Columnas / Política

Bukele, el personaje en la historia

¿Qué quiere hacer Nayib Bukele con el Estado? y ¿cómo quiere y cree que pasará a la historia? El desprecio a los partidos tiene razón de ser, pero el presidente no se da cuenta de que puede estar repitiendo el círculo.

Martes, 9 de junio de 2020
Sergio Arauz

Tengo 90 días de estar fuera de El Salvador. Soy (y estoy) varado en México. Desde afuera he trabajado en otros temas y hoy escribo con cierta distancia. Algo sano. Esta es, sin embargo, la primera vez en mucho tiempo que no estoy trabajando en El Salvador y me estoy perdiendo la experiencia de reportear en días tan históricos, por decirlo de una forma: un virus que mata economías y personas; dos tormentas, que han matado y desaparecido a decenas personas, y una crisis política que puede terminar de convertir la minúscula democracia salvadoreña en otra cosa. ¿Qué otra cosa? Eso, por ahora, solo está en la cabeza del presidente Nayib Bukele y, quizá, en la de su círculo de poder.

Desde el inicio casi formal de la pandemia, a mediados de marzo, hay una florida, iracunda y variada colección de polémicas y conversaciones que Nayib Bukele ha desatado en la pequeña clase media del país. La triple crisis (covid-19, tormentas y enfrentamiento entre presidente y demás órganos e instituciones) ya lleva más de 90 días, un trimestre del año que acaba de cumplir  la gestión de este Gobierno. A un año, me surgen dos preguntas que tienen que ver con el futuro cercano del país: ¿qué quiere hacer Nayib Bukele con el Estado? y ¿cómo quiere y cree Nayib Bukele que pasará a la historia?  

Pistas ha dado. Amagó con disolver el congreso el 9F. En su lectura, los diputados son una banda de corruptos que no merecen estar ahí. En gran parte, tiene razón. Las cabezas de cada partido, incluido el que lo llevó al poder, uno de los más manchados, tienen un pasado muy oscuro, palabra que ha usado el presidente para referirse a los que considera sus opositores.  

Probidad detectó más de $3 millones injustificados en patrimonio del diputado Guillermo Gallegos y no ha ocurrido nada;  once parientes del mismo diputado fueron contratados en la Asamblea Legislativa y no ha ocurrido nada. Para hablar del PCN, basta recordar el regreso del fantasma del narco en la política salvadoreña, el diputado Roberto Silva Pereira. También puedo recorrer los casos más escandalosos de corrupción en los gobiernos de Arena y FMLN, pero faltarían varios párrafos para enunciar uno por uno: partidas secretas, sobresueldos, desfalcos.  

En todo caso, el presidente debería diferenciar entre personas e instituciones. La Asamblea como institución es muy importante, un pilar de una República que debería ser depurado para abrir las puertas a mejores personas. La paradoja es que las figuras que impulsa su partido (Nuevas Ideas) para sustituir a “los corruptos” no parecen mejores. Algunos tienen manchas y pasado corrupto; otros tienen escasa formación en política e institucionalidad.   

El pasado 27 de mayo, Bukele advirtió de una reforma al aparato estatal, de una reforma constitucional. “Vamos a reformar el Estado, tenemos el 97 % de apoyo del pueblo”, dijo. Es la primera vez que un presidente tiene tanto poder y las posibilidades reales de acabar con su oposición, parte muy básica de una democracia saludable. 

Esto me llevó, más allá de recordar los primeros cien días de este gobierno, a hacer un breve recuento de cómo están siendo recordados los presidentes que conocí y sobre los que El Faro ha publicado distintos materiales. El desprecio a los partidos tiene razón de ser, pero el presidente no se da cuenta de que puede estar repitiendo el círculo. Hablaré de los que conocí en persona y sobre los escribí o investigué para resumir lo que recuerdo de los presidentes de Arena y FMLN.

En 2001, viví muy joven la experiencia de dos terremotos y de un muy bien ponderado joven presidente (fallecido en 2016, en medio de un escándalo judicial de corrupción) que ocupó millonarios donativos de Taiwán para uso personal y partidario. Francisco Flores fue un presidente muy querido entre las familias más acaudaladas del país. Poco popular y despreciado por querer privatizar la salud y no cumplir su palabra sobre acuerdos con sus opositores. Tuvieron que pasar 10 años para enterarnos de la corrupción de los saquitos de donativos de Taiwán, gracias a un fiscal a sueldo de un presidente que quería demostrar que podía acabar con Arena. Eso me lo dijo el mismo Mauricio Funes, el presidente que emprendió la estrategia de desgaste. 

