Cuando el candidato presidencial Bernardo Arévalo se sube a la tarima para dar su enérgico discurso de cierre de campaña, una corriente de aplausos recorre la Plaza de la Constitución en el centro histórico de la ciudad de Guatemala, abarrotada con varios cientos de personas. Es la noche del miércoles 16 de agosto. La plaza de un kilómetro cuadrado se ha llenado hasta las orillas. Hay una extraña sensación de inevitabilidad de su victoria en medio de una crisis democrática que ha enturbiado al país centroamericano durante más de cuatro años.
—Apoyado en el recorrido de la historia que esta plaza nos entrega, apoyado en la semilla que ha de germinar, no vamos a repetir lo que hicieron nuestros próceres, sino que vamos a formar una primavera nueva, renovada y para los tiempos que vienen. ¡La nueva primavera le pondrá fin a los corruptos!— proclama el candidato.
La plaza es un hilo que atraviesa la tela histórica de Guatemala. Por la madrugada del 18 de junio de 1954, como recuerda el libro Frutos Amargos, un avión militar estadounidense descendió sobre la cuadra, salpicando las calles con panfletos que exigían la renuncia inmediata del presidente Jacobo Árbenz, el sucesor de Juan José Arévalo, padre del ahora candidato. Días después, un grupo de militares guatemaltecos radicales patrocinados por los Estados Unidos derrocó a Árbenz e instauró un régimen militar, poniendo fin a una efímera “primavera” democrática de poder civil que duró una sola década. En 1960, el país se hundió en un conflicto armado interno del que le costaría 36 años salir.
En el evento, los congregados cantan el himno nacional —“ni tiranos que escupan tu faz”, dice la primera estrofa— al son de una marimba mientras una cámara proyecta las caras de la multitud en una pantalla grande. Cinco drones zumban como enormes moscas grises en frente del candidato mientras predica “cambio histórico” con el aura romántica, e incluso cursi, de la esperanza renovadora que rodeó la campaña de Barack Obama en Estados Unidos en 2008. Casi nadie lo había previsto cuando, ante la primera vuelta hace solo dos meses, el congresista de oposición y exdiplomático había celebrado un mitin más discreto en una concha acústica al costado oeste de la plaza. Aquella mañana, 21 de junio, una encuesta de Prensa Libre lo había perfilado en octavo lugar entre una veintena de candidatos. Hoy Arévalo lidera la intención de voto en dos estudios de segunda vuelta hechos por el diario Prensa Libre y por Cid Gallup.
El ascenso de Arévalo parece un accidente, un error de cálculo del sistema judicial corrupto de Guatemala. Tres candidatos populares fueron sacados de la contienda, abriendo camino en la primera vuelta. Una propuesta democrática —según Arévalo, incluye consensos amplios, respeto a la división de poderes, libertad de prensa, el regreso de decenas de jueces y fiscales antimafia y periodistas exiliados— ha logrado echar raíz en un campo electoral exclusionista, autoritario y con mancha de sobornos que ha despertado preocupación a nivel mundial.
—A lo largo de toda esta campaña, sabemos que siempre existe el riesgo de fallar. Nuestra historia nunca ha sido fácil. Y hay un riesgo de que los mismos de siempre se salgan con la suya… —empieza Arévalo, retomando tres veces en su discurso la icónica frase popularizada por el autócrata Nayib Bukele en El Salvador para referirse a sus rivales políticos. También lo ha hecho minutos antes de él su compañera de fórmula Karin Herrera, una carismática bióloga de la Universidad de San Carlos, popular con los movimientos estudiantiles.
—¡Nooooo!— corea el público.
Hasta ahora la Corte de Constitucionalidad no ha permitido que el Ministerio Público —pese a intentos creativos por todas las vías posibles— saque al candidato o a su partido de la contienda. Por la mañana CID Gallup colocó a Arévalo con una ventaja de 22 puntos sobre la exprimera dama, dos veces candidata a la presidencia y jefa política Sandra Torres, que ha desplegado una campaña llena de desinformación acusándolo de abanderar una “ideología de género”. La encuesta matutina sugiere que esta táctica de miedo en un país mayoritariamente cristiano y conservador no ha surtido mayor efecto.
Después de la primera vuelta electoral, cuando el Tribunal Supremo Electoral estaba a punto de certificar los resultados, el Ministerio Público acusó al partido de incorporar a 12 personas muertas a sus filas, de falsificar firmas en su creación en 2017 e incluso de supuesto lavado de dinero. En sus argumentos públicos los fiscales retomaron una denuncia penal hecha por el mismo Arévalo en mayo de 2022 en contra de un supuesto falsificador de firmas. Torres ha replicado los argumentos de los fiscales.
—...Pero la manera de ganarles no es con discursos o con mítines. Tenemos que ir a votar. Votar es la única forma de sacar adelante a nuestro país. Votar es la única forma que tenemos para hacer realidad nuestros sueños, nuestros anhelos, ¡estas ganas de tener una vida digna!
