Las elecciones presidenciales salvadoreñas se asemejan más a una pelea dentro de un octágono que a una campaña de propuestas. Los principales candidatos se tiran ganchos en el abdomen de Twitter, se lanzan patadas en la radio y se contraminan el rostro contra la aceitada lona del ring de la televisión. Hay más ataques que sustento y poca altura. Es más bien un show en el que los votantes –porristas unos, indiferentes otros– terminan salpicados por el sudor que los contendientes les rocían cada minuto, cada post, cada sopa, cada cena, cada poro, cada respiro.
La derecha empezó sin siquiera meter las manos. Carlos Calleja, candidato de la alianza Arena-PDC-PCN-DS, se dedicaba hasta hace unos días a conquistar mares sobre la barca La Cholera, a posar con tablas de surf como un Paul Walker de mala pronunciación y a fotografiarse con pescadores y tilapias; mientras condimentaba toda su propaganda con la palabra “trabajo” para convencernos de que él y Carmen Aída, aspirante a la vicepresidencia, son capaces de crear 300 mil empleos. Y aunque era muy escueto con el cómo –vieja maña–, al menos no atacaba.
Pero la semana pasada el partido Arena mezcló estilos. Su presidente, Mauricio Interiano, se convirtió, sin proponérselo, en el primero en aplicar a uno de los puestos prometidos por la fórmula presidencial que lo representa y lo ganó: se volvió el encargado del trabajo sucio.
Asesorado por un experto en propaganda negra y arrastrado por las olas de las encuestas embravecidas, el enemigo mortal de Arena ya no fue el FMLN, desaparecido e insípido, sino Nayib Bukele. Primero lanzaron un anuncio parodiando un call center con textos que parecen sacados de un stand-up comedy y en el que acusan al actual candidato presidencial de Gana-NI-CD de mal administrador y narcisista. Luego el líder arenero también abanderó un anuncio frontal. Este, como un derechazo en la nariz, se basó en comparar al exacalde con el expresidente Mauricio Funes y en acusarlo de falso. La estrategia la complementó el hashtag #NayibMiente, nuevo grito de batalla no solo de los de la alianza, sino también de izquierdistas a quienes, traicionados, les pareció acertada la consigna.
El hashtag fue una respuesta a otro que venía desde el séquito de Nayib y que ganó popularidad días antes en muros turquesas: #DevuelvanLoRobado. Con este mensaje, los seguidores del exsimpatizante del FMLN y hoy miembro del partido de Guillermo Gallegos –cuya esposa recibió a través de una ONG fondos de la Asamblea– se encargaron de viralizar los casos de corrupción que llevan la crucita de Arena marcada en el pecho. Con el aroma a Flores y Saca aún en el ambiente, la estrategia les resultó fácil y barata. Incluso, cortesía de Funes, les sirvió para bajar dos estrellas de un tiro y llevarse de encuentro al Frente, cuyo candidato presidencial, sin reacción, parece que verá el segundo asalto por la tv.
La frase de los de Nayib es dura, pegadora; pero reafirma que estamos ante una campaña de bisutería y de acusaciones en lugar de una rellena de propuestas. Si bien Bukele ha adelantado varios proyectos (como Surf city y un aeropuerto en La Unión) su mensaje no profundiza en fuentes de financiamiento. Y como en Arena, de nuevo, se extraña el cómo. Además, al alrededor del candidato naranja-turquesa-auriazul hay una orquesta de páginas digitales de contenido supuestamente informativo y creadores de memes que se meten a trabajar al lodo cuando hace falta. Así, una parte de la estrategia parece estar basada en los memes.
Y no lo voy a negar: algunos son entretenidos. O sirven, como pasa también con el caso del anuncio del call center, para que uno se divierta un rato viendo el Facebook sentado en el baño o para tener algo que platicar con los compañeros entre la cafetera y el garrafón de agua en la oficina.
Pero luego uno toma esa mandarina llamada campaña política y la empieza a pelar, a quitarle la cáscara para ver qué hay adentro y nada: ni gajos de comida ni jugo ni vitamina. Debajo de las campañas, los hashtags y los anuncios abunda el bagazo. Un esqueleto sin carne en el que apenas nos dicen de dónde sacarán el dinero para sus megaproyectos o con qué estudios técnicos cuentan para sustentarlos. También son pírricos para explicar cómo serán los trabajos prometidos o si, como su anuncio radial, serán solo otra colección de call centers o de maquilas de mala paga. Apenas, además, están hablando de pandillas y de inseguridad pública. Ni siquiera de esa hemorragia de migrantes que se escapa a borbotones de nuestro herido país. Y de políticas culturales o de deporte de alto rendimiento mejor ni hablar. Eso no gana votos, de ahí no salen memes, eso no inspira hashtags pegajosos.
Propongo, pues, no conformarnos con frases bonitas acompañadas de un #. Le sobran demasiados problemas al país como para que la campaña presidencial se base en entretenernos con ganchos al hígado, patadas y agarrones. Estamos a tiempo de exigir proyectos realistas y soluciones de fondo para una sociedad enferma. Pidamos vacunas e inyecciones, no maquillaje. Merecemos más que cumplir el papel de porristas de un par de candidatos que adentro del octágono siguen jugando a ser McGregor y Khabib y se les olvida lo serio que es ir para presidente. Démonos cuenta de que estamos en 2018 y que contentarse con un #NayibMiente o un #DevuelvanLoRobado –aunque fueran ciertos, aunque los compartamos– es como noquearse a sí mismo. Mejor pidámosles que nos digan #CómoLoHarán. Y ahí nosotros les ganamos por decisión unánime.