Victoria Meza controló el balón en dos toques antes de anotar el gol que selló el histórico primer triunfo de El Salvador contra Costa Rica. Estaba atacando, a unos 40 metros del arco. La mediocampista tica dio un pase corto, bajo presión de la salvadoreña Emely Rubio. “Controlé y le pegué. Y yo dije: que entre esta cosa”, explicó Victoria. Le pegó de derecha. La pelota hizo una hermosa parábola, por encima del salto de la arquera, le pegó al poste derecho, rebotó sobre la línea, le pegó al poste izquierdo y finalmente entró, bajo los gritos eufóricos de la banca salvadoreña. “Iba corriendo y de hecho había una costarricense ahí que ni la vi y le di un cabezazo por accidente. Solo salí corriendo a celebrar y uff: otro respiro”, recordó. Fue un golazo, pero lo hizo ver sencillo. Era 5 de marzo de 2023. El campeonato centroamericano sub 19 recién empezaba en Tegucigalpa, Honduras.
Para Victoria, el partido había empezado mucho antes. Entrenando en la semana previa, ella motivaba al equipo provocando: “¿Así le vas a marcar a Costa Rica?” Durante el partido, la intensidad solo subió. “Era ‘buza, anda a matar a esta niña, quitale la pelota, cortale las patas’”, le gritaba a Emely. “Iba y le robaba la pelota. Cuando ya venía bien cerca de mí, era ‘pobrecita, con quién te venís a meter ahorita’', dijo Victoria con una sonrisa pícara.
Cinco años antes, nadie del once inicial en Tegucigalpa estuvo en cancha para un juego clasificatorio para la Copa del Mundo contra Costa Rica, que se jugó en Florida. El Salvador perdió 11-0.
Era 27 de agosto de 2018. “Catástrofe y humillación”, fue uno de los titulares de medios que, de otra forma, ignoraban por completo a la selección femenina. Uno de los artículos recordó el récord más famoso de La Selecta: la derrota del equipo masculino contra Hungría en el Mundial de 1982: 10-1, el peor resultado en la historia de los mundiales.
Aunque sea, metieron un gol.
Según Eric Acuña, el técnico de la selección femenina, el equipo solo había ganado 13 partidos oficiales en 20 años, antes de la renovación en la que Victoria ha jugado un papel clave.
Parece que fue en otra vida. En 2023, la selección femenina de El Salvador consiguió metas que el equipo masculino no ha logrado en décadas. Ganaron un campeonato centroamericano (Uncaf), quedaron terceras en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, clasificaron invictas a la Copa Oro, el torneo internacional más importante del hemisferio. Las comparaciones son odiosas pero los hombres no han ganado un torneo en más de 20 años. Desde 2023, empezaron una racha de 20 partidos sin poder ganar. Cambiaron al técnico dos veces. No han clasificado a un mundial desde esa derrota contra Hungría, hace 32 años.
La revolución de las mujeres es más impresionante cuando se considera que El Salvador está en el puesto 17 de 21 en Latinoamérica en el índice global de disparidad entre géneros del Foro Económico Mundial. Pese a una drástica reducción en el número de homicidios, el país todavía tiene la tercera tasa de feminicidios más alta de Latinoamérica. El año pasado, la Federación Salvadoreña de Fútbol (Fesfut) presupuestó un poco más de 500,000 dólares para las selecciones femeninas, 40 % menos que para los equipos masculinos.
El cambio no se puede entender sin el factor diáspora. Doce de las 20 jugadoras en el plantel que ganó el campeonato centroamericano se criaron en Estados Unidos, como Emely Rubio (19), oriunda de Maryland; Kelsey Villatoro (18), de Nacogdoches, Texas; o Jazzy Díaz (17), de Houston.
Al superar a los equipos de hombres, ellas empezaron a ganar la atención de los medios y el favor de la afición, ansiosa de tener un equipo ganador. Pero, al tener un componente bi-nacional tan grande, son una expresión fiel de la enorme diáspora salvadoreña en Estados Unidos, estimada en dos millones y medio. La población total de El Salvador es de unos seis millones de habitantes. Esta Selecta, con jugadoras que ni siquiera hablan español, está redefiniendo qué es ser salvadoreña.