Pero a cuatro días de las elecciones —como si se tratara de un matrimonio concertado— el público aún está conociendo a Arévalo y a su pequeño partido progresista Semilla, nacido de las protestas masivas de 2015 que llevaron al juicio donde se condenó por fraude aduanero al presidente y exmilitar Otto Pérez Molina. El partido nació de esta misma plaza, concentrado en la clase media capitalina. Arévalo recuerda al público hoy que su padre también tomó el podio en esta plaza.
—En el viaje que ha sido esta campaña, no he estado solo. Además de todos ustedes, mi padre, Juan José Arévalo, ha sido una compañía cada vez más presente. Porque no solo vive en mí, sino en cada una y cada uno de ustedes. En todas aquellas personas que lo recuerdan cuando recorremos el país. (...) Yo no soy mi padre, pero recorro el mismo camino que él construyó.
“Un familiar suyo…creo que era el papá, ¿va? Él dejó algo muy bonito y eso lo recuerda mi papá. Viene de una buena familia”, dice Odilia Chocón Bran, una mujer de unos cincuenta años que viajó con dos amigas de Fraijanes, un municipio a 45 minutos de la capital, para apoyar al candidato. En una pausa en la conversación, después de oír el discurso de Arévalo, inclina la cabeza, tímida, y agrega en voz baja: “Necesito un trabajo y él prometió ayudar a las mujeres”.
Tanto las encuestas como las redes sociales demuestran que Semilla no descuida su gancho con jóvenes de menos de 30 años. A lo largo del evento desfila una lista de actos musicales, entre ellos Tijuana Love, un grupo nacional de house fusion, y Danny Marín, un rapero guatemalteco conocido como Kontra. En un guiño a la cultura nocturna del centro, la noche termina con cumbia rebajada remixando clásicas de Aniceto Molina.
“Estamos aquí para celebrar esta nueva primavera que este domingo daremos una segunda sorpresa”, dice Andrés, un joven voluntario del partido de 28 años que pidió un día libre en su trabajo para llegar desde Jalapa. “Y si en 2015 nos reunimos en esta plaza central para sacar a un corrupto, hoy nos estamos reuniendo porque estamos demostrando que vamos a llevar a la presidencia a un partido político que es del pueblo”.
Fernando Hernández, un ecólogo que se acerca a los 70 años, ha llegado para apoyar al partido. Una música ensordecedora emana de las bocinas al centro de la plaza. Dice que estuvo en la plaza en 2015 también. “Queríamos cambio, pero no teníamos vía para lograrlo”, reflexiona.
Tras la renuncia de Pérez Molina, los votantes eligieron a Jimmy Morales, un comediante popular con un discurso anticorrupción. Bajo la lupa de una investigación por financiamiento electoral ilícito, Morales expulsó a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala en 2019. El siguiente enero, cuando terminó su mandato, se juramentó como diputado del Parlamento Centroamericano y recuperó su inmunidad. En un giro que se leyó ampliamente como una burla a los votantes. En 2023, Morales se postuló —aunque sin éxito— al Congreso. Su hermano Sammy consiguió sólo 0.3 % del voto presidencial. Sin alcanzar el 5 % en las presidenciales ni lograr una sola diputación, ahora la ley electoral estipula que se debe cancelar su partido.
Según Fernando, si Arévalo gana el partido debe cumplir su promesa de ampliar la mesa. “Semilla no debe cerrarse a los grupitos de sus líderes. Deberían traer más gente y escucharnos a nosotros los mayores”, dice. “Muchos de los líderes son jóvenes. No les tocó vivir la guerra”.
A inicios de año, la elección parecía un referéndum sobre esa época de control militar. Pero el electorado descartó la posible presidencia de la ultraconservadora Zury Ríos, pupila política de su padre, el general Efraín Ríos Montt, dictador de 1981 a 1983 durante la sangrienta época genocida del conflicto. Después de la primera vuelta, los esfuerzos de partidos políticos como los de Ríos, Torres y el presidente Alejandro Giammattei por impedir la certificación del voto alimentaron la imagen de Arévalo como candidato antisistema.
Mientras en los últimos dos años el Estado ha impuesto el exilio o la cárcel como costo de luchar contra la corrupción y ha condenado a prisión al periodista José Rubén Zamora y a la fiscal anticorrupción Virginia Laparra, los temas por los que sectores de la población suelen amenazar movilizaciones han sido económicos, como el pago de seguro obligatorio vehicular o cambios a la recolección de basura. La asistencia a la plaza durante manifestaciones ha llegado a ser un termómetro social de hasta dónde podría llegar un movimiento, así como de su pluralidad y longevidad.
La última vez que la plaza casi se llenó fue a finales de julio de 2021, tras el despido de Juan Francisco Sandoval, el ahora exiliado exjefe de la Fiscalía Especial Contra la Impunidad. Múltiples autoridades indígenas convocaron un paro nacional respaldado por movimientos estudiantiles, colectivos de desarrollo rural y partidos de oposición.
