- Pero cuando es así ese anticiclón es una sequedad tremenda en todas partes”.
El ministerio de ambiente espera el ingreso de una nube de polvo del Sahara -que llega a la atmósfera por las tormentas de arena y viaja a través del viento alisio- al país. “Polvo más vientos son vientos secos que traen poca humedad”, dice el viceministro Ibarra.
La temperatura y la sequía también producen problemas de aguas subterráneas. Ibarra dice que hay serios descensos en los acuíferos de San Miguel, San Agustín, San Francisco Javier y el Área Metropolitana de San Salvador.
Muchas de estas explicaciones son ajenas a los productores y agricultores. “La gente no cree en cambio climático, dicen que en la Biblia está”, explica Horacio Hernández. Para el ministro de agricultura, Orestes Ortez, el asunto no es la falta de información. “Hay un porcentaje de agricultores que siembra, no porque no entienda el cambio del clima, sino porque tiene necesidad de que haya producción de maíz, porque ya no tiene”, dijo Ortez en la entrevista televisiva República, el 17 de julio. “La gente se arriesga a sembrar para ver qué cosecha y tener asegurada su comida”, dijo.
En el campo, la gente tiene sus propias formas de pronosticar. Horacio alza la vista y dice: “cuando se ven los cerros azulitos significa que va a llover. Estos blanquizcos (sic) son señales de que no”. En el pueblo de San Buenaventura, David Marenco, de 72 años, dice que el 24 de julio tembló -5.2 en la escala de Richter, con epicentro frente a la costa de San Miguel- y que eso significa que “talvez está cerca el agua”.
Pero el pronóstico no es alentador. El viceministro Ibarra prevé que el fenómeno El Niño se instale en el país en el último trimestre del año, con lo que prevén, de nuevo, déficit de lluvia.
A la normalidad de 887 milímetros de lluvia, este año el MARN prevé un 18 % menos entre agosto y octubre.
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Para llegar a Llano Grande hay que abandonar la carretera Panamericana, a la altura de ciudad El Triunfo, recorrer poco más de un kilómetro y adentrarse por una calle empedrada. Este municipio se llama Jucuapa, un municipio reconocible por dos cosas: un centro penal y un prominente negocio de ataúdes.
“Estos cantones ya están contaminados. No escapamos de ellos”, dice Ricardo Sánchez, con esa costumbre tan salvadoreña de referirse a los pandilleros sin nombrarlos. Esta es zona de dominio de la Mara Salvatrucha. Me lo explican Sánchez y Horacio Hernández pero, por si había duda, ocasionalmente en el recorrido aparecen placazos de las dos letras y una incluso con el eslogan incompleto: “ver, oír”. El callar parece borrado.
A un pueblo de distancia, en Mercedes Umaña, Cruz Martínez, un agricultor de 54 años, dice que evade a los pandilleros encerrándose temprano en su casa. “Aquí de día es tranquilo, pero de noche es otra cosa. Ya (los pandilleros) se cruzan de un lado a otro, pero mientras uno no se meta con nadie…”, dice Martínez. Este hombre, que aparenta más edad de la que tiene, dice que “las personas honradas ya tiene que estar en su casa a las siete u ocho de la noche”. Hay excepciones, claro: “ahí solo que uno tenga una emergencia lo disculpan”, dice. Lo disculpan.
A Horacio Hernández no lo disculparon. Lo extorsionaron mientras trabajaba en la alcaldía. “Me pidieron 3 mil dólares. Yo les dije que en la alcaldía no hay un cumbo de dinero. Después me pidieron 100 de los 300 que me daban en la alcaldía y les dije que no”, dice Horacio. No denunció el hecho, pero su jefe, el alcalde, sí. Aunque no supo que la investigación avanzara, el problema se resolvió.
“Hace dos años era peligroso aquí, pero los del exterminio mataron como a 23 de la MS y de la 18”, cuenta Horacio, con naturalidad, como quién dice que hace calor a las 11 de la mañana. “Los del exterminio”: en oriente es un secreto a voces que existen grupos armados que toman la justicia en sus propias manos, aunque casos de ejecuciones extrajudiciales han sido denunciados en todo el país. En julio de 2016, la Fiscalía ordenó la captura de un grupo de 20 personas, incluidos cinco policías, acusados por nueve homicidios de supuestos pandilleros en San Miguel. En junio de 2017, la Fiscalía ordenó la captura de 10 militares y cuatro policías, acusados por 36 asesinatos, cometidos en oriente entre 2014 y 2016.
