Columnas / Cultura

La institucionalidad y la política en la arqueología salvadoreña

El desarrollo de la arqueología se encuentra fuertemente vinculado a la política, aunque esta disciplina en ninguna parte del mundo se encontrará directamente comprometida con alguna causa política de la sociedad moderna.

Miércoles, 4 de septiembre de 2019
Fabricio Valdivieso

En un museo local en la República Popular de China, tras una vitrina se exhibe una antigua y trivial herramienta de trabajo la cual ha permitido proyectar al mundo el potencial científico y cultural de esta gran nación. Se trata del antecesor en bronce de las actuales palas utilizadas hoy día para realizar excavaciones arqueológicas. No es una pala como todas, es una pala muy particular, diferente a nuestras palas de excavar en El Salvador y en América. Le llaman palas luoyang, una herramienta de doble punta y curvada utilizada por arqueólogos e irónicamente perfeccionada por saqueadores.

Se sabe que en ese país siempre existió la tendencia de respetar y venerar “lo viejo”.  El valor del objeto antiguo en épocas pasadas fue siempre alto. Según algunas fuentes, el estudio empírico de los objetos considerados antiguos comenzó en el período Northern Song, que duró entre el 960 y el 1 127 de nuestra era. No obstante, y retomando las palabras del viajero Nicholas R. Clifford, “el pasado de China no posee narrativa, sólo historias”. Ya lo habían visto así otros escritores desde finales del siglo XIX. Su pasado es una extensa narrativa, mucho más remota que el pasado occidental. Esto hace que este país se torne mucho más interesante al visitante. Para muchos viajar a la China es conocer su cultura y su pasado. Algo esencial para el desarrollo económico y cultural de la sociedad. De este modo, en China no evitará el visitante encontrarse de manera súbita con la arqueología. La inversión en la investigación y la restauración de sitios, así como el discurso sobre el pasado dependen de sus políticos. De igual modo lo es, pero en diferente formato, el entorno patrimonial de nuestros países en Latinoamérica. Y todo inicia con la formación de sus gestores culturales y académicos.   

Así como en el resto de países latinoamericanos, el desarrollo de la arqueología salvadoreña se encuentra fuertemente vinculado a la política, aunque esta disciplina en ninguna parte del mundo se encontrará directamente comprometida con alguna causa política de la sociedad moderna. Muchas veces, la arqueología es sólo un instrumento utilizado por la política, aunque su único vínculo es la gestión del patrimonio. De esto depende, precisamente, su desarrollo; es decir, de las leyes que protegen el patrimonio e incentivan la investigación arqueológica. Así, también, de la política depende el grado de institucionalización alcanzado para el manejo y protección del legado patrimonial, la difusión y enseñanza de los mismos.

En El Salvador, sin embargo, el desarrollo de esta área se encuentra plagado de ironías, las cuales de algún modo han sacado a flote la conservación de algunos de los principales legados arqueológicos y han permitido el desarrollo de la investigación y el establecimiento de instituciones que velan por este patrimonio. Por otro lado, y casi al mismo tiempo en que se protegen y desarrollan algunos sitios, otros muchos son olvidados, vulnerados y eventualmente destruidos, como pasó con el sitio arqueológico El Cambio, en San Juan Opico, y con Tacuscalco, entre Nahulingo y Sonsonate. Una realidad vinculada a la historia de su institucionalidad y disposición política contemporánea.

Construcción del proyecto Acrópoli Sonsonate, de la empresa Salazar Romero, visto desde la pirámide 190 del sitio arqueológico Tacuscalco.
Construcción del proyecto Acrópoli Sonsonate, de la empresa Salazar Romero, visto desde la pirámide 190 del sitio arqueológico Tacuscalco.
  

