El Salvador / Coronavirus

Diario de cuarentena 4: llegaron las pruebas y más dudas

Lo que muchos esperaban en el hotel La Palma finalmente ocurrió. Llegaron las pruebas de coronavirus. Sin embargo, las razones para seleccionar a quién sí y a quién no dejaron más dudas que respuestas. Ya van 12 días desde que las 108 personas guardan cuarentena en esos cuartos. El cansancio por el encierro y las permanentes dudas empiezan a transformarse en enojo. Este es el cuarto despacho de la periodista de El Faro que está allá adentro.


Viernes, 27 de marzo de 2020
María Luz Nóchez

Mientras hacía los últimos ajustes al diario de cuarentena anterior, tocaron a nuestra puerta.

“¿Está la señorita periodista?”, escuché decir a un hombre desde afuera.

Hacía apenas unos segundos, nos estábamos carcajeando con Aura y María Magdalena, mis compañeras en el cuarto 13, por una de esas cosas que suceden en convivencia. A las tres se nos borró la sonrisa del rostro. Saberse sujeto de búsqueda mientras estás en el albergue puede no ser buena noticia. Así se enteró Claudia Ramírez, periodista de La Prensa Gráfica, que sería movida a otro centro de contención en donde ahora cumple su cuarentena totalmente aislada, no tiene compañeras con quien platicar y mucho menos reírse.

Cuando me asomé a la puerta pude respirar con alivio.

-Pensé que eran los militares que venían a sacarme -bromeé.

-No, no, solo queríamos decirle algo sobre sus publicaciones -dijo uno de los vecinos que cité en mi diario número 2. Lo rodeaban unos cinco más. Todos hombres.

-Ah, ¿les molestó o les generó problemas algo de lo que escribí?

-No, para nada. No se preocupe. Lo que está ahí es la verdad. Usted siga escribiendo -replicó otro.

Al igual que nosotras, habían escuchado con indignación las declaraciones del viceministro de Salud de la noche anterior, la del martes 24 de marzo, en donde había dado cuenta de casos positivos asintomáticos. Poco a poco se fueron sumando unos cuantos más a la conversación en mi puerta. Querían que utilicemos este medio para exigir que nos hagan pruebas para garantizar que estamos sanos o que, de estar contagiados, vamos a recibir el tratamiento que procede.

La mañana siguiente, ayer jueves 26, los vecinos volvieron a tocar nuestra puerta. Venían a informarnos que había personal médico haciendo pruebas. De este lado del pasillo del hotel La Palma, se la hicieron a cuatro personas, tres que estaban dentro de un mismo cuarto y a una señora al lado del nuestro. Los cuatro tienen entre 25 y 45 años. Nadie de la tercera edad. Del otro lado del pasillo solo se la hicieron a una mujer, que mi fuente de esa zona prefirió no poner en ningún rango de edad “para que no se ofenda”.

***

Sentado sobre una silla, el paciente debe adoptar una posición de unos 100 grados con la cabeza hacia atrás. Una vez en posición, el personal de laboratorio médico introduce un hisopo alargado, como del tamaño de un lapicero. Primero en la nariz y luego en la boca. Una vez dentro de las cavidades, restriega la cabeza algodonada para extraer restos de mucosa y saliva. Cada hisopo va directamente -y por separado- a un tubo de ensayo rotulado por paciente. Antes de que yo saliera, los vecinos preguntaron a los médicos si se harían pruebas a todos. Respondieron que se había seleccionado personas de este albergue al azar y que, por ahora, no tenían instrucción de hacerle a todos.

La mañana del jueves 26 de marzo, personal médico llegó al albergue Hotel La Palma a tomar muestras a 5 de las personas que cumplen cuarentena. Los médicos dijeron no tener instrucción de hacer a más personas dentro de este centro de contención. Foto de El Faro: María Luz Nóchez
La mañana del jueves 26 de marzo, personal médico llegó al albergue Hotel La Palma a tomar muestras a 5 de las personas que cumplen cuarentena. Los médicos dijeron no tener instrucción de hacer a más personas dentro de este centro de contención. Foto de El Faro: María Luz Nóchez

Cuando pasaron los médicos y enfermeros a hacer el control de la tarde, les pregunté cuál era el protocolo a seguir en la decisión de a quién hacer o no la prueba. Dijeron que solo se hacen 50 pruebas diarias y que se reparten entre todos los albergues, que ahora ya son 68.

-El presidente ha anunciado él mismo en su cuenta de Twitter que se hacen hasta más de 90 diarias… -dije.

-Hay un número limitado de pruebas para todos los albergues. La intención es descubrir si hay algún infectado en este sector para, a partir de ahí, decidir cuál es el protocolo a seguir -respondió una médica.

