A propósito del fútbol: cómo desterrar el machismo (también de El Faro)
Mónica González
Inauguro mi espacio como Defensora del Lector de El Faro en días en que la testosterona fluye por doquier. Al igual que millones de habitantes del mundo, los salvadoreños también gozan, vibran y se apasionan con esos 22 hombres que hacen estallar hasta fuegos de artificios con sus piernas (a veces) para meter un gol en el arco del rival. Un deporte cuyas habilidades y deleite es de hombres, dicen algunos. Y no faltan los que incluso proclaman que las mujeres solo vemos fútbol para solazarnos con los machos que se despliegan frente a nuestros ojos.
Esa batalla me la salto. Y no será por cierto el tema de esta columna. Solo uso ese lunar para enganchar con el principal tema de los correos que he recibido desde que asumí como Defensora del Lector el 1 de junio pasado: cómo enfrentar desde El Faro una cultura machista ancestral que se cuela cual peste ‒al igual que la testosterona en estos días‒ por el colchón de la cama, los rincones de casas y oficinas, calles y también en las redacciones de los medios.
Una cultura machista que también nos infecta a las mujeres, por nuestro rol como reproductoras de actitudes y cultura machista, lo que también silenciamos y que tanto daño provoca a todo un país.
Confieso que me sorprendió que la mayor cantidad de correos recibidos fueran de reclamos por las distintas formas de violencia machista que se anidan también en El Faro. Los correos, largos y contundentes, me provocaron a leer casi compulsivamente muchos artículos de El Faro. Y como no es apropiado intervenir sobre lo que está publicado antes de que yo asumiera esta función, les comparto algunas reflexiones.
No deja de llamar la atención que en un país donde el fútbol pareciera seguir siendo deleite de hombres, la única heroína que haya dejado una batalla de fútbol sea mujer: Amelia Bolaños (18 años), quien se suicidó de un disparo en el corazón cuando Honduras le metió el gol de la victoria a El Salvador en el último minuto de un partido clave de las eliminatorias del Mundial de México, el 8 de junio de 1969. «Una joven que no pudo soportar la humillación a la que fue sometida su patria», publicó al día siguiente el diario El Nacional”, recordó en una crónica ‒“La guerra del fútbol”‒ que hizo historia y que escribió Ryszard Kapuściński, que El Faro reprodujo con gran acierto en estos días .
Leer esa nota hoy, lo que muchos lectores de El Faro deben haber hecho, sumerge en un vendaval de imágenes, rostros, voces y situaciones que atrapan y nos hablan de una violencia que nos obliga a reflexionar. Una crónica tan bien escrita, con tanto despliegue de detalles que surgen de un recorrido a pie por los territorios en conflicto, es al final un espejo que nos obliga a mirarnos. Y creo que eso hizo Kapuściński: poner el acento en aquellas situaciones donde aparece nuestra violencia ancestral enquistada.
El fútbol es un deleite solo permitido a los hombres, a juzgar por el excelente artículo que escribió en El Faro el 19 de junio Magdalena Henríquez: “Mi primera (y única) vez en el Estadio Cuscatlán” . En su párrafo final, Magdalena escribió: “Yo sigo viendo fútbol y lo seguiré haciendo. Lo disfruto desde mi casa o en algún bar, con mi familia y amigos. Sólo convencida de que esta sociedad ha aprendido a respetar a sus mujeres regresaría a ‘Vietnam’. Pero para eso, me temo, falta un mundo”.
Una violencia histórica
No solo la violencia que se ejerce sobre las mujeres en torno al fútbol es un problema que se silencia. Porque si hablamos de cómo enfrentar la cultura machista que daña y mata, lo primero que habría que abordar es de qué manera vamos a contribuir desde El Faro, a romper ese silencio pétreo que hace que miles de mujeres callen un abuso, una violación, una pateadura o simplemente la esclavitud que significa que, para poder sobrevivir, hay que hacer las tareas más duras –las que están definidas solo para mujeres, así como el fútbol y sus habilidades están reservadas para hombres–. Y si eres una privilegiada y obtienes paga por ello, serán los salarios más miserables.
Ese silencio recubierto de acero de mujeres abusadas, violadas y esclavizadas, no es nuevo. Está cimentado en siglos de sometimiento. Sí, es cierto, en El Salvador la violencia, el principal problema que carcome de temor a sus ciudadanos, se ensaña mayoritariamente con los hombres. Esa violencia asesina principalmente a los jóvenes. Pero hay otras formas de matar. Y vienen desde muy atrás.
