Hace un año, cuando el balón se escapó inexplicablemente de las manos del portero Leonel Moreira y quedó servido para que el canadiense Jonathan David anotara el gol de la victoria en el Estadio de la Mancomunidad, Edmonton, la ilusión de miles de aficionados ticos se vino al suelo.
Con esa derrota casi moría la posibilidad de Costa Rica de entrar a la Copa del Mundo Qatar 2022. Había sumado sólo seis puntos de 21 posibles en la primera vuelta de la octogonal final eliminatoria de Concacaf. Empató sufriendo en Panamá, cayó en casa ante México e igualó 1-1 con Jamaica; empató sin goles en Honduras, le ganó sudando a El Salvador y perdió 2-1 en Estados Unidos y 1-0 en Canadá.
En el quinto puesto de la tabla, lejos de los tres boletos directos y sin un equipo consolidado, las esperanzas ticas de un tercer Mundial consecutivo eran prácticamente nulas. Los resultados, pero sobre todo el bajo nivel colectivo mostrado en la cancha, con un recambio generacional a medio cocer, habían bañado de escepticismo a la afición costarricense, que veía fuera de Qatar 2022 a la selección que había hecho historia en Brasil 2014 y había clasificado en segundo lugar por Concacaf a Rusia 2018.
La sentencia letal casi llegó el 16 de noviembre de 2021, cuando la Tricolor recibió a Honduras en San José y el catracho Rommel Quioto empató el partido al minuto 35, lo que pulverizaba las opciones de ambas selecciones. Era un morir juntos, pero la rivalidad centroamericana daba para ello. La ilusión mundialista de Costa Rica estuvo muerta durante una hora, pero al minuto 90+5, en la última jugada, un cabezazo del volante Gerson Torres sobre la línea devolvió las pulsaciones a los costarricenses y dejó a los hondureños ir en paz a su casa. El seleccionador local, Luis Fernando Suárez, hasta entonces inalterable, casi perdió su mascarilla celebrando la sobrevida que permitía a los ticos seguir caminando al borde del precipicio.
La opción se abría para la “Sele”, pero antes debía ir espantando fantasmas. El 27 de enero del 2022, empezó una jornada de tres partidos eliminatorios que decidiría por completo su futuro; y el primero de ellos era el más importante. Esa noche, en La Sabana, Costa Rica recibió a Panamá, para ese momento dueño del boleto a la repesca.
El partido fue una tortura para los ticos. Panamá se adueñó de la pelota y bombardeó el arco de Keylor Navas cuanto quiso. Fueron incontables las oportunidades que dejaron escapar los canaleros ante la asustada Costa Rica que, en la única opción clara que tuvo, definió el juego. Fue al minuto 65’ cuando el capitán, Bryan Ruiz, se encontró un rebote del arquero Luis Mejía y remató incómodo frente al arco para darle a su equipo otra victoria sufrida, otro puñado de esperanza.
Tres días después, los ticos lograron salir sin rasguños del Estadio Azteca y arrancarle a México un punto valioso para seguir soñando. Venía la visita a Jamaica, una nueva prueba vital en la eliminatoria mundialista, una estación más en el vía crucis hacia Qatar.
Y de nuevo se hizo la proeza. Un gol de Joel Campbell dio a los ticos la victoria en Kingston que, sumada a la derrota de Panamá en México, dejaba cercano el boleto al repechaje.
Los futbolistas colgaron en sus redes sociales fotografías con la celebración y una frase extraña cuyo significado podía conocer solo el 0,2% de la población: “Añita Mikilona”. En pocas horas se viralizó la frase y la pregunta sobre su origen y su motivo, pero después el propio Suárez explicó que ese fue el grito de batalla que escogieron los jugadores para sobreponerse. Significa “juntos hasta el final” en la traducción literal de la frase en lengua que habla el pueblo autóctono bribri en las partes altas de la cordillera de Talamanca, al sureste del país donde solo solo 2,4% de la población se considera indígena.