Victoria Sánchez Meza, una mediocampista de 19 años, nació en San Salvador. Es fundamental en el campo y un puente entre los dos países a los que este equipo pertenece.
El motor de media cancha
Victoria Sánchez fue lo único destacable en la derrota 5-1 contra México, el 8 de marzo de 2022. En un campo enlodado y ya perdiendo tres a cero en el segundo tiempo, recibió una pelota aérea con una sutil pisadita con la derecha. Dejó que la pelota siguiera de largo hacia la izquierda y ella giró al lado contrario. La gambeta le sirvió para superar la marca de una defensora mexicana que le estaba jalando el brazo. Una segunda defensora se le encimaba, pero definió a un lado de la arquera, que corría para cerrarle el ángulo.
Juan Pablo Sorín, exjugador argentino y ahora comentarista deportivo, destacó el gol de la salvadoreña en X como un golazo.
Victoria empezó a entrenar cuando tenía cuatro años, como una solución de su mamá desesperada porque no lograba que dejara de saltar entre camas y sofás. “Ella fue la que desde pequeña me vio tan hiperactiva que me metió en el fútbol para mantenerme un poco calmada”, me dijo, entre risas, antes de un entrenamiento en la cancha de la Fesfut, en San Salvador.
Se unió a FundaMadrid, el programa local del gigante español Real Madrid. Pero no tenían entrenos para niñas. “Mi hermano estaba en esa academia. Yo estaba como loca afuera del entreno y mi mamá le dijo al entrenador: ‘mire, ¿no la puede meter antes de que alguien la regañe?’”, dijo Victoria. Era 2019 y era raro encontrar academias con programas dedicados a niñas en El Salvador.
“Me les tenía que parar bien o iba a terminar quebrada”, dijo. “Jugando con niños de 14 años hay diferencia. Eran muchísimo más fuertes, sinceramente, y mucho mejores. Entrenar con ellos fue un salto de nivel y me ayudó muchísimo”.
Su historia resuena con muchas mujeres que empezaron sus carreras de manera similar. La liga femenina de El Salvador se fundó en 2016, más como un requisito de la federación para dar licencia a los clubes que por un interés real. Es una tendencia mundial. El Real Madrid, quizá el equipo más famoso del mundo, fundó su equipo femenino hasta 2020. El Balón de Oro Femenino, un premio que nace en Francia para la mejor jugadora del mundo, tuvo su primera edición en 2018, más de 60 años después de que se empezara la versión masculina en 1956. El fútbol femenino es indudablemente popular en Estados Unidos, pero el resto del mundo apenas se está poniendo al día.
Victoria debutó con La Selecta a los 16 años. Estaba honrando una tradición familiar. Su tío, Mario Mayén Meza, jugó 36 partidos con El Salvador en los noventa. Le apodaban “El Tiburón”. Victoria se inspira en esa idea para jugar como mediocampista, aunque fue delantera en sus primeros partidos. “Me gusta la idea de destruir en la cancha. Pero empecé a agarrar las cosas rápido, hacer balance, leer las caderas y el juego”, dijo.
Su juego es mucho más que destruir. “Es verdaderamente excepcional en el aire”, me dijo Steve Holman, su técnico en la Universidad de Texas State. Victoria se convirtió en una fija en la alineación en su primera temporada. “La cualidad que aporta, y que muy pocas jugadoras tienen, es su habilidad de meter el último pase, de filtrar una pelota detras de la defensa rival. Es una volante que hace a nuestras delanteras mejores por su capacidad de asistirlas con ese pase”, me dijo Holman después de una derrota en casa, en San Marcos. Victoria lideró al equipo en tiros al arco y terminó su primera temporada con tres goles y cuatro asistencias. El equipo consiguió un nuevo récord de asistencias en una sola temporada.
Esa calidad aérea fue decisiva en julio de 2023. Un cabezazo de Victoria contra Guatemala le dio a El Salvador la medalla de bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Se lanzó de palomita cercal punto penal y volteó su cuello, con fuerza y gracia de acróbata, para enviar la pelota a la esquina inferior izquierda, donde la guardameta chapina no la alcanzó.
Tras anotar, Victoria abrazó a Juana Plata, una compañera que fue clave para su reclutamiento en la Primera División de la Asociación Nacional de Deportes Universitarios (NCAA), el nivel más alto del deporte universitario en Estados Unidos.
