Este sábado María Rosa H. se levantó temprano para ir al CENADE. Llegó a las 9 de la mañana y es la primera en una fila que se alarga, paciente, por varias cuadras a la espera de poder entrar a la oficina pública. Pero nadie va a abrirles. María tiene 70 años, la mirada borrosa y lleva más de dos semanas sin poder salir a la calle a vender los dulces con los que se mantiene. Por eso está preocupada y vino al Centro de Atención por Demanda (CENADE) de San Salvador. Aquí, creyó ella, podría preguntar si le corresponde el subsidio de $300 dólares que ha prometido el gobierno a las familias afectadas por las medidas contra el COVID-19.
“Yo no miro, por eso vine yo, para que ellos me pusieran en el sistema”, cuenta. María lleva un velo negro sobre la cabeza, una mascarilla y guantes con los que espera protegerse del coronavirus. Aún reconoce la formas de las cosas y la gente, colores, pero sus ojos ya no logran identificar detalles. Dice que no está saliendo de su casa, porque está informada de que así se combate la enfermedad, pero que encerrada no puede huir del hambre. “No tengo quién me dé de comer”, dice.
La noche del viernes 27 de marzo el presidente Nayib Bukele anunció en cadena nacional que el número de casos confirmados de COVID-19 en El Salvador se ha elevado a 19, y explicó que a partir del sábado 28 se empezaría a brindar ayuda económica a 1.5 millones de hogares afectados por la cuarentena nacional, que no solo mantiene cerrados los aeropuertos sino que tiene casi desiertas las calles y ha detenido gran parte de la vida comercial del país. En caso de dudas, el presidente recomendó a cualquier ciudadano acudir al CENADE.
Lo que no dijo en voz alta, a María y a las cuadras de personas que hacen cola detrás de ella, es que estas oficinas públicas solo abren de lunes a viernes.
María vende sus dulces frente a la Basílica de Guadalupe en Antiguo Cuscatlán. Su horario es de 5 am a 11 am, porque su pedazo de acera lo comparte con un vendedor de cocos que inicia labores al mediodía. Desde hace dos semanas no tiene ingresos, y si ha logrado comer, dice, es porque fue a una fundación y le dieron unas libras de arroz y frijoles.
A las diez de la mañana, detrás de ella hay al menos un centenar de personas que hacen fila. Quieren pedir el subsidio de $300. Un grupo de policías se esfuerza por mantener a la gente separada. Les piden que extiendan los brazos a sus lados y guarden esa distancia. A los acompañantes los mandan al otro lado de la acera.
María ha venido sola. Sostiene sobre el pecho un bolso con sus documentos, un celular sencillo y un papel de Medicina Legal en el que se lee “el personal le expresa sus más sentidas condolencias”. Se lo dieron hace unos ocho o nueve años, calcula ella; cuando fue a recoger el cuerpo de su hijo José Roberto. “Mis hijos ya se murieron”, dice, y para probarlo ha traído esos papeles de Medicina Legal. “José Roberto se murió por los pandilleros. Fue por la renta. Tenía taller de mecánica. Solo ese me había quedado... ya había muerto el chiquito”, cuenta. El presidente, en su cadena nacional, dijo que los ciudadanos podían consultar si serán beneficiadas con la ayuda a través de una página web. Pero María no tiene celular inteligente, ni acceso a internet, ni computadora.
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En su conferencia del viernes 27 de marzo, Nayib Bukele informó que el gobierno había conseguido $450 millones de dólares para pagar a un millón y medio de hogares el subsidio que había anunciado siete días antes. No explicó de dónde viene exactamente el dinero, ni qué criterio se ha usado para identificar a las familias beneficiadas, ni logró ser del todo claro al explicar el procedimiento de entrega de la ayuda.
“El gobierno va a habilitar una página web. Hemos dividido (el pago del subsidio) en 15 tandas de cien mil viviendas diarias”, dijo. “Si después de haber consultado todos los números de DUI de su grupo familiar, ninguno aparece en el registro y usted se considera elegible para este beneficio, entonces tiene dos formas de reclamar”, indicó Bukele. “Una es ir a uno de los CENADES y (también) pueden hacerlo vía internet”, explicó el presidente.
La promesa de subsidio revolucionó un país pobre en el que más de la mitad de la población trabaja en el sector informal y ya suma dos semanas sufriendo el impacto de la cuarentena nacional. Parecía sencillo: ingresar a la página web, escribir tu número de DUI y esperar a que el sistema te responda si te corresponde o no el beneficio.
