“Vuelvo a repetir lo que decimos desde 1992”, dice Mercedes Doretti (Buenos Aires, 1959). “No hay ni un elemento de que haya distintos episodios de depositación (de cadáveres)”. Su tono es sereno, bien articulado, casi maternal. Doretti es antropóloga, pero esta tarde ha respondido como una profesora de primaria, en extremo paciente con unos alumnos que no entienden la lección. “Así se mueve uno en ciencia. Lo lógico es ceñirse por la evidencia, no por lo que no está. Y lo que está es esto”, dice. Esta vez, unos defensores acostumbrados a enfrentarse a campesinos que recuerdan días de horror, se enfrentan en interrogatorio a profesionales que han dedicado décadas a desenterrar y analizar el horror por todo el mundo.
Lo que está —como dijo Doretti— es un montón de huesos, miles y miles, que ella y su equipo desenterraron en diferentes misiones entre 1992 y 2004, en seis caseríos del norte de Morazán. Son huesos de las víctimas de la masacre del Mozote, perpetrada por diferentes unidades del Ejército salvadoreño en diciembre de 1981. Doretti responde a una pregunta que parte de una versión mil veces repetida desde los sectores más conservadores del Estado salvadoreño, de sus altos mandos militares y de gente que aún hoy la cree, 37 años después de la masacre. La versión dice que no hubo masacre en El Mozote y que los huesos que Doretti y su equipo encontraron estaban ahí porque este era un cementerio clandestino de la guerrilla durante la guerra civil (1980-1992).
Este 16 y 17 de agosto de 2018, las doctoras Doretti, Patricia Bernardi y Silvana Turner comparecieron ante el juzgado segundo de Primera Instancia de San Francisco Gotera, para rendir su testimonio como peritos en el juicio por la masacre del Mozote. Al hacerlo, las tres antropólogas argentinas cumplieron una promesa hecha hace 26 años. “Los autores de este informe están dispuestos a declarar ante un tribunal apropiado con relación a las conclusiones de este respecto”, escribieron en un informe entregado el 17 de diciembre de 1992, y que está agregado en el reporte final de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas para la guerra salvadoreña.
Las tres expertas pertenecen al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), una organización no gubernamental fundada en 1984 que ha participado en la identificación de víctimas de crímenes por todo el mundo, desde la dictadura argentina y las guerras en los Balcanes, hasta la identificación de los restos de Ernesto “Che” Guevara y el esclarecimiento del crimen de los 43 estudiantes mexicanos asesinados en Ayotzinapa, pasando por lugares como Timor Oriental, Sudáfrica, Indonesia e Irak.
Los abogados de la defensa intentan usar con ellas las mismas tácticas con que han interrogado a víctimas que reviven sus traumas para el tribunal y que, en muchos casos, no saben leer y escribir. Los abogados presionan, buscan respuestas cerradas de sí o no, intentan forzar la versión de que en El Mozote, La Joya y otros cinco poblados ocurrió un enfrentamiento, no una masacre. Han utilizado esa táctica con casi la totalidad de los 43 testigos que han desfilado en la fase de instrucción de este proceso desde marzo de 2017, para intentar desacreditar y confundir. Pero este día, aunque tratan de hacer lo mismo, no pueden. Frente a ellos no hay campesinos que se han sentado en esa silla sin comprender los formalismos legales, ni mujeres que lloran al recordar cómo fueron violadas, o personas que perdieron toda su familia y declaran con la voz entrecortada. No. Enfrente tienen a alguien acostumbrada a estas lides, cuya voz no da signos de desesperación. Enfrente tienen a la doctora Doretti.
Doretti es fundadora del EAAF y de la Asociación Latinoamericana de Antropología Forense (ALAF). Tiene dos doctorados honoris causa. Recibió dos veces premios de la organización Human Rights Watch (1991 y 1998) y una vez el premio Reebok de derechos humanos (en 1989). En 2007, la Fundación Macarthur le entregó una prestigiosa beca de medio millón de dólares, y dijo que Doretti “convierte a los huesos en testigos y busca justicia en nombre poblaciones cuyas inmensas pérdidas han sido omitidas de los registros históricos”. En 2016, la BBC la nombró una de las 100 mujeres más inspiradoras e influyentes del mundo. Patricia Bernardi, quien también está aquí para declarar, es otra fundadora del EAAF, docente de la Universidad de Buenos Aires, y con más de 900 casos a cuestas, consultora para organizaciones como la Cruz Roja y Amnistía Internacional. También está Silvana Turner, que tiene una maestría en derechos humanos y es una de las investigadoras senior de la oficina del EAAF en Buenos Aires.