Sobre Flores, además, pesa la leyenda de que gobernó el país a control remoto, de que siempre andaba viajando en un yate o en aviones privados, y que, por llevar tal vida, se despreocupó de lograr grandes acuerdos nacionales con el entonces bien afamado FMLN, el que lideraba Schafik Hándal (fallecido en 2005). Así me lo dijo Schafik Hándal en aquel tiempo. 

También viví como reportero la experiencia de una erupción volcánica y el paso de una tormenta tropical; ambos desastres naturales azotaron al mismo tiempo, en 2006. Eran los tiempos de Tony Saca, hoy preso por hacer desaparecer 250 millones de dólares de dinero público y robarse buena parte de él. Saca era el más popular de los presidentes de Arena y amante de las encuestas de popularidad. Pagaba casi mensualmente para medir su popularidad, lo hacía con dinero de la partida secreta. Sus casas encuestadores favoritas eran Mitofsky y CID Gallup, y hay cheques publicados que lo confirman. 

Saca conoció a varios de los periodistas de El Faro; nos recibía cínicamente para responder sobre lo más incómodo:
-¿Y la Ley de acceso a la información?
-La mejor ley es la que no existe, decía.
-¿Y la mano dura?
-¿Acaso ustedes están del lado de los delincuentes?, respondía.

Después de 10 años de salir del gobierno, Saca pasó a la historia como el más popular de los presidentes y el primero en confesar que robó dinero público, el primero en terminar en la cárcel. 

Siempre habló de gobernabilidad, creó una comisión presidencial con ese nombre, hizo alianzas con opositores para conseguir (comprar) votos. En 2009, logró algo inédito, a mi juicio: la amistad y confianza con el primer presidente de la izquierda, el que prometió romper con el esquema corrupto de 20 años de gobiernos de Arena: Mauricio Funes. 

Conocí a Mauricio Funes como periodista; lo admiré como estudiante de periodismo. Recuerdo que siempre se estaba quejando de la petulancia y arrogancia de Francisco Flores. También repetía la leyenda sobre Flores: que nunca gobernó, que siempre estuvo más preocupado por su vida de jet set. Hoy, apenas a 11 años después de haber gobernado, Funes pasará a la historia como el presidente que huyó y robó vulgarmente. Fue el primero de todos en atacar virulentamente a la prensa incómoda. En el último año de su gestión, Funes dedicó varios programas radiales presidenciales para despotricar contra El Faro y otras voces. Cada sábado repetía a gritos que éramos títeres de Arena y otras diatribas.

Funes está ahora asilado en Nicaragua por ocupar un sistema para robar dinero público similar al de Saca: $350 millones, viajes en jets a Disney, mansiones convertidas en spa, compras de vestuario de 100 mil dólares, cientos de armas a su nombre y otras excentricidades. 

De Sánchez Cerén hay poco que decir. Gobernó junto a su partido y sus apariciones eran limitadas. Recibió sobresueldos ocultos e incrustó una parentela mediocre de funcionarios en el Gobierno, práctica que las principales cabezas del partido hasta llegaron a defender. Sí, defendieron el nepotismo como derecho. “¿Tienen derecho o no a trabajar ellos? Yo creo que sí. ¿Adónde van a ir a pedir trabajo los parientes de un funcionario? ¿Irán a pedir a Honduras, a Costa Rica? ¿Se tienen que ir del país por ser parientes de un funcionario?, esas son preguntas que la gente también debe de hacerse”, dijo Norma Guevara para defenderlos. Al igual que todos, “el profe”, como era conocido por todos, tampoco rindió cuentas. Su aparato de defensa también montó minicampañas (que pasaron sin pena de gloria) para deslegitimar a El Faro: los seguidores de la agenda George Soros, el desestabilizador. 

Hoy son otros tiempos, pero la estructura de ataque parece casi calcada de los mismos de siempre, los que gobernaron 30 años (Arena y FMLN). Sé que el presidente Nayib Bukele es una persona muy preocupada por cómo pasará a la historia. Aún así no entiendo cómo ha revivido del ostracismo a muchos obreros y técnicos políticos de Saca, algunas personas con pasado manchado, y otras con pasado opaco.  

También sé que el presidente es una persona muy curiosa de la historia. Seguidor acucioso de biografías de personajes. Uno de sus profesores me ha dicho que Bukele siempre ha tenido un interés particular por Napoleón,Gandhi, Kennedy… Personajes; no es de colectivos. 

Me preocupa, no obstante, que no sea admirador de democracias ejemplares y se incline por ensalzar al debilitador de ellas (Donald Trump). La pregunta en el aire es: ¿qué país quiere construir cuando dice que quiere reformar todo?

Sergio Arauz es periodista de El Faro. Foto de Víctor Peña.
Sergio Arauz es periodista de El Faro. Foto de Víctor Peña.

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