Los miles de mensajes e historias personales que desde la semana pasada inundaron las redes con el hashtag #ProhibidoOlvidarSV son una clara confirmación de que ni el dolor ni la memoria pueden ser cancelados por decreto.
Historias, casi todas, de dolor, de pérdidas personales, del sufrimiento de una guerra que nadie que la vivió quiere que se repita ni que se olvide.
Fueron tantas las manifestaciones de este tipo que muchos en redes dijeron que era la más auténtica conmemoración de la firma de los Acuerdos de Paz que habían vivido. Pero fue también un pase de estafeta: la apropiación de aquel evento por nuevas generaciones que habían estado, en términos generales, desconectadas no solo de la guerra que no vivieron, sino también de la paz alcanzada en Chapultepec. Como dijo Tania Grande, una mujer de 35 años, en el Monumento a las Víctimas Civiles: “Los ataques a la memoria y el dolor nos han hecho apropiarnos de los Acuerdos de Paz”.
Esos ataques, que desencadenaron esta reacción, fueron lanzados por el presidente de la República. Bukele asistió el mes pasado a El Mozote y, enfrente de sobrevivientes y de familiares de las mil víctimas que dejó esa masacre, dijo que tanto la guerra civil como los Acuerdos de Paz habían sido una farsa. “Yo mancillo esos acuerdos de paz”, dijo. Eso fue demasiado incluso para las nuevas generaciones.
Muchas de las historias compartidas en redes sociales fueron escritas por jóvenes que recordaban a parientes desaparecidos o repetían las historias que escucharon en su casa de pequeños. Esa transmisión oral del conflicto, a pesar de su ausencia en el discurso oficial durante tres décadas, ha vuelto a recordarnos que aquella guerra tocó a todas las familias salvadoreñas.
Entre setenta y cien mil personas perdieron la vida en el conflicto armado, la mayoría de ellas civiles, entre las cuales está el millar de mujeres, ancianos y, sobre todo, menores de edad masacrados en El Mozote. Tres décadas después del fin del conflicto, aún se desconoce el paradero de siete mil salvadoreños desaparecidos en aquellos años. Todo el horror de aquellos años, y su final mediante el diálogo y la negociación que lograron la firma del Acuerdo de Paz, quedaron resumidos en la frase con que la Comisión de la Verdad tituló su informe: De la Locura a la Esperanza.
Aquellos acuerdos construyeron la democracia que le ha permitido al hombre que los desprecia ocupar la presidencia de la República. Aquellos acuerdos disolvieron a los represivos cuerpos de seguridad pública, dirigidos por la Fuerza Armada, y crearon una Policía Nacional Civil. Aquellos acuerdos separaron al Ejército de nuestra vida política y determinaron la solución de toda diferencia política en las instituciones del Estado. Aquellos acuerdos crearon la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y mandaron el establecimiento de la Comisión de la Verdad, cuyo informe sigue siendo uno de los documentos más importantes de nuestra vida independiente. Aquellos acuerdos permitieron la integración de la exguerrilla FMLN a la vida política, lo que abrió paso a la carrera política de Bukele.
Las historias que hemos leído en #ProhibidoOlvidarSV dan cuenta de un país en el que conviven aún el dolor de aquellos años y la determinación por sostener aquellos acuerdos como un logro mayúsculo. Constituyen una narración colectiva no solo de lo que fuimos, sino de lo que somos y de lo que queremos ser. Una sociedad que no está dispuesta a permitirle a nadie que le imponga qué debe guardar en su memoria y cómo debe guardarlo. Ni que minimice el enorme paso que fue poner fin a esa dolorosa guerra.
Reducir los Acuerdos de Paz a “un pacto entre corruptos” para hacer campaña electoral es digno de oportunistas o de ignorantes, pero no de un jefe de Estado. Pero no es la corrupción lo que le preocupa al presidente, visto lo visto en su propio Gobierno.
Bukele desprecia esos acuerdos porque son el acta fundacional de la institucionalidad democrática que él pretende desmantelar. Porque exigen la separación de las fuerzas armadas de la vida política, y él los utiliza para sus propios intereses y para atacar a otros poderes.
No tienen la culpa los Acuerdos de Paz del país que tenemos hoy, sino sus liderazgos políticos, incapaces de trasladar a la vida nacional el espíritu de encuentro y de reconciliación que de ellos emanaba.
Durante los años posteriores a los Acuerdos, tanto Arena como el FMLN se beneficiaron políticamente de mantener un sistema político polarizado, porque ellos eran los polos. Bukele tenía en sus manos la inédita oportunidad de convocar a todos los salvadoreños a un proyecto de nación, pero no es capaz de ello. Su soberbia le ha llevado a mantener la polarización, pero en torno a su propia figura: entre los que le siguen incondicionalmente, sin cuestionamientos ni críticas y sin exigirle rendición de cuentas; y los demás, a quienes pretende callar mediante acosos institucionales, campañas de desprestigio o por decreto, a quienes ha declarado enemigos.
La reacción de los salvadoreños en redes sociales le obligó a intentar enderezar el rumbo. Dijo el 16 en la noche que, a partir de ahora, la fecha será conmemorada como el Día de las víctimas. Una iniciativa tan tardía (que además ya existe) como hipócrita: es él quien ha negado al juez que lleva el caso de El Mozote acceso a los archivos militares. Es él quien ha negado el derecho de las víctimas a la verdad. Aunque en esto último, lo sabemos bien, no está solo. Prohibido olvidar.