Publicidad

Publicidad

Publicidad

  • 0
  • 2942

¿De quién o quiénes hay que defender al lector de El Faro?

Las preguntas sobre qué hacer para cambiar el circuito de la muerte y la violencia en El Salvador y así iniciar la merma del sueño de partir hacia el norte pase lo que pase, no tienen respuesta por ahora. Solo promesas.

Mónica González

Llegó una avalancha de correos. Puede ser una reacción de los lectores después de recibir el impacto de la imagen del último abrazo de Óscar Martínez y su hija Valeria en la orilla mexicana del río Bravo, cuando intentaban llegar a los Estados Unidos; o tal vez un efecto más de la incertidumbre creciente que crea el galope incesante de la corrupción, las bandas del crimen organizado y la violencia por nuestras tierras centroamericanas. O los dos hechos a la vez, que los ciudadanos ven intrínsecamente ligados en una amalgama que todos sueñan con empezar a desactivar.

Las preguntas sobre qué hacer para cambiar el circuito de la muerte y la violencia en El Salvador y así iniciar la merma de la fuga o del sueño de partir hacia el norte pase lo que pase, no tienen respuesta por ahora. Solo promesas. Así opinan nuestros lectores. Y no lo hacen desde la vereda ideológica o partidista. Su voz emerge desde la desesperación, desde la urgencia de remecer a la sociedad salvadoreña e iniciar el cambio. No hay espacio para más historias como la de Óscar Martínez y su hijita. Y todos saben que la muerte seguirá inundando las calles de ciertos sectores de El Salvador y también que seguirá acechando allá fuera, en la ruta hacia el norte.

No hay que tener una bola de cristal o ser una desalmada. Basta solo echar una leída al último informe de la Oficina de la ONU contra las Drogas y el Delito el que concluye que el crimen organizado está provocando en el siglo XXI más muertos en el mundo que todos los conflictos armados y el terrorismo. Y allí aparece América Latina en el primer lugar del ranking de la violencia letal en 2017 y El Salvador lo encabezaba  con una tasa anual de 62,1 homicidios por cada 100 mil habitantes. Detrás le seguían Venezuela (57), Jamaica (57) y Honduras (41,7). Y habrá que dejar constancia que si bien en el último año los homicidios en El Salvador han disminuido, el informe no contabilizó los desaparecidos.

Para ganar más y más dinero los grupos del crimen organizado necesitan usar la violencia extrema para intimidar y neutralizar a sus posibles competidores y, al mismo tiempo, a policías y funcionarios de la justicia y el gobierno. O los neutralizan por el miedo o les pagan coimas. Pero así terminan ellos manejando el poder. El poder real, el que se mueve en las sombras.

A ello se agregó la masacre de 20 ciudadanos en la estadounidense ciudad El Paso (y que dejó más de veinte heridos), allí donde otro puente los separa con los habitantes mexicanos de Ciudad Juárez, una que sí sabe de crímenes violentos, sobre todo de mujeres, de crimen organizado y de secuestros.

Las cifras letales se acumulan al mismo ritmo que las preguntas sin respuesta, mientras las acusaciones de unos a otros endosándose responsabilidades van creando un zumbido permanente que va intoxicando, confundiendo y, al final, ya no se sabe quién dice la verdad, y tampoco qué es verdad y qué es mentira. De eso hablan los correos de nuestros lectores, que con la excepción de un lector que exigió que sacáramos de nuestro sitio web la foto que muestra los cuerpos de Óscar su hija Valeria, “porque ensucia la imagen de El Salvador”, el resto nos escribió dando cuenta de cuán desprotegidos se sienten ante lo que viene. Lo que viene. La preocupación central.

