Son las tres de la tarde y Magaly Lemus está nerviosa. Esta noche se estrena la película donde aparece como una de las protagonistas. En un país con poca producción cinematográfica, que una exvendedora ambulante aparezca en las pantallas de Cinemark La Gran Vía, uno de los centros comerciales más lujosos, no es normal, pero a la actriz Magaly Lemus no es esa trivialidad la que la pone nerviosa. La cinta ya fue estrenada fuera, en una ciudad lejana frente a un público lejano y se llevó una ovación. Esta noche, en cambio, la verán por primera vez en El Salvador su familia y las familias de sus coestrellas. Y eso, saberse desnuda frente a sus seres queridos, es lo que la pone inquieta.
Estamos en casa de su madre, Guadalupe, una construcción simple con paredes color fucsia en una colonia sencilla de Mejicanos, uno de los municipios más bravos del área metropolitana de San Salvador. Magaly no deja de dar vueltas como remolino: se prueba una ropa, se prueba otra; regaña a su hermano de 15 años por no haberse cortado el cabello; lo manda a lavarse el rostro; le pone una mascarilla en la cara... Magaly quiere que todo salga impecable, sonríe, pero de vez en cuando los nervios le desatan una mueca en la boca. Regresa entonces a sus vestidos, como una mujer que se prepara para salir de inmediato, cuando en realidad todavía faltan seis horas para el estreno.
Magaly es actriz del grupo de teatro La Cachada desde hace ocho años. Antes, como sus compañeras y como su madre, se dedicaba a la venta, a vender algunas cachadas. El término, un salvadoreñismo, se refiere al comercio de mercadería de dudosa procedencia o a punto de vencerse. Economía de supervivencia en un país en el que el 29.2 % de los hogares vive en pobreza.
En el 2015 estrenó una obra de teatro llamada Si vos no hubieras nacido. Allá por donde ha sido montada (teatros públicos y privados, auditorios de empresas, instituciones de gobierno) casi siempre ha dejado el mismo resultado: un público que ríe mucho, pero que también llora mucho. El espectáculo cuenta las vicisitudes de nacer mujer, de ser madre soltera y pobre en El Salvador. Habla de violencia intrafamiliar, de cadenas de violencia y hambre que son difíciles de romper. La obra se basó en sus propias experiencias y el documental que se muestra esta noche revela una cara todavía más íntima de sus historias de vida.
La Cachada se fundó en el 2011 cuando CINDE -una organización que apoya a mujeres del sector informal- ofreció un taller de teatro. Tras descubrir que tenían algo que decir y que tenían el talento para estar en los escenarios, decidieron armar una compañía apoyadas por la directora Egly Larreynaga. Así han podido llevar su trabajo a Guatemala, España, Costa Rica y Estados Unidos.
***
Ahora faltan seis horas para que el documental que tiene nerviosa a Magaly se estrene. Empieza a llover y Guadalupe, su madre, ofrece hacer café. Enciende la cocina que está dentro del mismo cuarto y Magaly se sienta frente a ella en una silla del comedor. Guadalupe estudió hasta sexto grado y nunca ha ido a ver a su hija al teatro. La única ocasión en que la ha visto actuar fue en una plaza del centro histórico de San Salvador. La madre, parca, dice que no ha visto nada de la película que se proyectará esta noche. Magaly tampoco le ha contado de qué va la cinta.
“Yo te he dicho que no te vayas a enojar. Es que no sé qué decirte. No te vayas a poner mal”, le advierte Magaly. Guadalupe, ahora preocupada, piensa que en el documental su hija cuenta errores que ella cometió como madre. Asume que, quizá, Magaly dirá que ella fue una mala mamá y eso le corta la voz. “Son cosas que una tiene que aceptar que han pasado, son cosas que creo que estoy enmendando”, dice la mujer con los ojos llorosos. Deja el café y ahora que la lluvia ha amainado, sale a tomar aire al patio.
Magaly no se atreve a decirle la verdad. No le dice que deje de preocuparse porque en el documental no habla de ella como mala madre. Para calmarla tendría que decirle algo peor. Tendría que explicarle que en el documental narra que, cuando niña, unos familiares la agredieron sexualmente.
Magaly nunca había contado ese abuso cometido por familiares. Hasta que una vez, en un ensayo de teatro, pudo enunciarlo. La escena fue grabada por la cineasta española Marlén Viñayo, que durante años acompañó a las integrantes del grupo en sus ensayos y presentaciones. Viñayo fue a sus casas, habló con sus familias y conoció sus barrios para poder hacer un retrato de estas cinco mujeres salvadoreñas. El documental que resultó después hace honor al grupo y a estas mujeres: Cachada.
