GUATEMALA. A unos 60 metros de la valla del Ministerio Público, una bandera de Guatemala avanzaba en retirada. Era viernes 14 de julio, un día después de que el MP pusiera la segunda vuelta electoral en un hilo, cuando pidió cancelar el partido del contendiente de centroizquierda que se coló sorpresivamente en la segunda vuelta programada para el 20 de agosto. Brenda Valle, de 63 años, se alejaba en compañía de dos de sus hijas. Eran casi las 8 de la noche. Cientos de manifestantes permanecerían unas horas más, pero ya algunos comenzaban a irse.
—Siempre parece que hay crisis —le dije—… siguen protestando y vuelven a caer en crisis.
—¿Usted quiere saber por qué nunca pasa a más? —. El griterío, los bombos y los cánticos se escuchaban a lo lejos.
—O quizás solo quiero saber cuándo se va a terminar.
—Hasta que explote, tiene que explotar, lamentablemente tiene que explotar. La gente ya está aburrida. Uno de viejo tiene miedo, pero los jóvenes… —dijo mirando a su hija mayor—… los jóvenes no, ellos se tiran y se avientan. A mí me da miedo, pero si no explota, esto va a seguir.
—¿Vino ayer?
—Quería, pero estuve enferma.
—¿Al MP le afectan estas protestas?
—Tienen un impacto porque a nivel internacional tienen que ver esto. La impunidad ya no se aguanta. Mire la señora esta (la fiscal general), tanto desmadre que está haciendo. Lamentablemente, Dios no lo quiera, pero si ellos no entienden… tiene que explotar.
Desde hace dos semanas, a la par de unos olvidados rieles de tren en la céntrica zona 1 de la capital guatemalteca, se concentran las protestas ciudadanas que piden la renuncia de la fiscal general Consuelo Porras. El barrio se llama Gerona, y en sus manifestaciones ya no solo se ven megáfonos, tambores, pitos, banderas de Guatemala y vuvuzelas sino también, y cada vez con mayor elocuencia, cartulinas, afiches, papeles y mantas con fúricos mensajes. “MP Vergüenza nacional” “Curruchiche, ni tu madre está orgullosa de vos” “Fuera delincuentes, se robaron todo y ahora van tras el voto”.
Desde hace dos semanas días, el edificio de la sede central del Ministerio Público se ha convertido en un tablero para quejas escritas, un mural, un gran collage de insultos y reclamos de chapines cansados de la corrupción. Barrotes de dos metros y medio de alto se extienden a lo largo de la fachada del MP y tientan a los protestantes, cada tarde, para que cuelguen en ellos sus diatribas anticorruptos.
Desde su construcción hace 17 años, la escalinata en la fachada —diez amplios peldaños— estuvo libre de obstáculos. Por aquí salió Claudia Paz y Paz, la exfiscal general, en 2014, cuando su mandato fue interrumpido por maniobra de algunas de las más de 30 mafias político-criminales que ella había investigado con el acompañamiento de la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG) enviada por Naciones Unidas. Esa época, incluyendo el período siguiente de la fiscal Thelma Aldana, fue bautizada con optimismo y se le llamó la primavera guatemalteca. En su último día de trabajo, Paz y Paz se paró frente a la escalinata y un grupo de mujeres indígenas le entregó flores, mientras una muchedumbre acompañaba entre vivas y aplausos. Paz y Paz lucía conmovida, sonriente.
Hoy, algo así es impensable con Consuelo Porras al frente del MP. El contexto es otro. La CICIG ya no existe desde que el gobierno conservador de Jimmy Morales la expulsó en 2020, la principal universidad estatal del país lleva meses cerrada después de un dudoso proceso para elegir al rector, más de 20 exfiscales y exjueces han tenido que exiliarse por temor a ser encarcelados injustamente, entre ellos, el exjefe de la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI) Juan Francisco Sandoval. La fiscal Porras y el nuevo jefe de la FECI ya han sido sancionados por Estados Unidos por entorpecer investigaciones de corrupción.