Juana y las Ases de Houston
La zurda Juana Plata practica los centros quizá más que cualquier otra cosa. Es clave para su juego como lateral izquierda. Una y otra vez, con la ayuda de una pared plástica, tiró centros al área en una cancha vacía. Al amanecer, el sol tejano es más amable que el horno en que se convierte a las diez de la mañana en verano. Juana dijo que se imaginaba cabeceando a Victoria, a Brenda Cerén -una maravilla de 1.52 metros- o a Danya Gutiérrez, otra volante nacida en Los Ángeles. Entrenaba por su cuenta en San Marcos, una ciudad universitaria de unas 67,000 personas, ubicada unos 300 kilómetros al oeste de Houston, la ciudad natal de Juana.
Llevaba una bolsa de balones y los lanzó en la cancha. Ubicó unos pequeños conos azules para practicar regates. Se amarró los tacos, el izquierdo primero. Sueña con anotar un gol para El Salvador, lo que todavía no ha logrado aunque ha sido habitual con el equipo desde su debut en 2021.
Llegó tarde al fútbol. A los 12 años le pidió a su padre tacos como regalo de cumpleaños. “Al principio era muy mala. Después de los partidos, me hacía quedarme y decía: ‘vamos a patear hasta que tu tiro sea perfecto y tu toque sea perfecto’”, dijo. “Tuve que esforzarme más que la gente que practica desde que tiene tres o cuatro años. Pero lo hice, trabajé lo suficiente para lograrlo”.
El método severo de su padre, mexicano, alejó a sus cinco hermanos jóvenes de los entrenos. “Creo que vieron lo duro que era mi papá conmigo y dijeron: ‘no, no quiero que me griten’”.
Juana viene de una familia obrera. Su padre trabaja en construcción y su madre, salvadoreña, es contadora. “Mis papás estaban en una buena posición económica pero pagar la universidad de seis hijos iba a ser caro. En cuanto me enteré de que la gente conseguía becas solo por jugar en un equipo, pensé: ‘Sí, hagamos eso. Anótame’”. La Universidad de Lamar, en Beaumont, Texas, le ofreció ese trato. Steve Holman era el técnico. Luego, cuando lo fichó Texas State University, se llevó a Juana con él. Ella pudo entonces dar su opinión sobre la calidad de jugadora que era Victoria, antes de que los técnicos pudieran verla.
“Ellos me dijeron: ‘por Dios, ¡ella es fantástica! La necesitamos, dile que venga acá’”. Entonces hablé con Victoria. Le dije: ‘mira, es un gran campus, una gran educación y el equipo es bueno. Los entrenadores son asombrosos y (en otros lugares) no siempre hay buenos técnicos’. Así es cómo pasó eso”, me explicó Juana.
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Desde el aire, Texas parece una manta de canchas de fútbol, béisbol y fútbol americano. Ya en el suelo, queda bien claro por qué le llaman Las Grandes Planicies. Las largas calles rectas parecen ideales para que un avión aterrice. Un museo de petróleo, una enorme valla que ofrece ametralladoras en alquiler, la cadena del castor amigable Bucee’s, y un cascabeleo sospechoso cuando paramos a un lado del camino para hacer algunas fotos.
El fútbol está engravado en la cultura universitaria, pero la afición en un juego de local de Texas State es mucho más pacífica que en Centroamérica. El público cantaba “No puedes hacer eso” a sus rivales de North Texas, cuyo equipo se llama “El Malvado Verde”. Para provocar, un fan rival gritó “Anda al gimnasio” a una jugadora de Texas State. A modo de show de medio tiempo, cuatro muchachos en sandalias y una muchacha corrieron entre conos para tratar de anotar en una meta pequeña, y regresar al punto de partida.
Es bien diferente al estadio Cuscatlán, donde La Selecta juega de local. La sección de los boletos más baratos se apoda “Vietnam”, por la hostilidad hacia los visitantes. Si alguien se atreve a entrar usando un color distinto del azul y blanco de El Salvador, la afición se embravece y es previsible una lluvia de agua y otros líquidos. La FIFA ha castigado a México por cantos homofóbicos, pero si prestaran atención a los gritos de Vietnam, quizá suspenderían el estadio para siempre.
