Nayib Bukele tomó posesión como presidente de El Salvador y sus grandes líneas de acción siguen siendo una incógnita, pero le bastaron unas horas en el cargo para romper con los gobiernos anteriores. Con un solo tuit, nueve horas después de juramentar, ordenó a la Fuerza Armada que deje de rendir homenaje al coronel responsable de la masacre de El Mozote, que en 1981 dejó más de mil víctimas civiles. Con ello Bukele, que en febrero ganó la elección de forma aplastante gracias al cansancio de la población por la corrupción de los últimos cuatro gobiernos, logró distanciarse definitivamente de los partidos políticos que administraron la posguerra. Bukele es un cambio de ciclo.
Lo dijo en su discurso inaugural, que pronunció en la Plaza Barrios, al aire libre, en pleno centro histórico capitalino. Frente a un centenar de autoridades, pero acuerpado sobre todo por miles de simpatizantes y militantes de su partido, Nuevas Ideas, a los que había invitado una semana atrás también por twitter. Fue en general un discurso vacío de propuestas y detalle, que no explica cómo resolverá los graves problemas del país, pero estuvo lleno de gestos y mensajes emotivos para sus electores, para aquellos a los que llama pueblo, para quienes, dijo, “hicieron historia el 3 de febrero” dándole la victoria.
Y fue un discurso tan diseñado para ser de ruptura que ni siquiera incluyó una referencia al resto de partidos o un saludo protocolario a los representantes internacionales presentes.
“Antes que nada, quiero hacer una mención especial a los invitados ilustres que tenemos este día. Me refiero a uno y cada uno de los salvadoreños que nos acompañan aquí, en esta plaza, y a los que nos ven a través de los medios de comunicación”, arrancó. “Ustedes lograron lo que decían que era imposible. En las calles, con cada voto. Ustedes gritaron con fuerza el nuevo El Salvador que querían tener”.
Bukele no dio pistas sobre la forma concreta que tendrá ese nuevo país, ni enumeró los graves problemas que tiene el actual, pero sí reconoció que no le será fácil estar a la altura de las expectativas que ha levantado.
Con solo 37 años logró en febrero barrer en las urnas con el 53 % de los votos y derrotar a dos partidos históricos, y una encuesta reciente le da un 76 % de apoyo popular, pero en su primer discurso fue inesperadamente claro al pedir paciencia y, dirigiéndose a sus simpatizantes les anticipó sufrimiento. En el día de su más grande fiesta, de su mayor popularidad, el nuevo presidente anunció que tendrá que tomar medidas desagradables y quiso sacar de sus bases el compromiso de que lo acompañarán en las posibles horas bajas. Hubo quien de inmediato pensó en un posible aumento de impuestos.
“Habrá momentos duros, habrá momentos difíciles, pero tomaremos decisiones con valentía y espero que me acompañen a defender esas decisiones”, dijo. “Cuando veamos hacia atrás, habremos visto que valió la pena, porque al final de cuentas, El Salvador saldrá adelante y podremos ver una luz en el futuro y saber que hicimos lo correcto”, prometió.
Se distinguió, además, al prometer en su discurso un gabinete paritario. Desde que en mayo comenzó a anunciar una ministra tras otra, se especulaba con esa posibilidad en un país abiertamente machista en el que solo el FMLN se autoimpone cuotas de género mientras no se compromete con puntos sustantivos de la agenda feminista. “Por primera vez en la historia de nuestro país tendremos un gabinete de igual número de mujeres que de hombres”, dijo Bukele entre aplausos.
Ayer nombró a puerta cerrada a 8 mujeres y 8 hombres. El Faro ha confirmado 26 nombramientos de altos funcionarios hasta la publicación de esta nota: 10 mujeres y 16 hombres. Aún falta un número considerable de posiciones por llenar en el gabinete de Bukele para evaluar cuánto se acercará a su promesa de igualdad.
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La medida conecta con el presente a un presidente que se autodenomina milenial y presume de modernidad, pero no evitará que Bukele tenga que enfrentarse a las demandas de las organizaciones feministas de sociedad civil, que en un país con prohibición absoluta del aborto y cifras disparadas de violencia de género llevan años pidiendo acciones políticas más decididas. De momento, Bukele se ha pronunciado a favor del aborto terapéutico, aunque ha dicho que se opone a que se legalice en caso de violación. También dijo, durante la campaña, que se opone al matrimonio igualitario. Durante su discurso no hubo referencia alguna a la población LGBTI.
