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Migración

La foto del último abrazo de Óscar y Valeria: el periodismo que duele

En cierta medida, la estremecedora foto de Óscar Martínez y su pequeña Valeria radicalizó la urgencia del cambio en El Salvador y el eje de las discusiones políticas sobre lo que venía desde que asumió Nayib Bukele el 1 de junio.

Mónica González

La foto muestra el cuerpo de un hombre boca abajo intentando en un último esfuerzo abrazar a la pequeña Valeria bajo su camisa negra para resistir el embate de las aguas del Río Bravo. La imagen es brutal: registra el momento en que los cuerpos inertes del salvadoreño Óscar Martínez (25 años) y su hija de casi dos años fueron encontrados muertos en la orilla mexicana del rio que marca la frontera con Estados Unidos.

No son las primeras ni serán las últimas víctimas de esta marea migratoria que huye de la violencia y la miseria desde Centroamérica hacia Estados Unidos. ¿Por qué entonces esa imagen se quedó incrustada en la retina de millones de personas haciendo explotar la agenda del recién asumido presidente de El Salvador, Nayib Bukele? ¿Por qué esa foto estremeció a tantos marcando ese domingo 23 de junio como un hito no solo para El Salvador?

A juzgar por los correos de los lectores de El Faro a esta defensoría hay razones poderosas para ello. Para Sandra Palacios, la conmoción se explica porque “aparte del 1,4 millón de salvadoreños que han logrado sortear los más increíbles obstáculos y peligros y aterrizar en Estados Unidos, hay miles que han caído en esa ruta de la muerte por la violencia feroz que ejercen sin control las bandas del crimen organizado. Para ellos no hay tumba, nadie los busca, no hay justicia. Solo sus familias, que han sepultado el sueño de aliviar su miseria con las remesas que les podrían enviar sus seres queridos cuando llegaran a Estados Unidos, conservan una foto, una canción, una escena que los recuerda y que se va haciendo difusa. Hasta que la foto de Óscar Martínez abrazado a su hija nos lanzó a los ojos esos miles y miles de salvadoreños que no tienen tumba, que no figuran en ningún registro: simplemente desaparecieron”.

Las palabras de Sandra calan hondo. Y ello, porque la foto abre la puerta a una verdad que emerge del periodismo y de registros oficiales y que no tiene dos interpretaciones. De hecho, hace ya once años El Faro había puesto el foco y la alerta en este grave problema humanitario y de seguridad nacional para El Salvador, Guatemala y Honduras. “Ganar o morir en el río Bravo” fue el reportaje que investigó en la zona y publicó en El Faro el 22 de diciembre de 2008 el editor Óscar Martínez. Vale la pena volver a leerlo.

Tanto ese reportaje como lo escrito por Sandra hacen recordar una cifra macabra que nadie entiende por qué no provoca mayor revuelo en los organismos internacionales y de Derechos Humanos: México registra más de 26 mil cuerpos sin identificar y más de 40 mil desaparecidos, aparte del enorme caudal de homicidios que solo en 2018 llegaron a 33.500, en su mayoría impunes. ¿Cuántos salvadoreños yacen sumergidos en esas cifras del terror? En agosto de 2010, en San Fernando, una localidad mexicana ubicada a 150 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, se descubrió una masacre de 72 inmigrantes a manos del grupo criminal los Zetas. Once de ellos eran salvadoreños.

Palabras de un nuevo presidente

La reacción del presidente Bukele ante la muerte de Óscar y su hija mostró también la magnitud del impacto que recibió su agenda a solo 23 días de haber asumido el mando: "Podemos culpar a cualquier otro país, ¿pero y qué de nuestra culpa? ¿De qué país huyeron? ¿Huyeron de EE.UU.? Huyeron de El Salvador, huyeron de nuestro país. Es nuestra culpa", afirmó el presidente a la BBC. Y agregó: "La gente no huye de sus hogares porque quiere, la gente huye de sus hogares porque siente que tiene que hacerlo. ¿Por qué? Porque no tienen trabajo, porque están amenazados por las pandillas, porque no tienen cosas básicas como agua, educación, salud".

Si la foto apareció en los principales diarios y cadenas de televisión de muchos países, empezando por los de Estados Unidos, las palabras de Bukele también concitaron la atención de los medios internacionales. Asumir la responsabilidad de su país sin ambigüedades provocó asombro. Al lector Raúl Miranda también le causaron sorpresa, y algo más:

“Me gustó lo que hizo Bukele”, escribió. “Pero me pregunto si lo habría dicho así si él no hubiera llegado a la presidencia tan solo 23 días antes y sin pertenecer a ningún partido de los que gobernaron en las últimas dos décadas, lo que significa que no tiene ni una sola responsabilidad. Lo importante es que él ahora se comprometió a cambiar las cosas con su nuevo plan de seguridad. Pero lo que me sigue inquietando es por qué su silencio sobre las condiciones infrahumanas con que se mantiene a los inmigrantes centroamericanos en Estados Unidos por órdenes directas del presidente Trump. No solo nosotros tenemos la culpa de sus muertes y de la huida en estampida de nuestro país. Todos saben el rol que ha jugado Estados Unidos en el desarrollo de las pandillas. Y de eso, no se habla. Hay sumisión y silencio”.

Silencio. Es una palabra que se repite frente al vendaval de preguntas que surgen frente a lo que viene y lo que hay detrás de tanta muerte. Unos preguntan qué van a hacer los “dos millones de pobres salvadoreños que sueñan y respiran por seguir los pasos de los que ya se han ido, huyendo del terror que acecha en cada esquina y cuyos sueños se acaban de estrellar contra esa foto de Óscar y su hija”.

