Centroamérica / Política

Maradiaga: “Hay que dar una plataforma de salida a los nicaragüenses que han apoyado al régimen”

El excandidato presidencial Felix Maradiaga, uno de los 222 presos políticos desterrados por el régimen nicaragüense en febrero, afirma que el encarcelamiento a opositores y disidentes ha terminado por aglutinar nuevas conversaciones sobre una “salida democrática y no violenta” que buscaría “la completa ilegitimidad de Ortega”. Un consenso que eludió a los movimientos de oposición ante las urnas en 2021, por lo que Maradiaga advierte contra “repetir las viejas recetas” de acudir a elecciones en 2026 o de “revivir el proceso de diálogo con Ortega”.

Oslo Freedom Forum.
Oslo Freedom Forum.

Lunes, 10 de julio de 2023
Nelson Rauda Zablah

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Félix Maradiaga era candidato presidencial y aspiraba a derrotar a Daniel Ortega en las urnas cuando fue apresado en 2021. Dos años después, desterrado pero por fin en libertad, es el líder político mejor posicionado de la oposición nicaragüense. En una encuesta de Cid Gallup este mes tiene un 46 % de opiniones favorables, el nivel más alto entre las figuras incluidas en la muestra. Ortega apenas alcanza el 34 %, con un 56 % de opiniones desfavorables.

Secretario general del Ministerio de Defensa entre 2002 y 2006, Maradiaga ha sido consultor en el sector privado y preside la Fundación para la Libertad. En 2018, antes de otorgarle medidas cautelares, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos documentó dos atentados contra su vida, incluyendo una golpiza que lo hospitalizó. Fue encarcelado durante 20 meses hasta que Ortega lo despojó de su nacionalidad y todas sus propiedades, como hizo con los otros 221 presos políticos excarcelados y expulsados a Estados Unidos en febrero.

Defiende, aún así, su tiempo en la cárcel como “un logro que permitió desenmascarar a Ortega”. Dice que esta es la tercera vez que está en el exilio.

Reconoce su posición de liderazgo en discusiones entre opositores sobre la promoción de una “salida democrática” a la crisis política, pero descarta como una “distracción” hablar de candidaturas para presidir un futuro gobierno democrático en Nicaragua. Pasa revista a Centroamérica — “el populismo da resultados inmediatos que simulan respuestas a la pobreza, pero en el largo plazo no tiene soluciones sostenibles”, dice— pero se mide al dar consejos porque “Nicaragua no es un caso de éxito”.

El Faro entrevistó a Maradiaga cuatro meses después de su destierro, en Noruega, donde fue a mediados de junio panelista del Oslo Freedom Forum. Allí compartió escenario con dos sobrevivientes de los campos de concentración en China para la población uigur; un periodista torturado en prisión por el régimen de Maduro en Venezuela; una parlamentaria ucraniana cuyo esposo es preso político de Vladimir Putin en Rusia; y un activista de Kenia que denunció las condiciones de esclavismo en que trabajaron los inmigrantes en Catar durante la última Copa del Mundo. La dictadura de Daniel Ortega despunta en el concierto global del autoritarismo.

 

En Oslo hizo una introducción lacrimógena: un video del reencuentro con su hija y su esposa, en Washington, tras un año y ocho meses de encierro. Habló de la estrategia de no violencia, de no construir sociedades “desde la venganza”.

El 8 de julio, tres semanas después del foro en Noruega, líderes desterrados de la oposición nicaragüense anunciaron la formación del Proceso de Monteverde por la Paz y la Democracia en Nicaragua, una iniciativa que busca “luchar, con una visión común, por alcanzar la libertad de nuestra nación y sentar las bases de un verdadero Estado de Derecho”. Maradiaga figura entre los primeros voceros.

 

Para cerrar su presentación, Félix Maradiaga llamó al escenario a su hija Alejandra, a quién agradeció por darle esperanza durante sus 20 meses apresado. Foto de El Faro/ Oslo Freedom Forum.
Para cerrar su presentación, Félix Maradiaga llamó al escenario a su hija Alejandra, a quién agradeció por darle esperanza durante sus 20 meses apresado. Foto de El Faro/ Oslo Freedom Forum.