-Comprendo. Si ese es el fin, ¿por qué no hacer una por habitación? Tres de las que hicieron hoy, en esta ala, estaban en el mismo cuarto.

-Las personas a las que les están haciendo la prueba salen de una base de datos, de las cuales el sistema selecciona al azar.

-¿No cree que debería de priorizar a las personas de la tercera edad?

-Hasta rotulados vienen ya los tubos. Ahí nosotros ya no podemos hacer nada.

En los próximos días se seguirán haciendo pruebas y, si tenemos suerte, dijeron, puede que le toque a alguien de nuestro cuarto.

-¿Y si se la hacen a ella -dijo Aura señalando a María Magdalena- y sale negativo, pero yo la tengo y soy asintomática y las contagio por el simple hecho de estar en el mismo cuarto?

-Por eso les pedimos que no se quiten la mascarilla dentro del cuarto.

Para entonces, Aura ya había perdido la paciencia. “No nos estén mintiendo en la cara. Se nota que no tienen la información”, dijo, y se negó a que le tomaran la temperatura. “Para qué, si de nada sirve”, refunfuñó. En la tabla de control, la enfermera escribió “renuente”.

Hoy, viernes 27 de marzo, cumplimos 12 días de encierro. Y los ánimos en este cuarto han cambiado. Mis compañeras pasaron de decir “qué buen presidente tenemos” mientras escuchaban la conferencia del sábado 21, a sentirse burladas por la falta de información certera y por la negativa de realizarnos pruebas. Quieren certezas y cada día lo que tenemos son más dudas. Lo único que nos queda es la resignación de seguir contando los días, así hayamos perdido hasta el apetito.

Leí un día de estos un tuit en el que alguien decía que la gente en los albergues comía mejor que ella en su casa. Y, bueno, es cierto que tenemos cubiertos los tres tiempos, pero eso no necesariamente significa que se nos ha suplido una necesidad. “Nadie se va a morir por no comer langosta”, dijo el presidente, pero si lo que escribo les parece una exageración, baste con decir que no supe cuánto extrañaba el ajo, un imprescindible en mi cocina, hasta que en una de las cenas venía una ración de papitas salteadas que me alegró la noche con solo percibir el indiscutible aroma a ajo. Ojalá tuviera el privilegio de llamar a un servicio a domicilio, pero nada entra a este albergue a menos de que esté sellado, y eso se reduce a galletas y bebidas envasadas en cartón.

El hotel, sin duda, hace su mayor esfuerzo, por eso es que nos tragamos, hasta donde podemos, nuestra inconformidad. Destaco, por ejemplo, que esta semana trajeron camas nuevas. No para todos, pero sí al menos una por habitación.

Estamos casi a la mitad de nuestro confinamiento y aunque por un lado estamos en modo cuenta regresiva para por fin regresar a casa, también ya empieza a hacer algunos estragos el encierro. Después del desayuno, por ejemplo, la siguiente pregunta: “¿A ustedes cuando eran pequeñas no les daba antojo de comer tierra o ladrillo de ese anaranjado?”, preguntó Aura. Con un sonoro “sííííí”, María Magdalena se sumó a la lista de antojos raros. Yo solo me reí y refuté con cara de guácala.

Las publicaciones, no sé si las mías o las que hacen el resto en sus redes sociales, también han empezado a molestar a algunos. Por las tardes abrimos las puertas para que el aire circule y ventile la habitación, que tiene una sola ventana. Uno de los vecinos de enfrente salió con su cámara al pasillo. En cuestión de segundos, el militar de guardia caminó hacia él y le pidió que dejara de grabar. Él le aseguró que no estaba grabando y que había tomado solo una foto. Le pidió que se la mostrara y él, sin afán de generar conflicto, accedió -aunque no tenía por qué-. Antes de retirarse, le dijo que ya no podía tomar fotos: “A algunos de ustedes los van a venir a mover por eso”, amenazó el soldado.

Hasta donde tenía entendido, cuando aceptamos la cuarentena obligada habíamos perdido nuestro derecho de libre circulación, no el de la privacidad. En todo caso, como nos recordó un agente de la Policía en aquellos días que teníamos derecho a una hora de sol: “Ustedes no están presos. Aquí hasta cortauñas hemos dejado pasar”. 

Única ventana hacia el exterior en la habitación 13 del hotel La Palma, en el departamento de Chalatenango, donde 108 personas guardan cuarentena. Foto de El Faro: María Luz Nóchez.
Única ventana hacia el exterior en la habitación 13 del hotel La Palma, en el departamento de Chalatenango, donde 108 personas guardan cuarentena. Foto de El Faro: María Luz Nóchez.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.