Columnas / Política

Guatemala: entre el continuismo y la democracia

Más que entre dos candidatos, los guatemaltecos deben elegir entre dos proyectos políticos más amplios que son casi totalmente dispares.
Víctor Peña
Víctor Peña

Miércoles, 16 de agosto de 2023
Manuel Meléndez-Sánchez y Lucas Perelló

En medio de una prolongada batalla legal que busca su disolución, el Movimiento Semilla se enfrentará este 20 de agosto a la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) en la segunda vuelta de la elección presidencial guatemalteca. En la papeleta aparecerán Sandra Torres de la UNE, la ex primera dama y candidata perenne que se ha redefinido como una conservadora social, y Bernardo Arévalo de Semilla, el académico progresista que dio la sorpresa en la primera vuelta y cuyo padre fue electo presidente durante la revolución de 1944. Pero más que entre dos candidatos, los guatemaltecos deben elegir entre dos proyectos políticos más amplios que son casi totalmente dispares. No sólo representan tendencias diferentes en la historia política reciente de Guatemala, sino también formas distintas de hacer política e interpretaciones encontradas sobre lo que está en juego este domingo. El resultado, sea o no el esperado por cualquiera de las partes, decidirá el futuro de la democracia en el país. 

La UNE ha sido una fuerza importante en la política guatemalteca desde que surgió como partido socialdemócrata en 2002. Cinco años más tarde, su fundador, Álvaro Colom, llegó a la presidencia prometiendo reducir la pobreza y la desigualdad, estrategia que fue particularmente efectiva en las zonas rurales del país. Torres se desempeñó como Primera Dama durante el gobierno de Colom y coordinó sus programas sociales, lo que le permitió construir un nivel de apoyo importante fuera de la capital y sentar la bases para sus campañas presidenciales consecutivas en 2015 y 2019. 

La durabilidad de la UNE es notable dado que el sistema de partidos guatemalteco es de los menos cohesionados y más volátiles de la región: solo este año se inscribieron 30 partidos políticos, de los cuales al menos 12 están destinados a desaparecer por no obtener suficientes votos. La UNE ha logrado mantener su base de apoyo a través de los años gracias a las redes clientelares que están entrelazadas con los gobiernos locales y a sus más de 90 000 afiliados —más del doble de afiliados que cualquier otro partido político y más del triple que Semilla. La UNE depende de estos amplios recursos y de su apoyo rural para ganar el balotaje. 

Pero el partido de Torres también ha sobrevivido porque ha sabido adaptarse. En el actual congreso, el bloque legislativo de la UNE ha sido un aliado estratégico del presidente Alejandro Giammattei. Y, durante los últimos meses de campaña, Torres ha abandonado la tradicional agenda socialdemócrata de su partido para acoger una plataforma cristiana y conservadora, a tal punto de elegir al pastor evangélico Romeo Guerra como su vicepresidente. 

Semilla, por el contrario, se constituyó como partido político precisamente con la esperanza de ofrecer una alternativa al sistema político corrupto en el que ha prosperado la UNE. En 2015, Guatemala se vio envuelta en una ola de protestas masivas contra la corrupción, provocada, en gran parte, por un fraude aduanero en el que estaban implicados el entonces presidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta Roxana Baldetti. Fue como resultado de esta movilización social que Semilla —movimiento que había sido fundado en 2014 como un “grupo de análisis” integrado por estudiantes universitarios, académicos e intelectuales— optó por incurrir en la política electoral.   

Desde un inicio, Semilla se posicionó como una alternativa progresista  conformada por movimientos de base al sistema político corrupto, clientelar y cada vez más antidemocrático de Guatemala. En 2019, Semilla nominó a Thelma Aldana —la fiscal anticorrupción que ayudó a desatar las protestas de 2015 con sus investigaciones en contra de la élite política— como candidata a la presidencia. Aunque la muy cuestionada Corte Constitucional le prohibió a Aldana competir en esos comicios, los otros candidatos de Semilla, incluyendo a Arévalo, lograron ganar siete de los 160 escaños en el Congreso. 