Por eso no es casualidad que las protestas broten otra vez, como herencia directa de aquellas manifestaciones de 2015 que, en plena primavera chapina, consiguieron tumbar al presidente de turno, Otto Pérez Molina. Guatemala es, desde hace años, un eufemismo para decir crisis —el ciclo de las noticias es bastante corto y los escándalos pueden renovarse a distintas horas a lo largo del día—. Pero también Guatemala es, al menos desde 2015, la metáfora perfecta de la resistencia. En 2016, la gente salió a las calles para advertir al presidente Jimmy Morales que lo estarían vigilando; en 2017, para reclamar el intento de las mafias de aprobar un paquete de reformas anticorrupción; en 2018, para indignarse por la expulsión del jefe de la CICIG ordenada por el presidente Morales; en 2019, para protestar por el anuncio de la expulsión de la CICIG del país; en 2020, cuando Morales intentaba obtener el fuero de diputado del Parlamento Centroamericano. Ese mismo año, la gente también incendió el Congreso cuando los diputados recortaron el presupuesto en áreas sociales; también salieron a las calles cuando el MP despidió al fiscal Sandoval de la FECI, y cuando comenzaron a perseguir a jueces y a los demás fiscales.
Y así es como llegó el 12 de julio, cuando explotó por enésima vez el pulso entre la justicia y quienes están hartos de la corrupción: las mujeres, los hombres, los estudiantes, los jóvenes, los ancianos, los obreros, los campesinos, los empresarios, los artistas, los indígenas, los profesionales… Ese día se supo que el ya achacoso proceso electoral había sufrido un nueva y rabiosa cornada. El MP de Consuelo Porras y su fiscal Curruchiche anunció que iba tras el Movimiento Semilla, el partido que sorpresivamente pasó a la segunda vuelta electoral el 25 de junio gracias, irónicamente, a su marcado discurso anticorrupción. Curruchiche fue quien dijo en un video de redes sociales que había conseguido que el juez Fredy Orellana ordenara la cancelación de Semilla por los resultados de una presunta investigación penal en curso por firmas falsas para su inscripción. Paradójicamente, esa denuncia por una firma anómala fue puesta por el mismo partido a quien el MP anunció que cancelaría. Esta nueva acometida, además, coincidía con el fracaso de una maniobra precedente con la que se había intentado invalidar los resultados electorales que permitían el pase de Semilla a la segunda vuelta, argumentando fraude en las urnas en la primera vuelta.
A Curruchiche y a su jefa la fiscal Porras se les glorifica o se les odia, dependiendo de a quién se pregunte. “Un aplauso de pie a la señora fiscal Porras ¡QUE VIVA GUATEMALA SOBERANA!”, tuiteó la Fundación Contra el Terrorismo el día en que el exjefe de la FECI Juan Francisco Sandoval fue removido en 2021. La Fundación la preside Ricardo Méndez Ruiz, que se define como radical de derecha y que ha promovido querellas contra los operadores de justicia en exilio y contra el periodista José Rubén Zamora, condenado ahora a cuatro años de prisión.
Para otros, aquel video de Curruchiche sobre Semilla es la muestra de que hay élites económicas, militares y políticas dispuestas a sacar al candidato Arévalo de la contienda. Se lee así en los carteles colgados en el MP, lo dice el candidato Bernardo Arévalo de Semilla, lo dicen analistas, y lo dicen entre líneas las misiones internacionales como la de la Unión Europa cuando advierten de “un impacto en las relaciones internacionales de Guatemala” si no se respetan los resultados de la primera vuelta. En las protestas, la postura es unánime: en la valla del MP, Consuelo Porras ya no es la fiscal general sino “Desconsuelo”, y Curruchiche ya no es el jefe de la FECI, sino simplemente “Corrupchiche”.
El Ministerio Público es ahora menos público y, en cambio, parece un lugar que buscar protegerse, atrincherado. El día en que los barrotes se pegaron con cemento, dicen los comerciantes de la zona, llegaron los primeros manifestantes. “Pusieron / barrotes / acostúmbrense, cerotes!”, gritó la gente, al son de tambores como sacados de los desfiles de escuela. Otro cántico decía: “Curruchiche no es fiscal / es otro criminal”. El viernes 14 de julio, cerca de 400 personas gritaron esas y otras consignas frente al MP por cerca de cuatro horas. Hubo adolescentes, hombres y mujeres mayores, gente en ropa deportiva, gente con uniforme de trabajo. La mayoría de banderas alzadas era la del país aunque, esa vez, una de Semilla se coló. “Elecciones sí; el golpe de Estado, no”, decía un rótulo en la valla. “El pueblo manda”, decía otro en las manos de alguien. “Traidores”. “Estoy buscando mis derechos ¿Alguien los ha visto?”