Como Ulises Guevara, cuyo correo grafica lo que muchos otros lectores nos dicen: “Ver esa foto hace que el corazón se haga chiquito, y más aún si eres padre o madre de familia. Duele saber que ni en tu propio país se den las condiciones para vivir dignamente, la delincuencia y la corrupción hacen que tomemos cierto impulso, confiados en que las cosas saldrán mejor fuera de nuestras fronteras, tanta ilusión nos deja ciegos y no nos permite dimensionar el peligro al que exponemos a nuestros niños al llevarlos a esa travesía incierta. No sé cuándo esa foto dejará de dolernos. Solo espero que algún día, todos podamos ver El salvador que queremos, que al fin podamos convivir en paz y que sean los salvadoreños del exterior, los que quieran visitarnos, los que encuentren puentes seguros sobre esos ríos tan peligrosos, y que sean esos mismos puentes ¡los que nos unan al mundo entero!”.

Gran metáfora esta de construir y levantar puentes seguros que unan y no muros que separan, dividen y discriminan a las familias que huyen de la violencia y la muerte desde América Latina. En ese escenario hay otro elemento que se agrega al análisis. Es el que aporta Mario Álvarez:

“Duele ver la foto del padre y la niña ahogados. En El Salvador desde niños muchos deseamos emigrar. Esa es la verdad. En la oficina de migración en San Miguel se ve a muchas personas que vienen de Honduras, Guatemala y Nicaragua sacando documentos para poder trabajar ahí mientras muchos salvadoreños siguen echados en la hamaca sin querer hacer nada. Lo único que hacen es mandar a pedirles remesas a sus familiares en Estados Unidos. ¿Por qué se da este fenómeno? Migrantes centroamericanos queriendo trabajar aquí y salvadoreños echados en la hamaca esperando remesas”.

Sobre la importancia de las remesas familiares que llegan desde Estados Unidos en la economía y el consumo en El Salvador, hay un artículo de Héctor Dada Hirezi, que publicó El Faro en 2018, que aporta datos y análisis.

La queja de Mario Álvarez fue lo que dio paso a la otra avalancha: la de los lectores que se sienten desprotegidos ante la corrupción. Que se sienten indefensos porque no saben finalmente quién y cuándo adoptará las decisiones que pondrán término a la impunidad. Y eso fue también una reacción a la foto de Óscar Martínez abrazado a su hija. Los lectores unen esas muertes a la impunidad que viven en distintos ámbitos, a la ausencia de garantía del derecho a la vida. Un lazo que nadie puede cortar y que provoca que muchos sueñen solo con partir. Para salvar lo que les queda.

Eso fue precisamente lo que escribió Pacífico Chávez, quien dijo que le parecía al menos extraño que en los casos de corrupción que se ventilan últimamente a diario en los medios de El Salvador “aparecen señalados políticos, pero nunca destacan el papel de los bancos, que es precisamente donde se mueven esas exorbitantes cantidades de dinero que capturan los corruptos. Allí hay gerentes y quizás dueños de bancos involucrados, me gustaría conocer esos nombres”. Para este lector esa es el eslabón que falta, la pieza clave que señala por qué persiste la impunidad y la falta de justicia y la violencia. Porque hay un sector pequeño pero muy poderoso que gana, que saca provecho de la actual situación. Para otros lectores lo que le falta a El Faro es expertos en economía “que nos revelen quiénes ganan mucho dinero con esta violencia y sin ensuciarse las manos”.

La buena noticia es que en el equipo de El Faro están conscientes de esta carencia. Su director José Luis Sanz responde: “Si bien en algunos casos hemos apuntado al papel que juegan los bancos en las tramas de corrupción (ver por ejemplo, “Fiscalía de Luis Martínez pagó $7 millones a empresa de banquero al que investigaba por lavado de los bancos”), este es un flanco que no logramos cubrir tanto por la enorme opacidad del sistema como por la falta de especialización de nuestros reporteros. Este es un campo que se ha vuelto cada vez más complejo y en el que nos falta, a los periodistas en general y a los de El Faro, mucho por hacer”.