“Me pareció muy sorprendente que todas tenían unas historias de vida marcada por la violencia por haber nacido mujeres”, dijo la directora a El Faro Radio a inicios de 2019. Viñayo las conoció como vendedoras y madres solteras en CINDE durante el 2010. Cuando las volvió a ver, en el 2013, las encontró actuando en el Teatro Nacional y le propuso al grupo la idea de documentar su trabajo para contar su historia. Luego vinieron cuatro años de seguimientos para armar el documental.
Viñayo eligió con pinzas, de la mano de su editor Fran Barba, qué momentos mostrar. De un aproximado de 130 horas de grabación, logró tejer una película de 81 minutos. “Es un documental coral donde las historias de las cinco se van hilvanando. El documental es poder vivir la Cachada desde dentro y cómo a través del teatro ellas van lidiando con sus traumas y van siendo conscientes de lo que han vivido no sólo como víctimas sino como victimarias con sus hijos”, sostiene Viñayo.
Cuando Guadalupe sale de la casa, a Magaly se le descompone la cara. Se levanta de la silla y se dirige al sillón. Toma un abanico rojo que descansa sobre el sofá y juega con él. Aunque todavía no son ni las 4 de la tarde, decide que ya es hora de irse a la casa de la vecina de enfrente. Ella la peinará y la maquillará. La cosmetóloga le pregunta cómo se siente por su gran noche. Magaly responde que en el documental Cachada cuenta “cosas que la gente piensa que son normales y no son normales”. Luego añade: “Son cosas que nunca le he dicho a nadie”. Antes de que la cosmetóloga le haga otra pregunta, algo que le dé una idea de por qué esta mujer no deja de estar impaciente, Magaly cambia de inmediato la conversación: “Bien feo tengo el pelo. ¿Serán los alisados?”.
***
Más temprano, esta mañana, Magaly no era la única asustada en el grupo. Las actrices se reunieron en la casa de su directora de teatro para ensayar. Llegaron temprano e hicieron un calentamiento. El problema ocurrió cuando Egly Larreynaga les preguntó cómo estaban. Ahí empezaron a decir que tenían miedo de lo que dirán sus familiares al escuchar sus historias.
Hace años, cuando contaron las anécdotas que aparecen en la película, lo hicieron en la intimidad de su grupo de teatro. Una intimidad que compartieron con Viñayo. Ellas saben que lo que cuentan a la cámara será impactante para sus familiares. Y aunque cada una de ellas autorizó a la cineasta para compartir sus historias, que lo miren sus familiares y el resto de la sociedad no es un proceso que se digiere fácil.
“Es como estar desnudas en medio de un montón de gente. No se busca dar lástima. Se busca hacer visibles unas situaciones que no solo pasamos nosotras, sino la mayoría de las mujeres de este país”, dijo Magdalena Henríquez. Magdalena ya ha confesado, con anterioridad, que ser mujer no es fácil, que no es lo mejor que le pudo haber pasado en un país con una sociedad como la salvadoreña. Tras ocho años desde su encuentro con el teatro, como sus compañeras, Magda recibe una pequeña entrada económica por las funciones de teatro que les compran. Ella también limpia una casa de 9 a 4 de la tarde una vez a la semana. Ahí recibe $15 por el día.
Hacer teatro fue la oportunidad de ganar experiencia sobre tablas, seguridad y dinero para unas mujeres orilladas a perder. La Cachada ha tenido éxito como grupo de teatro y su documental perfila ir por el mismo camino. En su estreno mundial, en marzo, en el Festival de Cine South by Southwest, en Texas, el público lo eligió como su película favorita en la categoría “Global”. A finales de mayo, Cachada también ganó el premio del jurado a la mejor película en la categoría 'Latitud' del festival DocsBarcelona.
La catarsis en casa de Egly Larreynaga finalizó cerca de la una de la tarde. Al final no pudieron ensayar por discutir sus temores. En lugar de prepararse para su nueva obra, hicieron ejercicios de relajación. Se prepararon para mostrarles sus heridas a sus amigos, a sus familias y a desconocidos. Están a solo horas de contar en una pantalla enorme, por primera vez en El Salvador, que no tienen recuerdos de sus mamás o papás, que alguien las tocó de niñas, que alguien las violó y también de admitir, frente a más de dos centenares de personas, que sus vidas quizá habrían sido menos terribles si no hubieran parido a los hijos que ahora aman.
