En el último mes, Bukele se ha esforzado por desmarcarse de Estados Unidos, quien ha sido firme en decir que la destitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional y el fiscal general debe revertirse. A cambio, ha incrementado su coqueteo con China, quien además de prometer no inmiscuirse ha ofrecido cooperación no reembolsable y sin 'ninguna consideración política'. Estos gestos no han pasado inadvertidos, pero Washington no tiene pensado –al menos por ahora– iniciar una guerra abierta contra el mandatario salvadoreño.
Si la confrontación con Estados Unidos, sin embargo, se profundiza como pareció insinuarlo en su discurso a la nación la noche del martes 1 de junio 2021, no creo que Bukele quiera estar del lado de China si Washington lo acusa de trabajar para la agenda de Beijing. Como me dijo un viejo diplomático en EE. UU.: “Cuando Washington quiere pelear, pelea.” Esta frase significa que, en el momento que Washington te considera un problema geopolítico, Estados Unidos tiene un amplio abanico de posibilidades para responder, algunas más diplomáticas que otras.
La Casa Blanca ha elevado la corrupción internacional como eje de su política de seguridad nacional, lo que le dará al gobierno de Biden más posibilidades de sancionar a funcionarios y legisladores que considere corruptos. Hasta el momento, Washington no piensa que Bukele sea su enemigo. Es más, le ha enviado a Jean Manes como embajadora interina, quien en algún punto fue considerada amiga por el mismo Bukele. Pero la ambición de esta presidencia es desmedida y puede convertir un vaso de agua en un huracán.
Las afrentas contra Estados Unidos ahora han recaído en la acusación del intervencionismo. Los exabruptos del presidente, sin embargo, nada tienen que ver con la soberanía, sino con cómo la comunidad internacional ha dejado en evidencia sus constantes actos contra la misma Constitución salvadoreña. Sus actos de acercamiento con China son desplantes contra la crítica y el retiro de la cooperación estadounidense para la Policía y la Fiscalía. Claro, la paranoia del presidente puede llevarlo de una contradicción con Washington a una abierta confrontación geopolítica.
La carta “patriótica” de este Gobierno sale a relucir únicamente cuando se critican las violaciones constitucionales, las elecciones ilegales de funcionarios y las violaciones a la libertad de prensa que ellos cometen. Con el expresidente Donald Trump, cuya administración tenía tintes autoritarios, el tono del gobierno salvadoreño siempre fue diferente y, sobre todo, complaciente.
Bukele no tuvo problemas en poner sobre la mesa la soberanía nacional al establecer acuerdos que claramente ponían en riesgo los derechos de las personas que requieren protección internacional. Tampoco defendió la imagen del país ni de sus compatriotas de los ataques del expresidente de EE. UU., ni cuando nos llamó un shithole ni sobre su interés de eliminar el TPS para 200 mil salvadoreños. Es más, en lugar de proteger a nuestros migrantes, el gobierno de El Salvador adoptó el discurso de aceptar la eventual deportación de los tepesianos.
Al mismo tiempo de que el gobierno salvadoreña expresa su indignación con Washington, el mandatario mantienen en su planilla poderosos cabilderos que han tratado de cambiar sin éxito la percepción de la administración de Biden sobre el país. Entre estos, está Thomas Shannon, ex subsecretario de Estado de EEUU, quien define a Bukele como el mandatario“más éxitoso” en América Central. Shannon parece ser el embajador de facto de San Salvador en EEUU. La representante salvadoreña en Estados Unidos, Milena Mayorga, es la “embajadora de marca” del bukelismo con muy poca interlocución con el establishment de Washington.
Hay que estar claro que ni en el Congreso de EE. UU. ni en la Casa Blanca han pedido ni planean remover al presidente ni a sus diputados. Una fuente demócrata de una oficina del Congreso me dijo que nadie en Washington busca un “cambio de régimen” en El Salvador. Ni en las cartas más críticas, como la del senador Patrick Leahy, se habla de intervenciones militares ni cosas parecidas. En la resolución bipartidista del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, fechada el 17 de mayo de 2021, se saluda a los votantes salvadoreños por su participación en las pasadas elecciones municipales y legislativas.
Es natural tener dudas sobre las intenciones de Washington, tomando en cuenta su historia de intervenciones en Latinoamérica (Chile, Nicaragua, Panamá, República Dominicana, Honduras, El Salvador de los 80, etc.). Sin embargo, en este caso una intervención en El Salvador sería impopular y contraproducente para EE.UU., porque, de acuerdo a la visión del Washington de Biden, una mayor inestabilidad política en la región aumentaría los flujos de migrantes salvadoreños a su frontera sur.
En segundo lugar, siempre me ha resultado curioso que a gente proveniente de la izquierda salvadoreña, sobre todo de organizaciones del FMLN guerrillero de 1980-1992, le parezcan exageradas las respuestas del Congreso de EE. UU. contra Bukele. Basta leer la historia reciente para darse cuenta de que el FMLN guerrillero siempre consideró a Estados Unidos como una trinchera para contrarrestar la política del presidente Ronald Reagan. A Reagan le tomó cuatro años cumplir su plan sobre Centroamérica después de intensas negociaciones con un congreso con mayoría demócrata. Algunos demócratas siempre lucharon en el Congreso por condicionar, controlar o eliminar la ayuda militar a El Salvador durante la guerra. Muchas de estas acciones fueron respaldadas por gente que aún está en el Congreso, como el mismo Leahy, el representante James McGovern (quien trabajaba como asistente en el Congreso en ese tiempo) y el senador y jefe de la mayoría demócrata del Senado Chuck Schumer (que durante la guerra era miembro de la Cámara de representantes).
El mismo presidente Joe Biden –en su tiempo como congresista– apoyó iniciativas para controlar la cooperación de Washington a la guerra civil salvadoreña. En los ochenta, activistas salvadoreños y estadounidenses usaron esas contradicciones dentro del legislativo de EE. UU. para disminuir el impacto de la política de Reagan en la región. El legislativo estadounidense siempre ha sido un terreno que puede servir para la defensa de los derechos humanos y el respeto a la libertad de prensa y de expresión fuera de Estados Unidos, con sus matices, por supuesto, de acuerdo al contexto histórico.
Estados Unidos ha dado pasos cautelosos en su confrontación con San Salvador. Sin embargo, la escalada represiva del gobierno de Daniel Ortega contra sus contricantes políticos en Nicaragua podría obligar a Washington ser más firme en contra de Bukele. La “soberanía” de Bukele está en consolidar su autocracia, pero la de Washington es aislarlo dentro de los 21 mil kilómetros cuadrados del país. Washington no quiere pelear, pero si el mandatario salvadoreño se amarra a Beijing, no le quedará otra opción a Biden. Si EE. UU. decide pelear, Washington tiene miles de opciones para convertir a El Salvador en una jaula de oro para la nueva élite económica y política de Bukele.