Los días de mayor afluencia sobre la 15 avenida de Gerona, entre las calles 14 y 15, llegó a haber unos mil protestantes. En Guatemala, la gente llega más a las protestas cuando durante el día las cosas han estado más bravas, llegan como hormigas a la miel.
El miércoles 19 de julio, Curruchiche y un juez ordenaron la captura de personal del Tribunal Supremo Electoral y de militantes del partido Semilla (por supuestamente haber facilitado la inscripción del partido con firmas falsas de ciudadano). Ese día, la protesta creció en tamaño y en sonido, y hasta se improvisaron conciertos. Por la noche, la hiphopera Gabriela Bolten cantó frente al MP iluminada con la luz de celulares, entre gente que aplaudía y ondeaba banderas chapinas: “Qué loquera / por la democracia me levanto y doy pelea / Guatemala es un pedazo de la esfera / hecho pedazos / en donde los mafiosos visten fino / y los de abajo / navegando en el tsunami / por un mísero trabajo / Pero no estamos vencidos / siempre con el puño alzando / más conciencia / y organización / más batalla / y menos sumisión”.
Las protestas también ocurrieron fuera de la capital, en Alta Verapaz, Huehuetenango, Sacatepéquez, Jutiapa, Jalapa, Quiché… En Totonicapán, a unos 180 kilómetros de la capital, aún no ocurrían protestas, pero la indignación era evidente. El 15 de julio, unas mil personas se reunieron en el Parque La Unión para escuchar al candidato de Semilla que recién retomaba su campaña después de conseguir un escudo constitucional para resistir los embates del MP. “Que chillen los corruptos”, decía una cartulina que Ruth, una joven veintañera, levantaba con orgullo durante el mitin. José Pedro Baatz, un comerciante que dijo que el día anterior mandó a su hijo a escuchar a Arévalo a Quetzaltenango, confesó que ese no era su candidato, pero que ahora ya está definido. “Esperamos que no haya tropiezo para Semilla por todos los organismos del Estado que están tratando de impedir que gane. Si acá va a suceder eso, que el pueblo se alce. Aquí hay una organización que se llama 48 cantones y cualquier situación que ocurra va a hacer que nos alcemos. ¿Por qué el MP solo a Arévalo está investigando? ¿Por qué no a los demás que no llegaron?”, dijo Baatz haciendo referencia a la organización comunitaria que reúne a 48 líderes cantonales del pueblo Maya K´iché de Totonicapán.
Arévalo, sociólogo de 65 años y exdiplomático, cree que el acoso no termina aquí: “Puede pasar algo peor, yo creo que esta gente no tiene sencillamente límites. Lo que pasa es que cada vez se han ido aislando y esa gente se está dando cuenta que no les salió y lo están dejando. Pero siempre queda un núcleo de gente que va a intentar corregirlo de cualquier manera. No sabemos de lo que son capaces”, dijo.
Antes de la primera vuelta, Arévalo sabía que no era el candidato preferido. “Yo voté por Manuel Villacorta del partido VOS, pero ahora que no quedó, estoy seguro que me voy con Arévalo”, me dijo un maestro jubilado tras el mitin de Semilla en Totonicapán. “Antes había escuchado poco de Arevalo pero ya estoy claro que voy por él”, me dijo, mostrándome una sonrisa desdentada.
Unos días después de esas palabras, el 18 de julio, todo se agravó un poco más. Curruchiche redobló su apuesta contra Semilla y habilitó que se procese a Ramiro Muñoz, funcionario del Tribunal Supremo Electoral que se había negado a cancelar a Semilla cuando la FECI y el juez Fredy Orellana se lo habían ordenado. Muñoz explicó que lo que le pidieron era ilegal, y horas después pidió licencia y salió del país.
Salir del país en medio de una crisis es casi un deporte en Guatemala. Lo hicieron ya periodistas, más de veinte operados de justicia y, en las elecciones de 2019, también salió quien era el registrador en ese entonces, Leopoldo Guerra, por amenazas.