***
Son las ocho y media de la noche y un hombre pequeño sitúa unos escalones frente a la cartelera de Cinemark. Quita un cartel de la película La Llorona y coloca el de una que se estrenará dentro de media hora, en el marco del noveno Foro Centroamericano de Periodismo. La imagen nueva es la de una mujer con el rostro compungido y tres niños de espuma que cuelgan de su cuerpo mientras intenta vender papel higiénico. Arriba de la mujer, una sola palabra en grande: Cachada.
Pasadas las nueve de la noche, la sala del cine está llena y en la pantalla se proyectan tráileres de películas de Disney. La gente sonríe viendo los avances de los filmes infantiles. Suena la banda sonora de Aladdín y hay quienes murmuran una de sus canciones. Lo que han venido a ver, sin embargo, no se parece en nada a los mundos de Disney.
Para el minuto 36 de la película, varios asistentes ya tienen entre las manos un pañuelo con el que secarse la cara. En la pantalla, Ruth Henríquez, con una camisa negra y el cabello en moño, habla del dinero y del hambre. “A mí me pasa a veces -dice molesta-. Mis hijos quieren pupusas y yo solamente tengo $3 y ellos comen un montón. Entonces yo les respondo 'vayan a comprar estos $3 de pupusas ‘. ‘¿Y usted, mamá?'. Y yo les digo: 'no, hijitos, yo un café me voy a tomar. Yo no quiero'”.
Ruth se enfurece y llora con rabia. Magaly se acerca a ella y la abraza. Ruth continúa: “Pero da cólera, ¿cómo uno no va a tener un pinche peso para unas pupusas?”. Magaly le soba el pecho como quien mima a un niño resfriado. En la sala del cine, el llanto de Ruth es acompañado con sollozos del público.
Siguiente escena: En cuestión de un minuto la sala cambia de ánimo por completo. En el documental, Egly Larreynaga le dice que van a ocupar esa experiencia para algo, que van a hacer una escena típica de un programa de cocina. Ruth se hace una cola alta en el cabello y aparece detrás de una mesa con unos recipientes. Ya no es la madre que llora por no poder darle suficiente comida a sus hijos sin tener que pasar hambre ella misma. Ahora es una presentadora de televisión en un set imaginario:
“Buenos días, amigas. Qué alegría volver a estar aquí en este canal para darles la comida gourmet”, sostiene en un tono agudo y falso. Sus compañeras de teatro se ríen y Ruth prosigue: “Vamos a hacer ahora unos exquisitos menudos. ¿Qué son los menudos? La parte más exquisita del pollo: el hígado, las patitas, el pescuecito, las mollejas”. Sus compañeras sueltan un montón de carcajadas. La sala también.
“Por favor, no me ocupe cacerolas de teflón. No me las ocupe. Agarre una cacerola de aluminio, de esas que, cuando usted ponga las cosas, la mitad se quede pegado. De ahí usted va a sacar el espesor de la salsita”, continúa la actriz de La Cachada. La risa en pantalla y entre asientos es contagiosa.
Durante los 81 minutos de la película, el ritmo del documental se sostiene entre el humor y momentos tensos, incluyendo uno donde Magaly revela que dos tíos la tocaron cuando era pequeña. Al final de la película, y a pesar de lo que temían las actrices de La Cachada, sus familias aplauden junto al público. La directora y las actrices reciben una ovación de tres minutos. Algunos aplaudieron de pie. Las mujeres se abrazan. Reciben más aplausos. La madre de Magaly está sorprendida. Dice que tiene frío. Le pregunto si tiene algo con qué cubrirse y me responde que no serviría de nada. El frío que tiene es interno. Está helada por lo que su hija contó en el documental.
Antes de dejar la sala, Magdalena toma el micrófono. “Estábamos nerviosas por la reacción de nuestra familia, pero ahora vemos que exageramos”. Explica que para ellas ha sido difícil ver cómo, hace cuatro años, tenían tantos conflictos emocionales que -gracias al teatro- ahora se encuentran resueltos o en camino de sanar. Una de las mujeres del público, con voz temblorosa, les agradece. Dice que, tras ver el documental, está segura de que la reparación emocional de El Salvador es posible.
Un día después del estreno, Magaly me cuenta que su mamá la ha buscado. Quiere saber más de lo que le pasó.
*Foto de portada cortesía de René Figueroa.
*Nota del Editor: Este texto fue modificado en la noche del domingo 26 de mayo. Se agregó información sobre el galardón obtenido por el documental Cachada en el festival DocsBarcelona, reconocimiento entregado el sábado 25 de mayo. También se añadió una correción: en la versión original se consignó que 'Viñayo eligió con pinzas, de la mano de su productor André Guttfreund, qué momentos mostrar'. La versión correcta es que el trabajo de edición fue hecho de la mano del editor Fran Barba. Guttfreund fue productor de la película.