Jackeline Rivera no ganó ni siquiera la urna en la que ella votó, en el centro escolar Benjamín Sol, de la pudiente colonia Lomas de San Francisco. En esa Junta Receptora de Votos, la número 340, Rivera perdió por 112 votos, contra el alcalde electo, Ernesto Muyshondt, de Arena. En todo ese centro de votación, Muyshondt casi triplicó los votos que sumó Rivera. El hecho es apenas anecdótico, y quizá hubiera saltado a titulares de no ser porque las expectativas de una victoria para Rivera eran casi nulas.
El FMLN pasó, en tres años, de obtener 89,164 votos, cuando Nayib Bukele ganó la alcaldía con diferencia de seis mil votos sobre Arena, a perderla por distancia de 45 mil votos, con Rivera, aliada fiel de la veterana dirigencia que desencantó a tantos de sus habituales electores.
Jackeline Rivera siempre fue un plan B. Su derrota solo pudo significar una sorpresa para quien no haya estado atento a la cadena de acontecimientos que la llevaron a encabezar la boleta del FMLN para retener la alcaldía capitalina. Para su espectacular fracaso, se conjugaron todos los factores que el FMLN tenía en contra: el desgaste de un partido con nueve años en el gobierno, la percibida lejanía de las clases baja y media, y la expulsión del político más popular del país, Bukele. Ella fue el pararrayos.
Rivera fue incluida como síndica en una planilla municipal hecha a imagen y semejanza de Nayib Bukele, candidato del FMLN para un segundo periodo en San Salvador hasta su divorcio del partido. La salida de Bukele dio la candidatura a Rivera, una mujer que -por estatutos del Frente- no podía competir por otro periodo en la Asamblea Legislativa, al completar su tercero consecutivo. La cúpula del FMLN consideró también a Hugo Martínez, canciller de la República y expresidenciable, y a Vanda Pignato, secretaria de Inclusión Social y exprimera dama, una figura popular del FMLN.
A Rivera también la consideraron opción para la Alcaldía de Santa Tecla, y el FMLN la midió con encuestas en ese municipio, aunque finalmente se decantó por ella para la carrera más importante del país, la de la capital. “La conducción del FMLN supone que (la alcaldía de San Salvador) es la verdadera encuesta que va a posibilitar la elección presidencial”, decía Roberto Cañas, uno de los principales asesores de la campaña de Rivera.
Tras la salida de Bukele, el Frente se quedó sin un perfil similar al de un alcalde que tuitea con emojis, hace apuestas con locutores de radio y, al mismo tiempo, se vende como una tercera opción real, de izquierda, pescando en el mar de indecisos y desencantados con los partidos tradicionales. Al Frente, lo único que le quedaban era cuadros históricos, fieles a los altos mandos. Esa fidelidad es sagrada en esta versión del FMLN, incluso para un sector que se presupone innovador: la juventud. Los principales líderes de la juventud del FMLN no dicen ni una palabra en público que pueda considerarse crítica contra sus veteranos dirigentes.
En abril de este año, Rivera terminará un periplo de nueve años en la Asamblea Legislativa que empezó justo cuando el FMLN llegó al poder Ejecutivo, con Mauricio Funes. De hecho, puede argumentarse que la carrera política de Rivera es semejante a la del FMLN en su conjunto: una guerrillera que asumió cargos públicos, llegó siendo figura de su partido a la cúspide del poder y se encuentra ahora en una encrucijada, tras la estrepitosa caída de este 4 de marzo.
En este FMLN no cabe nadie importante que no haya cargado un fusil. Rivera lo hizo. Integró las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la misma facción a la que ahora pertenecen los dos máximos mandatarios del Frente: el presidente, Salvador Sánchez Cerén, y el secretario general del partido, Medardo González. Rivera fue radista: su trabajo en la guerrilla consistía en cifrar y descifrar mensajes, además de transmitirlos. “Tenés los números, a cada número le corresponde una letra, pero el arreglo de los números no es correlativo. Ella manejaba los cifrados de los mensajes, que suponían claves relativamente complicadas de una unidad de mando de las FPL”, recuerda Roberto Cañas, que la conoció a los 16 años.