Y eso es lo que cualquier lector bien nacido siente al terminar de leer el artículo “De Sepur Zarco a El Mozote: en búsqueda de la justicia con sentido de mujer”, de Leonor Arteaga, publicado en El Faro el miércoles 20 de junio:
“En julio de 2017, una Sala de Apelaciones en Guatemala ratificó la sentencia, al transformarse en el tercer país de la región ‒después de Colombia y Argentina‒ en juzgar violencia sexual en un conflicto armado o dictadura; además, fue el primero en el mundo, en condenar la esclavitud sexual en una corte nacional. A pesar de que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) dio cuenta de ello, la violencia sexual fue invisible en las narrativas iniciales posconflicto. Los testimonios, sobre todo de mujeres, se formaron de relatos sobre sus familiares desaparecidos, ejecutados o torturados, y no sobre lo que ellas habían vivido. De esta manera, sus propios padecimientos –especialmente las agresiones sexuales– quedaron en un segundo plano”, se lee en ese artículo.
Y aterriza en El Salvador: “Ahora, 26 años después del fin de la guerra, estos hechos criminales permanecen ocultos y se conversan en voz baja. Aun no se han desarrollado suficientes espacios de fortalecimiento para romper los silencios y dar sentido a las experiencias de dolor que, incluso, puedan resultar en procesos de búsqueda de justicia. La Comisión de la Verdad no incluyó la violencia sexual como uno de los crímenes investigados”.
“En 2012, por primera vez, la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció la existencia de violaciones sexuales en el conflicto armado de El Salvador, cuando se refirió a la masacre de El Mozote. En el juicio interno que sigue en marcha, los 18 exmilitares de alto rango acusados en el caso están siendo procesados por el delito de violación sexual, entre otros, por sus responsabilidades al mando de la Fuerza Armada de la época”.
No hay ninguna diferencia con lo que le sucede a diario a miles de mujeres de este país que, por distintas razones, las que se deben desmenuzar, se sienten obligadas a silenciar el horror vivido. Una violencia que asesinó parte de ellas y también su voz.
Y entonces recorrí y devoré otros artículos e investigaciones que empiezan a desmenuzar la máquina donde se anida ese silencio. Y uno de los factores es la impunidad. Una que se cristaliza, por ejemplo, en cómo funciona la justicia salvadoreña al enfrentar las violaciones de las que son víctimas miles de mujeres. Las que son denunciadas. Porque habrá que insistir: la mayor parte de esas violaciones queda sumergida en un silencio feroz. Porque no solo mata la voz y la dignidad de la mujer violada, sino que esta debe intentar aprender ‒si es que se puede‒ a hacer el amor.
En la extensa investigación “Un paraíso para los violadores de menores” , publicada en El Faro en enero de 2017, se encontrarán las voces, datos y documentos que explican en parte por qué ese silencio se mantiene inmutable. Y la impunidad.
El poder de la cultura ancestral se hace sentir en las dificultades que enfrenta en tribunales una mujer para demostrar que fue violada. Y en las facilidades que tiene el victimario para probar que fue “un acto de amor” o que nunca supo que era delito “montar” a la fuerza a una joven. También se repiten los que insisten en afirmar que no sabían que la mujer fruto de su deseo irrefrenable tenía menos de 14 años. Peor aún: las madres protegen a padres y convivientes violadores y se desisten de acciones judiciales, y la mayoría de acusarlos ante la justicia, por miedo a la violencia que se ejercerá después sobre ellas. O por un motivo más perverso aún: para no dejar a su familia sin el sustento del macho proveedor y violador.
Lo peor, es que el mapa de la violencia sexual en El Salvador, al igual que en otros países del continente, se ensaña con las niñas y las más débiles y vulnerables. Otra forma de matar. Porque en el silencio, el horror se mete en los huesos. La pesadilla se perpetúa.
No voy a marear a ningún lector con cifras. Todas ellas están en distintos artículos publicados en El Faro. Pero devolverles la voz a aquellas niñas y mujeres violentadas será un hermoso desafío. Hacer que los hombres entiendan que las mujeres tenemos derecho al placer y a elegir, que penetrarnos como si fuéramos trofeo de caza, golpeadas y sin posibilidad de defensa, no los hace más machos, sino miserables, será un desafío igual de difícil.
El desafío de ayudar a que poco a poco miles de mujeres recuperen su voz y su dignidad, es una tarea tan motivadora y tan llena de esperanza como la que encierra otra cobertura que leí en estos días en las páginas de El Faro: “El Mozote: los mil muertos que El Salvador sigue escondiendo” .