El fútbol profesional de El Salvador es caótico y deficiente. Los equipos frecuentemente se retrasan en el pago de salarios. Sería quedarse corto decir que los jugadores no son disciplinados, con 14 suspendidos de por vida por amañar partidos. El seleccionado Lizandro Claros fue arrestado por conducción temeraria en la madrugada del 16 de marzo, pero fue titular con su equipo Municipal Limeño en la victoria 4-2 contra Santa Tecla, solo una semana después.
Juana creció a una buena distancia de eso. Aunque había visitado El Salvador, es más cercana a su lado mexicano de la familia. Decidirse a jugar en El Salvador no fue difícil. La selección de México no la buscó. Y nunca estuvo en el radar de Estados Unidos. “Si juegas para un gran club, te ven los grandes entrenadores. Pero nunca jugué para un gran club porque cuesta mucho dinero”, explicó.
Aún así, es consciente de sus privilegios comparada con otras jugadoras salvadoreñas. “Hay como diez buenas canchas a diez minutos de mi casa”, dijo Juana. “Esa es una de las razones por las que creo que a mí y a otras estadounidenses nos ha ido bien, solo porque contamos con más recursos. Algunas compañeras dicen que tienen que manejar quizá una hora solo para llegar al entreno. Y si tienen una cancha cerca, no es la mejor y no tienen todas estas pelotas y conos”, dijo.
La selección entrena en grama sintética, no natural, y Juana admite que no es fan de ello. En la selección ni siquiera pueden quedarse con sus camisetas para intercambiarlas con otros equipos, como es usual.
¿Por qué quiso unirse a un equipo pequeño, y con una fama de perdedor? “Mi familia en El Salvador no sabía que había una selección”, dijo. “Encontré un artículo que tenía resultados anteriores y todo era: derrota, derrota, derrota. Yo pensé: por Dios, qué loco”. Pero Juana entendió algo la primera vez que jugó ante la afición salvadoreña: “Fue muy gratificante ver a esta gente, la gente de mi mamá, y jugar por algo mayor que nosotras mismas”.
Juana ríe fácilmente. “No todas son fotogénicas”, bromeó después de que la caché arreglándose el pelo por tercera vez antes de grabar una entrevista. Usaba un gancho en el pelo, pantalones flojos y una blusa negra con un bolso de tela. Dijo que no quería aparecer solo como jugadora de fútbol (se graduó de una maestría en negocios en diciembre de 2023).
Juana nunca imaginó una carrera en el fútbol pero fichó con Rayadas de Monterrey, de la Primera División Mexicana, en enero de este año. Ningún jugador salvadoreño ha llegado a la primera de México desde los 90. Pero Juana no es la única de la Selecta femenina. Brenda Cerén juega en Atlas de Guadalajara, mientras que Danielle Fuentes y Karen Reyes juegan en Necaxa, de Aguascalientes.
Cuando iba creciendo, la carrera de futbolista parecía exclusiva para los hombres. “Nunca hubo una voz que me representara. No tenía a nadie a quien admirar como jugadora de fútbol”, dijo Juana. Ahora, quiere ser justo eso. “Lo veo como una oportunidad de hacer algo que yo no tuve y representar a niñas que vengan de trasfondos similares, y demografías parecidas”.
Le pregunté qué deberían aprender los jugadores salvadoreños sobre la selección femenina.
—Somos mucho más fuertes de lo que ustedes piensan.
El Número 13
Eric Acuña empezó un programa de reclutamiento tan pronto como se convirtió en técnico de la selección femenina en 2020. “Es autogestionado”, me dijo. “Soy mi propio director deportivo. Viajo a Houston, Dallas y Los Ángeles. La Federación solo me paga los boletos de avión”, aseguró.
Las ubicaciones no son casuales. Los salvadoreños son la tercera minoría latina en Estados Unidos. Los Ángeles fue el primer gran puerto de desembarque. Desde ahí, grandes comunidades se expandieron por la bahía de San Francisco, Texas, y el área de Washington DC. Los números incrementaron con refugiados de la guerra civil en los ochenta, pero el flujo nunca se ha detenido. Solo el año pasado, las autoridades arrestaron a unos 60,000 salvadoreños en la frontera sur de Estados Unidos.