Rivera ha estado casi toda su vida obedeciendo a los mismos comandantes. Quizá por eso aceptó una candidatura tan complicada como la de San Salvador, en las circunstancias en las que la tomó. “Al final será mi partido el que decidirá la misión que nos va a dar. Vamos a seguir militando en este partido en la trinchera que se nos asigne”, dijo en una entrevista con Radio 102.9, en marzo de 2017. Pese a que El Faro buscó con insistencia una entrevista con Rivera durante enero y febrero, su equipo nunca la concedió. En sus palabras, tras aceptar la candidatura por San Salvador, había un aroma a sacrificio.
La firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, permitió a Rivera terminar sus estudios y prepararse como abogada. Se incorporó al Estado en posiciones complementarias y durante gobiernos de derecha: fue secretaria de una cámara de Segunda Instancia de la Corte Suprema de Justicia, y luego asesora del Tribunal Supremo Electoral.
Con la llegada al poder del FMLN, de la mano de Funes, Rivera también ascendió a cargos más importantes, hasta convertirse, en 2015, en directiva de la Asamblea Legislativa, como quinta secretaria, con todas las prerrogativas (camionetas asignadas, gastos de representación, celulares, seguro médico privado) del cargo y un salario de $4,800 dólares. Esas prerrogativas han sido cuestionadas históricamente por medios de comunicación y la oposición, pero tras la debacle del 4 de marzo, funcionarios del FMLN, como Marcos Rodríguez, secretario de Transparencia, se unieron a las críticas y pidieron que los efemelenistas rechacen estas ventajas. Rivera es parte de ese sistema que ahora está bajo fuego. Hace solo un año, Rivera dijo, en una entrevista de televisión, que en el sistema público de salud “uno llega enfermo y sale más enfermo”. Ese sistema que enferma depende del gobierno de su partido. Su frase de enero de 2017 vino en momentos en que se discutía la pertinencia del seguro médico privado para funcionarios.
Rivera había llegado a su cargo más alto como directiva del primer órgano de Estado, cuando Bukele se apartó del camino y dejó libre esa empedrada cuesta arriba que le tocó recorrer a la ex guerrillera.
El insoportable peso de sustituir a Nayib
El equipo de campaña de Rivera se componía de tres grupos: el partido, el concejo municipal y un “consejo consultivo” ciudadano. La estrategia de Rivera descansó más en el consejo consultivo que en las otras dos ramas. El partido estaba desgastado y el concejo municipal no fue diseñado pensando en ella. El ‘consultivo’ es el único equipo que ella pudo construir.
La máxima figura del partido involucrado en la contienda fue Gustavo Acosta, jefe de campaña de Rivera. Acosta fue diputado suplente del ex alcalde de Soyapango y diputado, Carlos ‘El Diablito’ Ruiz, hasta que la Sala de lo Constitucional dijo que nadie había votado por los suplentes en la elección de 2015, y les impidió seguir en sus funciones. Acosta, conocido como “El Pichi”, trabajó en las campañas presidenciales de Scháfick Hándal, Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, y en el partido lo identifican como lugarteniente de José Luis Merino, miembro del cúpula efemelenista. Fue Acosta y el partido quienes contrataron a Guilherme Zwestch, un experiodista brasileño del “Sistema Brasileño de Televisión (SBT)”, como jefe de producción de la campaña. En la entrevista Focos, de canal 33, a Rivera le preguntaron cuánto estaba gastando en su campaña. “Todavía no sé”, dijo, “las finanzas de mi campaña son centralizadas por las finanzas de mi partido”. Rivera prometió en esa entrevista “entregar un informe de finanzas de su campaña”, una vez esta hubiera finalizado.
El concejo municipal fue un dolor de cabeza para Rivera. Este era un equipo armado a imagen y semejanza de Bukele. Los partidos políticos están obligados por ley a realizar elecciones internas para sus candidatos a cargos de elección popular: alcaldes, diputados y presidente de la República. El Frente ‘eligió’ a finales de junio de 2017 a una planilla liderada por Bukele en unas elecciones en las que no había ninguna otra opción. El Frente la llamó una planilla “de consenso”.