En 2021, antes de su captura y la de otros candidatos, había muchas discusiones internas en la oposición nicaragüense sobre cómo llegar a una plataforma única o a candidatos de consenso. ¿Qué reflexiones hace ahora? ¿La oposición pudo haber hecho algo diferente?

No había una estrategia única, pero no estoy de acuerdo con quienes sostienen que no había estrategia. Las organizaciones con las que yo estaba trabajando teníamos una estrategia clara: creíamos que había que desenmascarar al régimen y trabajar muy de la mano de la comunidad internacional para mostrar la disposición política de una oposición organizada para ser opción de gobierno y encontrar una salida democrática, no violenta, y presionar al régimen a reformas electorales.

No creo que hubiera en ese momento ni la atención de la comunidad internacional ni las condiciones para lograr una salida distinta. Algunos observadores o analistas consideran que fue un error estratégico de la oposición participar en las elecciones. Obviamente no estábamos totalmente cómodos al hacerlo sin las condiciones adecuadas, pero Ortega venía realizando elecciones fraudulentas en las narices de la comunidad internacional porque no había enfrentado una oposición unificada y no había la voluntad política internacional de rechazar los resultados fraudulentos. Todos los que aceptamos ser candidatos comprendimos que Ortega estaba esperando que nos retiráramos para repetir su vieja receta y decir ‘la oposición no se organiza, no está dispuesta a enfrentarme, no tiene un candidato creíble, y por tanto compito con cualquiera que está disponible’. Estábamos dispuestos a ganarle abrumadoramente. En el escenario de un fraude electoral, íbamos a hacer todos los esfuerzos de presión ciudadana en las calles y de presión internacional para reclamar que se contara el voto.

¿Tuvieron algún logro?

Un logro sumamente doloroso. Se forzó a Ortega a que no tuviera otra respuesta que echar presos a todos los candidatos. Esa medida extrema, a un enorme costo humano y personal, ha hecho que al día de hoy no exista ningún actor de la comunidad internacional que pueda racionalmente proponer un intento electoral en Nicaragua bajo estas condiciones. 

Le habla alguien que denunció los fraudes electorales desde 2008. Personalmente vi la indolencia de la comunidad internacional que respondía: “ustedes no le están ganando a Ortega'. Se había establecido la narrativa de que, sí bien es cierto que Ortega cometía fraudes electorales, la mayor debilidad estaba en una oposición que no lo había enfrentado de manera organizada. 

 

¿Qué alternativa tenían? 

No ir a elecciones. Pero las personas que lo sugieren olvidan que eso ya se había hecho antes. En 2016 la Coalición por la Democracia fue privada de su casilla, que era la del Partido Liberal Independiente. Luis Callejas, como candidato a presidente, y Violeta Granera, como vicepresidenta, ni siquiera se pudieron registrar. Se hizo una campaña masiva, “Yo no boto mi voto”, que logró los máximos índices de abstención en la historia de Nicaragua. Más del 75% de los nicaragüenses registrados no votaron según nuestros datos. Pero la comunidad internacional no pasó de simplemente expresar consternación. 

Si en Nicaragua ya se intentó no ir a elecciones y se intentó ir a elecciones y los apresaron a todos, ¿qué salida política hay?  

Hay distintas lecturas. La oposición está conversando más fluidamente que nunca. Ortega cometió un gravísimo error al echarnos presos, porque a nivel humano, personal, individual hay una empatía mucho mayor que antes del 2021. Pero esa empatía no necesariamente implica una plena coincidencia estratégica. La perspectiva dominante tiene que ver con la búsqueda de la completa ilegitimidad de Ortega, con el hecho de que es un régimen que no nace del voto libre, que ha salido de la de la Organización de Estados Americanos por voluntad propia y que está en desacato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Para que la comunidad internacional pueda respaldar esa posición debe sentir que hay un contrapoder organizado, una oposición con la capacidad de ser gobierno. No se trata de respaldar a un individuo. Esta tesis se aplicó ya en Venezuela con Juan Guaidó y en Nicaragua no existe esa posibilidad.