El coronel Adrián Meléndez Quijano escucha que Doretti tiene dos doctorados y también la larguísima lista de países en los que ha trabajado cuando ella los menciona en la audiencia, a petición del querellante David Morales. Aun así, Meléndez Quijano, defensor en el caso de El Mozote pregunta:
—¿Usted es antropóloga y arqueóloga o solo antropóloga?
—Soy licenciada en antropología con especialidad en antropología biológica, forense y social —contesta Doretti.
A las preguntas de Meléndez le siguen murmullos de los abogados defensores. El abogado Meléndez pronuncia “Dorothy”, y sus colegas de la defensa lo corrigen. O dice “licenciada”, y le recuerdan que es doctora. Cuando supera ese nerviosismo, mantiene su ofensiva.
—¿Usted dijo que la causa de la muerte no se puede determinar en los cuerpos hallados? —pregunta el coronel y abogado.
—Bueno —comienza a contestar Doretti antes de que el militar la interrumpa.
—No, permítame. ¿La causa se puede o no se puede determinar? —insiste el abogado.
—Como le decía —intenta de nuevo Doretti, solo para ser cortada en seco de nuevo.
—No. ¿Sí o no? —presiona Meléndez.
—¿Sí me deja contestar o no? —pregunta Doretti, sin alterar el tono de la voz.
—No, permítame —dice Meléndez, que quiere una respuesta simple. Pero Doretti rara vez da respuestas simples.
El fiscal Julio César Larrama interrumpe a Meléndez. “Parece una confrontación, no un interrogatorio”, dice. El juez Jorge Guzmán está de acuerdo y le explica al coronel: “Ha lugar la objeción. Ella no es una testigo, sino un perito. Los peritos pueden dar opiniones. Permítale que conteste”. Y entonces sí, la doctora Doretti se puede extender.
—En los restos esqueletarios que no presentan piel u órganos puede no encontrarse la causa de la muerte. Es un principio general y estándar de nuestra profesión —explica la doctora.
Sin embargo, Doretti no ha dicho que era imposible encontrar la causa de la muerte a través del análisis de los huesos. De hecho, dice: “En nueve casos determinamos que las víctimas estaban en el piso cuando recibieron impactos en el cuerpo”. Las antropólogas concluyeron eso después de analizar algunos huesos encontrados en el convento de El Mozote, denominado “sitio 1”, por ser el primero donde se realizaron exhumaciones. Ahí encontraron un número mínimo de 143 víctimas. En el sitio 1 determinaron que había huesos con fragmentos de proyectil y fragmentos de proyectil que habían dejado agujeros en el piso, debajo de donde habían encontrado los huesos. La única conclusión lógica es que alguien disparó a personas en posición vertical, a personas que estaban acostadas en el piso. “Los remataron”, dijo David Morales, el querellante a favor de las víctimas. Tras las pruebas de laboratorio, concluyeron que 51 cráneos encontrados en ese lugar tenían densidades metálicas compatibles con proyectil. O sea, a 51 personas les habían disparado en la cabeza. Como dirían las antropólogas: una probable causa de muerte.
Pero el coronel Meléndez no ha quedado satisfecho con la respuesta. El abogado utilizó entonces la última carta que tenía. Parece estar convencido de que con esto podrá contradecir a la doctora Doretti y demostrar su propia hipótesis de que en El Mozote se había alterado la escena, que no todos esos cuerpos pertenecían a una sola masacre dirigida y ejecutada por algunos de sus clientes. El coronel vuelve a la carga.
—Usted dijo que en el sitio 1 encontraron monedas de 1983 —dice Meléndez.
—No dije 1983. Si quiere, le leo la lista —contesta Doretti, imperturbable. Y lee— 1952, 1956, 1962, 1966, 1967, 1974, 1975, 1976, 1977. Y encontramos una de 1883, un cuarto de real.
