Desde noviembre Miguel Ángel Gálvez lleva su vida en una maleta. En la habitación de hotel que es su casa por unos días ha colocado la cafetera en el suelo, junto a la cama, para tener más espacio de trabajo en el escritorio, y con naturalidad mueve papeles de una pequeña mesa para improvisar una sala en la que hacer la entrevista. Sus primeros meses de exilio son esto: improvisar, adaptarse. Y mantenerse ocupado. Casi cada día denuncia en público o en privado la persecución contra él y otros jueces en Guatemala. Casi cada día se quiebra cuando relata lo que está atravesando.
El hombre que envió al exdictador Efraín Ríos Montt a juicio por genocidio, que encarceló por corrupción al expresidente Otto Pérez Molina, y que estaba juzgando un descomunal entramado público-privado de cooptación del Estado en el que participaban bancos, constructoras y medios de comunicación, tiene 64 años. Estaba a punto de jubilarse cuando el año pasado se vio acorralado por el brazo judicial ese mismo aparataje de corrupción y tuvo que huir. Para ese entonces la hija de Rios Montt, Zury, ya encabezaba todas las encuestas para convertirse en presidenta de Guatemala a mediados de este año.
Gálvez describe la debacle con dignidad transparente, sin esconder su dolor, mostrándose vulnerable. “El exilio golpea tan fuerte porque uno desde antes lo estaba ya viviendo (...) Como si un doctor te dijera en qué fecha vas a morir”, dice. “Hay veces, en las que llegas a pensar que uno de los errores que cometiste fue creer en la Justicia”.
Culpa a un “ellos” difuso con el que el ya exjuez se refiere al Gobierno actual, al pacto de intereses privados que lo sostiene, a sus ejecutores en el sistema de Justicia, pero sobre todo a los militares que, dice, han vuelto a tomar control de las instituciones de Guatemala y apuntalan el actual pacto de impunidad. Por estar juzgandoesos militares, dice, “ellos” lo forzaron a huir de su país. El pasado lunes 20 de marzo, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, advirtió a los representantes del Estado: “desde ya los responsabilizo de algo que me pueda pasar, no solo a mi integridad sino a mi familia en Guatemala”.
Hace tres semanas, Gálvez pasó por Washington para hablar en persona ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y aprovechó para reunirse con funcionarios estadounidenses. De esos encuentros concluye que Estados Unidos no se atreverá a tomar acciones más duras contra quienes están haciendo de su país un reino de absoluta impunidad. “Ya son pocos los aliados que tienen en Centroamérica, y no quieren perder a Guatemala”, dice.
Usted sigue apelando a instancias internacionales y denunciando la persecución en su contra, pero supongo que no pretende volver a Guatemala.
Con la permanencia o no de la CICIG nos estábamos jugando un pulso, y al haber ganado ellos el organismo judicial se deterioró. Ya no respetan la ley. Los magistrados actuales están haciendo unas tonterías... El rompimiento del estado de derecho es impresionante. Entonces, en esas condiciones sé que al organismo judicial ya no vuelvo. La situación está tan deteriorada... Imagínate la escena: estaba yo un día en la sala de audiencias, un día lo normal, con gente en la sala porque estábamos con un proceso, y de repente llegaba [Ricardo] Méndez Ruíz (incluido en la lista Engel de Estados Unidos y miembro de la conservadora Fundación contra el Terrorismo) con [Raúl] Falla (abogado de la FCT), y metían la cabeza por la puerta y pegaban el grito y decían “¡Jueeeez prevaricadoooor!” En mitad de una audiencia. Es un deterioro de todo. La justicia en Guatemala ha quedado por los suelos, completamente.
La que cuenta es una escena de matonería de colegio.
Por supuesto. Hay un descaro total, tal cinismo que uno termina pensando en que hasta el pícaro debería tener principios, alguna ética. Pero estos son unos corrientes. Para mí ese es el tema.
Mire, yo antes de que pasara lo que pasó, ya tenía en mi mente sólo terminar algunos procesos y jubilarme. Pedir en la Universidad Rafael Landívar, que es donde yo daba clases, que me incrementaran tres o cuatro clases y ya con mi pensión y los cursos pensaba “ahí nivelo mi ingreso y ya vivo tranquilo”. Pero no me dieron tiempo.
¿Qué casos quería terminar?
El caso Cooptación del Estado, el proceso del Diario Militar... Había algunos procesos muy interesantes, de distintos niveles, como un antejuicio contra un juez de Izabal relacionado con temas de narcotráfico. Pensaba que, si me lo proponía, podía terminar esos procesos en un año o un año y medio, y ya quedarme tranquilo.
¿Cómo fue la decisión de salir?