Cuando el Frente expulsó a Bukele, en octubre de 2017, a cinco meses de la elección, se encontró con el problema de los miembros del equipo de Bukele en la planilla: Mario Durán, la mano derecha del alcalde, y Raymond Villalta, subgerente de participación ciudadana en la alcaldía de Bukele. También repetía, del concejo de Bukele, Soledad Briones, finalmente candidata a síndica con Rivera, y Fabio Castillo, uno de los testigos a favor de Bukele en su proceso de expulsión del partido, y Rodolfo Pérez. Los tres permanecieron hasta la derrota electoral en el equipo de Rivera. El caso de Castillo habla de lo complejo del vacío que dejó Bukele en ese puesto. Ni siquiera los que aceptaron ir con Rivera a las elecciones eran lejanos al ex alcalde. Rivera tuvo que seguir hasta el final con un equipo armado a retazos, con piezas que se perdieron, otras que se quedaron y algunas nuevas.
El 29 de enero, cuando Rivera presentó a su equipo de trabajo, Mario Durán se sentó en primera fila del escenario, como parte del concejo municipal que la acompañaría en búsqueda de la alcaldía. Ese día, El Faro consultó a Medardo González, secretario general del FMLN, si no había un problema de desconfianza con Durán y Villalta, porque ambos eran parte del equipo de Bukele. De hecho, Durán participó en la defensa del alcalde, ante el Tribunal de Ética que lo expulsó del partido. González dijo que no había ningún problema: “Mira, llegamos a un acuerdo, y ahí estamos juntos y vamos a seguir juntos”, dijo González.
Pero no había acuerdo, ni estaban juntos, ni terminaron juntos.
Raymond Villalta dijo a El Faro que, cuando Nayib Bukele fue expulsado, la dirigencia del FMLN les pidió la renuncia de su puesto en la planilla. Querían rearmar el equipo para Rivera, deshacerse de la gente de Bukele. No renunciaron en ese momento, y el Frente no los podía sustituir, porque nadie más que ellos había participado en las elecciones internas. El Frente los desplazó a puestos “de relleno” en la planilla. Durán terminó renunciando a diez días de la elección; Villalta lo hizo una semana después, 72 horas antes de que se abrieran las urnas. Ninguno de los dos lo hizo de forma discreta. Ambos convocaron a medios de comunicación y aprovecharon las cámaras para despotricar contra el partido. “El FMLN está engañando a la gente y yo no puedo ser cómplice de ello”, dijo Durán y alegó que su renuncia se debía a que el partido de izquierda bloqueó proyectos de Bukele en el concejo municipal.
En la planilla además estaba el capitán Rodolfo Pérez, del Partido Salvadoreño Progresista, una alianza clave para el FMLN en 2015, pero que este año Rivera no supo justificar. Pérez es un militar que, en abril de 2015, llegó al aeropuerto internacional para defender a Eugenio Vides Casanova, ex ministro de Defensa y director de la Guardia Nacional durante la guerra civil. Un defensor del régimen violador de derechos humanos que el FMLN, alguna vez, combatió. 'No hemos hecho alianza con el PSP a partir de su posición política; es un instituto político con el que hemos trabajado en conjunto desde esta gestión', dijo Rivera. 'Por supuesto que no compartimos su posición respecto a temas de derechos humanos. (Pero) él ya había sido aprobado en planilla, así lo tomo yo', dijo Rivera, en la entrevista del programa Focos. Rivera no podía ni defender a todos los miembros del equipo que la apoyaría en la dura carrera.
Ese permanente desencuentro con los aliados de Bukele lastró la campaña de Rivera, quien se cuidó mucho de no criticar abiertamente al alcalde de su partido, y el político más popular de El Salvador para marzo de 2018. Se cuidó incluso de no atacar a la gente de Bukele. De hecho, tras la renuncia de Durán y sus duras palabras contra el partido de Rivera, ella lo trató con guante de seda ante los medios de comunicación: 'Lamento la decisión de Mario Durán. Me parece que ha hecho un buen rol como concejal. Ha hecho un buen rol como alcalde interino. De verdad lo lamento. La respeto (la decisión)', declaró Rivera.
“Todo estaba preparado para que volviera a ganar Bukele. Toda la lógica ahí, incluida la conformación de ese concejo (municipal) era para eso”, dijo a El Faro Roberto Cañas, uno de los principales asesores de Rivera durante la campaña.
Cañas integró la Resistencia Nacional -una de las cinco organizaciones que formaron el FMLN- y fue firmante de los Acuerdos de Paz, aunque después ha estado alejado del Frente, e incluso compitió por la Alcaldía de San Salvador en 2015, con el partido Cambio Democrático. “En el FMLN me dicen detractor, crítico, pero no me dicen todavía que soy de derecha, ja, ja, ja”, dice Cañas.