El hallazgo de las monedas ha servido a las antropólogas para fechar al evento. En ninguno de los sitios que se excavaron en El Mozote se encontraron monedas superiores a 1981, la fecha de los hechos denunciados. Meléndez Quijano se dio cuenta de su equivocación, cerró su interrogatorio y volvió a su asiento cabizbajo, como un alumno que creyó tener la respuesta, pero no pudo resolver el problema matemático delante de toda la clase.
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La declaración de las antropólogas argentinas en el juicio no solo es diferente a la de cualquier testigo que haya declarado antes por su tono, su manera de responder a las preguntas o su preparación. Es también distinta en la dinámica. Cada una de ellas empieza con una presentación en PowerPoint que se proyecta en la sala, gracias a un cañón y a pantallas improvisadas que ha proveído la querella. En teoría, la Corte Suprema de Justicia (CSJ) dispone de este equipo, pero la querella optó por traerlos para agilizar el caso. La displicencia de la CSJ hacia este caso no implica solo que las argentinas hayan costeado sus boletos y estadía en el país por sus propios medios; también genera que la Corte no provea ni siquiera un cañón a tiempo.
“El punto fundamental que nos pidieron de la pericia es determinar si, desde la evidencia física, hubo una masacre o un enfrentamiento armado”, dice Doretti al empezar su presentación. En ella, explica el procedimiento básico que siguieron en todas las exhumaciones. Primero, una investigación preliminar sobre los posibles lugares de enterramiento, y una entrevista con los testigos y sobrevivientes, para obtener una versión de qué había sucedido en ese lugar. Luego, tras una medición del área a excavar, se traza una cuadrícula, para facilitar la ubicación de hallazgos.
Por último decidieron excavar por capas naturales, en una estratigrafía que incluyó tres niveles compactos. En el nivel uno, tierra arcillosa, madera quemada de las vigas del techo y clavos. En el nivel dos, una capa de tejas quemadas. En el nivel tres, huesos y la evidencia asociada: ropa (el 90% de esqueletos estaba vestido), vainillas servidas de arma de fuego, y algunas pertenencias de los niños que ahí fallecieron: canicas, la cabeza de una muñeca, un caballito de plástico anaranjado.
El informe del EAAF concluyó que los restos humanos habían sido deteriorados en gran forma por cuatro factores: la cantidad de fragmentos de proyectil que impactaron en los cuerpos, la alteración térmica, el aplastamiento tras la caída del techo y las paredes, y el pH ácido de la tierra donde quedaron soterrados. El equipo encontró que la mayor cantidad de restos de proyectil, así como el hallazgo de artefactos explosivos, coincidía con los cuadrantes donde había más restos humanos y donde estaban más afectados.
Tras su exposición ininterrumpida, las tres pasaron al interrogatorio.
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—¿Puede ser que los cadáveres no hayan muerto donde fueron hallados? —pregunta el abogado defensor Néstor Pineda.
—Nadie puede asegurar que todos fueron asesinados ahí. 117 esqueletos estaban articulados, lo que implica que ahí fue la descomposición —contesta la doctora Doretti.
En realidad, Pineda quería acercarse al argumento de que el sitio 1 de El Mozote era un cementerio, como se ha asegurado tantas veces desde la defensa. En un cementerio se espera que haya diferentes momentos en los que se entierran personas. Pero El Mozote no era eso. “No hay distintas depositaciones separadas por una línea de tierra. No encontramos separación, sino masas compactas”, explica Doretti.
En antropología forense se distingue entre fosas primarias y fosas secundarias. La fosa primaria es el primer lugar de enterramiento, donde los cuerpos se descomponen; la secundaria es cuando los cuerpos han sido movidos del lugar donde se descompusieron. Los expertos pueden determinar el tipo de fosa por el orden en que encuentran los huesos. “Es importante detallar que al perder parte del tejido blando que mantiene el orden anatómico (los ligamentos), al moverlos de lugar, los encontramos sin ese orden, que sí encontramos en las otras fosas primarias”, dijo Doretti. Un esqueleto que se encuentra en orden anatómico indica que el cuerpo se descompuso ahí.
En el sitio 1 de El Mozote, los cuerpos se encontraron entremezclados, pero anatómicamente articulados. “El nivel de entrecruzamiento indica que todos fueron colocados al mismo tiempo”, dice Doretti. Unos sobre otros. Pero además, la doctora no ha venido solo a responder preguntas. Ella tiene las suyas: “¿Qué hacían ahí las vainillas si eso era un cementerio? ¿Por qué había orificios de bala en el piso si eso era un cementerio?”. Y se responde con contundencia: “Ninguna evidencia asemeja un cementerio”.