Después que pasó “lo del exterminio”, la zona se tranquilizó -en Jucuapa hubo seis homicidios en todo 2017- “aunque siempre hay cipotes tontos”, dice Horacio.
La sequía no ocurre en el vacío y no es, ni por cerca, el único problema que la mayoría de afectados enfrentan en El Salvador. La sequía afecta a personas que viven bajo el puño de la pandilla, personas que muchas veces son extorsionados sobre los productos de una agronomía de subsistencia. Es decir, la falta de lluvia solo es un madero más en la carga que estas personas llevan.
La sequía también ocurre en un país dividido y polarizado por la discusión de una ley de agua, en medio de una crisis de agua. En la primera semana de julio, miles de hogares en San Salvador y sus alrededores enfrentaron una deficiencia en el servicio de la estatal ANDA, aparte de todas las personas que no tienen acceso a este servicio.
Aún así, hay personas en puestos y plataformas importantes que se niegan a reconocer la gravedad del problema del agua. El mismo día que se cumplieron 40 días sin llover en Jucuapa, Juan Ceavega, gerente de energía de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI) compareció en la Asamblea Legislativa, ante la comisión de Medio Ambiente. Ceavega dijo que “nuestro país tiene agua en abundancia. Tenemos lluvias que, gracias a Dios, siempre son abundantes. Vemos con extrañeza que el agua se maneja de una forma no adecuada y que no aprovechemos al máximo todo lo que tenemos de bendición de estos recursos hídricos”.
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En El Semillero, municipio de San Buenaventura, Horacio saluda desde su camión a un albañil:
— ¿Qué pasó vos? ¿Tenés elotes?- pregunta irónico
— ¡Qué putas!- le responde Luis Barahona, de 40 años.
Barahona está ocupado en labores de construcción, junto con otro grupo de hombres. Sembró maíz, pero fracasó. Invirtió dos mil dólares en contratar ayudantes, fertilizante y todos los insumos. Espera nada más recuperar 50 dólares por dos manzanas de zacate.
Horacio evangeliza en todas las paradas que hacemos en este recorrido. “Apenas llueva hay que resembrar”, dice, y en algunos lugares encuentra más apoyo que en otros. 'El gobierno no tiene la culpa de que no llueva', dice. Pero también hace sus reclamos. 'El gobierno se enfocó en la seguridad alimentaria. Se han ido por el consumido y han dejado de lado el productor. A nadie le importa que alguien prestó 10 o 20 mil dólares y los perdió', dice. Y esto se muestra en la respuesta del gobierno. El gobierno ha coordinado la importación de 772 mil quintales de maíz blanco, para evitar el desabastecimiento y el alza de los precios. Cuando ese contingente entre, competirá directamente con las cosechas que puedan obtener los agricultores en su segunda siembra, conocida como postrera.
El ministerio de Agricultura también anunció un programa para reponer la semilla para áreas de cultivo que presentan pérdida total. La gremial Campo dice que se necesitarían 128 mil paquetes agrícolas (es decir, semillas y fertilizantes) nuevos, adicionales a los que ya se entregaron. En el cantón El Chilamate, un agricultor le cuestionó a Horacio la estrategia de respuesta del gobierno: 'la gran paja que nos van a dar es la semilla pero ya tenemos la jarana (deuda)'.
La mayoría de préstamos para agricultura provienen del estatal Banco de Fomento Agropecuario (BFA). El ministro Ortez alega que los préstamos del BFA tienen seguro de siniestralidad, por sequía o inundación. Pero ese proceso para decidir la cobertura del seguro depende del banco. Y algunos agricultores no se fían. Horacio dice que aún sigue pagando cuotas de un préstamo de una cosecha que perdió por la sequía de 2014.
Pese a todo, las dificultades económicas, la mala perspectiva climática, y el desánimo, una conclusión era común entre todos los agricultores con los que hablamos. La decisión de volver a sembrar. Horacio dice que, si es necesario, venderá su camión Kia blanco para recapitalizarse. 'No sabemos hacer otra cosa que escarbar la tierra, como el chancho”, se justifica.