Cañas se erigió coordinador del consejo consultivo, que tuvo un papel más predominante en campaña que el concejo municipal, que parecía unido con saliva. El consultivo fue el único equipo que Jackeline pudo conformar. “Ante esa realidad de un concejo no estructurado a medida de Jackeline, que era un pegoste ahí impostado, se planteó la necesidad de un consejo ciudadano”, dijo Cañas.
Este equipo incluyó a personas que no pasan el estricto filtro del FMLN, un partido alérgico a la crítica.
En el consultivo había activistas como Bessy Ríos, quien tuitea peticiones como “este gobierno no quiere hacer cambios y urgen en Economía, ANDA o CEPA”, o reclamos de memoria histórica: “de nada sirve que dos gobiernos del FMLN vayan a pedir perdón a las víctimas del Mozote si la 3° brigada de infantería sigue llevando el nombre de Domingo Monterroza”. También estaba una economista como Julia Evelyn Martínez, de la UCA, regular invitada en foros de televisión, que a mitad de febrero ya advertía sobre el voto de castigo: “eso que hace el gobierno de adjudicarse logros que no existen, en lugar de adormecer a la gente, la indigna'.
Según el arquitecto Marcelo Lungo, miembro también del consejo, el rol de este equipo consultivo era ser “un angelito” que le hablara al oído a la candidata, para hacerle contrapeso al 'diablito' de la campaña. Lungo ejemplificó que, aunque Rivera prometió una megaobra en San Jacinto, con un anfiteatro, un parque y una ciclorruta, en realidad, durante el periodo municipal de tres años, solo era posible la primera etapa: peatonalizar calles y modificar un parque.
Todos los miembros del consejo consultivo nombrados en este artículo firmaron, el 8 de marzo, pasadas las elecciones en las que fue derrotada Rivera, un comunicado público en el que pidieron la renuncia de la cúpula del FMLN, el nombramiento de un equipo de transición, y la convocatoria a elecciones democráticas internas para elegir a la fórmula presidencial para 2019. El comunicado no llevó la firma de ningún militante actual del FMLN. El jefe de campaña de Rivera dijo que este consejo hablaba a título personal, ya que terminaron su trabajo el 4 de marzo.
Así contendió Rivera, rodeada por un consejo consultivo crítico y poco querido por su partido, un concejo municipal ajeno que se destartaló por el camino, y un FMLN desgastado. Pero, sobretodo, en la plaza desde la que el fenómeno Bukele terminó de hacerse nacional. Si Bukele fue un obstáculo en estas elecciones para el partido, Rivera fue quien más lo sufrió.
La incuestionable obediencia a la cúpula
La razón por la que el Frente se decantó por Rivera para San Salvador le jugó en contra. Rivera, electa por su currículum efemelenista, fue vista como una extensión de esa cúpula que ha sido rechazada. Acciones como crear el consejo consultivo con externos no parece haber sido determinante para cambiar esta percepción sobre la que fue presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Asamblea. Salvo contadas ocasiones (la apertura y el cierre de campaña), Rivera no apareció en eventos con los máximos dirigentes del FMLN: Medardo González, Lorena Peña, Norma Guevara o José Luis Merino. En cambio, la acompañaban rostros “frescos” como Yanci Urbina o Karina Sosa, que lograron escaños en San Salvador. El grueso de su campaña la hizo con miembros de ese consejo consultivo. Fue una decisión estratégica, pero insuficiente.
'En la medida que se acerca más al Frente parece que no se ve tan bien; en la medida que ciudadaniza su propuesta se ve mejor', dijo Cañas en una entrevista el 12 de febrero, en la casa de campaña de Rivera.
Para buscar ganar, pensaban algunos de sus cercanos, tenía que distanciarse de su partido.
Rivera fue a votar el 4 de marzo, rodeada de una parafernalia de militantes y batucada, pero también de figuras relevantes del partido: Vanda Pignato, la diputada electa Urbina y, sobre todos, Gerson Martínez, el ungido presidencial de la cúpula del FMLN, expareja de Rivera. A las 11 de la mañana, cuando ya se estimaba una baja asistencia a las elecciones, El Faro preguntó a Martínez si esto era una señal del hartazgo ciudadano hacia los partidos políticos. Martínez lo confirmó. “Efectivamente. Habrá que esperar el resultado final de la votación y los partidos tendrán que analizar el recado de la ciudadanía', dijo.