La tendencia de reclutamiento era inevitable. En 2021, lo hizo la selección masculina. Un tercio del plantel que compitió en las eliminatorias para el Mundial de 2022 no nació en El Salvador. La mayoría eran de California. A la Selecta llegaron jugadores de la MLS como Eriq Zavaleta y Alex Roldán, hermano del volante de la selección estadounidense Cristian Roldán. La tasa de salvadoreños-estadounidenses en la selección femenina duplica la del equipo de hombres.
La central Reina Cruz terminó en Houston a sus 13 años porque la pandilla MS-13 expulsó a su familia de su natal Santa Ana.
“Nadie está listo para dejar su país. Pero la violencia, las pandillas, eran como una plaga en nuestro país. Mi familia se convirtió en un blanco solo porque ellos sabían que teníamos a alguien en Estados Unidos”, me dijo Reina. Era su padre, un agricultor que había trabajado en Texas por años con un permiso de trabajo para sostener a su esposa y a sus cinco hijos. “Mis hermanos y yo ya no estábamos seguros. Nos amenazaron con secuestrarnos y eso nos impulsó a mudarnos de país”, dijo.
A diferencia de sus compañeras nacidas en Estados Unidos, Reina pasó su infancia en Río Zarco, una comunidad al norte de Santa Ana, cerca de la frontera con Guatemala. Ya en suelo norteamericano, como estudiante de secundaria con una barrera de idioma, recurrió al fútbol para cerrar la brecha cultural. Lo describió como “tratar de hallar un camino sin meterse en problemas con nadie”.
“Cuando estaba empezando el bachillerato, un entrenador me preguntó qué quisiera hacer como actividad extracurricular. Me decidí por fútbol de una sola vez”. Reina esperaba que fuera el mismo deporte que aprendió a jugar en las calles de Santa Ana. En cambio, se encontró en una atmósfera más competitiva, rodeada de chicas que llevaban entrenando y jugando en equipos organizados por más de una década.
“No me desanimó”, dijo. “Si podemos sobrevivir la violencia de pandillas en nuestro país, aprender fútbol organizado era lo que menos me preocupaba en ese momento”.
Aprendió. Su sala está adornada con los premios a Defensa del Año de 2016 y 2019, de la Universidad Prairie View A&M University. La reclutaron porque un ojeador vio un partido donde ella anotó tres goles, jugando como defensa. Cuando se graduó de la universidad, siguió jugando en una liga dominical en Houston. Ahí, alguien le sugirió que participara en las visorías de la selección, y ahí descubrió que El Salvador tenía un equipo femenino. “Nunca las había visto jugar. Nunca vi nada en la televisión. No tenía idea que El Salvador competía con otros países hasta que me mudé de regreso a Houston”, dijo Reina.
Se fijó el objetivo pero no era tan sencillo. Habiendo estado fuera del país por 10 años, no tenía ningún contacto en El Salvador. Pensó en regresar a vivir al país. “Nunca pensé que tendría la oportunidad de regresar y sentirme segura”. Un entrenador de Houston le contó de una visoría en 2021. Debutó en un partido amistoso contra Honduras en noviembre de ese año.
Jugó con el número 21 en su debut. Pero no era su número preferido. En las fotos de su casa, usa el número 13, que también es la firma de la pandilla que la expulsó de país. ¿Por qué? “Es un número de mala suerte. Nadie lo quiere. Yo lo quiero. Yo voy a demostrar que el 13 no significa nada”, dijo Reina.
En la liga dominical, Reina encontró más que un camino a la Selecta. Ahí también conoció a Megan Bennett, su novia desde 2021. Estadounidense de una familia coreana, Megan empezó a entrenar con El Salvador en septiembre de 2023. El entrenador Eric Acuña dijo que Megan, defensa central, había “llenado la retina del cuerpo técnico” y que estaban empezando el proceso para conseguirle un pasaporte salvadoreño.
Hay distintas formas de nacionalizarse, pero Reina dijo que una de sus ideas es casarse para que Megan pueda tener la nacionalidad a través de Reina. Sin embargo, El Salvador no reconoce los matrimonios entre personas del mismo sexo. Es otra forma en que este equipo desafía el status quo. Una empleada en el consulado de El Salvador en Houston dijo que no hay forma, bajo la ley salvadoreña, de validar los matrimonios entre personas del mismo sexo. Pero esa no es la única opción.