Semilla ha desarrollado su núcleo de seguidores en las zonas urbanas de la Ciudad de Guatemala y sus alrededores y, en menor medida, en otras ciudades como Quetzaltenango. A diferencia del partido de Torres, Semilla no ha construido redes clientelares y su acceso a financiamiento y a otros recursos de campaña también está muy por detrás del de la UNE.  

Esta aparente disparidad de recursos quedó en evidencia durante la campaña electoral de la primera vuelta. Mientras que la UNE transportaba a cientos de simpatizantes a sus eventos de campaña —donde además repartía alimentos, ropa y materiales de construcción— las actividades de Semilla eran más improvisadas. Por ejemplo, una colaboradora de Semilla afirmó que el partido no podía pagar el alquiler de un escenario para su mitin postelectoral del 26 de junio. En su ausencia, observamos a Arévalo y otros líderes del partido dar sus discursos desde la parte trasera del pickup de otra colaboradora. 

Semilla dice que ha dependido casi totalmente de voluntarios para hacer campaña. Además, el partido y sus simpatizantes han sabido aprovechar las redes sociales para difundir su mensaje: muchos votantes que entrevistamos en la Ciudad de Guatemala y en la vecina Villa Nueva nos aseguraron que decidieron votar por Semilla, algunos al último instante, después de ver la publicaciones del partido en TikTok, Twitter y WhatsApp. 

Antes de la primera vuelta del 25 de junio, prácticamente todos los observadores y analistas, incluso en privado –muchos dentro de Semilla–, coincidían en que un partido con escasos recursos y una presencia mínima fuera de las ciudades principales tenía pocas posibilidades frente a partidos conocidos y ricos en recursos, como la UNE. Sin embargo, Semilla no solo se coló en la segunda vuelta, sino que también obtuvo el tercer mayor número de diputados (23) en el Congreso, por detrás únicamente de la UNE (28) y el partido oficialista Vamos (39). 

Narrativas encontradas

La sorpresa que dio Semilla en la primera vuelta dejó entrever que las narrativas que ofrecen los partidos pueden llegar a ser el factor decisivo este domingo. Y desde los primeros instantes de la campaña por la segunda vuelta ha quedado claro que los dos partidos proponen narrativas muy distintas sobre lo que está en juego el 20 de agosto.

La UNE ha presentado un posible gobierno de Semilla como una pesadilla distópica, alegando que Arévalo promovería una agenda radical de izquierda y hundiría a Guatemala en el socialismo y el autoritarismo, similar a lo que ha ocurrido en Estados parias como Cuba, Nicaragua y Venezuela. (Aunque Torres también ha dicho que Nayib Bukele, el líder autoritario que ha desmantelado la democracia en El Salvador, es uno de sus referentes.) 

En algunas de sus primeras declaraciones después de la primera vuelta, por ejemplo, Torres advirtió: “Sabemos el peligro que significa el ciudadano Bernardo Arévalo para el país: pone en riesgo a Guatemala la intención que tiene de convertir a Guatemala en otra Venezuela.” La candidata, que ahora cuenta con el respaldo de las élites, ha prometido defender “nuestros principios y valores” en un país sumamente conservador en donde una narrativa como esa acapara votos.

Al enmarcar la segunda vuelta como una batalla ideológica contra la izquierda, la UNE busca tocar una fibra sensible en un país aún acosado por el recuerdo de la sangrienta guerra civil que sufrió desde 1960 hasta 1996. En cambio, Semilla ha buscado definir la segunda vuelta como un referéndum en contra de la clase política que debe trascender las preferencias ideológicas. El votante guatemalteco promedio es conservador, pero está cansado del status quo político. 