La primera orden al Ejército
Tampoco hubo en su discurso de toma de posesión referencia alguna a los crímenes de guerra pendientes de esclarecimiento y justicia, pero la tarde del mismo 1 de junio Bukele habló por redes sociales: “Se ordena a la @FUERZARMADASV retirar de inmediato el nombre del Coronel Domingo Monterrosa, del Cuartel de la Tercera Brigada de Infantería, en San Miguel”, tuiteó a las siete de la noche.
Rompe así con 35 años de tradición militar. El Ejército de El Salvador venera desde mediados de los 80 a comandantes acusados de graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la guerra civil, sin que los Acuerdos de Paz del 92 ni la llegada de la antigua guerrilla al poder hubieran logrado evitarlo. Domingo Monterrosa era el comandante del Batallón de Reacción Inmediata Atlacatl, y dirigió el operativo militar que devino en la masacre de un millar de campesinos, la mayoría menores de edad, en 1981. Desde su muerte en 1984 ha sido homenajeado, primero por la Asamblea Legislativa de la época y luego por el Ejército, que le dedica una sala del Museo Militar y bautizó un destacamento militar con su nombre.
En 2012 el presidente del primer gobierno del FMLN, Mauricio Funes, ordenó al Ejército que dejara de honrar a militares como Monterrosa, pero fue incapaz de reaccionar cuando el Alto Mando le desobedeció. A mediados de mayo pasado, el secretario de comunicaciones del gobierno saliente, Roberto Lorenzana, admitió que a su partido había faltado valor, y dijo a El Faro que el FMLN no se enfrentó a la Fuerza Armada en ese tema por temor a un golpe de Estado.
Bukele da así un golpe rotundo en la mesa, justo en un momento en el que la Asamblea Legislativa, controlada por Arena y el FMLN, discute la aprobación de una nueva ley de amnistía para criminales de guerra que sustituya a la anterior, aprobada en 1993 y declarada inconstitucional en 2016. Aunque es prematuro dilucidar si habrá una reacción adversa del Alto Mando, su mensaje ha conectado no solo con sus bases sino con las organizaciones de Derechos Humanos y asociaciones de víctimas, y se ha hecho viral en redes sociales.
Es un gesto similar a la que tomó cuatro años atrás, cuando en su primer día como alcalde de San Salvador retiró de una calle el nombre de Roberto D’Aubuisson. La decisión le reconecta con las reivindicaciones históricas de la izquierda, cuya bandera dice enarbolar pese a su falta de definición ideológica de sus propuestas, y que vio con recelo su acercamiento con los Estados Unidos de Donald Trump durante el periodo de transición, y su tibia postura frente a sus políticas antimigratorias, que pasó visiblemente por alto al punto de decir el pasado mayo en Washington que su gobierno estará “alineado” con la política estadounidense.
El discurso que no informa, pero conecta
En su vertiginosa carrera política, que lo ha llevado en seis años de gobernar un pequeño municipio de 7,000 habitantes hasta la presidencia de la nación, Bukele ha logrado siempre conectar con sus seguidores mediante mensajes calculados y acciones de impacto. Prioriza la emoción sobre el contenido; la metáfora sobre el argumento o la propuesta.
Si llegó a su ceremonia de investidura sin haber dejado clara ninguna apuesta programática, abandonó la Plaza Barrios con la misma hoja en blanco. Bukele recibió un país marcado por la violencia, la crisis fiscal y la corrupción de los últimos gobiernos de Arena y el FMLN. Y, sin embargo, ninguna de sus más de 2 mil 840 palabras dio luces de cómo combatirá al crimen ni qué medidas implementará para sacar al país del atolladero fiscal en el que se encuentra.
No anunció tampoco medidas concretas anticorrupción, aunque el público en la plaza pidió varias veces a gritos la creación de una CICIES, la comisión contra la impunidad inspirada por la CICIG de Guatemala que Bukele prometió en campaña. Mientras sus simpatizantes gritaban consignas como “no más corruptos” y el ya identitario “devuelvan lo robado”, Bukele no dio luces específicas.
El presidente habla en parábolas. Y en la de su acto de investidura él tiene que cuidar a un paciente. Hace un mes, en una reunión a puerta cerrada en Washington, comparó a El Salvador con un hijo drogadicto que necesita ayuda de su papá Estados Unidos. Este sábado habló de un genérico de hijo enfermo e insistió en que es responsabilidad colectiva curarlo.