El dictamen forense provee explicaciones a lo que algunos testigos ya declararon ante el juzgado. En diciembre del año pasado, el testigo Juvencio Márquez Vigil dijo: “En el convento vi los cuerpos amontonados de como 100 niños. Se les veían disparos, o degollados. Por el fuego que les pusieron, se miraba como una misma cosa'. El 8 de febrero de este año, Benito Márquez Chicas dijo que vio la iglesia el 18 de diciembre de 1981: “En el convento estaba un volcancito de restos. Estuve menos de un minuto ahí: no se soportaba el gran olor. No se podían contar las personas. Eran demasiados. Había restos de niños y tejas, también de mujeres, por el pelo largo”.
El abogado Pineda estuvo en esas audiencias donde los testigos dijeron recordaron esas terribles escenas. Pero aunque la antropóloga está poniendo explicaciones científicas a lo que unos campesinos ya habían explicado en sus palabras, él continúa chocando contra un muro. Cada pregunta del defensor solo sirve para que la antropóloga deje más en firme sus hallazgos, los hallazgos de una masacre.
—¿Existe la posibilidad de que se hayan movido cadáveres a ese sitio? —pregunta Pineda, que pregunta lo mismo que recién preguntó, pero de otro modo.
—Toda la evidencia sugiere que se trata de una situación al mismo tiempo. No sabemos cómo explicar otra probabilidad. Tendría que mover a 136 niños con proyectiles y además haberles disparado ahí —responde Doretti.
—¿Puede haber probabilidad de un falso positivo? —sigue el defensor.
—No están identificados, no hay probabilidad —contesta la doctora.
Minutos antes, Doretti había explicado que algo que les sorprendió en El Mozote fue la cantidad de víctimas con parentesco directo que algunos testigos dijeron tener. Hasta 55 en un caso (primos, medio hermanos, hijos). Al darse cuenta de eso y de la frecuencia de la endogamia —personas que tienen hijos con otros familiares cercanos como primos o medios hermanos— las antropólogas no recomendaron el uso de pruebas de ADN, por la posibilidad de un falso positivo, de que después de tanta mezcla entre familiares, la prueba aportara información engañosa. Por eso, dijo Doretti, y por las malas condiciones de conservación, ninguna de las víctimas del sitio 1 está identificada.
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El año pasado, el abogado Garay Pineda, exdirector de Centros Penales del país, ya dijo que en El Mozote no había ocurrido una masacre. Este día, ante las antropólogas, sus principales argumentos se reblandecen hasta desparramarse. Ya pasó con la teoría del cementerio. Pineda intentará ahora poner sobre la mesa la idea de que fue un enfrentamiento.
—¿Qué porcentaje de vainillas encontraron al interior del convento? —pregunta Garay Pineda.
—No tendríamos problema en discernirla, pero no le puedo decir con exactitud. El grueso está en la puerta y algunas están adentro —responde la doctora Doretti.
—Usted dijo que en el muro de arranque externo encontraron fragmentos de proyectil incrustados —dice Garay Pineda.
—No. Dije que si hubiera habido un combate habríamos hallado fragmentos en el muro externo —corrige la doctora.
—Bueno, ¿pero hallaron vainillas al interior? —recompone Garay Pineda.
—Sí, las mostramos —responde Doretti.
—¿Había un tirador adentro? —dispara finalmente Garay Pineda.
—Solo si no toma en cuenta el resto de la evidencia. Si tomo los datos aislados puedo tergiversar las conclusiones. De ninguna otra manera se explica que alguien esté con una montaña de 140 niños y tirando. Además hay que establecer quien usaba fusiles M16 en ese momento —responde Doretti.
El análisis balístico en el sitio 1 de El Mozote concluyó que 184 de las 245 vainillas tenían la inscripción “LC” en la base. Luego se estableció que habían sido fabricadas en Lake City, Misouri, por una fábrica proveedora del Gobierno de los Estados Unidos. Para 1981, el Gobierno estadounidense ya daba un apoyo enorme en términos militares y económicos al Gobierno salvadoreño. En los 33 años entre 1946 y 1979, la asistencia económica de Estados Unidos a El Salvador fue de $199 millones. En los tres años entre 1980 y 1982, ese número fue de $354.5 millones, según cifras obtenidas por el periodista Ray Bonner y publicadas en su libro Weakness and Deceit.