Mire, yo tengo guardaespaldas desde 2000. Fui uno de los primeros jueces a los que se les asignó seguridad en Guatemala. Y se me asignó un carro blindado a partir de 2015. Siempre fui consciente de estar en un riesgo mayor al común, al que tienen todos los jueces. Pero el año pasado llegó un momento en el que el riesgo subió y ya no podía estar allí. Desde que me amenaza Méndez Ruiz en mayo se desata una campaña exagerada contra mí. Incluso me empiezan a dar seguimiento, entran a mi residencial... Me amenazan con una impunidad total. Y entonces los expertos en riesgo analizan todos los casos de militares que he llevado, los cruzan con los de corrupción y me dicen que no descartan un atentado contra mí. Ahí empezó una cuenta regresiva, un momento que va llegando, llegando, llegando... hasta que llega. ¿Y por qué? Porque las instituciones en Guatemala se están militarizando, sobre todo el ministerio de Gobernación. Lo han ido diseñando como en los 80, cuando en cada departamento había un militar. Estudiando el caso Diario Militar lo entendí todo.
¿Qué quiere decir con eso?
Que Guatemala está diseñada para la impunidad. Romeo Lucas gobierna de 1978 a 1982; Efraín Ríos Montt le da un golpe de estado y gobierna 82 y 83; en 1983 le dan golpe de estado a Ríos Montt y entra Mejía Víctores, que convoca a una constituyente. Pero ¿cómo se justifica que mientras hay una constituyente, con toda la presión para que se firme la paz, en años en los que incluso se llegan a sentar ya a dialogar las agrupaciones guerrilleras y el Ejecutivo, sigan matando a los profesionales y a los estudiantes? ¿Qué justifica que se siguieran desmantelando la facultad de Derecho, la facultad de Economía de la Universidad de San Carlos? ¿Qué explica que siguiera la represión? En Guatemala la paz fue impuesta. Los militares, aunque viven de la guerra, sabían que el conflicto no podía seguir y trataron de garantizar que no habría un cambio verdadero, quisieron romper todo lo intelectual, todas las posibilidades de que Guatemala se pudiera levantar algún día. El Diario Militar muestra cómo matan a profesionales, a estudiantes. Ahí es donde uno entiende cuál era el objetivo de los militares.
La Constitución finalmente entra en vigencia en 1986, el 14 de enero, y esa Constitución crea lo que se conoce como comisiones de postulación, con el propósito de dar participación en la vida política a la Universidad de San Carlos y al Colegio de Abogados, que son de las pocas instituciones que se mantuvieron después del conflicto. Pero el objetivo real era, a cambio de prebendas políticas, romper la educación, porque dar a la San Carlos poder para participar en la elección de Fiscal general, Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, magistrados de la Corte de Constitucionalidad, Defensa Pública, hasta 53 cargos públicos en total, hizo que los partidos políticos se volcaran al control de la universidad, que ahora forma a votantes, no a profesionales. Por donde entraran a la Universidad, el hueco tenía carne. Fue una estrategia por etapas, en la que los sectores de poder político se adueñaron de una universidad que, por otro lado, ya era débil porque habían matado a todos.
Hay quienes denuncian que, apenas unos meses después de que usted dejara el juzgado, el caso Diario Militar ya presenta retrocesos. ¿Tiene esa impresión?
Definitivamente. Por eso ese proceso levantó mi perfil.
¿Se refiere a que por ese proceso le forzaron a dejar el juzgado y el país?
Hay un contexto mayor. Hay otros procesos. Piense que yo tuve el proceso por la quema de la embajada de España, Sepur Zarco, el proceso Genocidio... No es que faltaran razones. Pero el Diario Militar despertó a algunos componentes militares y es el que, para mí, generó esa presión para que yo tuviera que salir del país. Así se explica que nada más presentar yo mi renuncia le den medidas sustitutivas a Toribio Acevedo. Ahí se entiende bien cuál era el propósito de mi salida.
¿Qué opina de esas medidas sustitutivas?
Las medidas sustitutivas son una facultad discrecional que tiene el juez. Eso no se discute. El problema es que ¿cómo es posible que Virginia Laparra esté detenida con una condena de cuatro años de prisión y mientras tanto tenga medidas sustitutivas alguien que está acusado de crímenes contra la humanidad, ejecución extrajudicial, tortura, desaparición forzada? No hay proporción. Además, en casos como este hay que valorar también la cantidad de víctimas, y el hecho de que en el caso del Diario Militar las víctimas son gente muy vulnerable. No estamos hablando de una, dos, tres muertes, sino de que el Diario militar tiene 175 fotos; y eso no significa solo 175 asesinatos, desapariciones o personas torturadas, sino que por cada uno de esos rostros hubo una esposa, hijos, que sufrieron muerte, tortura, desapariciones. Esas medidas sustitutivas ponen en riesgo a los sobrevivientes y testigos.
¿Cree usted que están desmontando el caso?
Desde luego. Y no solo el caso Diario Militar sino todos los procesos que yo llevaba. Empezando por un asunto básico: ¿quién de los que pongan va a entender el proceso cooptación del Estado, si eso a mí me llevó años entender todas sus ramificaciones? Lo mismo que sucede con el caso La Línea: las personas que quedaron a cargo ni siquiera entienden el proceso. ¿Qué futuro puede tener el caso en esas condiciones?