De este modo, a lo largo del último siglo, el desarrollo de la arqueología salvadoreña se ha debido a tres prioridades circunstanciales. La primera es que el criterio aplicado para la protección del patrimonio se encontraba orientado hacia aquellos sitios considerados 'más importantes' al ojo de la autoridad de Gobierno y académicos de la época, quedando a su suerte la mayor parte de este patrimonio en el interior del país. Este criterio de clasificación de sitios de acuerdo a su importancia y tamaño existe desde la creación del primer departamento de Historia en las primeras décadas del siglo XX y la relación de los museos con el legado patrimonial a finales del siglo XIX.

En términos generales, la arqueología salvadoreña a lo largo de ese siglo fue generalmente utilizada como un instrumento político con miras hacia el sector turismo y proyección internacional, y no como un instrumento para el fortalecimiento de una identidad cultural, el crecimiento económico y desarrollo local, y ejercer criterio sobre la historia oficial de la nación, entre otros aspectos.

Curiosamente, y dentro de esta ironía, se ha promovido una identidad local basada en una arqueología de cultura indígena o prehispánica en un contexto donde los indígenas actuales han resultado ser, durante el pasado siglo, el sector más excluido de la sociedad salvadoreña, así lo han hecho ver en repetidas ocasiones varios estudiosos salvadoreños. Se llegó incluso desde 1932, si se quiere un año de partida, a un conflicto social con presuntas raíces en la causa campesina e indígena, mientras lo indígena es al mismo tiempo expuesto con todo orgullo dentro de las vitrinas de un museo y parques arqueológicos nacionales.

La segunda es que el desarrollo de este campo en las últimas décadas ha dependido de un presupuesto sumamente escaso y en ocasiones nulo. Generalmente el soporte gubernamental ha sido orientado hacia proyectos de mitigación y protección del patrimonio arqueológico, careciendo de programas estructurados de difusión, capacitación local, investigación y desarrollo de la arqueología en las comunidades del interior del país. El involucramiento comunitario con la arqueología es una labor prácticamente reciente y aún tibia. El génesis de este involucramiento puede quizás remontarse a los años de 1970 y con la creación de la red de Casas de la Cultura y la creación de la Dirección de Patrimonio Cultural. Este proceso de injerencia comunitaria fue interrumpido de manera sustancial por el conflicto armado en la década  de 1980.

Después de la firma de los Acuerdos de paz en 1992, y con la creación de la entonces Concultura en 1991 y la nueva Ley de Protección al Patrimonio Cultural de El Salvador y su Reglamento en 1993, el tema de la cultura y la arqueología toma una mayor importancia, pese a observarse un desfase de muchos años, con un atraso sustancial al de otros países. Dicho desfase incluye el rezago en la investigación arqueológica, su aplicación, registro de sitios, atlas arqueológico y procedimientos para la mitigación de daños al patrimonio y protección del legado, entre otros. En ese escenario de posguerra, la relación entre patrimonio y las empresas constructivas privadas se encontraría en ciernes. Así, la rueda tuvo que volver a girar con la nueva realidad del país y las nuevas construcciones, las nuevas leyes y el entendimiento de conceptos sobre el patrimonio en instituciones sin mayor experiencia. Sin embargo, es dentro de ese contexto irónico en donde surge y se desarrolla la institucionalidad para el manejo de los recursos patrimoniales tal cual la conocemos. 

La tercera es que por muchos años la carencia de arqueólogos y expertos locales fue un impedimento para el desarrollo de la institucionalidad aplicada a la realidad existente. A lo largo del siglo pasado la arqueología salvadoreña generalmente estuvo potenciada por expertos extranjeros, previo a la incorporación de la primera generación de arqueólogos salvadoreños en el medio académico local en la década de 1990. Esta última es una de las ironías más sobresalientes, puesto que la influencia extrajera fue la génesis de la arqueología salvadoreña actual dentro del marco intelectual y académico. El Salvador fue uno de los últimos países en Latinoamérica en formar a sus propios arqueólogos.