Con ese frente perdido, Garay Pineda se orienta a cuestionar la edad de los niños.
—¿Cuáles fueron los criterios técnicos para determinar la edad de las víctimas? —pregunta.
—La dentición primaria o secundaria. En nuestra profesión, hay tablas establecidas con el rango de desviación para determinar eso —responde Doretti.
—¿Pero cuáles son los criterios técnicos para determinar que eran niños menores de 12 años? —insiste Garay Pineda.
—Los mismos que le acabo de mencionar —responde la doctora Doretti.
A Garay Pineda se le acaban las formas de increpar a Doretti. Y no es el primero de su familia al que le ocurre. En 1992, José Roberto Garay Pineda, hermano mayor de quien ahora interroga, estaba designado como fiscal especial del juicio del Mozote. Es decir, su labor supuestamente era investigar a los militares. Pero en el libro 'El Mozote, lucha por la verdad y la justicia' (Tutela legal del Arzobispado de San Salvador, 2008), se describe su trabajo como obstaculizador de la investigación. 'El fiscal Garay Pineda expresó reiteradamente que el trabajo de los antropólogos argentinos era 'ridículo', pues se dedicaban únicamente a recolectar clavos', según describe el libro de Tutela Legal. Tras esos comentarios, según la misma versión, Doretti dijo al fiscal Garay Pineda y al juez —que se había sumado a esos comentarios —que sostuviera la cientificidad de sus afirmaciones. Sin poderle responder, aquel Garay Pineda también guardó silencio.
Hace 25 años este juicio era impensable. La Fiscalía que antes obstaculizaba, ahora hasta ha presentado testigos. El presidente de la Corte Suprema de Justicia de aquel entonces dijo que 'en El Mozote solo había guerrilleros enterrados', pero ahora y durante años las entregas de cuerpos exhumados se han hecho en la sede de la Corte. La ley de Amnistía que obligó a parar las exhumaciones en 1993 y 1999 ya no existe. A veces parece que El Salvador es un país en el que nada mejora, pero este proceso pone las cosas en perspectiva, aunque ese avance sea lento. Aunque Doretti y las antropólogas aún tengan que responder, más de 20 años después de que lo hicieran por primera vez, por qué dicen lo que dicen.
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—Usted ha hablado de ADN y todo eso. ¿Hasta qué momento se puede identificar a una persona? —pregunta el defensor Celestino Hernández Carballo, uno de los últimos en cuestionar a la doctora Doretti.
—No es un problema de tiempo. Se trata de una comparación de material óseo con familiares vivos. En otros lugares estaban mejor preservados y se ha podido hacer —contesta la argentina.
—¿Pero hay un margen? No puede ser eterno. ¿O estoy equivocado? —insiste Hernández.
Doretti es amable. Pudo haber dicho un sencillo 'sí'. Pero explica, ejemplifica.
—No quiero decir que usted está equivocado, pero es distinto. En Ciudad Juárez recobramos más material de feminicidios porque el terreno es alcalino. Es un problema del estado de los restos. En Argentina, hemos recuperado restos de 40 años. Hay situaciones de miles de años, momias donde se ha podido recuperar ADN. No es solo tiempo, sino el desarrollo de la ciencia —responde Doretti.
—¿Diría usted que diez años es un margen donde se puede recuperar? —insiste Hernández por el mismo camino a ninguna parte.
—No, es todo lo que le he dicho. Hay otras situaciones de conservación en territorio salvadoreño —dice Doretti.
Para cuando termina la exposición de Doretti, la mayoría de abogados han entendido que están jugando fuera de su liga. Patricia Bernardi, la segunda experta en declarar, responderá menos preguntas que Doretti; y Silvana Turner responderá menos preguntas que Bernardi. El coronel Meléndez Quijano no hará preguntas a ninguna de las dos. El testimonio de Doretti dejó con menos dudas a los abogados. Con menos argumentos también.
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Al final de los interrogatorios a las antropólogas, justo tras la declaración de Turner, el abogado defensor Roberto Girón Flores se acerca sonriendo al bando de las argentinas, y se dirige a la doctora Bernardi:
—Usted me recordó a mi maestra —dice a la antropóloga.
—¿Era buena su maestra? —pregunta Bernardi.