Decidí esta vez no nombrar a todas las lectoras que me escribieron sobre la discriminación a las mujeres tanto en el país o en otros medios de comunicación como en El Faro. Son muchas. Lo interesante es que hubo también correos de hombres, como el de Ángel Ramírez, quien tampoco paso por alto los contenidos discriminatorios y ofensivos a las mujeres de una entrevista. Pero paso a compartir la respuesta que nos dio José Luis Sanz, director de El Faro, cuando le hablé en general de estas inquietudes y quejas:
“El Faro ha trabajado conscientemente en los últimos años para revisar sus propios sesgos y ampliar su cobertura sobre distintas expresiones de la desigualdad de género, al tiempo que construye una redacción más diversa e inclusiva. Resultado de ello son, entre muchas otras, investigaciones como "Un paraíso para los violadores de menores", de Malu Nóchez y Laura Aguirre, que recibió en 2017 el premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación IPYS, o el especial "El privilegio de abortar", un producto transmedia que incluyó debates públicos y en el que se involucraron hasta diez personas de nuestro equipo. Conscientes de la necesidad de ampliar y completar nuestra mirada editorial, la incorporación de mujeres a nuestra redacción y al plantel de columnistas ha sido constante, y el pasado junio se unió a El Faro, como editora, la periodista Lourdes Quintanilla. El periódico se encuentra, además, en pleno proceso de elaboración de una política institucional de género e inclusión”.
Defensa de la independencia
Entre todos esos correos que me hablaban con detalles sórdidos y estremecedores del silencio de las mujeres violentadas, rescato otras dos insistencias sobre lo que ustedes, lectores de El Faro, esperan de mi labor. La primera es que yo me mantenga fuera del radio de influencia del poder público y privado “que consideran el trabajo de investigación periodística un estorbo o una amenaza a sus intereses”. Una condición primera y que condiciona el que yo pueda de verdad cautelar que El Faro siga siendo un medio independiente.
Excelente noticia la que llevan insertos los correos que recibí de los lectores Juan Carlos Jule, Héctor Martínez y Salomón Méndez. Porque todos ellos confían en la independencia del equipo periodístico de El Faro. Y porque todos ellos saben o están conscientes de que la independencia y el rigor de la información que desde estas páginas se entrega se deben cuidar cada día. Para eso es clave que ustedes lectores estén atentos y vigilantes. Que entiendan que este medio está hecho para ustedes. Una pertenencia que obliga a sacar la voz cuando es necesario. De lo contrario, la democracia languidece.
La segunda, es que hay varios lectores que urgen a que no se olviden los temas que la agenda diaria mañosamente oculta. A que se profundice en desmenuzar patrimonio y redes de políticos corruptos. En ese contexto, imposible no hacer mención al problema que en estos mismos días sacude a muchos hogares de San Salvador: la crisis del abastecimiento de agua potable.
En momentos en que todos los expertos alertan que las próximas guerras serán por agua, la necesidad de que el acceso prioritario a ese elemento básico sea de los ciudadanos y ello tenga rango constitucional, se hace urgente. De allí que la preocupación del lector Mauricio Álvarez tuviera eco en las páginas de El Faro en estos días y también en la respuesta de su director José Luis Sanz:
“Sobre la cobertura de los problemas de acceso al agua en la capital, he de recordar que El Faro da prioridad a narrar fenómenos por encima de contar sucesos o atender coyunturas, pero aun así, el tema se ha dado a conocer desde nuestras redes sociales y se ha tratado en nuestro programa ‘El Faro Radio’, que se emite cada martes y jueves en la emisora Punto 105.3. Recomiendo además leer los artículos que hemos publicado los últimos dos años sobre el debate de la Ley de agua o visitar el afilado reportaje ‘Hay un oasis en el desierto de la Libertad’, escrito en 2015 por la periodista Fátima Peña”.
Eso sería para este estreno. Ahora seguiré cada día recorriendo las páginas de El Faro para empaparme de voces, rostros, rabias y emociones salvadoreñas para así poder estar alerta a sus necesidades. Quiero seguir sintiendo ese cosquilleo que indica que debo esforzarme para cumplir mi cometido. Mientras, espero expectante sus correos. Mi principal alimento. Muchas gracias.
Nota de la Defensora del Lector: Debo confesar que soy una fanática del fútbol y, desde pequeña, que gozo asistiendo al estadio. Ver un partido importante junto a mis amigos es de los placeres que se saborean al máximo y que permiten guardar imágenes que perduran.
(La defensoría del lector de El Faro fue creada el 1 de junio de 2018 y se rige por un reglamento disponible aquí. Puede enviarle preguntas o comentarios a [email protected].)