Columnas / Política

La ideología de Bukele es el oportunismo

Pero Bukele no es un hombre de derecha. Tampoco fue nunca de izquierda. Es un político sin ideología, con una brújula que mueven los vaivenes de los vientos. Cuando era conveniente ser de izquierda lo fue. Cuando lo rentable era romper el sistema como outsider se convirtió en outsider. Cuando el discurso se movió a la extrema derecha, Bukele también se movió. Un hombre así no tiene ideas, ni principios, ni utopías. No es otra cosa que un oportunista.
Brendan Smialowski
Brendan Smialowski

Miércoles, 3 de julio de 2024
El Faro

Read in English

Nayib Bukele anunció por redes sociales el despido de 300 empleados del Ministerio de Cultura por “promover agendas que no son compatibles con la visión de este Gobierno”. Entre los despedidos estaban todos los cantores del Coro Nacional, las víctimas más recientes del viraje oportunista de los Bukele.

Esas “agendas incompatibles” las denunció en febrero, durante la reunión del ultraconservador CPAC en Estados Unidos, a la que asistió como conferencista e invitado de honor. Allí dijo que sacarían la “ideología de género' de las escuelas, en las que “a los padres nos hacen pagar para que tengan una educación con cosas que van en contra de la naturaleza, en contra de Dios”. 

Por increíble que pueda parecer a quienes no siguen de cerca el proceso salvadoreño, quien profería esas palabras es la misma persona que, cuando era candidato a alcalde de San Salvador, se reunió con miembros de la población LGBTI para decirles que la defensa de sus derechos era la versión contemporánea de la defensa de los derechos civiles y que hacerlo era estar del lado correcto de la historia.

Como registra el vídeo que publicamos recientemente, Bukele ha pasado de aliado de la población LGBTI a ejecutor de políticas ultraconservadoras. Lo que ayer era un principio fundamental ya no vale hoy. ¿Cuántas veces le hemos visto este tipo de contradicciones desde que asumió la presidencia? El poder le ha convertido en la antítesis del político anterior al 2019.

Antes de que la presidencia desatara su megalomanía, Nayib Bukele se labró cuidadosamente la imagen de progresista, demócrata y moderno. Aseguraba ser “un hombre de izquierda”; era militante del FMLN y se declaraba convencido por la lucha y las ideas de su partido. Tanto suscribía su programa que fue un importante beneficiario de AlbaPetróleos y su familia recibió más de 100 mil dólares de la partida secreta de la Casa Presidencial de Salvador Sánchez Cerén. Se decía respetuoso de la Constitución y advirtió contra cualquiera que intentara reelegirse porque, sostenía entonces, eso era antidemocrático e inconstitucional. Decía creer en una sociedad inclusiva. Defendió la independencia de poderes y le declaró la guerra a la corrupción. 

Nada de aquello quedó. En 2019, Bukele ya estaba fuera del FMLN (se peleó con ellos porque le negaron la candidatura presidencial). Pero había pasado suficiente tiempo en política como para atraer a su nuevo proyecto a algunos de los más corruptos operadores del FMLN y de ARENA. Incorporó y empoderó a un grupo de asesores venezolanos que venían de la oposición al régimen de Nicolás Maduro. Fue un encuentro afortunado, porque Bukele no era tan chavista como decía y los opositores venezolanos resultaron más antidemocráticos que el chavismo. De la mano de ellos Bukele escondió todo acceso a información pública, protegió a sus funcionarios más corruptos, persiguió a sus críticos, dio un golpe al poder judicial, concentró el control de todo el aparato de estado y violó reiteradamente la Constitución para reelegirse e instalar una dictadura.

Se “convirtió” en religioso y se autodefinió como “un instrumento de Dios”. Invitó a televangelistas a Casa Presidencial y comenzó a viajar en jets privados, cuya propiedad y costos nunca reveló, en los que se tomaba fotos para distribuir en sus redes sociales. Pactó con organizaciones criminales e hizo del secreto, la amenaza y la propaganda sus pilares políticos. En marzo de 2022 decretó un régimen de Excepción que se convirtió en permanente. Exigió al Ejército y a la Policía cuotas masivas de capturas y construyó la cárcel más grande del continente. La tortura y las muertes han vuelto a las prisiones salvadoreñas.

Ahora es un presidente de facto, que ya olvidó los principios que antes profesaba, con un discurso represivo y conservador que lo ha convertido en el referente de la más decrépita derecha latinoamericana. 

Pero Bukele no es un hombre de derecha. Tampoco fue nunca de izquierda. Es un político sin ideología, con una brújula que mueven los vaivenes de los vientos. Cuando era conveniente ser de izquierda lo fue. Cuando lo rentable era romper el sistema como outsider se convirtió en outsider. Cuando el discurso se movió a la extrema derecha, Bukele también se movió. Un hombre así no tiene ideas, ni principios, ni utopías. No es otra cosa que un oportunista.

Daniel Noboa, el presidente de Ecuador, lo describió recientemente como “un tipo arrogante al que solo le interesa concentrar poder para sí mismo y enriquecer a su familia”. (Después, la oficina de la presidencia ecuatoriana dijo que las palabras de Noboa habían sido sacadas de contexto. Pero es difícil imaginar un contexto que suavice esas palabras). Noboa podrá no ser ejemplo de nada, pero su descripción de Bukele es certera.

Aunque no es un oportunista solitario, sino la cabeza visible de un proyecto compuesto por personas de su misma naturaleza. De oportunistas que han pertenecido a varios partidos de izquierda y de derecha y de lo que haga falta para encumbrarse, de ex activistas de la cultura y la inclusión que ahora callan convenientemente; incluso de personas de la población LGBTI que aplauden el giro al discurso ultraconservador de quien dependen laboral y políticamente. De gente como su vicepresidente, Félix Ulloa, que se rasgaba las vestiduras en nombre de la democracia y la Constitución y terminó justificando el fin de la independencia de poderes y la reelección inconstitucional de Bukele; de corruptos que sobreviven a los cambios de gobierno poniendo sus conocimientos al servicio de los nuevos inquilinos; de oportunistas sin principios. 

Entre el rebaño de funcionarios que desfilaron con sus propios tuits celebrando los recientes despidos, un diputado oficialista afirmó que “los promotores de la Agenda 2030 no tienen un lugar en el Estado Salvadoreño”. La Agenda 2030 es un ambicioso compromiso adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas, de metas a cumplir para el año 2030, entre ellas la erradicación de la pobreza, hambre cero, educación de calidad, salud, igualdad de género y agua limpia. Qué importa, si la estrategia descansa en la propaganda y en alimentar prejuicios. Si la agenda incluye igualdad de género hay que cerrarle las puertas hoy. Mañana, si los Bukele creen que pueden beneficiarse de ella, tendrá un lugar privilegiado en el discurso.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.