Sin margen de error
“Queríamos tener un grito de batalla, algo que reflejara nuestra vida, cuando estemos juntos. Independientemente de si ganábamos o perdíamos, siempre teníamos que estar juntos”, dijo Suárez. La estrategia tomó como inspiración la filosofía Ubuntu que, años atrás, acompañó a los Celtics de Boston en su camino al título de la NBA. El cuerpo técnico hizo la propuesta a los jugadores ticos y el mediocampista Celso Borges se encargó de darle forma, consultando a amistades que conocían la lengua bribri.
A partir de entonces, la filosofía “Añita Mikilona” permeó en todo el grupo hasta convertirse en una especie de fuerza sobrenatural que empujó a Costa Rica hasta ganar algo que parecía imposible.
En la jornada de cierre de la octogonal (el 24, 27 y 30 de marzo), la Tricolor venció por la mínima a Canadá, hasta entonces el líder invicto de la eliminatoria; después viajó a El Salvador para traerse tres puntos que la ratificaron en el cuarto puesto, gracias a que Panamá empató primero en casa con Honduras y luego cayó goleada 5-1 en Estados Unidos.
El broche dorado para la proeza tica llegó precisamente contra Estados Unidos, para esa fecha clasificado directo a Qatar junto con Canadá y México. Lo que quedaba era para costarricenses o panameños, pero Suárez parecía no temer. Con el calor de las graderías repletas del Estadio Nacional, se atrevió con una formación llena de jóvenes (con Keylor Navas y el enorme zaguero Kendall Waston como únicos hombres de experiencia), para proteger a varios futbolistas que tenían tarjeta amarilla y podían perderse el repechaje si eran amonestados.
Jóvenes como Brandon Aguilera (entonces con 18 años), Jewison Bennette (17), Daniel Chacón (20) y Anthony Contreras (22) fueron titulares esa noche y, contra todo pronóstico, le regalaron a la afición tica el partido más holgado de toda la eliminatoria, una victoria 2-0 que agrió la clasificación estadounidense y le dio a Costa Rica medio boleto al Mundial.
Había ganas de fiesta, pero el otro medio boleto había que ir a perseguirlo a Oriente Medio, contra Nueva Zelanda en una repesca a partido único que se disputaría el 14 de junio en Qatar a más de 40 grados centígrados, en el estadio refrigerado Áhmad bin Ali.
La consigna “Añita Mikílona” había evolucionado a “hasta el último minuto”, pero funcionaba para el tormento que se venía. Después de cantar desgalillados el himno, los ticos comenzaron el partido con un golpe de suerte que permitió a Joel Campbell anotar apenas al minuto 3’, pero la Tricolor cedió la pelota a los neozelandeses, físicamente superiores, y terminó arrinconada en su área, amparada en una defensa que sólo permitió 8 goles en los 14 partidos del octogonal y, por supuesto, en Navas. Sobre su arco los balones cayeron como granizos y solo lo superaron en una ocasión, pero el árbitro emiratí Mohammed Abdulla Hassan Mohammed revisó el video y lo anuló por una falta previa. Se escuchó a aficionados ticos celebrar como un gol propio.
Una eternidad después, con el pitazo final, acabó la angustia de la mejor manera. Suárez levantó los brazos sin cerrar los puños y dejó a Costa Rica conocerle la sonrisa. Sexto mundial de Costa Rica, tercero para el colombiano que en Alemania 2006 llevó a Ecuador y en Brasil 2014 dirigió a Honduras.
“El entrenador tuvo que probar en la competencia y, cuando encontró su equipo ideal, la misma Selección cerró filas: nos unimos en el grupo porque nos jugábamos una final todos los partidos. La fortaleza mental que tiene esta Selección es impresionante, lo hemos demostrado y jugamos siempre al límite”, trató de explicar Joel Campbell a los medios de la FIFA, impresionados por los 16 puntos de 18 posibles que había ganado Costa Rica después de la inspiración bribri.
Ahora, con el cupo garantizado para Qatar 2022 y resignada en el “grupo de la muerte” junto a Alemania, España y Japón, Costa Rica confía en el espíritu del “Añita Mikilona” para que les permita llegar juntos hasta octavos de final, como en Italia 90, o a cuartos de final, como en Brasil 2014. O más allá.