Parecía ser la fórmula de frenar la deriva autoritaria, pero el sistema judicial siguió deteriorándose y las protestas se esfumaron. Ahora todo el equipo de Sandoval está exiliado, encarcelado o trasladado y el Congreso ha nombrado a la que forzó su salida, la fiscal general Consuelo Porras, a un segundo mandato hasta 2026, pese a sanciones de Estados Unidos por obstruir investigaciones de corrupción.
Esta noche, una decena de miembros de la autoridad ancestral maya achí ha llegado a la plaza desde Rabinal, Baja Verapaz, en apoyo al candidato, vestidos de traje blanco o huipil azul verde multicolor y con varas de mando en la mano. Este jueves, una corte escuchará los últimos argumentos en el caso Rancho Bejuco, una masacre de 25 indígenas —entre ellos 17 niños y cinco mujeres embarazadas— en manos del Ejército en ese departamento en julio de 1982, durante el Gobierno de facto de Ríos Montt.
“Estamos cansados de la impunidad, la corrupción, los mismos de siempre,” dice Jorge González, de la autoridad achí. “La mejor forma de hacerlo es apoyar al señor Arévalo para que llegue al poder y trabaje conjuntamente para el desarrollo, para combatir la violación de los derechos humanos, el secuestro y el despojo de nuestras tierras. Ya presentamos al doctor Arévalo (a nuestra comunidad) y estamos dando un respaldo a él.”
Si bien Semilla parece haber posicionado su discurso contra la corrupción en la mente de muchos votantes, no ha sido del todo el caso para la pobreza, la precariedad laboral, el costo de la vida y la seguridad, temas de enorme peso electoral en un país donde uno de cada dos niños de menos de cinco años de edad padece desnutrición.
Durante cuatro décadas, Filomina Mazariegos, una mujer oriunda del departamento de San Marcos, que colinda con México, ha vendido todo tipo de parafernalia plástica en manifestaciones. No parpadea al decir, sentada en un banquillo de piedrita en la plaza, que votará en la segunda vuelta este domingo 20 por Torres, cuya campaña en los últimos días ha burlado la ley electoral al repartir comida y regalos para cortejar votantes, con un especial interés en asociaciones de vendedores de mercados.
“Yo sí voy a votar por Sandra y no lo hago por los frijoles. Lo hago porque hay mucha gente que lo necesita, gente que da lástima. Cuando uno dice, ‘Bueno, el pan ya está duro’, hay otros que se lo comen”, dice encogiéndose los hombros. “El que va a robar tiene que robar. El único que nos puede formar es Dios”.
“Este es el partido más fuerte. Se ve en las encuestas”, dice su esposo Abel, dejando de lado unas botellas de agua y acercándose. Han tendido un manto blanco en un rincón de la plaza con decenas de sombreros, paraguas, trompetas de plástico de colores, botellas de agua fría y banderitas nacionales. Abel trabaja para el Ministerio de Educación; Filomina, que trabajó durante dos décadas como cocinera para el Estado, ya se ha jubilado del Ministerio. “Lo que pasa con Semilla es que buscan gente con más recursos. Sandra es de abajo”, agrega. “Ella da comida, apoya. Este no da nada”.
Después del discurso de Arévalo vuelvo a buscar su opinión.
—Estuvo bien— se limita a contestar Filomina.
—Le gustó porque vendió bastante— dice Abel entre risas. —Mirá, tengo 26 años de trabajar para el Estado. He visto mucho gobierno más malo que bueno. Ojalá que este sea bueno.
—¿Es decir que el discurso de Arévalo ha cambiado su opinión? ¿Por quién piensan votar?
—Por Sandra— responden en unísono.
—Lo que pasa es que Sandra ha prometido cinco mil (quetzales) para los jubilados—, agrega Abel.
Si gana, Arévalo prevé esfuerzos para impedir su toma de posesión. “No tengo ninguna duda de que entre el 20 de agosto y el 14 de enero, si nosotros ganamos la elección, va a haber un buen número de intentos”, dijo Arévalo en una entrevista con El Faro este lunes.
El 13 de agosto se filtró un video en el que una dirigente del partido de Torres, la UNE, dijo a fiscales de mesa del partido que “sí necesito que cada uno de ustedes esté preparado para la impugnación. Porque les voy a compartir que una directriz de la coordinadora nacional de fiscales (de la UNE) es que cada mesa (de votantes) sea impugnada”. El partido dice que el video se sacó de contexto y que “‘impugnar la mesa’ es un término, si quieren, coloquial”.
—Qué hermoso que es sentir la esperanza de la gente. Qué hermoso que el pueblo vuelva a sentir que puede tomar el futuro en sus manos. Qué hermoso sentir la dignidad que se respira en estos momentos— concluye Arévalo al bajarse de la tarima, ante un puñado de micrófonos.
Esta noche, al menos, la plaza se ha contagiado con la certeza de que Arévalo ganará. Pero en todo este periodo electoral las señales de posibles interferencias que impidan que Arévalo se siente en la silla presidencial han sido múltiples. La plaza hoy celebró como ajena a ese panorama.