La formación de profesionales en la rama de Arqueología, Antropología e Historia, sumado a la consolidación de las instituciones garantes de los recursos culturales y la acumulación de mayor experiencia en cuanto al manejo, protección y desarrollo del patrimonio, debieron ser vistas como prioridades en décadas pasadas. En la Arqueología, como en otras ramas en otros países, la madurez en la formación teórica tiende a llegar luego de la experiencia alcanzada en la práctica. Eso ha sido El Salvador en los últimos 20 años de práctica, encontrándose hoy día en una fase de diversificación de campos en su escuela de arqueólogos, iniciando la formación de cimientos teóricos con respecto a su pasado, entendido este tras el lente salvadoreño.

Estos factores fueron claves para institucionalizar el manejo de la arqueología salvadoreña durante el siglo XX. De este modo se entiende que existen otros niveles dentro de la arqueología, los cuales pueden ser explotados con el objeto de solventar problemas sociales de actualidad. Así, se tiene la arqueología de las industrias, la arqueología del pasado reciente, la arqueología del conflicto, la arqueología social, la arqueología de la diáspora y la migración, la arqueología subacuática, la arqueología histórica, entre otras. El campo de aplicación de resultados en cada uno de los estudios arqueológicos realizados como parte de una arqueología aplicada es también parte de ese mosaico de asuntos pendientes por desarrollar, y ver más allá de lo que es netamente un sitio arqueológico prehispánico o colonial con fines turísticos.  

Consolidar una institución como el actual Ministerio de Cultura, en donde yacen las direcciones garantes del patrimonio cultural de este país, es un asunto de prioridad en los intereses de la nación. La academia toma un rol protagónico en este escenario,  porque la destrucción de sitios arqueológicos y la vulnerabilidad de los mismos depende mucho del grado de institucionalidad alcanzado. De tal modo que la inconsistencia institucional tenida en los últimos 10 años, en donde la entonces Concultura se trasformó en Secultura y luego en Micultura, pueden quizás verse como un proceso evolutivo, aunque en el fondo esas transiciones parecen haber desatendido el área operativa para el desarrollo de los legados arqueológicos. Caso de estudio es actualmente Tacuscalco, el cual siempre fue idealizado como un potencial parque arqueológico que propiciaría desarrollo, comercio, identidad cultural y turismo; y que ahora está ubicado en el patio trasero de una urbanización.

Lo mismo ha sucedido con más de un centenar de sitios arqueológicos diseminados en toda la nación. El diálogo correcto entre las empresas constructoras y las autoridades de cultura se ha visto fracturado por ese vaivén institucional de bajo presupuesto y la falta de estudios enfocados en el uso adecuado de los recursos arqueológicos de nuestro país como insumo para el desarrollo local y usos públicos. Así, la reseña de la institucionalidad de la cultura nos deja en claro que la arqueología, más allá de una disciplina que estudia el pasado a través de la obra humana, será también parte de la trama política en cualquier país del mundo.

Fabricio Valdivieso es Arqueólogo y posee maestría en estudios interdisciplinarios (MA) por parte de la Universidad de British Columbia, Canadá, con especialización en el desarrollo económico y social en base al patrimonio cultural. A su vez, ha obtenido cursos especializados en Estados Unidos y Japón con relación a su campo, habiendo dirigido más de una veintena de proyectos arqueológicos y culturales. En los últimos años ha publicado en destacadas revistas internacionales en países como México y España. Dirigió el Departamento de Arqueología de CONCULTURA entre los años 2002 y 2008, y actualmente se desempeña como consultor privado y miembro experto de ICAHM-ICOMOS para Latinoamérica.
Fabricio Valdivieso es Arqueólogo y posee maestría en estudios interdisciplinarios (MA) por parte de la Universidad de British Columbia, Canadá, con especialización en el desarrollo económico y social en base al patrimonio cultural. A su vez, ha obtenido cursos especializados en Estados Unidos y Japón con relación a su campo, habiendo dirigido más de una veintena de proyectos arqueológicos y culturales. En los últimos años ha publicado en destacadas revistas internacionales en países como México y España. Dirigió el Departamento de Arqueología de CONCULTURA entre los años 2002 y 2008, y actualmente se desempeña como consultor privado y miembro experto de ICAHM-ICOMOS para Latinoamérica.
 

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