El ungido de la dirigencia también fue profeta. Falta ver si su partido acusa recibo del “recado” en la práctica y no solo en algunos discursos de sus líderes. En sus primeras alocuciones públicas, miembros del colectivo que dirige el Frente han dicho que no renunciarán a sus cargos y han identificado factores externos en su derrota. Según Medardo González, existe “una fuerte corriente de restauración neoliberal” en Latinoamérica que ataca a la izquierda. “En el país, parte instrumental de esa estrategia fueron estos cuatro magistrados de la Sala, la Fiscalía, la Corte Plena a través de la Sección Probidad, sin olvidar el bloqueo sistemático de los diputados de ARENA en la Asamblea”, dijo González a Radio Maya Visión, un medio afín al FMLN.
En la noche del viernes 9 de marzo, cinco días después del fracaso electoral, Gerson Martínez volvió a hablar. En un mensaje grabado en Facebook, el virtual candidato a la presidencia pidió al gobierno de su partido 'cambios con base en la eficiencia, para garantizar una mejor prestación de servicios públicos”. A la dirigencia, Martínez le pidió 'cambios en el modelo de partido y conducción' y 'desarrollar un proceso de renovación y apertura'.
El mensaje más concreto de Martínez fue para la fracción legislativa del FMLN: los exhortó 'a renunciar a toda prestación que no sea indispensable para un verdadero servicio al pueblo'. Por la mañana, el secretario de Transparencia del FMLN, Marcos Rodríguez, también había subrayado ese punto. 'Hay que eliminar esos privilegios que molestan a la gente, como los seguros médicos privados. Para eso tenemos el sistema público de salud y el Seguro Social', dijo Rodríguez. 'Hay que bajarnos de las 4x4 y sacarnos el saco y la corbata”, añadió.
Rivera fue como un pararrayos del descontento y el hartazgo contra un partido que perdió cerca de 300 mil votantes, respecto a la última elección, con el agravante de que ella estaba directamente bajo la sombra de Bukele, en alguna medida el artífice de ese descontento.
Rivera tenía todo en contra. Pese al entusiasmo de su campaña, se impuso la realidad.
Un estamento lejano a la realidad de los electores
Hay pequeñas escenas en la campaña de Rivera que muestran la lejanía con la clase baja y media que tiene esta versión del Frente.
El 26 de enero, Jackeline Rivera hizo un recorrido por ventas en las calles del centro capitalino, a partir del kilómetro cero, a un costado de Catedral Metropolitana. A mitad del recorrido, Cañas, su asesor, empezó a insistir a otros miembros del equipo: “díganle que compre algo, cualquier cosa”. Rivera entonces empezó a comprar: algunas frutas y verduras, agua, y unos elásticos para el pelo. La efemelenista tuvo que fingir interés en medio de uno de los sectores que el Frente siempre ha reclamado.
El 13 de febrero, la candidata tuvo dos actividades en universidades. La primera, por la mañana, en la Universidad Pedagógica. Tenía auditorio lleno, pero condicionado. A estudiantes de algunas carreras, como administración de empresas, educación o derecho, les contaron la asistencia a este conversatorio como asistencia a clases, y firmaron lista de asistencia en el evento de la candidata.
Pero no solo fue la asistencia obligatoria al acto de una política. También llamó la atención el poco entusiasmo que despertaba. La única reacción que obtuvo Jackeline de esa audiencia joven fue cuando se quejó, en son de broma, de los memes que le habían hecho, a raíz de su pifia en una entrevista televisiva, el domingo 4 de febrero: “esta servidora jamás manejará durante conduce un carro”. Rivera quería responder a su contrincante, Ernesto Muyshondt, que en otra entrevista de televisión había dicho que lee 100 libros al año. “A veces hasta cuando voy manejando”, dijo Muyshondt. Esa noche, en la UCA, Rivera repitió el mismo comentario, y obtuvo la misma reacción, en un panel de mujeres que incluía a una diputada de Arena y una candidata a alcaldesa de GANA. Rivera se aferró a las fórmulas que movían algo en su público: una risa, algunos aplausos.
