La vedette de la cocina en su plato
Daniela Raffo
Es vieja como la historia. El origen de la mantequilla se ubica entre el 9000 y 8000 antes de Cristo en la antigua Mesopotamia. Al parecer su origen no fue tan científico: fue un descuido, una agitación “sin querer” de la nata de la leche y voilá, con ustedes la mantequilla.
Con el correr de siglos y siglos, este invento culinario se transformó en la estrella indiscutida de las cocinas, y para algunos chefs es simplemente insustituible.
Paladares privilegiados saben que cada mantequilla varía su sabor, no tanto por la forma de elaborarse, sino porque depende de lo que coma la vaca, la oveja o la cabra. Nunca será igual una mantequilla francesa, que una mantequilla salvadoreña. Solo basta con ver las vacas, unas en el campo, otras en los manuales.
Y para que no le den gato por liebre, no existe la mantequilla de camello, ya que es imposible obtenerla porque sus glóbulos grasos son pequeños y no logran formar grupos.
Hecha esta aclaración hay que añadir que está terminantemente prohibido confundir la mantequilla o manteca, como se la denomina en algunos países, con la margarina. Esta es de aceite vegetal y además de no ser tan sabrosa, tiene una lista un tanto extensa de contraindicaciones, como lo señala el sitio web alimentación sana. Una es que aumenta la palabra más odiosa asociada al sabor: el colesterol. Y claro, el malo.
En cambio, la vedette de los alimentos, la exquisita mantequilla, provee beneficios nutricionales propios e indiscutiblemente, al fuego, tiene uno de los olores más ricos de la cocina.