Columnas / Política

Votar por botar

Votar por botar también tiene consecuencias y un votante responsable debe también imaginar el futuro que construye con su voto.

Miércoles, 24 de febrero de 2021
Carlos Dada

Dos mensajes han dominado la campaña electoral de Nuevas Ideas y Gana, los dos partidos del presidente Nayib Bukele, de cara a las elecciones de este domingo: el de la posibilidad de fraude cometido desde el Tribunal Supremo Electoral (sobre lo cual no hay ningún indicio) y el de la necesidad de que los salvadoreños voten por diputados que trabajen con el presidente, porque el presidente no puede trabajar con nadie que sea de otros partidos.

La consigna hoy es “sacar a los corruptos de la Asamblea” y sustituirlos por esos candidatos enfundados en la bandera de la N de Nayib, cuya promesa de campaña se reduce a votar por las iniciativas del presidente, a pesar de que no las conocen aún. (Tampoco conocen, ni ellos ni nadie, las propuestas del Ejecutivo).

En el ejercicio permanente de intolerancia, corrupción, opacidad y propaganda que caracteriza a esta administración, el presidente y sus asesores consideran hoy fundamental para el ejercicio del poder todo aquello que antes, cuando otros gobernaban el país, les parecía abominable.

Hace menos de tres años, Nayib Bukele, entonces alcalde de San Salvador, anunciaba su candidatura presidencial independiente con un discurso radicalmente opuesto.  En una entrevista en TCS, en mayo de 2018, tuvo un breve intercambio con Moisés Urbina sobre la relación entre el Ejecutivo y el Legislativo. Dijo Bukele: “En nuestro país hemos tenido siempre presidentes con bancada legislativa… ¿No sería mejor tener un presidente independiente de la Asamblea Legislativa, que tenga que conseguir acuerdos con las fuerzas políticas de la Asamblea Legislativa? Los gobiernos de Arena y del Fmln han tenido mayorías, armadas a punta de caja chica… La Asamblea Legislativa tiene que votar como dice el presidente. Y en vaca, todos votan igual. De nada sirve tener 35 diputados si todos votan en bloque y el que no vote en bloque es tránsfuga y hay que echarlo del partido. ¿De qué nos ha servido eso? De darle cheques en blanco al presidente. Y lo que hemos tenido en el país, ¿qué ha sido? Pobreza, desigualdad, exclusión, un sistema de salud y de educación paupérrimo, inseguridad, saqueos del Estado, corrupción… ¿No queremos probar algo diferente? Un presidente que no sea genuflexo a la Asamblea legislativa y una Asamblea que por ende no sea genuflexa al presidente, sino que van a ejercer realmente sus poderes de manera independiente: el Ejecutivo, el Judicial y el Legislativo. ¿No es eso de lo que se trata nuestro sistema representativo?”

Esos discursos, que lo hacían parecer un demócrata moderno frente a los viciados políticos del Fmln y de Arena, lo catapultaron hasta la presidencia un año después. Y como sucedió antes con otros que alcanzaron la presidencia, se confirmó el refrán aquel que dice que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Lo primero que se corrompió en Bukele fue su oferta política; su promesa de consolidar la democracia, transparentar el servicio público, combatir la corrupción y respetar la división de poderes. En febrero de 2020, antes de cumplir su primer año en la presidencia, esa misma persona ingresaba a la Asamblea flanqueado por militares apertrechados para combate y amenazaba con dar un golpe al poder Legislativo por negarse a aprobar un préstamo. Después vino toda la opacidad en el manejo de los fondos de la pandemia y su negativa a rendir cuentas a la Asamblea; y la utilización de la Policía para obstaculizar órdenes judiciales y evitar el ingreso a ministerios de fiscales y de auditores de la Corte de Cuentas. El poder corrompe y hoy, apenas dos años después, Nayib Bukele quiere el poder absoluto.