Hay numerosos casos en el equipo masculino de nacionalizaciones por interés deportivo. El Salvador jugó las eliminatorias para el mundial de 1998 con dos delanteros brasileños (Nidelson Silva ‘Nenei e Israel Castro Franco) y un defensa central yugoslavo (Vladan Vicevic). En 2022, Michel Mercado, un delantero colombiano, empezó un proceso con la Asamblea Legislativa para acelerar su proceso de naturalización. Está por verse si existe la voluntad política de hacer por las mujeres lo que se ha hecho por los hombres.
A diferencia de la selección femenina de Estados Unidos, que ha pujado públicamente por pago igualitario y ha sido vocera de los derechos LGBT, la escuadra salvadoreña no ha sido explícita sobre esa agenda. Reina parece huirle al debate público. “No quiero ser la cara de eso. No me despierto con un arcoiris en la frente. No le digo a la pelota: ‘soy lesbiana, quiero controlarte’. Quiero ser exitosa. Nadie tiene que preocuparse por lo que hago a puertas cerradas”, dijo.
Pero sí dijo algo sobre el apoyo que reciben de los hombres, tanto en la sociedad como en la federación. Reina hizo esta pregunta a los jugadores del equipo masculino, no solo a los aficionados: “Representamos al mismo país, pero a ellos no les importa. ¿Alguna vez has visto que uno de ellos vaya a vernos jugar?”.
Kelsey, la sorpresa de Luisiana
En el minuto 50 de la final del torneo centroamericano contra Panamá, la pelota llegó elevada de un tiro de esquina salvadoreño por la derecha. La pelota pasó por encima de dos defensas panameñas que custodiaban el primer poste, y la delantera salvadoreña cabeceó al arco tras eludir su marca. Iban ganando 3-1. La movida es más impresionante porque Kelsey mide 1.61 metros.
“Todos los entrenos los terminamos practicando cabezazos”, me dijo Kelsey. “Si nadie tocaba la pelota, [el técnico Eric] no iba a estar contento. Incluso si fallabas, nunca quiere que un tiro de esquina pase sin que nadie conecte”.
La adolescente Kelsey jugó su primer año de universidad con Nicholls State, en Thibodaux, Luisiana. Thibodaux es una ciudad universitaria a una hora de Nueva Orléans. El camino de acceso está rodeado de pantanos y de lagartos destripados por furgones o camiones más pequeños. Tiene un centro histórico a la antigua, con una corte, una plaza municipal y poco más. Sin embargo, juega futbol universitario de primera división, que es la razón por la que Kelsey terminó aquí. Ella nació en Nacogdoches, en el este de Texas. Habla muy poco español y su conexión con El Salvador es muy reciente. “Si nunca hubiera jugado con la selección, creo que nunca habría visitado El Salvador”, me dijo.
La cuarta de siete hermanos, Kelsey también creció jugando con niños hasta los 11 años. Se empezó a tomar el fútbol más en serio cuando consideró sus opciones universitarias. Se dio cuenta de que la competencia era muy dura. “Me daba mucho miedo no llegar a primera división. Sabía que tenía la capacidad de jugar a ese nivel, pero cuando contactaba entrenadores me preguntaban: ¿para qué club juegas?”
El sistema de reclutamiento estadounidense es una pirámide. En la base hay equipos amater, del vecindario. Arriba hay equipos más organizados que juegan en torneos regionales o incluso interestatales. En la cúspide está la Liga Nacional de Clubes Élite (ECNL). Mientras más arriba en la pirámide, más oportunidades de que un ojeador universitario vea a un jugador y le ofrezca una beca.
Pero es caro que te vean. No solo hay que pagar la membresía a un club, sino los entrenos y los viajes. Y no solo es el atleta. Como son menores de edad, la mayoría del tiempo necesitan que uno de sus padres invierta tiempo y recursos para viajar con ellos, incluyendo boletos de avión, hospedaje y comidas. El padre de una jugadora salvadoreña me dijo: “el sistema es dinero”.
Los reclutadores le decían a Kelsey: “Necesitamos verte en persona. Los clubes van a estos grandes torneos a los que nosotros no tenemos acceso. Conozco muchas personas que son muy buenas jugando fútbol, pero no tuvieron la oportunidad de jugar en un club”, dijo.