El objetivo era ese. ¿Quién trabajó con la CICIG? La FECI. Pues a ellos sacaron primero. Sacaron a Juan Francisco [Sandoval], y dos años después está desmontada totalmente la FECI. Pero quedaban los jueces, y por eso Érika [Aifán] fue la primera que salió. Después vino mi caso, precisamente porque nuestros juzgados fueron creados de forma expresa para ver casos de estructuras criminales
¿Cómo está viviendo el exilio?
Es difícil. El exilio solo el que lo ha sufrido lo entiende. Salir de mi país después de 23 años en los que mi único ingreso fue un salario mensual. Yo no tengo absolutamente nada, porque en esos 23 años es poco lo que pude hacer, pero imagínate, salir con solo una valija, dejar atrás tus libros, tu ropa. Estar en otro país, careciendo incluso de un suéter, de una camisa, teniendo las tuyas allá en su casa, es... Es como si se quedara allí una parte del corazón.
Ha estado en Europa, pasa por Estados Unidos, va hacia Costa Rica, pero aún no ha encontrado dónde asentarse.
No. Una alternativa es España. También están México o Costa Rica. Pero no es fácil, porque me han ofrecido un estipendio para estudiar, pero eso sería solo mantenerme entretenido. Yo lo que tengo que hacer es trabajar, hacer asesorías, investigaciones, encontrar un trabajo estable para poder llevar conmigo a mi familia a mi hijo, que siguen en Guatemala. Hacerlo antes sería irresponsable.
¿Están ellos seguros en Guatemala?
No. Y el problema es que cuanto más hable, más les expongo a ellos.
El chantaje, la amenaza, le siguen allá donde vaya.
Por supuesto. Llevo cinco meses fuera del país, y siguen llegando carros a la casa de mi mamá. Se mantienen afuera, tomando fotos de la gente que sale y entra. Y hay gente de mi familia a la que han dejado sin trabajo. Es como si estuviéramos todavía en guerra: si para ellos eres un objetivo no se conforman con atacarte, quieren destruir todo a tu alrededor.
¿Ha hablado con el resto de exiliados?
Sí, con todos.
¿Qué han logrado sacándolos?
Mirá, la cooperación internacional se está terminando. Apoyo ya no hay ni para las personas que están fuera, ni para quienes están detenidos, ni para quienes siguen en Guatemala pero es evidente que van a tener que salir. Falta interés a nivel político para obligar a Guatemala a retomar los caminos del derecho.
Ha estado en Europa estos meses. ¿Se entiende allí lo que pasa en Guatemala?
Entienden lo que sucede, por supuesto. La no inscripción del MLP hizo ver definitivamente de qué tipo de democracia estamos hablando. Sí, son conscientes, pero tienen otras prioridades. El desafío es lograr que el Europa y en Estados Unidos se retome no solo el tema de Guatemala, sino el de Centroamérica, que es una bomba de tiempo.
¿Qué impresión saca de las reuniones que ha tenido en Washington?
Aquí es peor, porque la situación se entiende aún mejor pero el desafío es convencerlos de que sin su apoyo va a ser imposible que algo mejore en Guatemala.
¿Apoyo en qué forma?
Con sanciones al poder económico. Y a militares. Estados Unidos tiene las herramientas, pero no termina de utilizarlas.
¿Por qué?
Estados Unidos ya son pocos los aliados que tiene en Centroamérica, y no quiere perder a Guatemala. Por eso se pregunta hasta dónde es prudente llegar. Y hay mucha presión en el escenario internacional. Está el tema de China, el de Rusia... El panorama es complejo y temen que si toman una decisión más firme Guatemala incline por otro.
Hace año y medio usted visitó Washington con Erika Aifán y otros jueces. Todavía estaban en el cargo, pero ya estaba muy presente la posibilidad de que la presión aumentara y los llevara a la cárcel o al exilio. Recuerdo una reunión en la que compatriotas suyos les dieron palabras de ánimo y les repetían, en broma: “No queremos veros por acá”. ¿En aquel momento, creía que esto se podía evitar o ya pensaba que era cuestión de tiempo?
Tal y como se estaban desarrollando las cosas sabía que era cuestión de tiempo. Por eso el exilio golpea tan fuerte, porque uno desde antes lo está ya viviendo y empieza a reparar más en las personas que lo rodean, y empieza a reflexionar... Como si un doctor te dijera en qué fecha vas a morir. El cuerpo y la mente se congelan y uno quisiera detener el tiempo. Entonces uno entra en... [Al juez Gálvez se le empiezan a salir las lágrimas, pero sostiene la mirada y no deja de hablar]. Hay veces, en las que llegas a pensar que uno de los errores que cometiste fue creer en la Justicia. Porque uno se mete en lo que está haciendo y se sustrae de la realidad. Tu mundo son los procesos, y uno se despierta, se levanta, camina, y es el proceso, el proceso, el proceso. El proceso lo sueñas, y ya no tienes tiempo para los demás.
La verdad es que solo los que lo estamos viviendo podemos entenderlo. Uno pensaba, ¿por qué pedir ayuda si nosotros podemos hacerlo? Qué tristeza. ¿Cómo es posible que estemos así? Hemos de admitirlo: en las condiciones que está el país, no, no podemos hacerlo solos.