La vida de Jorge Calderón y su familia se ve atravesada por la enfermedad renal. Calderón no puede trabajar desde que fue diagnosticado. Silvia Aguilar, su esposa, lo acompaña en el trayecto al hospital semanalmente. El diagnóstico de Calderón exige recibir 12 horas de hemodiálisis a la semana divididas en tres sesiones de cuatro horas. El sistema público solo le ofrece una. Él está seguro que viviría mucho mejor con al menos dos sesiones de hemodiálisis a la semana, pero no sabe si su familia puede permitirse el gasto. El viaje cuesta aproximadamente $35.00 a la semana.
“Ya teniendo dos turnos, digo yo, ¿de dónde voy a agarrar tanto pisto para estar viajando? Porque ya agarrar $70 dólares en la semana no es fácil,” dijo Calderón.
Historias como la de Jorge Calderón abundan en El Salvador, que tiene la segunda tasa de mortalidad más alta de enfermedad renal crónica de América, 128 por cada 100,000 habitantes. La enfermedad es la principal causa de muerte en personas de 40 a 59 años, sin embargo el país solo tiene un nefrólogo por cada 853 salvadoreños, según datos del Ministerio de Salud y la Asociación de Nefrología e Hipertensión de El Salvador.
Las investigaciones médicas apuntan a los campesinos como un sector vulnerable a la enfermedad renal crónica por tres factores. La actividad laboral de los pacientes crónicos previo a su diagnóstico se caracterizaba por largas jornadas de trabajo bajo altas temperaturas, sin una hidratación adecuada y una exposición directa a agroquímicos y pesticidas. Medio millón de adultos en El Salvador tienen una exposición directa a estos, sobre todo en zonas costeras y de alta producción agrícola, donde existe mayor exposición a contaminantes presentes en el suelo, agua, aire y alimentos.