Las cosas cambiaron cuando se unió a la selección de El Salvador. Uno de sus hermanos mayores contactó a Fidel Mondragón, entrenador de porteros de la selección, y le envió un video. Tras conseguir su pasaporte -su madre es salvadoreña, se probó con el equipo sub 20 en 2022. El torneo de 2023 fue la primera experiencia de Kelsey con El Salvador.
Cuando llegó, vio el país con ojos de extranjera. Nunca se había tomado un coco fresco. El clima le pareció húmedo. Notó cuan meticulosamente la gente cuidaba sus uniformes en los restaurantes. “Siento que la gente es más trabajadora. No quiero regresar a vivir ni nada, pero me gustó El Salvador”, dijo.
Su historia subraya cuan improbable es este equipo. Rosa, su mamá es profesora de español, originaria de Santa Rosa de Lima, una pequeña ciudad salvadoreña fronteriza con Honduras. Rosa no había regresado a El Salvador en décadas y su español trastabilla un poco después de tantos años. El fútbol ha sido una forma para ambas de reavivar su herencia salvadoreña.
Pero, más allá de la nostalgia, su experiencia de selección le permitió saltarse el sistema y conseguir mejores oportunidades universitarias, pese a no haber jugado en clubes. Tras su primera temporada en Luisiana, recibió seis ofertas de transferencia para universidades de Primera División.
Le pregunté a Kelsey que le diría al equipo masculino. Su respuesta fue brillante, arriesgada y simple.
—Ustedes también podrían ganar algún partido.
***
El Salvador ganaba el partido 1-3 con nueve minutos para terminar la final contra Panamá. Pero no iba a ser tan fácil. La defensa Linda Guillén le hizo una falta a una panameña y el árbitro pitó penal. Panamá anotó y se puso a tiro de empate: 2-3.
La capitana Victoria Meza recuerda que estaban exhaustas. Panamá empató desde un tiro de esquina cuando faltaban cuatro minutos. “Sabíamos que había penales. Sinceramente si hubiera habido tiempo extra quizás nos hubiera ganado”, dijo.
Pero el técnico Eric Acuña tenía un as bajo la manga. Antes de los penales, cambió a la portera Andrea Dada por Nicole Valenzuela. Cambiar portera en un partido es un movimiento inusual en el fútbol, si no es por una lesión. Pero hay precedentes. El más famoso, en el mundial de 2014. Holanda introdujo al portero Tim Krul en el minuto 119 y salvó dos penales contra Costa Rica para avanzar a semifinales. El cambio fue elogiado como un golpe maestro, pero pocos se han tomado el riesgo o igualado los resultados.
El Salvador lo hizo. Valenzuela es una especialista. “Siempre pasa apostando: ¿un Starbucks? Te lo atajo”, dijo Victoria. En la tanda de penales contra Panamá, atajó dos. Hizo un ‘Tim Krul’.
Cuando Andrea Recinos anotó el gol del gane, abrazó a dos compañeras antes de que les gritaran que llegaran a la banca con el resto del equipo. Se arrodillaron y rezaron. “Estábamos llorando de felicidad, de que ya terminó. Era como: ¿qué está pasando?”, dijo Victoria. Después de rezar, saltaron, gritaron, corrieron. Persiguieron al técnico Eric con una hielera. Victoria, quien levantó el trofeo, se aseguró de felicitar una por una a sus compañeras cuando recibieron sus medallas.
“Creo que el fútbol femenino está cambiando en El Salvador”, dijo Victoria. “La gente se está empezando a fijar y dicen: ‘cuidado con El Salvador’. O estudian nuestros partidos. Antes no nos estudiaban. Hay más competencia y valor en jugar para la selección”.
Otras dos atletas de élite se unieron a El Salvador a inicios de 2024. Samantha Fisher, jugó en el Chicago Red Stars en la liga nacional de mujeres (NWSL). Es un club de primera en el país donde la selección ha ganado el Mundial femenino cuatro veces. Fisher anotó el primer gol de El Salvador en la Copa Oro. Y Bella Recinos, quien ha estado convocada con selecciones juveniles estadounidenses, también debutó con El Salvador en la Copa Oro.
45 años después de la última clasificación de los hombres, las mujeres le apuntan al mundial de 2027.
*Esta historia se produjo con el apoyo del Pulitzer Center.