¿Qué otras ideas están discutiendo?

Existe otra línea de pensamiento que cree que hay que forzar a que Ortega regrese a la mesa de negociación. Yo estoy en desacuerdo. Los demócratas resolvemos nuestros problemas negociando pero Ortega no es un demócrata. Revivir el proceso de diálogo sería un error estratégico. Para los demócratas, el rechazo de cualquier proceso de diálogo es una contradicción intelectual, pero Ortega ha roto absolutamente todas las líneas y fronteras que permitirían un proceso de diálogo bajo garantías mínimas.

¿Hay una tercera posición?

Una que no merece siquiera ser descrita con mucha atención. En el lenguaje típico nicaragüense la hemos llamado zancudo, que son los partidos artificiales que están dispuestos a ir en 2026 a una elección sin garantías y repetir las viejas recetas. Esa posición no tiene ningún tipo de respaldo, pero debe ser puesta sobre la mesa porque es un peligro latente. A lo largo de la historia el zancudismo de estos micro partidos políticos le termina haciendo el juego al dictador.

Haber pasado por una situación extrema como presos políticos, en centros de detenciones y tortura de los Ortega, ¿no simplifica de alguna forma el ponerse de acuerdo? 

Estamos más cerca que nunca de una posición de consenso. Ya se había logrado en febrero del 2021. Los liderazgos de mayor peso en el país habían llegado a un arreglo. Pero hay una especie de fetiche con la unidad. Tanto dentro de Nicaragua como fuera se espera que la totalidad de la oposición llegue a un acuerdo y eso es materialmente imposible. Es decir, si en Nicaragua hay 100 opositores y esos 100 opositores tienen tres posiciones distintas, ¿hablaremos de unidad cuando de los 100 estemos de acuerdo 50, 75, 80? Siempre va a haber personas con posiciones que rompen el consenso.

Supongo que no han llegado al punto de hablar de nombres o de los roles que ocuparán los líderes, pero ¿qué papel que se ve jugando usted en la oposición?

En este momento no podemos hablar de procesos electorales o candidaturas. No podemos estructurar una oposición que tenga orgánicamente una apariencia electoral. Ese era un elemento importantísimo en el 2021, pero en este momento sería un elemento distractor. Mi principal propuesta es que ninguno de nosotros nos veamos como candidatos. Mi segundo punto es consolidar una vocería colegiada que actuaría como interlocutora con la comunidad internacional y como la entidad que comunica al nicaragüense la hoja de ruta para la transición hacia la democracia.

En Nicaragua hay un sentimiento de desesperanza y desconcierto causado por los arrestos arbitrarios de los principales liderazgos. Durante ese arresto se creó la esperanza de que si estos liderazgos éramos excarcelados íbamos a salir con estas respuestas. Pero la cárcel por sí misma no genera un proceso de sabiduría del que salís iluminado para poder dar la ruta hacia la libertad. Lo que sí nos dio es humildad, cercanía al dolor de los nicaragüenses y un mayor compromiso de lucha.

El tercer punto es mover la estrategia de lucha al plano internacional.  Dentro de Nicaragua todas las avenidas de incidencia, de presión, de protesta están cerradas. Buscar esos caminos expone a la oposición que todavía está en Nicaragua a más encarcelamiento. 

Usted dice que todas las avenidas están cerradas. ¿Cómo se da esperanza entonces a los ciudadanos? ¿Cómo decirles que las cosas van a cambiar?

Primero, es necesario que la ciudadanía sienta que hay un grupo de personas en oposición que tiene un compromiso indeclinable, serio, de lucha cívica por la salida del régimen. Es normal que procesos de persecución política tan extremos como los que ha vivido Nicaragua lleven a que muchas personas se desmovilicen. En la medida en que podamos mostrarnos ante la población como una oposición organizada, cohesionada y con un plan de lucha, eso lleva a un sentimiento de esperanza. La segunda dimensión tiene que ver con que la gente sienta la posibilidad de pequeñas victorias que vayan minando el poder del régimen, que lo vayan acercando a un colapso y desmonten la idea de que la dictadura tiene absolutamente cerrados todos los espacios.

