El coronavirus ya llegó a Centroamérica, pero con timidez. Llegar, llegar, aún no. Honduras ya confirmó los dos primeros casos. Guatemala, uno. El presidente de El Salvador ha solicitado a los diputados declarar estado de excepción (que permite restringir libertad de tránsito, expresión, asociación y hacer capturas selectivas) y Guatemala declaró un menos severo estado de calamidad. Una de las regiones más pobres del continente asume que la pandemia se propagará entre sus habitantes. Las redes sociales son monotemáticas y las primeras quejas de quienes tienen teléfonos inteligentes llegan desde los centros de cuarentena para las personas que recién llegaron al país. Los hospitales privados están repletos de personas que creen tener algún síntoma y los espectáculos cancelados van a titulares de prensa. El coronavirus, pues, como todo lo demás por estos lares, llega contagiado de clasismo en una de las regiones más desiguales del mundo.
Desde que hace tres días en El Salvador se decretó cuarentena para todo nacional que arribe, pareciera que uno de los principales problemas de la pandemia global que ha matado a más de 5.000 personas en el planeta es que hay un albergue muy incómodo y caluroso en el oriente del país, donde los recién llegados de un viaje deben dormir en catres, en un hangar junto a otras personas y compartiendo baños austeros.
Muchos medios de comunicación entrevistan a los viajeros que se quejan de la incomodidad de tener que someterse a 30 días de esas precariedades si pretenden quedarse en el país.
El debate con más eco ha sido la incomodidad, no la idoneidad. Se discute que no hay ventiladores más que el hecho de que la medida quizá no sea la mejor: un viajero que llega de El Salvador, donde no hay casos confirmados, puede terminar durmiendo al lado de un viajero que llegó de Estados Unidos, donde hay más de 700 casos.
El acaparamiento en los supermercados es otra de las recurrentes noticias. La gente ha corrido a vaciar estanterías de comida enlatada, papel higiénico, agua, lo que sea, pero mucho. No, corrijo, la gente no; sino la gente que tiene los recursos.
Ese es el punto.
Ni las largas filas en los hospitales públicos ni las condiciones de albergue para los que regresan de un viaje ni el descontrol consumista en los supermercados son el problema de la mayoría en estas sociedades centroamericanas, porque esa gran mayoría nunca va a hospitales privados, no viaja más que en autobús y a sus trabajos y no compra nada en demasía, porque lo que les pagan no les alcanza, si es que alguien les paga un salario.
En El Salvador, dos millones de personas viven en pobreza, siendo un país que ronda los siete millones de habitantes. En Honduras y Guatemala, alrededor de la mitad de la población vive en pobreza, no cubren lo básico. O sea, redondeando a lo conservador, hay unos 13,5 millones de pobres en esta pequeña región donde el coronavirus aún no hace lo que puede hacer. Los tres países del norte de Centroamérica desfilan con constancia desde hace décadas en el top 5 de las listas de los más miserables del continente.
Si hablamos de viajeros, hay gente fuera del país ahora mismo cuyo dilema no es si viajar y aceptar la cuarentena en el caluroso hangar del oriente salvadoreño. Hay gente que viajará sí o sí y enfrentará la cuarentena porque sí. Los de siempre, los que pase lo que pase viajan: los deportados.
Este 12 de marzo, en una conferencia de prensa telefónica en la que El Faro participó, el comisionado interino de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, Mark Morgan, dijo que los vuelos para deportar centroamericanos continuarán con regularidad a pesar de las cuarentenas, calamidades y estados de excepción.
Y no solo los deportados. Cuatro horas antes de que el presidente de El Salvador anunciara la cuarentena nacional, el medio estadounidenseBuzzfeed News reveló que el pasado viernes 6 de marzo el presidente salvadoreño se reunión con funcionarios de Trump para afinar los detalles para que El Salvador reciba a migrantes que pidan refugio en Estados Unidos, para que esperen su trámite desde aquí. Sí, como se lee: El Salvador, país del que huyen miles a pedir refugio por el mundo, es un “país seguro” que recibirá a más de 2,000 personas que pidan refugio a Estados Unidos este año. Honduras también recibirá a esas personas. Guatemala ya recibió a unos 800 de esos peticionarios desde noviembre pasado. La administración Trump y sus villanas ideas. Las administraciones centroamericanas y su “ni modo”.
México, en esto de ser muro y expulsor de migrantes, no pretende quedarse atrás. El Instituto Nacional de Migración anunció que seguirá deportando centroamericanos en autobuses y aviones. Durante 2019, unas 3,200 personas fueron deportadas a un paisito como El Salvador, principalmente desde México y Estados Unidos.
O sea, en esta pandemia se recomienda no viajar, mucho menos desde países que tengan casos de coronavirus, como México o Estados Unidos. Eso sí, si usted es migrante centroamericano olvide lo que hemos dicho.
Se recomienda también lavarse las manos varias veces, con detenimiento y detalle. Pero en estos países un gran porcentaje de la población no recibe agua potable. Miles de esas personas pagan el servicio, pero la falta de planificación urbana que permitió la construcción de colonias obreras encaramadas en cerros, los sistemas de tuberías viejos y dañados y el acaparamiento han llevado a que esa gente no tenga más que un pequeño hilo de agua una hora o dos por las madrugadas. Otros, nada. Si en estos países uno vive en las zonas pudientes y tiene una cisterna que chupe agua para acumular en las horas que el servicio llega, puede lavarse las manos tal como indican los manuales. Si uno vive en las comunidades y cantones centroamericanos y el agua que acarrea del pozo es a base de sudor y músculo, quizá no vaya a cumplir a rajatabla las instrucciones de la Organización Mundial de la Salud.
Saludarse con el codo, dicen. Mejor aún, de lejitos, si es posible. En Honduras, por ejemplo, una de cada cinco personas vive en pobreza extrema en zonas rurales. O sea, con menos de $1.90 al día. Esa gente, muchos de ellos vendedores informales de lo que cosechan, viajará en autobús al pueblito más cercano, tomado de la barandilla más a la mano, sin alcohol-gel por ninguna parte, que cuesta unos centavos el botecito, se refundirá en algún mercado e intentará vender de puesto en puesto lo que cultivó. Esa gente dará la mano a quien deba darla para cerrar un trato y extenderá la palma para recibir monedas cuando se las ofrezcan a cambio, porque si no lo hace no será el coronavirus el que lo matará, sino el hambre.
Esa misma gente, no se preocupen, no acaparará nada en ningún supermercado.
El coronavirus ya llegó a esta región, plagada de calamidades. Ahora, hará lo suyo. Porque lo otro, lo de construir sociedades con un abismo profundo entre unas clases y los de abajo, ya está hecho desde hace décadas.