“Nuestro país es como un niño enfermo. Nos toca ahora a todos cuidarlo, nos toca ahora a todos tomar un poco de medicina amarga, nos toca ahora a todos sufrir un poco, nos toca ahora a todos tener un poco de dolor, asumir nuestra responsabilidad y todos, como hermanos, sacar adelante a ese niño que es nuestra familia”, dijo Bukele.
No es difícil diagnosticar las enfermedades de El Salvador o recordar los tratamientos amargos que ya se le han se han recetado: en enero de 2017, el entonces ministro de Hacienda Carlos Cáceres dijo que el aumento al IVA “es una realidad que tarde o temprano se tiene que dar”.
El Salvador coqueteó con el impago o llegó al impago selectivo entre 2016 y 2017. Tras 10 años de gobierno, el FMLN le hereda a Bukele una deuda que necesita ser reestructurada, $1,657 millones en bonos que la Asamblea debe autorizar emitir. Deuda para pagar deuda que está por vence entre 2020 y 2024, y al menos trasladar las obligaciones de pago a largo plazo. El gobierno de Bukele necesitará contar con 56 votos en la Asamblea Legislativa para cualquier posible solución.
En El Salvador, además, solo cuatro de cada 10 niños y niñas se gradúan de Secundaria; tres cuartas partes de la población no tiene seguro médico; y la tasa de homicidios, pese a bajar los últimos dos años, es la más elevada de Centroamérica. Atender esas prioridades costará tanto como hacer posibles un tren costero, un nuevo aeropuerto en oriente del país, o renovar los centros históricos de las 14 cabeceras del país, promesas de campaña que Bukele no mencionó explícitamente en su toma de posesión pero a las que no renuncia:
“Vamos a invertir en megaproyectos, vamos a pensar en grande y a ejecutar en grande”, dijo. “Debemos invertir en nuestros niños. Cuando mencionamos que tenemos que tomar medicinas, no solo nos referimos a las medicinas en los hospitales, también nos referimos a la inversión en nuestra niñez”.
Bukele no ha hecho hasta el momento ninguna invitación al diálogo con otras fuerzas políticas. La advertencia en la que insiste desde que ganó las elecciones es cruda: o los partidos y diputados están con él o la historia les pasará factura. Sabe que tendrá sus primeros dos años contracorriente, dado que no cuenta con los votos para promover leyes en la Asamblea, pero encara el dilema con la estrategia que le funcionó en campaña: hacer de sus adversarios una caricatura, atribuirles una agenda oculta, convertirlos en enemigos de su proyecto de país a los que la población debe rechazar. Con la vista puesta en las elecciones legislativas de 2021, en los últimos meses Bukele ha acusado a los actuales diputados, sin base, de preferir reparar el edificio legislativo en vez de construir escuelas, o de aumentar los fondos para municipalidades con el único objetivo de dificultarle la gestión financiera. Denunció también que en la Cancillería se había creado un nuevo sindicato solamente para atacar al nuevo gobierno, cuando en realidad ese sindicato existe desde hace ya diez años.
Por eso cerró su discurso invocando, de nuevo, a sus bases. Tal como lo hizo en su cierre de campaña días antes del 3 de febrero, pidió a sus fieles que le juraran lealtad. Aquella primera vez les dijo: “Juramos votar el 3 de febrero, juramos movilizar a todos los que podamos llevar a las urnas, juramos no dejar ningún voto atrás, juramos defender cada voto porque de él depende el futuro de nuestro país”.
En su toma de posesión, frente al micrófono, levantó su mano derecha y pidió al público acompañarle. El resultado fue una imagen anacrónica, como la de un general con sus tropas o la de un caudillo con sus seguidores: un hombre por encima de todos con la mano levantada y miles imitándolo.
“Juramos trabajar todos para sacar nuestro país adelante. Juramos defender lo conquistado el 3 de febrero. Juramos que cambiaremos nuestro país contra todo obstáculo, contra todo enemigo, contra toda barrera, contra todo muro. Nadie se interpondrá entre Dios y su pueblo para poder cambiar a El Salvador”, dijo.
Se rezó con fervor esa declaración. Miles repitieron esas palabras después de Bukele. Muchos salvadoreños han extendido a su presidente un cheque en blanco de confianza. Falta por ver qué papel reserva él para sus adversarios o sus críticos en la construcción del nuevo país, y si su gestión tendrá éxito suficiente para honrar la fe de quienes le siguen.