¿Cómo lograr eso?

Una de esas pequeñas victorias tiene que ver con poder estimular de manera más focalizada la implosión interna de la dictadura. Es decir, que todos los días veamos que el régimen se devora a sí mismo y no porque se está descomponiendo por sí solo o por inercia, sino porque hay un trabajo organizado de oposición para estimular esa implosión. También hay que dar una plataforma de salida a los nicaragüenses que han apoyado al régimen. Cuando la oposición está atacando frontalmente a Ortega, que no sientan que está atacando a la maestra de escuela que ha sido sandinista, al director de colegio, al funcionario público mediano o intermedio. Hay cientos de miles de nicaragüenses que no pertenecen orgánicamente a ningún partido. La lucha frontal contra el régimen no es una lucha de venganza contra cualquiera que en algún momento haya votado por el Frente. Ellos tienen que escuchar que la oposición tiene un plan y que tiene también una puerta abierta para que aquellos que en algún momento respaldaron al sandinismo lo abandonen.

En su charla en Oslo, usted habló de no violencia y de evitar la venganza. ¿Cómo convencer de ese argumento a 200 personas que han pasado torturas, encierro, días sin sol? ¿Está encontrando recepción? 

Desde la venganza, desde el odio, no se pueden crear sociedades justas. De mi lado está la historia. Existe una dimensión populista en la que el político dice lo que la gente quiere escuchar, pero el rol más ingrato es el rol pedagógico, explicativo, en donde esas 200 personas sean escuchadas pero también sean persuadidas de que la no violencia no es la ruta de la pasividad. La no violencia es una estrategia de lucha política con indicadores claros y con resultados alrededor del mundo. Si convertimos esto en una discusión estrictamente emocional no vamos a llegar a ningún punto.

Buscar venganza es una tendencia natural del ser humano que ha pasado por procesos traumáticos. Yo he sobrevivido en dos ocasiones a intentos de asesinato, he estado hospitalizado por golpizas, he perdido toda mi propiedad, he estado en el exilio en tres oportunidades y estaba encarcelado. No estoy haciendo una prédica desde la indolencia. Yo también he perdido personas muy cercanas. Y precisamente porque he tenido ese dolor y he sufrido lo que muchos nicaragüenses han sufrido es que insisto en que el fin del sufrimiento de  Nicaragua no es recurrir a la violencia. La violencia lo que hace, en el mejor de los casos, es posponer temporalmente lo que será otro ciclo igual de perverso.

Ese mensaje populista del que usted rehuye campea por Centroamérica: en Guatemala, con la persecución a periodistas y operadores de justicia; en Honduras, con el régimen de excepción; en El Salvador, con la reelección de Bukele. Hasta en Costa Rica con un presidente antiprensa. ¿Hay una regresión en Centroamérica?

Centroamérica está pagando las consecuencias del desacierto de las élites que se asociaron con las posiciones de libre mercado y no las acompañaron con resultados específicos, de reducción de la desigualdad y fortalecimiento de la clase media. Hay un rebote del péndulo latinoamericano y quienes sostenemos posiciones firmes a favor del libre mercado no debemos olvidar nunca que Centroamérica es una de las zonas más desiguales del mundo.

Lo que le está pasando a Centroamérica es una pasada de factura por la vulnerabilidad de la clase media. La clase media centroamericana tiene altas tasas de migración. El centroamericano que ha adquirido niveles de capital humano, en materia de educación e  información, y no encuentra alternativas en el mercado, ha venido emigrando masivamente. La política más transformacional no cae ni en la tentación del populismo para las mayorías desposeídas, ni en los privilegios para pequeñas élites. Hay que concentrar las propuestas políticas en la construcción de una clase media robusta, columna vertebral de toda sociedad moderna.

 

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