Primera paradoja: El FMLN ha sufrido la mayor derrota electoral justo cuando ejerce más poder que nunca en su historia. Justo cuando más mecanismos ha tenido para ofrecer a los ciudadanos su visión de país. Es incluso peor: el FMLN ha sufrido la peor derrota electoral de su historia debido precisamente a que ha gobernado el país durante diez años.
Cierto: ha habido avances muy significativos en algunas áreas. La reforma de salud destaca entre ellos. Pero en el abordaje a los principales problemas de los salvadoreños, el FMLN poco ha logrado transformar: Las políticas para la reducción de la pobreza y la desigualdad no han sido significativas. La violencia y las tasas de homicidios aumentaron; hay estancamiento económico y una severa crisis fiscal que no pudo solucionar en una década. Tampoco cumplió sus promesas de una profunda reforma fiscal y de pensiones.
Cierto que a su llegada al poder encontraron un sistema político corrupto, pero los efemelenistas lo perpetuaron, alimentaron y algunos de sus dirigentes se han beneficiado también del mismo, con la protección de la dirección partidaria.
Segunda paradoja: Nunca antes tuvo el FMLN más mecanismos institucionales –El Ejecutivo, nada menos- para estar en contacto con todos los salvadoreños. Pero nunca antes el partido tuvo tan poco contacto (contacto verdadero) con la gente. (Cualquier duda al respecto puede responderse con los resultados de la pasada elección).
No es, desde luego, el primer partido político al que esto le sucede. Todo lo contrario. Casi todos, después de un tiempo en el poder, suelen confirmar la regla: el poder es tóxico y deforma la realidad. Los cambios de gabinete anunciados recientemente por el presidente Sánchez Cerén lo demuestran: ni siquiera se han dado cuenta de lo profundo de su crisis y de la del país que han gobernado por los últimos nueve años. Y tanto que la dirigencia busca culpables por todos lados, menos en el espejo.
La crisis del partido de gobierno es tal que perdieron la alcaldía capitalina contra un candidato, Ernesto Muyshondt, que no solo no es carismático ni ha sido nunca en su vida popular, sino que además tenía techo de vidrio y suelo de vidrio y videos negociando con pandillas. Pero el FMLN no estaba para lanzar la primera piedra porque, cuando El Faro publicó un video de su ministro de Gobernación negociando también con pandillas, el partido prefirió callar que dar la cara a la población. Fingir que eso nunca había sucedido. Pretender que no debían explicaciones a nadie. Así que Muyshondt pudo negociar con pandilleros, pedirles incluso opinión para designar al ministro de Seguridad en un eventual gobierno de Arena, ofrecerles dinero sin que esto le trajera ningún costo político. El FMLN ni siquiera pudo reclamárselo en campaña. Su techo, su piso y sus videos son también de vidrio.
Cabe sospechar si la lógica del pragmatismo corrupto es la que ha provocado la tercera paradoja:
El Frente ha protegido y encumbrado a Guillermo Gallegos hasta la presidencia de la Asamblea. Gallegos es, en todas sus dimensiones, exactamente lo contrario al hombre nuevo que prometían los revolucionarios salvadoreños. Pero el poder es amnésico también (Pronto Gallegos obtendrá de Arena las mismas prebendas que el Frente le concedió y no sería raro que El Salvador vuelva a tener como presidente del Legislativo a un hombre que se inventa viajes y se beneficia con los viáticos; que dona dinero público a la ONG fantasma de su esposa; que amenaza periodistas en la vía pública. Un maestro del manual escrito por Ciro Cruz Zepeda hace décadas).
El FMLN repitió los patrones de los gobiernos de la derecha que tanto criticó: pactó la composición de la Corte de Cuentas, la mantuvo como una institución para la protección de corruptos y no para la vigilancia de los bienes del Estado. Se dejó imponer por Gana, y por Gallegos, a un fiscal (Luis Martínez) que terminó después en prisión (Lo sabemos porque el ministro de Gobernación, Aristides Valencia, se lo confesó a líderes pandilleros a quienes debía explicaciones: “Gana nos impuso al fiscal”).
El Frente hizo todo ello para “obtener gobernabilidad”. Su argumento suele ser que solo así evitaban que Arena les bloqueara. Pero, decía Albert Camus, lo malo no se combate con lo peor. Cambiaron, o mejor dicho compraron, votos en la Asamblea a cambio de privilegios (y de impunidad) para los oportunistas. Todos los involucrados en el pacto se protegieron en las instituciones contraloras del Estado. Se repartieron cargos.
La crisis del Frente no es solo política, sino también moral.
Cuarta paradoja: Cuando por fin llegó al poder, al FMLN se le olvidó para qué quería el poder.
Uno de los momentos históricos más emotivos que recuerdo es aquel enero de 1992 en que la Plaza Gerardo Barrios se llenó de gente en catarsis de tres lustros para celebrar los Acuerdos de paz. La plaza era toda roja y blanco; y la gente lloró cuando vio a combatientes del FMLN a plena luz del día. Era cierto. La guerra había terminado.
Chico Campos tomó una foto que le dio la vuelta al mundo: las mastodónticas columnas de catedral coloreadas por un mayúsculo estandarte rojo con las letras del FMLN. La plaza atiborrada de capitalinos con banderas rojas y blancas. En primer plano, dos mujeres liberan a sendas palomas de castilla. Viva la paz.
Siguieron días de fiesta, de abrazos, de alegrías. El FMLN se incorporó al sistema político y buscó, con su agenda revolucionaria, convencer al electorado para alcanzar el poder mediante el voto.