Los salvadoreños Óscar Martínez, de 25 años, y su hija Valeria, de año y medio, murieron ahogados en el río Bravo, en su intento por llegar a Estados Unidos. Esta fotografía ha dado vuelta al mundo y simboliza el estado actual de la crisis de refugiados centroamericana. Foto: Julia Le Duc /AP 
Los salvadoreños Óscar Martínez, de 25 años, y su hija Valeria, de año y medio, murieron ahogados en el río Bravo, en su intento por llegar a Estados Unidos. Esta fotografía ha dado vuelta al mundo y simboliza el estado actual de la crisis de refugiados centroamericana. Foto: Julia Le Duc /AP 

Para Héctor Martínez, en cambio, esa foto viene a sumarse a muchas otras que ilustran la ruta de violencia que ha marcado la historia de El Salvador en las últimas décadas y la urgencia de asumir por fin el registro de los que faltan y el forado en el sistema de justicia. Dice Martínez:

“Esta es una historia en línea continua. Los antecedentes están. Me refiero a los archivos de denuncias acumuladas por el Socorro Jurídico del Arzobispado durante el tiempo más obscuro y nefasto de la historia nacional que comprende parte de los años ‘70 y ‘80 en el país. Esa oficina fue fundada por monseñor Romero como una forma de darle valor judicial a las denuncias de las víctimas de la represión estatal y paraestatal de esos momentos, como respuesta a la poca credibilidad y valor que tenían las instituciones judiciales del Estado ante la población”.

Martínez cree que ha llegado la hora de ocuparse y de indagar dónde están los expedientes de lo que él llama el “Archivo del Dolor”, luego de que en 2015 la jerarquía de la Iglesia Católica de El Salvador cerrara esa oficina cerrando el acceso tanto para los “ofendidos como para las instituciones de la sociedad civil”.

Héctor Martínez tiene premura. Y se entiende, urge saber qué ha pasado con tantos hombres, mujeres y niños salvadoreños que constituyen la otra diáspora, la que desapareció. Digitalizar con rigor nombres, denuncias, datos precisos, podría ser el primer paso para hacer vivir a los que ya no están. Convertir el “Archivo del Dolor” en una base de datos accesible podría darles sentido a muchos “ya que mostraría que el esfuerzo y valor de sus familiares continúa vigente”.

La denuncia incómoda

En cierta medida, la estremecedora foto de Óscar Martínez y su pequeña Valeria radicalizó la urgencia del cambio en El Salvador y el eje de las discusiones políticas sobre lo que venía desde que asumió Nayib Bukele el 1 de junio.

Al lanzar al medio de la plaza pública una realidad que se mantenía en la trastienda, esa foto captada por un fotoperiodista, así como todas las historias que fueron saliendo en estos días sobre lo que viven los inmigrantes que huyen masivamente desde Honduras, Guatemala y El Salvador, las mismas que han contado una y otra vez los periodistas de El Faro pusieron bajo la lupa una frase que el propio presidente lanzó al país en su mensaje del 24 de abril pasado:

“No existe el periodismo imparcial, todo ser humano es parcial de alguna manera, incluyendo periodistas o los que afirman serlo… Sencillo, cada medio al igual que cada persona, partido político, empresa privada, etc., tiene una agenda, un set de intereses que proteger y defender. A veces, esos intereses pueden ser perversos, como dinero debajo de la mesa, plumas pagadas, periodistas vendidos, analistas prepago, políticos corruptos, empresarios evasores, medios de fachada, organizaciones criminales… A veces, esos intereses pueden ser legítimos, como ideologías, simpatías, o simplemente porque pertenecen a un grupo y no quieren atacar a ese grupo. Así funciona el periodismo en nuestro país, esa es una realidad innegable” .

Los dichos del presidente Bukele encontraron eco en Óscar Estupinián, quien nos escribió diciendo: “Con todo respeto deseo expresarles a ustedes y a todos los medios de este país lo siguiente: ¿existe verdadera objetividad e imparcialidad en los medios de comunicación de este país?, ¿hay coherencia entre lo que dicen y hacen?, ¿o acaso no son los ‘dueños’ de los medios los que deciden qué publicar y qué acontecimientos manipular de acuerdo con sus intereses?”.

¿Así funciona todo el periodismo en El Salvador? ¿Periodismo imparcial o periodismo independiente es el que necesitamos? Y esa pareciera ser la clave frente a la emergencia. Pongamos el acento en la exigencia del periodismo independiente. Uno que transparenta sus fuentes de financiamiento, sus nexos con las ONG y con el poder. Uno que no teme investigar al poder corrupto sea quien sea quien lo detente, que fundamenta sus dichos, que no tiene agenda paralela, que no hace negocios con sus pautas, que no rehúye la autocrítica y que no teme decir “me equivoqué”.

Ese es el periodismo que le exige a El Faro Héctor Martínez, quien afirma: “Hay que defender la democracia, la única que conocemos y que está amenazada, aquella que admite la crítica, resultado del escrutinio exhaustivo del público ya sea de manera directa o por intermedio del periodismo investigativo. Esa crítica social que no deja que lo mal hecho pueda continuar, que se vuelva perpetuo y que quede sin reclamo social o, eventualmente, sin pasar a reclamo judicial”.

Y aquí vamos, con la foto de Óscar Martínez abrazado a Valeria incrustada en el alma, intentando hacer exactamente lo que Héctor dice: que esta critica desde el buen periodismo no deje que las masacres, los abusos, asesinatos y la miseria que mata puedan continuar, que por ningún motivo se vuelvan perpetuos, menos que esas historias nos dejen indiferentes y queden, finalmente, en la impunidad.

 

(La defensoría del lector de El Faro fue creada el 1 de junio de 2018 y se rige por un reglamento disponible aquí. Puede enviarle preguntas o comentarios a [email protected].)

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