El Salvador es un país capitalista y patriarcal, y la sociedad salvadoreña responde automáticamente a estas dos características. Las 210 obreras despedidas de la fábrica Industrias Florenzi a mediados del año pasado, de las cuales una representación permanece en huelga de hambre desde inicios de enero, son una retrato de todos los abandonos de los que las mujeres son víctimas dentro de una sociedad de esta naturaleza.
Según datos del Observatorio Universitario de Derechos Humanos de la UCA (OUDH El Salvador), en el caso Florenzi, al menos el 70 % de las mujeres despedidas y violentadas en sus derechos laborales sobrepasan los 50 años, este panorama las ubica dentro del círculo vicioso que obstaculiza el desarrollo de las mujeres. Así se le denomina desde la economía feminista al hecho de que un orden económico capitalista y un orden social patriarcal delimiten los avances de una vida plagada de exclusiones.
Este proceso de empobrecimiento de las mujeres, como también lo nombró Alison Teresa Burns en 2007, se configura desde el nacimiento, y evoluciona en brechas visibles a nivel educativo, dificultades para obtener plazas remuneradas, bajo nivel de ingresos y limitado acceso a protección social. Pero también se caracteriza por una afectación no tan visible de sobrecarga de labores domésticas y de cuidados no remunerado dentro de sus hogares, en el cual han invertido mucho más tiempo que sus pares varones, a través de dobles jornadas de trabajo.
Es evidente que las abandonó la empresa para la cual laboraron, pero esto no excluye el abandono del Estado y de la sociedad en general. A seis meses desde que inició su protesta, no ha habido una tan sola mención de la situación de las obreras de parte del Ejecutivo, a pesar de que los despidos fueron resultado inmediato de la decisión presidencial de cerrar maquilas y call centers sin ningún tipo de plan de contingencia para estos sectores.
El mismo día que las obreras iniciaron la huelga de hambre, el ministro de Trabajo Rolando Castro colmó de fotos sus redes sociales y las de la institución que encabeza en las que salía entregando “ayudas alimentarias” a otros sectores. A la fecha, sigue sin acudir al llamado de las trabajadoras, pese a ser el responsable directo de la institución rectora del Código de Trabajo en El Salvador. Ante la exigencia pública de las empleadas para que el ministerio falle en su favor, Castro dijo que la protesta respondía a la manipulación de “grupos de intereses”.
Desde el Ejecutivo, el único acercamiento ha sido el del Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (Isdemu), cuya delegación fue rechazada por la Fiscalía General de la República cuando acudió con las obreras para demandar el pago de prestaciones y adeudos, ni siquiera las dejaron entrar a las instalaciones.
Desde la sociedad, las voces más individualistas apelan en redes sociales a que las obreras busquen otras oportunidades dentro del mercado laboral, aun cuando este las marginaría por motivos de edad y género, en una etapa avanzada del círculo vicioso antes mencionado.
El pago de adeudos por parte de la empresa en los marcos legales es fundamental, pero no es suficiente para romper con el ciclo de pobreza de ingreso y tiempo de las mujeres. Para ello es imprescindible anteponer valores contrarios al orden económico capitalista y el orden social patriarcal que dieron vida y perpetúan las exclusiones. Una forma de vida sostenible para las obreras puede surgir desde la corresponsabilidad social en los cuidados y la economía solidaria.
¿Quiénes resisten, entonces, junto a las obreras Florenzi en El Salvador? Desde el principio han contado con el acompañamiento de colectivos feministas y juventudes progresistas, así como de expresiones ciudadanas que se han sumado por medio de colectas y provisión de asistencia a las cinco personas en huelga de hambre, que además sucede en un contexto de pandemia.
Quienes resisten junto a las obreras son esa luz de solidaridad y cuidado colectivo que alimenta la esperanza de transformación de una sociedad que las mantiene en el abandono.