Hace unos días y en al menos cuatro ocasiones, el expresidente y candidato presidencial de Estados Unidos, Donald Trump, acusó sin pruebas al mandatario salvadoreño, Nayib Bukele, de enviar asesinos a los Estados Unidos para reducir los homicidios en la nación centroamericana. La acusación apareció primero en el discurso de aceptación de la postulación del candidato republicano en la Convención Nacional Republicana, uno de los momentos más importantes en un republicano. Luego se convirtió en tema de los mítines de Trump a través de la nación norteamericana.
En el último de sus ataques que he registrado, Trump aseguró que después de leer una cobertura del periodico estadounidense de The New York Times sobre la supuesta reducción de homicidios en El Salvador se “dio cuenta” de que la estrategia de (Bukele) era arrestar criminales para “arrojarlos a nuestro país'. En palabras de Trump, la decisión de fustigar a los salvadoreños nació de su juicio interno. Las palabras de Trump representaron un terremoto para propagandistas, aliados y seguidores de Bukele para quienes las acusaciones del exmandatario estadounidense significaban fuego amigo. En especial, para un Bukele que públicamente ha aceptado preferir a Trump sobre el presidente Joe Biden.
Desde su ascensión al poder, Bukele se ha convertido en un imitador de Trump.El presidente salvadoreño ha invertido cuantiosos recursos en diplomacia prepago con la finalidad de aliarse con el ecosistema de propaganda cercano a Trump. Trump se ha reunido en persona con Bukele una sola vez en 2019 , sin embargo, Bukele ha gastado cientos de miles de dólares en influenciar a la parte más dura del Partido Republicano.
De esa continua búsqueda de aceptación, nace la formación de un caucus de El Salvador encabezado por el congresista ultraconservador, Matt Gaetz. Gaetz es un favorito de la base trumpista, pero odiado por muchos de sus colegas republicanos en el Congreso, en donde facilitó la destitución del presidente de la Casa de Representantes, el republicano Kevin McCarthy. Además, Gaetz ha sido cuestionado por sus conductas que lo han llevado incluso a ser investigado por el Congreso de EEUU.
Gaetz, junto a uno de los hijos de Trump y otros congresistas republicanos asistieron a la toma de posesión del periodo inconstitucional de Bukele, en junio de 2024. Para el mundo trumpista, el periplo de congresistas republicanos a El Salvador representó un viaje de apreciación a un fan leal como lo es Bukele. En ese mundo, Bukele se ha convertido en una celebridad emergente que según sus propagandistas podría tener “el plan para salvar el mundo” tras establecer un estado de excepción en El Salvador, que ha llevado a encarcelar a casi el 1.7% de la población del país.
Para mala suerte de Bukele, en el paraíso trumpista, los profetas son ordenados por Trump directamente. Trump no responde a la lógica de alianzas conservadoras que tiene en la mente el senador de Florida Marco Rubio. Rubio ha heredado una visión de la guerra fría que divide a la región entre derechas e izquierdas y busca establecer gobiernos afines en la región ante el supuesto avance del comunismo. La hoja de ruta de Trump es diferente: para él es Estados Unidos versus el mundo.
En ese nacionalismo nativista, Centroamérica y El Salvador son vistos como sitios peligrosos de donde solo emanan riesgos como caravanas migratorias, pandillas y “bad hombres”.
La única solución: cerrar las fronteras estadounidenses e iniciar deportaciones masivas. En la campaña de Trump, la relación con Centroamérica es de desprecio, y descansa sobre la idea de que la región es insalvable, solo manejable. En la Centroamérica oscura que retrata Trump, no hay lugar para El Salvador de ficción de Bukele en el que la seguridad está bajo control y la bonanza económica se acerca. Conversé con Carlos Ponce, profesor asociado de la Universidad del Valle de Fraser, quien dice que Trump mira a El Salvador y Centroamérica desde el prisma la de los grupos criminales que operan en Centroamérica como la MS-13.”Esto complica el escenario para el mandatario salvadoreño que evidentemente le apostaba a Trump,” me dijo Ponce.
En la diplomacia de Trump, no hay negociación con “países peligrosos” como El Salvador, solo se conversa para administrar decisiones unilaterales. Cuando Bukele negoció con Trump entre 2019 y 2021, el gobierno salvadoreño sucumbió a los deseos de los Estados Unidos. Trump lo obligó a aceptar sin chistar la posibilidad de una deportación masiva de al menos 200 mil salvadoreños con permisos temporales y, de paso, a convertir al país en un sitio de acogida para solicitantes de asilo. Para entonces, Trump había suspendido la cooperación con Centroamérica y había calificado a El Salvador de “país de mierda”. Esto mismo es lo que Trump le dice su base que hará si regresa a la Casa Blanca: una dinámica en la que él dicta y su contraparte acepta. No hay espacio para otro hombre fuerte en este panorama.
La acusación sin pruebas de Trump contra Bukele también sugiere lo que podría ser un reacomodo de las alianzas dentro del Trumpismo. Por meses, he reporteado como dentro de grupo de poder político y de seguridad conservador hay profundas desconfianzas con Bukele. Una de las razones es la relación de Bukele con China, la otra quizás peor, la tregua de Bukele con las pandillas salvadoreñas. Las desavenencias de Trump y Bukele datan de diciembre de 2020, cuando la administración Trump pidió la extradición de 14 líderes pandilleros a Estados Unidos. Bukele no accedió. No solo eso, el gobierno de Bukele liberó a uno de esos cabecillas que ayudó a huir de El Salvador. Aunque la mayoría de líderes de pandillas reclamados por EE. UU. al parecer continúan en custodia del gobierno de Bukele.
Por vanidad, prejuicios o competencia política entre elites republicanas, Trump parece haber encontrado en Bukele el chivo expiatorio del momento. Bukele, un “bad hombre”, que se aprovecha de los Estados Unidos. Contrario a los demócratas, Trump no necesita parecer benevolente en el tema migratorio. Su victoria pasa por instalarse en la mente de los votantes que creen en una supuesta invasión de extranjeros que vienen por sus trabajos y que utilizan los recursos públicos. Sin embargo, la crueldad de las palabras de Trump hacia el mandatario salvadoreño deja claro que el único Dios del mundo al que aspira pertenecer Bukele es Donald Trump y que Donald -y no sus hijos- es el que pone y quita profetas. El Dios del Trumpismo es caprichoso y puede cambiar de opinión, pero en el momento que se escribe esta columna, Bukele ha sido definido por Trump como un simple presidente de “las tierras malas” de El Salvador.