Pero incluso para quienes tienen acceso a internet no hubo forma: el mismo Bukele reconocería más tarde que el sitio se saturó casi de inmediato. Hasta la tarde del sábado, la mayoría de salvadoreños no había tenido forma de hacer la consulta.
El sitio incluye, sin embargo, un documento oficial descargable que explica, con mucho más detalle y claridad que el presidente quiénes son los beneficiarios del subsidio: “Serán los hogares que consumen de 0 a 250 kilovatio/hora al mes”, se lee. El documento añade que para la creación de la lista de 1.5 millones de hogares se tomó en cuenta a las personas que “estén o hayan estado en las bases de datos del subsidio de gas licuado, excombatientes de Gobernación, FISDL y PATI, las jefas de hogar de Ciudad Mujer, víctimas del conflicto armado, artistas, pescadores, personas que pertenecen al Proyecto Vida de CE y trabajadores por cuenta propia”. Un acumulado, por tanto, de los beneficiarios de programas gubernamentales de ayuda implementados por los gobiernos anteriores, de los que, de acuerdo con el mismo documento oficial, se ha excluido a las personas que están inscritas actualmente en el Seguro Social, a los privados de libertad y a los salvadoreños residiendo en el exterior.
Complicado. Por eso, la mañana del sábado más de 100 personas esperan que les abran las puertas de la oficina del CENADE en la 37 Avenida Norte y Alameda Roosevelt de San Salvador.
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“Yo vengo aquí porque creo en la palabra del presidente y sabemos que no está jugando con nosotros”, dice tras un rato esperando Flor de los Ángeles J. Exasperada y con un bebé en brazos explica que viene desde San José Guayabal, a dos horas en bus de este lugar. Cuenta que es madre soltera y que ni su mamá ni sus hermanos aparecen como beneficiarios en la página web que lanzó el Gobierno. Se queja porque no ha podido salir a vender estas semanas y no sabe cómo hará para dar de comer a cuatro niños: “No tengo nada ya”. Sus reservas de maíz, arroz y frijoles, dice, ya se acabaron.
La fila frente al CENADE está compuesta en su mayoría por trabajadores informales, vendedores y vendedoras ambulantes, empleadas domésticas y personas de la tercera edad como María que no entienden bien qué hacer, adónde ir, ni cómo conseguir dinero para comer en medio de esta crisis.
La única respuesta que hasta las diez de la mañana han obtenido es la del vigilante del local, que les pide que se mantengan separados, como recomienda el Gobierno. El hombre, con cara de no saber qué hacer ante los cientos que esperan frente a esa oficina cerrada que hoy no va a abrir, llama a sus superiores y se mantiene largo rato al teléfono, esperando indicaciones.
A las 10:20, el vigilante da el aparato al inspector Álvaro Díaz de la delegación central de la Policía. El inspector escucha lo que le dicen, cuelga la llamada y se dirige a la gente en la fila: “Este lugar es solo para atender problemas, aquí no se le va a dar dinero a nadie”, comienza a decirles y solo le escuchan las personas que están cerca. Confusa, la fila se va desarmando y se convierte en una aglomeración de gente que codo a codo, olvidadas las medidas sanitarias, intenta escuchar al inspector policial.
Él les dice que vuelvan lunes y la gente empieza a correr la voz para que la noticia llegue hasta los que están atrás.“¡Hasta el lunes!”, “¡Hasta el lunes!”, se escucha decir en canon desentonado a lo largo de las cuadras, “¡Hasta el lunes!”. Algunos vendedores se quedan frente al edificio. De todas formas, dicen, no pueden salir a vender sus productos. “Aquí nos vamos a quedar, a hacer presión”, resuelve una de ellas desde el suelo.
María Rosa H., la anciana casi ciega de setenta años, escucha que no tiene sentido seguir esperando a que le abran la puerta, pero no se mueve. Dice que prefiere esperar a que la mayoría de gente se vaya, porque los buses van llenos. A los pocos minutos emprende la ruta de vuelta a su casa. Camina casi un kilómetro hasta la parada del autobús. Por la tarde, cuando por fin llega a casa, lleva consigo medio cartón de huevos para comer durante la semana. El dólar con veinticinco centavos que gastó en pasajes de bus para ir al CENADE le habría servido para comprar diez huevos más.