En el caserío El Mozote, 36 años después de una masacre perpetrada por el Ejército salvadoreño, la tierra habla. Confirma una tragedia: la ejecución de familias campesinas ajenas al conflicto armado que inició en 1980. De la tierra han surgido huesos, pero también evidencias que hablan de una vida interrumpida por el Estado.
En el caserío El Mozote, 36 años después de una masacre perpetrada por el Ejército salvadoreño, la tierra habla. Confirma una tragedia: la ejecución de familias campesinas ajenas al conflicto armado que inició en 1980. De la tierra han surgido huesos, pero también evidencias que hablan de una vida interrumpida por el Estado.
La vida interrumpida en El Mozote
En el caserío El Mozote, 36 años después de una masacre perpetrada por el Ejército salvadoreño, la tierra habla. Confirma una tragedia: la ejecución de familias campesinas ajenas al conflicto armado que inició en 1980. De la tierra han surgido huesos, pero también evidencias que hablan de una vida interrumpida por el Estado.
Una taza, una cuma y herramientas para el arado. Chibolas, una piedra de moler, platos, lámparas y un vestido de niña... En el caserío El Mozote han aparecido vestigios de otra época, en el que familias campesinas fueron perseguidas y masacradas por el Ejército salvadoreño, acusadas de ser colaboradoras de la guerrilla. Alguna vez, todos estos objetos fueron propiedad de la familia Márquez Pereira: de los esposos José María (62 años) y Donatila (55); de sus hijos Sofía Márquez (32), José Evenor (19), Fredy (13) y Óscar (22); de los nietos Edenilson (7) y Balmore (8 ) y una niña de un año y medio, pero cuyo nombre, como su vida, se lo llevó para siempre una masacre ocurrida hace 36 años
Congelados en el tiempo, estos objetos nos describen el cotidiano que fue interrumpido por soldados del Batallón Atlacatl, durante la masacre perpetuada entre el 9 y el 13 de diciembre de 1981, y que solo en El Mozote se cobró más de 400 víctimas de las 978 oficializadas recientemente por el Estado.
Desde que se denunció por primera vez, en febrero de 1982, hay quienes dicen que la masacre nunca ocurrió. La negó por más de dos décadas el gobierno salvadoreño y la ocultó también el gobierno estadounidense. A 36 años de perpetrada, en el juicio que se ha reabierto, los abogados de los militares acusados hablan de una “novela dantesca”, a pesar que ya han sido exhumadas 520 de 978 víctimas, a pesar de que la tierra sigue escupiendo pruebas.
Los objetos de la familia Márquez Pereira hablan de la cotidianeidad en El Mozote. Ahora comienzan a transformarse en pequeñas piezas de colección para un museo que por el momento solo existe, como proyecto, en la cabeza de Orlando Márquez, sobrino y primo de las víctimas. Orlando, quien se salvó de las masacres porque en 1981 ya no vivía en el caserío, regresó en 2005, y en los últimos siete años se ha reencontrado con los huesos y las pertenencias de todas sus víctimas. Por ejemplo, en 2010, al ampliar su vivienda, rescató de la tierra los huesos de sus padres, sus hermanos y algunos vecinos.
Luego, en noviembre de 2016, el Equipo de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal exhumó los restos de la familia Márquez Pereira, los tíos y primos de Orlando, por órdenes del juzgado de paz de Meanguera, que había autorizado nuevas exhumaciones para restituir las osamentas de las víctimas a sus familiares. Junto a las osamentas, los forenses también encontraron estas pertenencias.