Pacífico Chávez ve un atisbo de esperanza en desentrañar la red de la corrupción; y da ejemplos de la ausencia clave que, a su juicio, falta en los medios. También en El Faro. Y en su diagnóstico su voz se unió a la de otros lectores, que esta vez pidieron confidencialidad de sus nombres. Todos ellos hacen ver y dirigen su aguda mirada en lo que falta en casos emblemáticos de la violencia que ha asolado El Salvador. Tanto en la masacre de El Mozote como en el asesinato del arzobispo Óscar Romero como el de los seis sacerdotes jesuitas (junto a dos mujeres, una de ellas menor de edad) y tantos otros, ellos quisieran reportajes periodísticos escritos por los mejores profesionales donde se explique en forma clara y contundente cómo los fiscales de turno, jefes policiales, jueces, jefes militares, autoridades de gobierno y otras -también periodistas- fueron cómplices de encubrimiento, de manipulación y perdida de pruebas, haciendo presión indebida, dejando escapar a los culpables, obviando hechos importantes u ocultándolos.

Al respecto, recomiendo revisar en el archivo de El Faro “La farsa de la investigación del asesinato de monseñor Romero” , “Así saboteó la Fiscalía la investigación del asesinato de los jesuitas” y la serie de reportajes sobre la masacre de El Mozote, como “El juicio por El Mozote continúa su lenta marcha”.

Pero los lectores que nos escriben piden con distintos tonos y palabras y también en la enumeración de casos, en los que incluyen los de corrupción, la crónica exhaustiva y rigurosa de quiénes son los responsables de que, finalmente, se llevaran a cabo malos procesos. Mala justicia. Los responsables de la impunidad que persiste.

Y en medio de esa avalancha de sentimientos, estupor, horror y sobre todo dolor por la muerte de Óscar Martínez aferrado a su hija en la orilla mexicana del rio Bravo, y de las peticiones precisas de qué falta por hacer en la crónica de la impunidad, nos encontramos con un correo diametralmente distinto.

Es el que escribió Carlos Dimas, quien afirma que el problema no es la muerte de Óscar y su hija sino el estado mental psiquiátrico de los periodistas de El Faro, a los que pregunta: “¿Cuál es el estado mental psiquiátrico de un periodista que se obsesiona por las pandillas, los asesinatos, los presos, cárceles, miseria, marginación, fotografías crudas, necro? ¿Por qué tergiversan la realidad? Son ateos y antisociales. Tienen dañada la sensibilidad humana, ante tanta basura que tienen en la mente maquiavélica. Son enfermos mentales”.

Esta defensora quiso informar tan solo de una parte de este correo lleno de insultos y graves descalificaciones, porque es la nota que desafina en una avalancha de mensajes en donde la tónica es: por favor, no dejen de contarnos qué es lo que está pasando en nuestro país. “No oculten nada”, dice Facundo. “No queremos más eufemismos”, dice Sara. “Somos adultos, lo que ocurre es grave y estamos aún a tiempo de actuar”, agrega. Y así la lista sigue y sigue.

Con un agregado importante. Esta vez algunos correos vienen acompañados de denuncias concretas de corrupción. Muchos de nuestros lectores han decidido seguir pistas que están a su alcance y que antes dejaban pasar. Especialmente en el sector de la migración, el de las policías y de las empresas estatales y los favores y beneficios que obtienen sus ejecutivos.

Todo indica que los lectores de El Faro están iniciando una nueva etapa. Tanto sus periodistas como esta defensoría tendrán que ponerse a tono y adecuar sus fuerzas y capacidades. Otro galope se prepara. Un galope ciudadano que surge desde la impotencia y la indignación ante la impunidad y el dolor. Desde la necesidad de decir basta al impulso de huir hacia lo incierto y a la humillación. Desde el dolor a la acción con esperanza. Una esperanza que se viste de datos. Bienvenido sea el nuevo viento.

 

(La defensoría del lector de El Faro fue creada el 1 de junio de 2018 y se rige por un reglamento disponible aquí. Puede enviarle preguntas o comentarios a [email protected].)

[excavacion tipo="Transparencia_2"]

TE PUEDE INTERESAR
CONTENIDO RELACIONADO:

Publicidad

COMENTARIOS

  • 0

x