El FMLN ya había ganado la guerra. No militarmente, pero sí política y sobre todo moralmente. Terminó con la más larga dictadura militar del continente e hizo suyos algunos de los ideales más nobles que la misma iglesia católica promulgaba desde 1962: una sociedad más justa, más igualitaria, más digna. No fue poca cosa: al asumir esas causas el FMLN también definió a su enemigo (el ejército, la derecha y los grandes empresarios) como el que defendía lo contrario: la injusticia, la desigualdad, la concentración del poder y la riqueza. Un país de castas. La Comisión de la Verdad confirmó esta visión de nuestra historia. Los métodos de la guerrilla, la opción por la violencia, podían y deben cuestionarse. Pero en un país tan injusto, tan reprimido, las razones que sustentaban su lucha eran correctas.
Camus, otra vez: En materia del espíritu y de la historia hay herencias de las que no se puede renegar. El FMLN ha demostrado que se puede mantener el discurso aunque se pervierta la práctica. Aunque se olviden las aspiraciones históricas. Aunque se dejen de lado los principales ideales. El poder es más importante que los principios.
Hoy, un excomandante guerrillero, Salvador Sánchez Cerén, es comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Pocas cosas ilustran de manera tan contundente el éxito de una transición democrática para poner fin a una era. El FMLN ha controlado el ejecutivo y el legislativo. El Ejército y la Policía. Ha tenido el poder. ¿Para qué lo quería?
El expresidente Funes tiene sus cuentas congeladas, acusado de lavado de dinero; el vicepresidente Óscar Ortiz es socio de un hombre acusado de lavado de dinero y sospechoso de encabezar un cartel de narcotráfico; el ministro de Gobernación pacta con pandillas.
El viceministro de Transporte entregó los contratos estatales para la administración del nuevo sistema de transporte a una empresa fantasma que posteriormente contrató como “consultores” a los miembros del comité de selección; el expresidente de la Asamblea, Sigfrido Reyes, cuya gestión parlamentaria fue incluso menos transparente que las del PCN, fue descubierto en negocios de compraventa de terrenos que pertenecían al Estado, entonces lo hicieron promotor de inversión; el ministro de Defensa David Munguía Payés, en su segundo periodo como miembro del gabinete, dio refugio en una guarnición militar a los militares acusados de asesinar a los sacerdotes jesuitas; se niega sistemáticamente a entregar los archivos del conflicto y es uno de los orquestadores y ejecutores de la tregua con las pandillas. Y continúa en su cargo. A José Luis Merino, dirigente efemelenista, para evitar cualquier susto judicial le crearon un nuevo cargo en cancillería que le otorga inmunidad diplomática. La lista sigue. Pero a quien el presidente removió de su cargo fue al director de Migración, que criticó a la dirigencia por los resultados electorales.
La lealtad por encima del mérito termina convertida en el apadrinamiento de la corrupción, que otorga cheques en blanco y desvía la mirada hacia otros lados. El afán del FMLN por el poder predominó sobre la construcción de una sociedad más igualitaria, democrática, pacífica y justa. Es evidente que el Frente diseñó una estrategia con dos caminos para lograr sus objetivos: apartar al resto de la izquierda para mantener el monopolio de ese espacio político; y pactar con los partidos clientes para contar con mayoría legislativa y evitar la necesidad de sentarse a dialogar o negociar con la derecha. Ganaron poder pero no gobernabilidad. Ganaron poder pero a costa de lo que querían. Se convirtieron justo en aquello a lo que combatían. Se pervirtieron. Y por eso hoy están perdiendo ese poder.
A juzgar por las primeras reacciones después de la contundente derrota electoral, el FMLN no tiene los instrumentos partidarios para levantarse de aquí a las elecciones presidenciales de 2019. No lo hará porque nadie en la dirigencia de ese partido parece tener claro dónde está el problema y cómo se soluciona. El problema no es el director de migración al que expulsaron por atreverse a lanzar las primeras críticas a la dirección del partido. El problema es la dirección del partido. Una dirección que vive de su pasado mientras actúa como nuestros peores políticos: consintiendo corrupción, pactando con pícaros, cuidando el poder más que pensar en el hambre y la inseguridad de la gente.
Arena instaló el actual sistema de corrupción y clientelismo que domina el ejercicio de poder en El Salvador. El FMLN lo perpetuó. Arena y el FMLN han preferido siempre pactar con oportunistas que dialogar entre ellos. Eso hace imposible lograr no digamos consensos, sino simples concertaciones.
Hace una década los salvadoreños dieron una oportunidad a la izquierda para que solucionara lo que la derecha no había podido, para que limpiara el sistema, para que estableciera los cimientos para la construcción de un nuevo país. En eso el FMLN fracasó. La población se los dijo el pasado 4 de marzo.
Hace mucho tiempo que el pensamiento libre dejó de fluir en la ex guerrilla. Sus militantes pasaron de revolucionarios a conservadores: Conservadores de aquellos vicios del poder a los que juraron combatir. El Frente es hoy un partido sin causas.
La recuperación de su fuerza política depende ahora de su capacidad para adaptarse, para reconocer sus fracasos, para admitir ideas frescas, para escuchar a una nueva generación de salvadoreños cuyos problemas ya no son los guardias nacionales ni la oligarquía; sino la violencia, la corrupción y la falta de oportunidades para su desarrollo integral. Lo que está ahora en juego para el FMLN no es la elección presidencial de 2019, sino su propia razón de ser; su pertinencia, su importancia en la construcción del país.