A pesar de todas las contradicciones de su discurso, de la corrupción de su administración, del desmantelamiento democrático e institucional, de la instrumentalización política del ejército y la Policía, está a punto de obtener su ansiada mayoría legislativa que le permitirá, esta vez por la vía del voto, concentrar casi todo el poder del Estado y eliminar los contrapesos. Eso es lo que sucederá este domingo.

¿Cómo se explica el hecho de que un presidente que ha traicionado todas sus promesas de campaña sea el que tiene los mayores índices de aprobación en el continente y que esté a punto de arrasar en las elecciones legislativas?

Según la más reciente encuesta de la UCA, siete de cada diez salvadoreños que acudan a las urnas este domingo votarán por el partido del presidente, que participa por primera vez en una elección.

Para dimensionar el cataclismo político basta decir que durante 25 años Arena y el Fmln se repartieron el voto más o menos de la siguiente manera: un tercio de voto duro para cada uno y el último tercio determinaba el resultado. En las elecciones legislativas de 2018, previas a la llegada de Bukele al poder, el desgaste del Fmln ya era tan notorio que obtuvo apenas el 20 % de los votos mientras Arena acaparó el 40 %. Pero en aquel panorama político hoy tan distante no existía Nuevas Ideas y la figura de Bukele apenas comenzaba a explotar políticamente el desencanto por estos dos partidos.

Tres años después, según la misma encuesta, Arena obtendrá poco más del 5 % de los votos y el otrora poderoso Fmln no alcanzará ni el 4 %.

Esta semana, un comerciante del centro de San Salvador explicó al fotoperiodista Carlos Barrera por qué votará por la bandera de la ene: “La Asamblea repleta de diputados de Nuevas Ideas es lo mejor que pueda pasar para que se apruebe todo lo que el presidente quiere para el país'. Pero ni ese comerciante ni nadie sabe a ciencia cierta qué quiere Bukele para el país. En cambio, sabemos lo que quiere para él y su círculo: poder sin controles y un Ejército a su servicio.

Hay otros electores, y sospecho que son un gran número, que votarán por despecho. Votantes de Arena que se sintieron traicionados. Votantes del Fmln que se sintieron traicionados. Traicionados por la mentira y la corrupción. No es fácil despojarse de esa sensación de haber sido utilizado por dirigentes corruptos de un partido político.

En la guerra, y también en la paz, el traidor es repudiado con mucho más ahínco que el enemigo; porque del enemigo se espera lo que se espera. La traición es un acto muy grave porque viene de aquellos en los que uno confiaba, es engaño y es fraude, y duele más que las diferencias de posición o de opinión o de trincheras. Y mucho de eso determinará los resultados de las elecciones de este domingo en El Salvador.

Las masas que antes se movían al compás de las dos extremas hoy se han movido hacia la nueva fuerza política que básicamente propone entregar a Bukele todo el poder que pierdan esas fuerzas políticas.

La corrupción ejercida por ambos partidos, combinado con la incapacidad de sus dirigentes de articular un discurso creíble dada su negativa a sacrificar a sus corruptos, ha tenido como consecuencia que hasta aquellos que fueron sus votantes duros (entre ellos excombatientes de ambos bandos) y arriesgaron su vida para construir esta democracia ahora se manifiestan dispuestos a entregar todo el poder a una sola persona, a cambio de que desaparezcan aquellos dos partidos. De ese tamaño es el desencanto y la frustración. Muchos salvadoreños irán a votar para sacarlos de la Asamblea. Para botarlos del sistema político. Eso es un voto de castigo: votar por botar.

Es un voto arriesgado, sobre todo cuando entrega todo el poder a un narcisista antidemocrático. Pero Bukele ha sabido construirse una imagen de hombre moderno que nos ha de guiar en una nueva era, si tan solo logra eliminar las resistencias y los obstáculos que representa la oposición que no le permite trabajar. Es la imagen de una especie de San Jorge que lucha contra los dragones-dinosaurios-corruptos de la oposición y que presenta a estos como unas lacras que no le dejan trabajar porque quieren seguir robando. La realidad es muy distinta: buena parte de los candidatos de Nuevas Ideas tienen hoy cuestionamientos éticos y legales similares a los de los peores candidatos de los demás partidos (denuncias de corrupción, de negociar con organizaciones criminales, de conflicto de intereses, de violencia de género etc.). No está de más recordar que Gana, su aliado legislativo y el partido que lo llevó a la presidencia, es el partido del expresidente Saca y su jefe de fracción es Guillermo Gallegos, de corrupciones conocidas y uno de los diputados que más ha contribuido a la baja reputación de la Asamblea.