Según Semilla, la revolución de 1944-54 y la ola de protestas anticorrupción de 2015, ambas conocidas popularmente como “primaveras guatemaltecas”, representan un grandioso potencial democrático que ha sido echado a perder por políticos corruptos e intereses fácticos. El partido promete utilizar estos hitos históricos como la base de un nuevo futuro democrático. “Un futuro,” según Arévalo, “en dónde la política vuelva a ser hecha por y para el pueblo de Guatemala y no para el negocio y los intereses nefastos de los mismos de siempre”. 

Cualquier resultado en la segunda vuelta implicaría su propio conjunto de desafíos para la atribulada democracia de Guatemala. Durante los gobiernos de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei la clase política guatemalteca ha abusado de las instituciones estatales para perseguir a sus críticos, hostigar a los fiscales anticorrupción, censurar a la prensa y excluir de las urnas a varios candidatos de oposición. La corrupción, el clientelismo y el financiamiento ilícito de los partidos políticos también han socavado gravemente la integridad de los procesos electorales del país.

El peligro que representa Torres, quien se ha posicionado como la candidata de la clase política, es que, de ser electa, está prácticamente garantizado que este proceso de retroceso democrático se siga profundizando. Pero si Arévalo gana la elección, lo más probable es que se vea obligado a librar al menos dos batallas férreas y peligrosas en contra de la poderosa clase política guatemalteca. 

La primera de estas batallas inició inmediatamente después de la primera vuelta, cuando algunas élites políticas comenzaron a utilizar tácticas judiciales para evitar que Arévalo participe en el balotaje, que van desde pedir el recuento de votos hasta el intento por anular la personería jurídica de Semilla.

El Tribunal Supremo Electoral se ha rehusado a disolver la personalidad jurídica de Semilla, resguardándose en un artículo de la ley electoral que prohíbe que se suspendan los partidos políticos a medio proceso electoral. A pesar que la Corte Constitucional le ha dado la razón al Tribunal, también ha permitido que los fiscales continúen investigando al partido. 

Aunque Arévalo y Semilla parecen haber llegado con vida a la segunda vuelta, los partidos de la clase política podrían desatar toda la fuerza de sus maquinarias clientelares el día de la elección; tampoco se puede descartar la manipulación de votos, particularmente en las zonas rurales donde la presencia de Semilla sigue siendo débil. En el caso de que Arévalo gane el balotaje, los actores más conservadores dentro de la clase política podrían montar otra campaña legal para evitar que el nuevo presidente preste juramento o para paralizar su gobierno desde el principio, por ejemplo disolviendo a Semilla después del 20 de agosto.

Si el peligro para la democracia que representa una presidencia de Torres es la continuidad, el riesgo que implica una presidencia de Arévalo son los feroces anticuerpos que serían generados por cualquier intento serio de reforma. 

Si la elección del domingo confirma la intención de voto reflejada en las encuestas, y los poderes fácticos fracasan en evitar el traspaso de mando, Arévalo librará una segunda batalla tan pronto tome posesión el 14 de enero: en el poderoso Congreso encontrará pocos aliados junto a quienes impulsar la plataforma reformista de su partido. Previendo esta posibilidad, algunos líderes de Semilla ya han dicho que podrían recurrir a la movilización masiva para combatir el obstruccionismo legislativo. Además, la clase política continuaría ejerciendo un poder significativo a través del Ministerio Público, los tribunales, los gobiernos locales, el ejército y los círculos más conservadores del sector privado. El resultado podría ser un choque entre poderes que podría descarrilar aún más la democracia al estimular el malestar social y el conflicto entre órganos del Estado. 

Semilla representa una especie en extinción: aspirantes a herederos de una tradición de movimientos reformistas moderados que alguna vez defendieron la democracia y se enfrentaron a dictadores en Guatemala y en toda América Latina.  En una región plagada de políticos corruptos, máquinas clientelistas y demagogos populistas, estos movimientos son tan escasos como indispensables. Por ahora, Arévalo ofrece la mejor —y quizás la única— oportunidad para revertir el declive democrático en este país de efímeras primaveras y largos inviernos. Lo único seguro es que a la democracia guatemalteca no le espera un camino fácil por delante.

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