En los últimos días, a la FECI no le importó que hubiera una resolución de la Corte de Constitucionalidad que protege a Semilla de cualquier intento de cancelación, y mantuvo el pie en el acelerador. Ese 18 de julio, Curruchiche argumentó tener la vía libre para investigar penalmente y tramitó órdenes de captura contra la funcionaria que sustituyó a Muñoz, el registrador que salió del país, y también contra dos militantes de Semilla. Por esas acciones, en la tarde del 18, la protesta creció frente al MP.
Dos días antes yo había preguntado a uno de los manifestantes si tenía algún sentido salir a las calles si las cosas siempre terminaban agravándose. Se llamaba Emilio, de 27 años, y lo abordé mientras leía junto con un amigo los rótulos pegados en la valla del MP. Estudiaba informática en la San Carlos, la universidad estatal que en 2015 fue un actor clave en las manifestaciones contra el expresidente Otto Pérez. “Si nos ven que no hacemos nada, que nos damos cuenta, pero no hacemos nada, que sabemos lo que están haciendo y no pasa nada, seguirán empeorando todo, harán cualquier cosa, no hay que dejarlos”, dijo. “No es solo por Semilla que protestamos, es porque están violentando el voto, la democracia. Curruchiche es solo un peón”.
“Consuelo, cerota, el tiempo se te agota”, insultan los protestantes. Desde el megáfono, alguien grita su arenga: “La primavera democrática truncada en 1954 florecerá de nuevo, ¡que viva Guatemala!”, y la multitud responde con gritos y aplausos. 1954, ha dicho el protestante: el año del golpe militar que acabó con la primavera democrática surgida diez años antes con la primera elección libre que puso fin al control militar. Ese primer presidente fue Juan José Arévalo Bermejo, padre del actual candidato del partido Semilla.
En el suelo frente al MP, había tallos y pétalos de rosas ya un poco marchitas y secas. Un día antes, el jueves 13, el candidato Arévalo había interpuesto una denuncia formal contra la fiscal Porras y Curruchiche, acompañado de una multitud de simpatizantes. Ese día, un grupo de mujeres salió a su encuentro con ramos de rosas. “Florecerás Guatemala”, se leía en algunos rótulos, como se lee también en algunos grafitis en las paredes de la ciudad, testimonio de marchas y protestas previas.
Pese a todo, aún hoy, en las manifestaciones de Guatemala, el símbolo de la primavera es poderoso. Un verso de Neruda es bastante conocido pero en Guatemala, la idea de la primavera proviene del poema “Certeza” de Julia Esquivel, una teóloga y defensora de derechos humanos guatemalteca ya fallecida. “Podrán cortar todas las flores pero siempre volverá la primavera / Florecerá Guatemala / Cada gota de sangre, / cada lágrima, / cada sollozo apagado por las balas, /cada grito de dolor / cada pedazo de piel / arrancado por el odio / de los antihombres, florecerán. / El sudor que brotaba / de nuestra angustia / huyendo de la policía, / y el suspiro escondido / en lo más secreto de nuestro miedo / florecerán. / Hemos vivido mil años de muerte / en una patria que será toda / una eterna primavera.”
No es casual que el símbolo del Movimiento Semilla sea un brote, una planta, una semilla que ya germinó y que muestra su tallo y sus hojas.
Las protestas también tienen sus ratos débiles. El lunes 17 de julio, a pesar de una convocatoria en redes sociales, una, dos, tres personas… comenzaron a llegar cuando faltaban minutos para las 5 de la tarde. Una señora, megáfono en mano, se quejó de que nadie tomaba la iniciativa. Se cruzó la calle, se paró frente a la valla y frente al cordón de policías que resguardaban el edificio y habló: “Buenas tardes. Estamos aquí para expresar nuestro rechazo a lo que está haciendo la gente corrupta del MP”, dijo la señora. Tres personas más se pasaron a su lado pero no ocurrió nada más. Tomó el megáfono un muchacho con la camiseta de Messi: “Estamos hartos de estas ratas”, dijo, mientras caminaba impaciente como en círculos. Pasaron cinco segundos. “Fiscal corrupta”, espetó, pero nadie aplaudía. Al cabo de unos minutos, alguien sonó una vuvuzela. De cuando en cuando, una moto en tránsito acompañaba con el pito o de un carro salían puños alzados, silenciosos.