La pobre y peligrosa propuesta oficial contrasta con su masiva aceptación ciudadana, lo que confirma la eficiencia de los mercadólogos políticos y propagandistas que hoy gobiernan el país. Han sabido capitalizar el desprecio de los votantes contra quienes les traicionaron, sin que afecte a Bukele el hecho de que él mismo hizo su carrera política en el Fmln y que muchos de sus más cercanos colaboradores militaron o sirvieron en alguno de los dos grandes partidos; y que más de uno fue parte del esquema de corrupción y mentiras en estos partidos.

En países con tradiciones democráticas más sólidas, incluso un cafre como Donald Trump se topa con los límites del sistema. Pero El Salvador no posee una tradición democrática y el desmantelamiento de la débil institucionalidad construida a partir de los Acuerdos de Paz es abierto y acelerado. La concentración de poder en manos de Bukele terminará de destruirla.

La democracia es más que ir a votar. Es la coexistencia política de diversas perspectivas e ideas, el intercambio de argumentos, el diálogo a partir del cual se encuentran respuestas a nuestros grandes problemas. Es la garantía de que todos los ciudadanos cabemos en el mismo país y de que nuestras ideas y pensamientos pueden convivir con los de los demás. Es la posibilidad de vivir libre, seguro y con los mismos derechos de los demás, aunque se pertenezca a una minoría.

Votar no es democracia, sino apenas el primer paso en su construcción.

Esta es una de las paradojas de la representatividad democrática: que, mediante el voto, un mecanismo legítimamente democrático, los ciudadanos abren la puerta a regímenes antidemocráticos y corruptos. Los ciudadanos también tenemos, entre nuestras libertades, la de elegir gobiernos que nos recorten libertades.

El voto y las libertades deben ser ejercidos con responsabilidad. Votar por botar también tiene consecuencias. Por la misma puerta por la que saldrán los viejos corruptos entrarán los nuevos, cuya mayor promesa es la de negarse a ejercer el contrapeso que el legislativo está llamado a ser para el poder ejecutivo. Prometen convertirse en ese cheque en blanco para la presidencia que el alcalde Nayib Bukele identificaba hace tres años como la explicación de los grandes males del país.

Aquel Bukele de 2018 entendía la política de otra manera: la de negociar con todas las fuerzas políticas para alcanzar acuerdos. O aquel Bukele mentía o fue devorado por el que conoció el poder; por el Bukele presidente. Ese, el que desata todos los días cacerías contra sus críticos y que se niega a rendir cuentas, es el que este domingo recibirá de los ciudadanos aún mayores cuotas de poder. Votar por botar también tiene consecuencias y un votante responsable debe también imaginar el futuro que construye con su voto.

¿Qué alternativas quedan entonces, en una situación crítica y determinante? La de reivindicar la decencia. Si uno mira las banderas en la papeleta, difícilmente encontrará una que se acomode a las urgencias del momento histórico. Pero hoy contamos con una herramienta que aún estamos aprendiendo a utilizar: la del voto por rostro. Votar de manera responsable implica hoy cribar las listas de candidatos. Hay algunos valientes y dignos y muchas valientes y dignas, a pesar de su partido. Firmes en sus propuestas y claras en la misión que deberán asumir: la de defender al Estado. Escoja a alguna de estas candidatas y cruce su rostro. Así también se bota a los corruptos y se vota por un mejor futuro. Nos vemos el domingo.

Carlos Dada es periodista y fundador de El Faro.
Carlos Dada es periodista y fundador de El Faro.

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