La comparación con Bukele, a quien Rivera pretendía reemplazar, es odiosa pero necesaria. Bukele llegó a la sede central de la Universidad de El Salvador en noviembre pasado y obtuvo una reacción multitudinaria y efervescente. Durante su gira de pre campaña, los discursos de Bukele son interrumpidos por aplausos y gritos. Rivera, en cambio, tuvo que aferrarse a un chiste sobre sí misma para conseguir algún tipo de reacción en esos eventos universitarios.
El 7 de febrero, la secretaria de Inclusión Social, Vanda Pignato, organizó un evento con recursos del Estado y concurrencia de empleados públicos, en el que llamó a 'votar por Ciudad Mujer', una de las propuestas estrella de la campaña de Rivera. Aunque Pignato negó haber hecho campaña, su conducta es colindante con prevalerse del cargo para pedir el voto, a la usanza de Arena durante muchas de sus campañas. El FMLN llegó al punto de usar las tácticas de su archirrival que tanto criticó en el pasado. No lo decían, pero sabían que iban muy mal.
El 28 de febrero, Rivera abortó un recorrido por tres lugares en San Jacinto: hizo uno, a medias, y suspendió los otros dos, ante la angustia de su equipo de campaña por la presencia de pandilleros de la MS -13, en uno de los condominios. Este incidente evidenció la descoordinación entre los miembros del equipo de Rivera, pero también los confrontó a una realidad de país que en muchos foros y entrevistas suelen negar. Que en El Salvador, casi diez años después de gobiernos del Frente, hay lugares a los que no se puede entrar sin permiso de los pandilleros.
El 22 de enero, empezaron a circular fotos en redes sociales en las que Jackeline Rivera aparece junto a una joven que la protege del sol con una sombrilla. En los comentarios la criticaron por 'aristócrata' o miembro de la realeza. Desde su campaña, se aclaró que Rivera estaba filmando un anuncio y no querían que se le corriera el maquillaje.
La reacción mostró, de nuevo, la poca tolerancia con cualquier detalle, cualquier pequeño error de Rivera, como la cara visible de un establishment agotado. Porque el problema no es simbolizar aristocracia: Bukele se mueve en camionetas 4 x 4, rodeado de guardaespaldas, vestido con pañuelos de colores chillones que sobresalen de su solapa, un estilo poco usual en El Salvador. Pero no recibe críticas constantespor eso. Rivera salió en un par de fotos con una sombrilla y, aunque ofreció una justificación, no pudo eludir el prolongado escarnio.
Pese a todo, Rivera llevó una campaña exenta de escándalos, algo que el nuevo alcalde Muyshondt no puede decir. En marzo de 2016, El Faro publicó un video de Muyshondt, donde se lo ve negociando con pandilleros para la campaña presidencial de 2014, consultándoles el nombre de un funcionario para ministro de Seguridad, y ofreciendo clausurar el penal de máxima seguridad. Este año, otro escándalo embarró su campaña: un testigo con criterio de oportunidad dijo que Muyshondt entregó dinero a los pandilleros en la campaña presidencial de 2014, y que ese dinero había sido usado para comprar cocaína. Contra ese candidato perdió Rivera.
Las explicaciones que el Frente ha dado a su descalabro pasan por la poca participación electoral y la incapacidad de atraer a su propia militancia. En parte, tienen razón. En el departamento de San Salvador, solo contando las papeletas para diputados, el Frente tuvo casi 125 mil votos menos que en 2015, según cifras del escrutinio preliminar. Es una diferencia del 52 % menos. Arena, el ganador de esta elección, también tuvo 14.7 % menos votos, una diferencia de 41 mil 504 votos. No es que más gente votara por Arena, es que mucha menos gente quiso al FMLN.
El ausentismo tampoco es una explicación. La participación en estas elecciones fue del 39.6 %. En las elecciones de 1997 y 2000, cuando la Alcaldía de San Salvador la ganó Héctor Silva, quien compitió en una alianza entre el FMLN y dos partidos más, la participación fue muy similar: 38.8 %y 38.5 %. Años después, el éxito del Frente alcanzó para meter incluso a un desconocido, Carlos Rivas Zamora, en la elección de 2003, y dominar la alcaldía durante toda la primera década del nuevo milenio, hasta que Norman Quijano la ganó para Arena, en 2009.
El llamado para Rivera llegó en el peor momento. Rivera aceptó entrar a una contienda con todos los obstáculos por delante y una previsible derrota al final.