Otras veces, las protestas se avivan en cuestión de minutos. La noche del sábado 15, cuando ya unas 500 personas habían concluido la jornada de protesta en el MP, una lujosa camioneta negra, Lexus, apareció sobre la 15 avenida, y lentamente zigzagueó entre la gente que quedaba, unos 50, para acercarse lo más posible a la entrada del edificio. Se bajó un hombre con anteojos de aro grueso y gorra. Era Manuel Baldizón, un excandidato presidencial de Guatemala que aceptó cargos por narcotráfico en Estados Unidos, procesado por el caso Odebrecht y que la extinta CICIG perfiló como corruptor de la Corte Suprema de Justicia en 2014. Cuando se bajó, los manifestantes tardaron unos segundos en reconocerlo, y comenzaron a abuchearlo e insultarlo. Personas que iban caminando en retirada volvieron rápidamente con gritos y vuvuzelas. Baldizón, con una mano en el bolsillo, caminó rápido del otro lado de la valla. Alguien preguntó quién es el personaje. El megáfono respondió: “Es uno de los más corruptos de este país y por las cosas que hizo ayudó a que el sistema esté como está”. La protesta duró una media hora más esa noche. Baldizón, procesado por corrupción, había llegado a dejar constancia de que seguía estando en el país. Al día siguiente, la visita de Baldizón al MP fue noticia nacional. Pero el revuelo se apagó con otro escándalo: Alejandro Sinibaldi, procesado también por Odebrecht y exministro de Comunicaciones de Pérez Molina, había sido absuelto por una corte. Más indignación en la calles.
“Tiene que rebalsarse el vaso, el guatemalteco es muy paciente, es muy respetuoso. Ya van tres periodos que les hemos permitido que pongan a quien quieran, pero esta vez hay una alternativa que la gente eligió, y debe respetarse ese proceso”, dijo Ana Pérez, de 45 años, cuando estaba frente al MP con una amiga, a las 6 pm del viernes 14. Unas 200 personas la acompañaban. La mujer criticaba la pasividad de sus paisanos pero no se daba cuenta que, grandes o pequeñas, las protestas en su país son excentricidades que ni hondureños, ni nicaragüenses, ni salvadoreños replican casi nunca.
El fin de semana del 22 y 23 de julio hubo manifestaciones en todo el país, incluyendo una marcha en la capital que partió desde la Corte Suprema y terminó en el MP, con cerca de 500 personas. El lunes 24, las protestas arreciaron. En los días previos las redes sociales habían convocado a un #ParoNacional, pero aunque el paro estuvo lejos de ocurrir, sí hubo demostraciones en diversos puntos del país.
En Huehuetenango, a unos 200 kilómetros de la capital, cientos de estudiantes del Centro Universitario Nor Occidente marcharon con disfraces, cohetes y pitos. Otras 300 personas, mientras tanto, protestaron con banderas y gritos frente al Ministerio de Gobernación. “El pueblo está en resistencia contra esta falsa democracia con sabor a dictadura”, decía un cartel de los estudiantes. Al mediodía, llovía en la capital y Raúl Juárez hacía un plantón frente al MP junto con su hija pequeña y otras 500 personas. “El poder radica en el pueblo, estamos apoyando para que no puedan existir Curruchiches ni Ministerios Públicos que vengan a entorpecer un proceso democrático donde el pueblo ya se pronunció”, dijo a una reportera de Guatevisión.
A esa hora, una marcha de estudiantes y médicos alimentó la concentración en el MP que resistía bajo la lluvia. Hubo unas 900 protestantes en toda la jornada capitalina, pero de ellos no todos llegaron a los viejos rieles de tren, frente al MP, en Gerona. “Consuelo / golpista / vos sos la terrorista”, gritaban algunos. Dos enfermeras de Alta y Baja Verapaz estaban ahí: “Vamos camino a una cleptocracia y no lo podemos permitir. Nos robaron la USAC, nos están robando los tres poderes y ahora con el sistema judicial que tenemos no estamos de acuerdo. Los elegimos y tenemos el derecho de sacarlos”, dijo una de ellas.